octubre 18, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

La hora exacta | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

Letras minúsculas 

 

Las puertas del metro de Nueva York debían permanecer abiertas sólo 45 segundos en cada estación: así lo habían establecido las autoridades ferroviarias. En 45 segundos todos los usuarios tenían que bajar y subir. Y antes de abandonar cada estación para pasar a la siguiente, un micrófono interno decía: «Que nadie impida el cierre de las puertas, por favor».

Pero siempre había alguien que lo impedía y el metro llegaba todas las mañanas a Manhattan con uno o dos minutos de retraso. ¡A Manhattan, donde el tiempo es oro! Se pidió entonces a un grupo de expertos que estudiaran la manera de evitar tales pérdidas de tiempo, y éstos, tras varios días de trabajo intensísimo, concluyeron lo siguiente:

1) la voz del micrófono era demasiado gentil, y la gentileza no siempre produce obediencia;

2) era necesario que los usuarios del metro supieran que no obstaculizar el cierre de las puertas era una orden más que una súplica o un ruego;

3) en consecuencia, había que cambiar la voz implorante por otra mucho más enérgica y autoritaria (el por favor bajo ninguna circunstancia debería volver a pronunciarse).

Únicamente tomando en cuenta todo lo anterior el metro podía llegar a Manhattan a la hora señalada en los tableros.

Ya desde principios del siglo XX, Nueva York y el transporte público habían dado mucho de qué hablar a los observadores atentos. ¿Por qué tanta agitación? He aquí, por ejemplo, lo que escribió acerca de este asunto don Julio Camba (1884-1962), el gran humorista español: «Hurry up! (¡pronto, apresuradamente!) es el grito que se oye en todas partes. Los trenes metropolitanos sólo se detienen algunos segundos en las estaciones, y hay que tener los codos muy fuertes si se quiere entrar o salir. Por lo demás, este tacto de codos parece estar aquí completamente admitido. Si un desconocido le pisa a uno, uno le pisa a él o pisa a otro cualquiera, y en paz. Las excusas serían demasiado dilatorias» (Un año en el otro mundo).

En efecto, ¿por qué tanta prisa? En un bello libro acerca del tiempo escribió hace poco Anthony Aveni el famoso antropólogo y astrónomo estadounidense, que «la búsqueda de la hora exacta podrá ser inscrita en la historia como la más grande obsesión del siglo XX». Lo cual, sin duda, es verdad. En la antigua China el conocimiento de la hora era un privilegio del emperador, y era él quien fijaba el calendario y determinaba la importancia de los días. El tiempo pertenecía a los dioses –o a sus delegados-, y el pueblo no tenía para qué conocer sus misterios. Por demás está decir que el pueblo, a pesar de todo, no se lo pasaba tan mal.

Ni siquiera para los occidentales, por lo que se sabe, el conocimiento de la hora exacta fue algo que produjera algo así como sentimientos de euforia. En el siglo II a. C. –según cuenta Aulio Gelio en sus Noches áticas-, cuando los científicos de entonces trazaron en Roma una meridiana con el fin de calcular con cierta exactitud el paso del tiempo, recibieron de Plauto (259/251–184 a.C.), el famoso comediógrafo, la siguiente imprecación: «¡Maldigan los dioses a aquellos que por primera vez se pusieron a dividir el tiempo! ¡Sea también maldito el que trazó una meridiana en estos lugares, cortando así mis días en pequeños fragmentos!».

Los primeros relojes no eran tan exactos como a veces creemos que eran: daban únicamente las horas; pero, a partir del siglo XVI, empezaron también a tocar los cuartos de hora, lo cual, si se mira bien, era toda una revolución. Mediante esta nueva medición del tiempo –con divisiones cada vez menores- se invitaba a los hombres a apresurarse para no perderlo, es decir, a vivir de prisa. Con el resultado triste de que a nosotros, nietos de la revolución industrial, hijos de la electrónica y hermanos del artefacto digital, la hora exacta nos tiene obsesionados. Vivir a contrarreloj, como se dice, ha llegado a convertirse en la nota distintiva de nuestro estilo de vida.

Pero, ¿para qué y a qué precio? No hablemos de enfermedades cardiovasculares, de alta presión o de angina de pecho, sino únicamente de esa humilde virtud llamada amabilidad o cortesía. Los trabajadores de Manhattan sólo podían llegar a tiempo quitándole el por favor a la única voz que se dirigía a ellos mientras viajaban: prefirieron una orden militar a cambio de no perder dos minutos o, a lo mucho, tres.

¡Cuántas cosas habremos perdido en la vida por ganar unos cuantos segundos que después se nos fueron sin saber cómo! ¡Cuántas amistades frustradas, cuántos encuentros desaprovechados por no saber estarnos quietos a pesar de nuestra agitación interior!

Me decía alguien hace poco un amigo al presentarme a su esposa: «Mire, ella es mi mujer. ¡Ah, si supiera usted que casi estuve a punto de no conocerla! Me la presentaron en una reunión a la que no pensaba asistir por quedarme en casa acabando unos planos que debía entregar al día siguiente. Pero como un amigo se obstinó en que lo acompañara, no tuve más remedio que ir con él. Y, claro, allí estaba ella»…

La esposa me sonrió con dulzura y dijo: «Y yo, por mi parte, aquella noche ya estaba por marcharme cuando alguien me detuvo para decirme no sé qué, de modo que no tuve más remedio que quedarme, y ya ve usted lo que sucedió. ¿Se imagina lo que habría pasado de no aceptar haberme quedado unos minutos más?». Y yo le sonreí a mi vez como diciéndole que lo imaginaba. La vida es así. Las mejores cosas de la vida nos las da Dios sólo en tiempos de calma, es decir, cuando hacemos poco caso del reloj y nos limitamos a dejar -sin impaciencia- a que el tiempo pase: únicamente, para decirlo ya, cuando se da una oportunidad a lo imprevisto.

También lea: Obsolescencia | Columna de Juan Jesús Priego

#4 Tiempos

Tamtoc, cuna del calendario mesoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Publicado hace

el

EL CRONOPIO

 

En el año 2005 se llevó a acabo el proyecto arqueológico Tamtoc en la huasteca potosina, donde se localizó una gran lápida esculpida en bajo y alto relieve en el fondo de un estanque que se conecta a un canal que desemboca en la llamada Laguna de los Patos. Junto a la lápida se encontró cerámica a manera de ofrenda cuyos análisis indicaron que correspondían a tradiciones alfareras asociadas a la costa del Golfo de México del periodo 900 años antes de Cristo a 650 años antes de Cristo.

Análisis posteriores indicaron que esa lápida conocida como Monumento 32, así como la escultura femenina asociada corresponde al periodo Preclásico tardío con inicio en 350 antes de Cristo. El monolito en cuestión está labrado con un mensaje simbólico que no se asemeja a ninguna otra muestra de arte mesoamericano.

Una vez colocado en su posición original y con estudios sobre su orientación con la ayuda de herramientas de la arqueoastronomía se encontró que la orientación implica una peculiar división del año, la cual define la temporada de iluminación del monolito por los rayos solares. La conclusión actual, por parte de los investigadores, es que Tamtoc es una de las ciudades donde tempranamente se utilizó el calendario mesoamericano.

En Tamtoc se desarrollaron importantes rituales vinculados a la vida y la fertilidad, que concurren en la noción de la cosmogonía mesoamericana y por extensión en la cosmovisión. Resultados que tras largos años de análisis son dado a conocer por uno de los involucrados en los estudios astronómicos de la ciudad de Tamtoc, Jesús Galindo Trejo, en una reciente publicación de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Las primicias de este descubrimiento nos las compartió Jesús Galindo en el 2007 en lo que fue la primera charla del ciclo Noches de Museo que organizamos en el entonces Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí. Dieciocho años después, publica sus resultados aportando a la historia de uno de los más antiguos pueblos originarios del país situada en la huasteca potosina y que marca esa cosmovisión huasteca reflejada en el Monumento 32, que es uno de los monumentos importantes de ese sitio arqueológico.

Parte de los cálculos astronómicos que realizó Jesús Galindo nos los reservamos, como nos lo pidiera entonces, hasta que sean publicados.

Jesús Galindo Trejo es Licenciado en Física y Matemáticas por la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Realizó estudios de Posgrado en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

Obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum en la República Federal de Alemania. Fue Investigador Titular en el Instituto de Astronomía de la UNAM durante más de 20 años en las áreas de Plasmas Astrofísicos y Física Solar. Actualmente es Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su actividad de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía de Mesoamérica. Es miembro del SNI. Pertenece a la Unión Astronómica Internacional. Ha realizado investigación Arqueoastronómica en Malinalco, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Teotihuacan, en Oaxaca, en la Huaxteca, en Baja California y en algunos sitios de la Región Maya.

Sus inicios en la arqueoastronomía se remontan a fines de la década de los ochenta, cuando participó en nuestro programa de divulgación científica Domingos en la Ciencia de San Luis Potosí, charlas en las que nos hablaba todavía de sus investigaciones sobre física solar y nos adelantaba sus inquietudes en iniciar estudios de arqueoastronomía en el sitio de Malinalco  cuando conoció al cronista de Malinalco, quien le señaló que en la historia de ese pueblo había aspectos que podrían estar conectados con la disciplina astronómica. Asimismo, su participación en el proyecto coordinado por la doctora Beatriz de la Fuente, del Instituto de Investigaciones Estéticas, sobre pintura mural prehispánica, lo interesó en la cosmogonía de los antiguos mexicanos.

En una entrevista para la revista ¿cómo ves?, Galindo aseguró que el acercamiento al estudio de las antiguas civilizaciones del país lo ha llevado a acercarse a las 60 lenguas de México, porque de esta manera “se puede penetrar en la mentalidad de aquellos que hace más de 500 años construyeron sociedades y levantaron templos, legados actualmente ignorados por muchos mexicanos”.

También lee: Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Meditación sobre el azar | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

 

-Dudé de Dios –dijo el hombre visiblemente apenado-. Creo, según he oído decir, que es el único pecado que no tiene perdón. Pero es que estaba al borde del colapso…

El hombre se mesaba los cabellos, se secaba el sudor, lloraba más que gemía.

-Incluso hasta llegué a blasfemar. Dije a Dios cosas que no me hubiese atrevido a decir ni siquiera al peor de mis contrarios. ¿Verdad que para esto no hay perdón?

Yo me limitaba a dejarlo hablar. A todas luces se veía que lo necesitaba. Era necesario que lo dijera todo, que se desahogara. ¿Para qué, pues, interrumpirlo?

-Cuando me dijeron que ya no había trabajo para mí, creí que nunca perdonaría a Dios. ¿Por qué me había dado cuatro hijos si ya no iba a poder mantenerlos? Hoy, claro está, veo las cosas desde otra luz, pero en aquellos días de incertidumbre y desasosiego… ¡Quería morirme! Y, lo que es peor, quería que también mis hijos se murieran. ¿Comprende usted que les deseé la muerte?

Pensé en esos cuatro niños a los que yo no conocía. ¿Sabrían alguna vez que su padre, en un momento de desesperación, pensó lo que acababa de decirme? Pero no, no lo sabrán. Los pensamientos de su padre quedarán guardados para siempre en el silencio de Dios. ¡Que no lo sepan, que su padre no se lo diga nunca! Hay sinceridades que matan.

¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo! Cuando pienso en esto, me lleno de vergüenza. Sí, era necesario vivir esa pena para conocer la satisfacción que ahora experimento. Mis hijos, hoy, están mucho mejor que antes, y me digo a mí mismo: «¡Qué bueno que perdí aquel empleo!».

Sonreí. Porque siempre he creído que la palabra azar es una palabra bastarda que no debió acuñarse nunca. ¿Quién la inventó y qué quiso decir con ella? ¿Que el mundo se mueve como un barco sin timón? ¡Casualidad! ¿Quién es el tonto que cree en las casualidades? La palabra azar no debería existir en el vocabulario cristiano, pero, ya que existe, habría que darle el significado que le daba, por ejemplo, Anatole France (1844-1924): «Azar: aquello que Dios hace cuando no quiere poner su nombre». 

A estas alturas de mi vida he llegado a la conclusión de que ni siquiera los libros que caen en nuestras manos lo hacen por casualidad. A veces pienso que, si nos los encontramos en el estante de una librería cualquiera, es porque Dios ha querido decirnos algo a través de ellos.

Y de los encuentros, ¿qué decir? Que es Dios quien nos envía a estas personas que no buscábamos por una razón que generalmente desconocemos pero que forma parte de su misterioso querer. «El destino, al igual que todo lo humano –dijo una vez el escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011)-, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro!

Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino» (Conferencia en la Feria del Libro de Sevilla, 2002).

También ahora, como en los tiempos de Moisés, sólo nos es permitido ver a Dios «de espaldas», es decir, cuando ya ha pasado. Únicamente entonces podemos decir como aquel hombre de quien acabo de contar la historia: «¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo!». Siempre es hasta después cuando se comprende por qué ocurrieron ciertas cosas que en su momento nos parecieron horrorosas, ininteligibles e insoportables.

En un libro sobre Jesucristo (El Jesús desconocido), Donald Spoto hace la siguiente reflexión: «El azar no implica necesariamente falta de propósito; lo que llamamos caos quizá no sea desorden, sino un claro signo de las limitaciones de nuestra comprensión… La experiencia humana valida este enfoque. En nuestra historia individual, ¿no vemos un momento aparentemente accidental o fortuito, a posteriori, como sumamente significativo e incluso como el comienzo de una nueva etapa de la vida? Si yo no hubiera asistido a tal escuela en tal momento, por ejemplo, no habría tenido ese excelente maestro, seguido ese importante curso ni trabado esa duradera amistad. Si nuestros padres no se hubieran conocido en tal momento, nunca jamás lo habrían sido. Si no hubiéramos asistido a tal reunión, no habríamos conocido al amor de nuestra vida ni iniciado una carrera importante. No es exagerado afirmar que los elementos más importantes de la vida del amor dependen tanto de lo que podríamos llamar accidente significativo como deliberación. El novelista y dramaturgo francés Georges Bernanos lo expresó muy bien: Lo que llamamos azar tal vez sea la lógica de Dios».

Vistas así las cosas, aun cuando me halle en cama y afiebrado –y quiera morirme de pura pesadumbre-, debo poder decirme a mí mismo con convencimiento y seguridad:

-Sí, quizá sea necesario que hoy no salga de casa. Si Dios me tiene encerrado aquí, por alguna razón será. ¿Iba hoy a atropellar a un caminante distraído en la avenida, o es que un camión carguero iba a arrollarme a mí? En efecto, tal vez sea éste el motivo por el que no debo salir. Después de todo, es muy posible…

También lee: Pena de muerte | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

Publicado hace

el

Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

También lee: Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco CP 78220
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 2440971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados