#4 Tiempos
LA FATIGA | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas.
Cuando salí del consultorio –eran casi las dos- todavía retumbaban en mis oídos las palabras del médico:
-Lo que usted necesita es descanso. ¿Por qué no vive la vida con más sosiego, con un poco de tranquilidad? Créame: hay que aprender a decir que no.
Además, piense en esto y trate de no olvidarlo: las personas que hoy exigen de usted que haga esto, lo otro y lo de más allá, fatigándolo en exceso, ni siquiera irán a su funeral cuando usted caiga muerto: eso es casi seguro. Ellos estarán en su casa quitadísimos de la pena, en tanto que usted…, en tanto que usted ya no estará.
Que no irían a mis funerales esos señores, ya me lo sabía yo. Llegado el caso, dirían: «¡Oh, ni siquiera me enteré que había fallecido nuestro amigo el padre. ¡Ay, tan bueno que era el pobrecillo!». O bien: «¡Pero cómo! ¿En verdad ha
muerto? ¿Cómo, cuándo, dónde, por qué? ¡Ay, si no saliera mañana mismo a Querétaro a finiquitar un asunto pendiente, seguro que lo acompañaría aunque fuera un rato al velatorio! Mas ya ve usted: cuando tiene uno que conducir, no se debe desvelar»… Sí, eso dirán, o alguna otra cosa por el estilo. ¡Los muy canallas!
¿Así que esos dolores tan constantes de cabeza, de nuca, de sienes, no eran otra cosa que fatiga? ¡Y yo que ya pensaba lo peor! La palabra tumor varias veces había hecho su aparición en mi pensamiento. ¡Vaya, al menos la cosa no era tan grave, después de todo!
Pero, por otra parte, ¿cómo descansar? Reconozco que en mi casa nunca nadie se preocupó en enseñarme este arte tan necesario y al mismo tiempo tan difícil. Ahora comprendía que algo esencial había faltado a mi educación.
Tan pronto como llegué al lugar en el que vivo, me puse a buscar entre mis libros uno que pudiera decirme cómo había que hacerlo de la mejor manera.
¿Durmiendo?, ¿caminando a paso lento por un jardín?, ¿oyendo música de Bach o practicando ejercicios de relajación? En mi búsqueda apresurada no encontré más que un viejo libro escrito por el psicólogo francés Marcel Eck cuyo título era: Trabajo y fatiga mental. Lo tomé del estante, le quité el polvo que se le había pegado en los cantos –tan olvidado estaba el pobre- y me puse a leerlo. Al cabo de media hora de lectura ininterrumpida creí haber entendido algo:
«Uno se fatiga por exceso de trabajo –escribía el doctor Eck-, pero a veces se fatiga uno también por el trabajo que no hace y quisiera hacer, o bien por aquel que siendo necesario no se puede o no quiere hacerse… El hecho de no poder actuar puede ser más fatigante que obrar: ¿no hay una fatiga de la espera?
Sin negar el agotamiento debido a la fatiga de un trabajo continuado, es necesariotener en cuenta la fatiga debida a la inadaptación de una existencia a sus tendencias más profundas».
¡Existe la fatiga del trabajo, pero existe también la fatiga del que no trabaja en lo que quiere, la fatiga de la insatisfacción, y ésta es más abrumadora que la otra! En mi caso, creo poder decir que en aquella época mis frecuentes dolores de cabeza se debían a lo siguiente: durante meses y años había estado guardando en una pequeña libreta citas, pensamientos e ideas que me habría gustado utilizar en algunos escritos míos. Había incluso esbozado esquemas y ordenado los capítulos de los libros que querría escribir. Pero pasaban y pasaban los días sin que pudiera llevar a la práctica ni uno solo de mis proyectos. ¡Era todo tan decepcionante! En mi mente había muchos trabajos casi terminados, pero ¡ay! sólo en la mente, porque apenas me ponía a escribir una o dos líneas cuando ya estaba sonando el teléfono para recordarme que tenía tal compromiso y tal otro para esa misma tarde.
-Padre, recuerde que quedó en que nos veríamos a las una.
-Sí, lo recuerdo. ¡A la una nos vemos!
-Padre, ¿se acuerda de que me recibirá a las dos?
-Sí, a las dos.
-Padre, no se le olvide que la Misa de funeral será a las tres.
-Sí, a las tres.
Y yo me quería morir de pesadumbre. Pues, ¿cómo escribir en semejantes condiciones? Escribir requiere tiempo.
Muchos de mis amigos creen que soy capaz de terminar un capítulo en una sola sentada: en diez minutos, o acaso en
menos tiempo aún. ¡Dios mío, si ellos supieran!…
De manera que tenía en la mente diez o quince cosas por escribir y no tenía tiempo para hacer ninguna. A veces me sentía tan poseído por el tema que pensaba que sólo era necesario sentarme para que las palabras fluyeran y diesen forma a lo que me traía entre manos. Pero no tenía tiempo para sentarme, y el tema bailoteaba en mi cabeza por semanas enteras. Era entonces cuando empezaban mis dolores de cabeza, es decir, la fatiga. La fatiga no por lo que hacía, sino por lo que no alcanzaba a hacer y era importante para mí.
No, descansar no es –como a menudo se piensa- echarse a la cama y rascarse el ombligo: es hacer, como dice el doctor Eck, lo que nos ordenan nuestras tendencias más profundas, lo que nadie más que nosotros podría hacer, lo que simple y sencillamente no puede delegarse.
En una carta dirigida a su médico de cabecera (el famosísimo doctor René Biot), Jean Guitton (1901-1999) escribió lo siguiente poco antes de morir: «El cansancio no proviene de lo que se hace. Lo que se hace, si se hace a fondo, con
pasión y con toda el alma, no cansa nunca. Lo que cansa es el pensamiento de lo que no se hace». ¡Vaya descubrimiento! ¡Feliz novedad! Y todo esto pude descubrirlo gracias a mis recurrentes migrañas, que desaparecían como por arte de magia a la hora bendita de tomar la pluma. ¿Escribir es entonces terapéutico?
No sé para otros; para mí sí que lo es. Y, por tanto, debo hacerlo, cueste lo quecueste, sin pena de vivir con una cabeza sobre mis hombros tan dolorosa como una cruz.
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#4 Tiempos
De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.
El texto decía:
Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.
Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…
Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.
Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.
Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.
Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.
Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.
De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.
El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.
Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.
Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.
En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.
El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Contacto
Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud
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#4 Tiempos
Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir.
Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.
Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.
López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.
Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.
El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.
Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.
Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.
En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.
También lee: José Rafael Campoy padre del pensamiento moderno mexicano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Periodismo, huachicoleo y agua | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Culto Público, hijos de las palabras que se escriben con tinta… y a veces con sangre.
Decía Kapuściński que “para ser buen periodista hay que ser buena persona”, pero en México esa bondad se paga caro: aquí la verdad muchas veces se escribe bajo amenaza, con incertidumbre y con miedo.
Hoy se conmemora el Día del Periodista, de esos seres raros que toman por oficio la estaca de la verdad con la que de vez en cuando se mata a un vampiro.
Este oficio que da vida, pero también arranca pedazos de ella. Camus escribió que “nombrar las cosas mal es añadir a la desgracia del mundo”, y eso hacemos cada día: nombrarlas bien, aunque duela, aunque cueste, aunque se arriesgue todo.
Abrazo a todos los que estamos en la trinchera de papel, de la voz y de los teclados, en un país donde informar es un acto de fe y a veces de suicidio, a veces las dos cosas al mismo tiempo, viviendo en una permanente cuerda floja en la que caer obliga a tomar bandos por intereses que no son los mismos al ejercicio de informar.
Por cierto: yo no soy buena persona y nadie es puro ni perfecto, pero aspiro a aprender ser mejor todos los días.
Gracias a los periodistas y medios con nombre y apellido. Gracias a los que prefieren sostenerse en el método y el rigor a tener que decir “cuac-cuac”. Gracias a los que no se dejan usar como balas de cañón.
Ustedes saben quienes son… y quién es quién.
__
En este lunes, hijos de mis esperanzas, estaré muy atento al video que seguro publicará el “Batman de Tanquián” (también conocido como Gerardo Sánchez Zumaya) en contra de Omar García Harfuch para que le diga “delincuente” y se le enfrente feroz por haber detenido a su familiar político Héctor N. Por ser parte de una red nacional de huachicoleo que el gobierno federal comenzó a desmembrar.
Recordemos que cuando se le quiso investigar a él y a su familia por tener ex marinos armados para su protección y salieron a la luz los contratos públicos de Pemex que lo hicieron millonario de la noche a la mañana, el huasteco vomitó sandeces en contra de la autoridad de la que se dijo perseguido.
También dijo que no tení a miedo, por lo tanto tampoco tendrá miedo de “decirle sus verdades” a García Harfush ahora que arrestó a su familiar involucrado en el robo de hidrocarburos.
¡Enójate también huasteco! ¿O ya bajaste de nivel y, como ya se ha escrito, vas a enfilar tus arranques de ira públicos contra algún funcionario de tercer nivel de Lagunillas siguiendo tu estrepitosa ida a pique?
Al respecto se le podrá preguntar a la presidenta en la reciente anunciada visita que tendrá a tierras potosinas el próximo día 13 como parte de su gira a todos los estados con motivo de su primer informe.
En San Luis Potosí el huachicoleo une a personajes de la política aparentemente opositora hasta con los payasitos que estrenaron lo mismo tenis verdes que reloj fino.
Por cierto que un día antes de que venga la presidenta, el diputado Cuauhtli Badillo, rendirá informe del primer año legislativo en un lugar muy reducido ¿será para estar acorde con lo que se va a informar? ¿O para dejar afuera a mucha gente y que el lugar parezca abarrotado? (Por cierto que hoy lo agregamos a estas listas de difusión y es parte de nuestro Culto Público)
Me despido no sin antes compartirles El Atril de este día: ¿Siempre sí o siempre no al proyecto de presa Las Escobas?
Primero la CEA dijo que el proyecto de la presa se había cancelado por ser inviable; luego la presidenta Claudia Sheinbaum lo presumió como parte de sus logros en materia hídrica.
Ahora Conagua dice que no está cancelado, solo pospuesto. ¿Entonces…? Lo cierto es que la infraestructura hídrica es necesaria para la entidad, pero en el proceso se ha vuelto un acto de magia que aparece y desaparece de la agenda según la conveniencia.
El proyecto se ha contemplado desde 2009, pero si las cosas siguen así, pasarán más de 15 años en que la obra no vea la luz y seguirán sin decir realmente si se hará realidad o no.
Entre tanto, créame con reservas, pero si en el panorama hídrico potosino estábamos arrinconados en proyectos hidráulicos inviables o impagables, pronto nos daremos un chapuzón en un anuncio federal que nos dejará empapados de futuro en el tema.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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