#4 Tiempos
La accesibilidad: un puente indispensable | Columna de Germán Bautista
HABLEMOS DE DERECHOS
En diferentes momentos de estas entregas, se han hecho algunas referencias a la accesibilidad, desarrollando ideas y problemáticas alrededor de este concepto. Sin embargo, poco se ha dicho acerca de su significado y de la importancia que reviste este componente para lograr la materialización de los derechos consagrados en los instrumentos internacionales por las personas con discapacidad.
Existen cuatro grandes grupos de personas con discapacidad reconocidos en el artículo 1 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, estos son: personas con discapacidad física, intelectual, mental y sensorial. Sin embargo, vale aclarar que este artículo, de manera conjunta con el inciso e del preámbulo, reconoce también que la discapacidad como concepto no es estático y por tanto, está en constante cambio y evoluciona de acuerdo a diferentes cuestiones sociales.
La causa, el origen o lo que también hemos referido como “condición” es lo que en este caso, determina la denominación. NO obstante, se reitera la aclaración de que la discapacidad no es la condición, sino que ocurre cuando una persona, debido a sus características personales se enfrenta a barreras que limitan o impiden su participación e inclusión plenas y efectivas en la sociedad, mismas que pueden ser tangibles o intangibles, y que le colocan en desventaja respecto del resto de la población.
De manera general, las personas con discapacidad que forman parte de los grupos antes descritos, enfrentan colectivamente barreras parecidas. Así, quienes tienen dificultades para la movilidad convencional y que requieren de apoyos para el desplazamiento, comúnmente estarán afectados por la infraestructura ordinaria de los inmuebles, los espacios urbanos, la forma de algunos dispositivos, e incluso el transporte público. Ello genera que diariamente, sus actividades cotidianas se vean impedidas por la falta de accesibilidad física.
Las personas caracterizadas por una condición intelectual, a menudo enfrentarán barreras actitudinales y de acceso a la información. Pues como ya lo hemos desarrollado en otras entregas, es necesario que esta se presente en un lenguaje sencillo que permita su comprensión sin ambigüedades.
Las barreras que enfrentan las personas con discapacidad psicosocial, comprendidas en el grupo que la convención reconoce como discapacidad mental, están relacionadas principalmente con las actitudes sociales, basadas en los prejuicios, los estereotipos y la estigmatización de este colectivo. La manera adecuada de eliminar estas barreras, es a través de la concientización y la construcción de una cultura basada en el respeto a las diferencias y la aceptación de todas las personas independientemente de sus peculiaridades.
En el grupo de personas con discapacidad sensorial, encontramos dos subgrupos: personas con discapacidad visual y personas con discapacidad auditiva. Ambos grupos, enfrentan barreras relacionadas con la forma, contenido y modalidades en que se presenta la información.
De modo que, la información que de manera general se estructura sin contemplar subtítulos o interpretación de lengua de señas, se vuelve inaccesible para las personas Sordas, al igual que los textos. Del mismo modo, pensar que la atención telefónica o la información emitida a través de la radio responde a las necesidades de todas las personas es erróneo.
Las personas ciegas y con baja visión, pueden enfrentar barreras para disfrutar con efectividad los contenidos televisivos y el acceso a los textos impresos de manera convencional. También, cuando las computadoras, los teléfonos y otros dispositivos carecen de respuesta de voz, se vuelven inaccesibles para este grupo poblacional.
Dentro de estos grandes grupos, existen también personas con otras características y que a veces, suelen ser poco visibilizadas. Por ejemplo, personas con alguna condición sensorial y física, enfrentan una combinación de barreras que sin duda pueden acentuar sus desventajas.
El artículo 9 de la Convención alude a la obligación de hacer accesibles no sólo los espacios, sino también el transporte, la información, los bienes, productos y servicios para que sean usables por todas las personas. Incluso, tiene en cuenta las barreras actitudinales que también juegan en contra de las personas con discapacidad, y alude a la necesidad de generar cultura para abatirlas.
En su contenido, encontramos también referencias a los apoyos animales, tecnológicos y humanos para facilitar no sólo el desplazamiento, sino también el uso de las instalaciones por las personas con discapacidad, tanto en los espacios públicos como privados, y en los privados abiertos al público, con la máxima autonomía posible.
La adopción integral de la accesibilidad es necesaria e ineludible en el quehacer de las instancias públicas y privadas para reducir las barreras y eliminar las desventajas al máximo de lo posible a las personas con discapacidad. Debe garantizarse que lo que se ha denominado la “cadena de accesibilidad” esté completa, y para ello es necesario que cada institución gubernamental asuma su responsabilidad en esta materia.
Al ser una obligación derivada de la suscripción de un instrumento internacional en materia de derechos humanos, la observancia de la accesibilidad es obligatoria e inexcusable. No es negociable, no es una cuestión que esté supeditada a la existencia de recursos económicos en las instancias gubernamentales; tampoco es un requisito de aplicación progresiva, sino todo lo contrario.
Las personas con discapacidad deben saber que además de una obligación para los gobiernos, la accesibilidad es un derecho y como tal, es exigible por medios legales.
De acuerdo a la Observación General No. 2 sobre accesibilidad, al ser ésta un puente indispensable para la realización y disfrute de los derechos de las personas con discapacidad, es incluso una obligación que debe ser adecuadamente prevista por los gobiernos en su quehacer público, para no dejar a nadie atrás, para no dejar a nadie afuera.
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#4 Tiempos
Monólogo del hijo único | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
(Hace poco, en mi oficina, escuchaba el monólogo de un hombre solo –quiero decir, solitario-. Ahora lo transcribo entero, aunque agregándole unas cuantas citas tomadas de la literatura para demostrar que la suya no es una experiencia asilada, sino el sentir de muchas personas que, por la razón que sea, debieron vivir de pequeños sin otra compañía que la que se forjaron en su imaginación).
«La familia pequeña vive mejor». Hace treinta años la radio no dejaba de decir cosas como ésta, y claro, nuestros padres se lo creyeron. ¿En qué sentido vive mejor la familia pequeña? ¿En el sentido de que, como se dice en el rancho, entre menos burros más olotes?
Yo, que soy hijo único, siento hoy una gran nostalgia por los hermanos que nunca tuve. Con ellos cerca de mí, acaso mi vida no sería tan solitaria. Pero desde muy pequeño me acostumbré a reír solo, a hablar solo y a jugar con la única compañía con la que podía contar: yo mismo. ¿Hay algo más triste que un niño que, mientras arma un rompecabezas –un puzzle, según lo llaman hoy– habla en voz alta cual si todos sus amigos estuvieran allí armándolo con él? «Mira, dice el niño, aquí embona la pieza. No, no, ésta no va aquí», etcétera. ¿Con quién habla? Con nadie; quiero decir, con el aire, con su sombra.
Lo triste del asunto es que luego este niño se acostumbra a hablar solo, cosa que más tarde hará incluso en la calle, suscitando miradas si no recriminatorias, sí por lo menos de admiración o, en el peor de los casos, de lástima.
–¡Qué chico más serio! –decían las visitas que llegaban a mi casa mientras contemplaban mis ojos melancólicos. Y yo les sonreía con dolor tratándoles de explicar con mi mirada que lo mío no era precisamente seriedad, sino tristeza.
Un niño necesita más hermanos que juguetes. Esto es lo que me digo ahora que termino de leer el bellísimo relato de William Styron (1925-2006) titulado Una mañana en la costa. En él aparece también un hijo único que no se resigna a serlo y que ve con envidia a las familias de su entorno inmediato, tan llenas de hijos, en un pueblo de Virginia; el muchacho se llama Paul Whitehurst y… Pero permítame usted leerle la página entera:
«En la semipenumbra, mis ojos recorrieron la estancia, el reducido espacio de la habitación de un hijo único, pequeña y ordenada con aquella posesiva sensación de tenerlo todo en su sitio, sin la molesta presencia de los hermanos y hermanas que durante tantos años había ansiado tener y que ahora, en mi desolación, ansiaba tener con un dolor muy especial».
Antes de continuar, estimado padre, quizá convenga decir que la madre de Paul está agonizando en la habitación de a lado cuando él se dice a sí mismo estas cosas; muere de cáncer, y él no tiene a quien agarrarse para soportar su dolor. Una vez aclarado esto, volvamos a nuestro relato:
«En el pueblo había muchos niños. Era un lugar y una época de tendencias prolíficas y las casas del pueblo, a pesar de lo pequeñas que parecían, estaban llenas de familias numerosas y todos mis amigos tenían hermanos a quienes yo envidiaba por el simple hecho de existir…, espléndidos hermanos mayores y delicadas hermanas menores; incluso me hubiera encantado mimar y proteger a los pequeños mocosos que constituían el último eslabón de la cadena familiar.
Una vez que la hija de un vecino murió a causa de una caída de caballo, pude ver la desbordante fuente de amor y consuelo que surgió del corazón de la familia, hermanos y hermanas abrazándose y besándose como si el dolor se pudiera aliviar con el simple contacto de una carne de origen común.
Durante varias noches los hermanos dormían juntos en una sola cama, abrazados los unos a los otros para que ni siquiera el sueño pudiera separarlos en su aflicción. Yo, en cambio, me sentía tan solo en mi dormitorio como en una mazmorra. El calor era asfixiante y yo jadeaba como un pez en la oscuridad».
¿No es bella esta página? En ella está dicho todo. Un niño que tiene hermanos es fuerte para soportar cualquier prueba de la vida: le basta, en efecto, con colgarse al cuello de de uno de ellos y echarse a llorar hasta que la fuente de las lágrimas se seque y todo vuelva a comenzar.
Pero, ¿en el hombro de quién se llora cuando los hermanos no existen? ¡Respóndame usted!
Tener hermanos es poder decir: «Pase lo que pase, yo no estoy solo». En los momentos de aflicción yo no he podido ir a la recámara de un hermano y acostarme a su lado, así, en silencio, sólo para sentir el calor de un cuerpo que no me va a rechazar, de una piel que no me sentiría culpable de tocar.
Desde que alguien se puso a decir que la familia pequeña vive mejor, los hijos son vistos como unos advenedizos que lo único que vienen a hacer en este mundo es a robarles a sus padres libertad, dinero, sueño y comodidad.
A los que piensan que la familia pequeña vive mejor, yo querría repetirles lo que una vez, en un libro autobiográfico, escribió el gran historiador francés Pierre Chaunu (1923-2009):
«La infancia sola con adultos es triste. El único regalo válido que se le puede hacer a un niño es el de darle hermanos y hermanas».
Y continúa: «No se recalcará jamás bastante el papel de la fratría. Me basta comparar este recuerdo con el espectáculo que me ofrecen cotidianamente mis hijos. Yo no he conocido la fratría. Huérfano de madre a los nueve meses, recogido por un matrimonio cuadragenario, sin hijos, una tía y un tío político, he tenido una pequeña infancia feliz, pero una infancia que no me preparaba para el encuentro con los otros».
¿Lo ve usted? Son los otros, los hermanos, quienes nos van enseñando, paso a paso y golpe a golpe, como dice la canción, el difícil arte de vivir.
Nunca es fácil vivir con ellos, pero sin ellos todo es más difícil.
No sé, tal vez los hermanos existan para colgarse de su cuello en los momentos de duelo; para no estar solos mientras papá y mamá salen de casa, como los antiguos cazadores y recolectores, para traer de fuera algo que comer.
¿Esto que digo le parece absurdo? Si es así, piénselo un poco y al final respóndame…
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#4 Tiempos
Redefinir lo perdido y pelear lo que resta | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Este sábado San Luis se mide ante Pachuca en casa, con la presión de reponerse del puñetazo emocional que fue la derrota frente al América, no por los puntos que también pesan, sino por lo que se dejó ir en el Alfonso Lastras, un equipo que jugó bien, dominó metros, buscó, insistió y que no merecía irse con las manos vacías, hasta que un error al 89′ lo condenó. Esa herida aún palpita.
San Luis mostró un nivel prometedor frente a las Águilas, recuperación en posesión, agresividad por las bandas, un mediocampo que intentó abrir la cerradura americanista. No fue perfecto, hubo imprecisiones, como siempre, pero se vio un conjunto que entiende qué quiere ser. El gol de Zendejas al minuto 89, un recorte dentro del área aprovechando el momento de desconcierto tras un mal despeje de Andrés Sánchez en la salida del equipo, fue doloroso porque llegó cuando parecía que al menos arrancarían un empate justo.
Ahora Pachuca aparece tres días después, un rival de exigencia alta, curtido en estas luchas, que rara vez regala espacios. Para San Luis, este partido será una prueba de si aquella derrota frente al América fue un tropiezo fortuito o el síntoma de algo más profundo, de debilidad mental en últimos minutos, de nervios, de detalles que terminan costando caro.
Son varios los frentes que deben revisarse. La concentración hasta el último segundo, no basta jugar bien 80 minutos si al final te cae un gol evitable. San Luis tiene que aprender a sostener la estructura bajo presión, aun cuando el adversario suba la intensidad.
Valorar el balón en campo contrario, en el duelo contra América hubo fases en las que la posesión fue potosina, pero faltó aprovechar, decidir, definir. Ante Pachuca no habrá tanto margen de error en esos momentos, la puntería debe acompañar.
Mentalidad de empate como punto de partida, si bien ganar en casa es la exigencia, rescatar algo ante un grande puede funcionar como trampolín. Salir con la convicción de que al menos no pueden golearte, que debes imponerte en tu cancha.
Pachuca llega con el cartel de equipo serio, con ambición de salir del problema en el que está metido, un equipo que no está acostumbrado a pelear la zona baja. Mientras que San Luis no puede seguir mostrando dudas cada partido, desde aquí ya todos los juegos se transforman en una final si es que aspira a Liguilla o al menos a dejar una imagen respetable. Este sábado no será la excepción.
San Luis tiene ante Pachuca una oportunidad de redención, de demostrar que lo visto ante América y Santos no fue flor de un día, sino el indicio de algo mejor. Si comete el mismo error del minuto 89, si deja que se escape la recompensa cuando parecía merecerla, entonces no servirá de nada haber jugado bien. Porque en el fútbol, como en la vida, lo que se deja escapar al filo es lo que termina definiendo la historia que cuentan al final.
También lee: Más que un torneo, un paso a la igualdad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
#4 Tiempos
El canino úrsido de Luis Ortuño y acompañantes | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Culto Público, hijos del histrionismo:
Se solicita a todos Ustedes un reflector por el amor de Dios, un foquito aunque sea, o de plano: ¿no traen un like que les sobre y que no afecte a su economía social?
La petición es para Luis Gerardo Ortuño Díaz Infante, presidente de Coparmex y Coordinador de la Alianza Empresarial Potosina, que al parecer padece un caso severo de THP (Trastorno Histriónico de la Personalidad) una triste afección que se caracteriza por tener una necesidad generalizada de atención.
Guiado por esta tendencia constante de querer ser el bautizado en los bautizos, la novia en las bodas, y el muerto en los funerales, el líder coparmexano, mandó hace unos días un discreto WhatsApp (de esos que luego de un ratito se borran) a varios representantes de cámaras empresariales para invitarlos a una visita a la Cámara de Diputados en San Lázaro.
El objetivo, la agenda, el orden del día o los temas a tratar, y con quién tratarlos, se omitieron.
Más que una invitación formal para que una representación empresarial de un estado acudiera a cuestionar, tender puentes o tomar acuerdos con los legisladores federales, pareció una invitación más del estilo “vamos a ver a quien vemos… va a estar padre”, y ya.
Hubiera sido lo mismo (o incluso más divertido y rentable) que Wicho Ortuño, los hubiera invitado a Six Flags porque lo que es a la cámara, no fueron a nada.
¿De qué sirvió a Imelda Elizalde de Canacintra, Leopoldo Stevens de CMIC, Rodrigo Sánchez de IPAC, y a otros menos importantes, acudir, sin una agenda clara a San Lázaro?
¿En qué pueden ayudar a San Luis los diputados Gerardo Villarreal de Durango, Ernesto Núñez Aguilar de Michoacán, Héctor Téllez de la CDMX?
Por lo que se sabe, los legisladores arriba mencionados ni conocían a los invitados de Ortuño Díaz Infante, y menos sabían a qué iban (además de la foto). Por pura cortesía les dieron un “Hola cómo están, mucho gusto, sean felices”.
Que canino úrsido (por no decir que perro oso).
El grupo de empresarios, pastoreados por Ortuño, saludaron también a Gabino Morales de Morena y a David Azuara del PAN y eso porque se los encontraron de puritita casualidad.
También presumieron reunión con el ex alcalde de Oaxaca, Carol Antonio Altamirano, hoy presidente de la Comisión de Hacienda (¿algún favorcito especial?).
De la fracción Verde se reunieron solo con el diputado de Querétaro, Ricardo Astudillo , de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública.
¿Y a los diputados federales potosinos? Ni invitación, ni convocatoria y ni el saludo (ni en el avión).
¿De qué sirve que el diputado federal, Juan Carlos Valladares haya presentado iniciativas enfocadas en el fortalecimiento empresarial como la de los retenes, el abasto económico, el nearshoring, fomento de Pymes y otras?
Pues al parecer, para el pastorcillo y los pastoreados empresariales, para nada, muchas gracias. (Dicen que hay un lugar especial en “cazo mocho” para los malagradecidos).
¿De qué sirve que en los eventos locales, informes de gobierno, inauguraciones de infraestructura y sus aburridísimos eventos camerales inviten a los diputados potosinos y declaren en idioma tapete a favor del gobernador y los legisladores, si en los hechos los ningunean, los grillan y hasta los traicionan?
En fin. Así son los representantes camerales potosinos (que no todos), una vez más usando la Amex para ir a pedir ayuditas o rebajas a Hacienda, tomándose la foto, saludando a desconocidos, ignorando a los de casa (aplicaron el “potosinazo”) y en pocas palabras haciendo el ridículo.
Liosos en casa, figurosos en San Lázaro.
Me imaginé a Wicho Ortuño tarareando aquella canción de Gloria Trevi:
Y todos me miran, me miran, me miran
Porque hago lo que pocos se atreverán
Y todos me miran, me miran, me miran
Algunos con envidia pero al final, pero al final
Pero al final, todos me amarán…
Ojalá las heridas de apego no sean contagiosas en el amplio empresariado potosino, ese que sí produce, esos que no piden favores, esos que no les gusta andar de tapetes y ese que no necesita de representantes con poco quehacer.
Yo soy Jorge Saldaña
Hasta la próxima.
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