#Si Sostenido
Entre presidentes y relojes | Crónica de Eden Martínez
Funambulista
Este pasado viernes 24 de mayo, Andrés Manuel López Obrador vino de visita a San Luis Potosí como parte de la gira promocional de los Programas Integrales de Bienestar (ayuda económica a adultos mayores, personas con discapacidad y a jóvenes). En cuanto me enteré de que vendría —unos cuantos días antes—decidí asistir, con un poco de fuerza de voluntad porque, aunque en general soy partidario de la 4T, siempre he evitado los eventos multitudinarios.
Llegado el momento volví a considerar la situación, y como según yo estaba tan cansado de escribir la tesis —lo que es mentira, porque casi no llevo nada— me convencí de que era justificación suficiente para no ir. ¿Al cabo que qué? Ni que fuera tan importante. Y en realidad quizás no lo era, los presidentes van y vienen a ciudades, pueblos y hasta ranchos. El hecho de que yo tenga afinidad política por éste en especial no lo hace diferente de los demás. ¿O sí? AMLO es un presidente de contrastes, sin puntos medios, o bien se convierte en el verdadero profeta de la transición democrática, o bien nos lleva a la ruina, al menos así está de dividida la opinión pública. ¿Además yo qué sé?
Finalmente, las ganas de presenciar algo espectacular, algo memorable, me llevaron a estar ahí —la verdad es que ayudó mucho recordar que necesitaba ir al centro por una correa nueva para mi reloj—, puntualmente, a las 5:30. “Tanta gente solo pa’ver al pinche viejillo, no manches, solo para ver a ese pinche viejillo”, fue lo primero que escuché, caminando por Damián Carmona y a punto de llegar a Fundadores. Lo dijo una adolescente con tenis deportivos brillosos, acompañada de otra adolescente con una playera también brillosa. Ambas iban en dirección contraria del alboroto y parecían morirse de risa.
Justo después de escucharlas me di cuenta de que el pinche viejillo estaba caminando a unos pasos de mí. Yo no veía nada, pero la gente comenzó a amontonarse a velocidades escandalosas entre gritos de “¡presidente!¡presidente!”. Manos y más manos, brazos extendidos con la esperanza de que aquel señor de pelo cano hiciera contacto con ellos por un instante, hasta se los juro que lo vi en cámara lenta. Era el momento, saqué mi cámara, “chick, chick”, ya está, creo que tengo una buena foto del viejillo.
Cuando di la vuelta advertí que, por ahí, detrás, empequeñecidos, venían también el gobernador y el presidente municipal, Carreras y Nava, seguidos de cerca por un sonriente Gabino Morales —su sonrisa me recordó a una criatura zoomorfa de ficción, pero no quiero faltarle el respeto al superdelegado—, quién por lo demás, está ocasión no se vio muy apapachado por el señor presidente.
La gente era mucha en esa sección de la plaza, no pude pasar. Así que, ya entrado en mi papel de cronista de la vida pública de esta mi ciudad, corrí por Mariano Arista, doblé a la derecha en Ignacio Allende y luego otra vez a la derecha en Álvaro Obregón. Mientras me acercaba a la plaza por ese lado de la calle, mucho más despejado que por la Biblioteca Central, algunos hombres dentro de la multitud abultada frente al Edificio Central de la UASLP comenzaron a gritarme “¡Tómanos una foto güero!”, “¡Una foto güerito!”, y pues les tomé una foto.
Cuando tienes una cámara más o menos decente sientes que tienes la responsabilidad de capturar algo importante, que no se vea muy a menudo. Me subí a la plataforma de Fundadores con esa esperanza, pero me encontré con una muralla de cabezas, unas con sombrero —eran las peores porque tapaban más— y otras con cachuchas o sin nada. “¡Agua, agua, aquí hay agua!” gritaban unas personas que llevaban bolsitas del vital liquido para repartir a la multitud. “¡Acá queremos agua, tráiganos pa’ca!”. Estaba a punto de irritarme bastante. Yo no había salido de mi casa nada más para ver personas estorbosas, yo venía a ver al presidente. Caminé unos metros más, cuerpos por aquí y por allá, voces de todos los tonos: “A la gente rica, a esa que tiene dinero, pos le da vergüenza pedir que le den despensa, pero a uno pobre no, a mí no me da pena pedir, que les de pena a ellos” dijo una señora de unos 60 años que llevaba un rebozo. Otra gritaba “¡Pinche Nava, renuncia pinche Nava!”, mientras sorbía de su popote de agua en bolsa.
Por fin logré llegar a una posición de la plaza más o menos aceptable, y aunque todavía había personas estorbosas ya podía enfocar el estrado y la parte inferior parándome de puntitas. “Ya chingué”, pensé. Pero me estaba adelantando, en cuanto el señor López comenzó a llegar a la tarima la gente se alebrestó, y las manos y los codos y los sombreros comenzaron a amontonarse de nuevo y de una forma aún más sorprendente que las anteriores. Con todo, mi peor enemigo fue un camarógrafo arriba de lo que parecía un banco gigante. Momentos antes de que AMLO apareciera la multitud comenzó a gritar “¡Fuera Nava!, ¡Fuera Nava!”, y me pareció irónico que esa fuera la consigna, cuando probablemente unos cuarenta años atrás la ciudad gritaba exactamente todo lo contrario.
Como no soy muy bueno narrando discursos públicos, y como de todas formas pueden encontrar todo lo que el presidente dijo en cualquier periódico local o nacional, voy a resumirles mis impresiones: Una voz de comercial de televisión presentó al presidente, al gobernador, al presidente municipal y a…¿¡Ricardo Gallardo!? —nadie mencionó a Gabino, lo que junto a lo anterior dice bastante—. Abucheos a Carreras, abucheos aún peores a Nava. Se pidió un minuto de silencio en honor a los fallecidos en el accidente de helicóptero de los brigadistas que combatían el incendio forestal de Valle Verde, pero al parecer es más importante para los potosinos gritar en voz alta las cosas que quieren y las que no quieren justo cuando es el peor momento para hacerlo. El presidente habló, la turba exigió. El presidente volvió a hablar, y la turba se calmó, sedada por esa extraña habilidad de AMLO para persuadir, ese extraordinario poder de convencimiento que tiene el efecto de un masaje en la espalda.
No me gusta esperar a que las cosas se terminen y nunca me despido cuando me voy de las fiestas, así que cuando me di cuenta de que el evento estaba por terminar, decidí retirarme—no sin antes comprar una taza con el presidente sonriente impreso en ella—. Además, tenía que pasar por la correa de mi reloj.
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#4 Tiempos
Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam
VOLUTA
En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?
Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?
Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:
¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.
Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.
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#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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