#4 Tiempos
El impacto de la discapacidad | Columna de Germán Bautista
HABLEMOS DE DERECHOS
Hace algunos días, tuve la oportunidad de atender una llamada telefónica de una madre con un niño con discapacidad hizo a la institución en la que laboro; solicitaba que se le recomendara alguna escuela para personas ciegas, donde pudiesen atender a su pequeño de cinco años. Estaba dispuesta a asumir el costo de trasladarse a la Ciudad de México buscando su educación.
La llamada me generó muchos sentimientos encontrados, porque como lo refería en la entrega pasada, se supone que hemos avanzado. Mientras afligida me compartía sus dudas, en mi mente experimentaba:
Identidad. Porque soy padre de una niña ciega en edad preescolar.
Recuerdos. Porque tuve qué dejar el lugar donde nací para educarme en una escuela especial en la ciudad capital del estado de San Luis Potosí.
Cuestionamientos. Porque se supone que hemos logrado el reconocimiento de nuestros derechos, tenemos ahora tecnologías y acceso a la información, y las dudas que le escuchaba, eran muy parecidas a las que teníamos hace treinta años, cuando no había ni leyes pro inclusión, ni una Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.
Emoción. Porque desde mi experiencia como persona ciega, y ahora como padre, pude compartirle algunos consejos para que desde el entorno familiar, llevara a cabo para fortalecer el desarrollo social y educativo de su hijo.
Su caso me hizo recordar el intento que hicimos hace poco más de un año, cuando mi esposa y yo buscamos una guardería para nuestra bebé. Encontramos una institución privada con un equipo interdisciplinario de personal con conocimientos en psicología, pedagogía y trabajo social que aplicaba metodologías combinadas centradas en las niñas y los niños, buscando su máximo desarrollo. Sin embargo, aunque lo expresaron de manera muy educada, pude identificar entre líneas la pregunta: ¿Y con ella cómo le vamos a hacer?
Explicamos que si el maestro o maestra de educación física les pedía correr a los niños por ejemplo, tenía que asegurarse que no hubiese obstáculos, previo al reconocimiento del área por nuestra nena, o bien, con apoyo entre pares, los niños podían correr de la mano con ella. Comentamos también que en temas de motricidad gruesa y fina, en la que los niños dibujaran o hicieran referencias a formas o colores, a ella debía explicársele con olores y otros elementos para que eso no escapara a su comprensión. En fin, terminamos compartiéndoles las técnicas que treinta años atrás, sin pedagogía, sin metodologías combinadas y con mucho sentido común, aplicó mi familia sin estudios en mi caso.
Lógicamente, nuestra nena no se quedó en esa escuela.
Luego encontramos, a una cuadra del lugar donde vivimos, una institución pública para el trabajo temprano con niñas y niños, donde nos sorprendió darnos cuenta de que no se tenía ese temor a cómo trabajar con una niña con discapacidad visual. Sólo papelería y preguntas sobre los cuidados por su diagnóstico y listo.
En una de las ciudades más grandes del mundo, mi esposa y yo nos encontramos con dos ejemplos contrastantes sobre lo que ya sostenía en la columna pasada. Avanzamos de manera intermitente, y todavía podemos escuchar y sentir los ecos de los temores que nos han perseguido históricamente.
Para cerrar esta columna, me gustaría recomendar ampliamente una pequeña guía que tuve la oportunidad de leer. Fue elaborada por el colectivo “educación Especial hoy” y considero que lo que en ella se plasma, puede ser de gran utilidad para orientar a madres y padres en el trato y educación de sus hijas e hijos con discapacidad.
Aquí la liga: https://drive.google.com/file/d/1WWHqzb8p7QN_-EL8sEkBeruvs-tNMcp7/view?usp=drivesdk
Aprovecho este espacio para trasmitir a las madres y padres de familia que nuestras hijas e hijos son parte de este mundo; como en todo ser humano, lo único que les hace diferentes son sus características personales. A veces, la forma de desplazarse, la forma de allegarse información, el tiempo que se requiere para comprender algunas cosas, el tiempo que quizá se vaya a requerir para realizar algunas otras, eso puede ser un tanto distinto.
Sin ánimo de romantizar, el amor y el sentido común pueden ayudarnos a resolver muchas cosas; en muchos otros casos, ahora tenemos tecnologías e internet para buscar información.
Finalmente, comparto con las educadoras y educadores, así como con las madres y padres de familia una frase de Goethe que hace algunos años conocí a través del escritor Alex Rovira:
“Trata a un ser humano como lo que es y seguirá siendo lo que es; pero trátalo como puede llegar a ser, y sin duda se convertirá en lo que está llamado a ser”.
También lee: El Intermitente camino hacia la Inclusión | Columna de Germán Bautista
#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
También lee: Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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