#4 Tiempos
Allende | Columna de Víctor Meade C.

SIGAMOS DERECHO.
Allende es una ciudad pequeña perteneciente al estado de Coahuila. Está localizada en la región de “los 5 manantiales”, colinda al norte con Piedras Negras y se encuentra a unos 55 kilómetros de la frontera con Estados Unidos. Según el censo de este año, Allende tiene una población de un poco más de 20 mil habitantes. Han sido gobernados por el PRI desde 1939, salvo en un par de ocasiones que hubo alternancia con el PAN.
Allende es, también, uno de los lugares en donde se desenvolvió una masacre llevada a cabo por los Zetas en 2011, durante los tiempos más álgidos de la guerra contra el narco impulsada por Calderón. Fue una masacre que cobró cientos de vidas, aunque realmente no se conoce el número exacto. Los responsables materiales también destruyeron decenas de casas y saquearon otro tanto. El motivo, según han explicado las obras de periodismo de investigación que han recabado testimonios sobre el tema, se debió a que la Unidad de Investigaciones Sensibles de la Policía Federal filtró información a los Zetas. Acto seguido, este grupo criminal armó a los internos del penal de Piedras Negras —que funcionaba como su principal base de operaciones— y los sacó en decenas de camionetas para perpetrar estos terribles hechos.
Por si lo anterior no fuere lo suficientemente indignante, otra de las trágicas particularidades que tuvo esta masacre fue el silencio ensordecedor en torno al tema; nadie habló de estos hechos en años. Fue hasta que se comenzaron a publicar investigaciones periodísticas sobre la masacre que hubo unas cuantas personas que se enteraron de estos sucesos, sin embargo, el peor de los silencios vino por parte del Estado mexicano.
Ahora, esta historia adquirió gran notoriedad por la serie Somos, producida y estrenada por Netflix a finales de junio. En seis capítulos, Somos intenta contar historias de la vida cotidiana de las y los pobladores de Allende y desarrollarles a ellos, sus pobladores, como los personajes principales de la serie. No hay nadie que destaque en particular, el personaje principal es el pueblo de Allende. Sus escritores partieron de la premisa de contar una historia que no glorificara a los narcotraficantes —como se ha hecho costumbre en las series de este tipo—, sino que les muestra con la brutalidad y crueldad que les es propia. Si bien es cierto que la serie incurre en varias imprecisiones (Jacobo Dayán, docente e investigador experto en Derechos Humanos, las explica de manera muy clara y sucinta en: https://www.animalpolitico.com/nunca-mas/somos-varias-precisiones-serie-netflix/), una de las cosas que Somos hace muy bien es darle atención a un asunto que era del conocimiento de muy pocos. La serie llega a la discusión en un momento en donde con particular insistencia se habla del muy acotado derecho al acceso a la justicia y, sobre todo, del derecho a la verdad.
El derecho a la verdad, estrechamente ligado al derecho de acceso a la justicia y al derecho a la reparación integral del daño , consiste en el derecho que tienen las víctimas de crímenes y violaciones graves a conocer con certeza los hechos, los autores y las causas de dicho abuso. La titularidad de este derecho estuvo considerada en un principio para las víctimas que sobrevivieron a su crimen, pero también para los familiares de aquellas víctimas que no vivieron para exigirlo. El desarrollo teórico y práctico que se le ha dado en los tribunales ha extendido el alcance y la titularidad de este derecho a la sociedad en su conjunto, pues hay crímenes de tal magnitud que representan una ofensa grave para todas y todos los individuos que la integran. La garantía de este derecho se obtiene mediante mecanismos eficaces e imparciales de investigación por parte de órganos del Estado, en donde esté siempre asegurado el derecho que tienen las víctimas y sus familiares a participar en dichos procesos de búsqueda de certezas. La verdad, entonces, deberá de ser construida y analizada de tal manera que esos hechos se entiendan como aislados o como parte de un contexto político, histórico, jurídico y social, en donde las causas deben ser atendidas en su conjunto para garantizar la no repetición de esos sucesos.
Las sociedades no pueden caminar con firmeza si no conocen su historia. La verdad es la tinta indeleble con que la colectividad escribe la historia que les da identidad y rumbo. Para ser legítima, la historia de la colectividad tendrá que ser, invariablemente, aceptada y reconocida por todos y todas; no solamente por quienes la cuentan desde la opacidad del poder. La exigencia de conocer la verdad en este país es de tal magnitud que se percibe como una deuda histórica distinta a las demás. Somos nos recuerda con mucha lucidez que la violencia y brutalidad de unos, y la incompetencia y omisiones de otros, no pueden seguir normalizándose como lo cotidiano y, por ende, como lo verdadero en la historia que nos contamos a nosotros mismos. Con todo, tampoco debemos aceptar que nuestras fuentes de memoria sean producciones de televisión aisladas y contadas desde la perspectiva del director o directora. Mucho menos podemos aceptar que desde el poder afirmen que “esas cosas ya no pasan” y que “ya no hay masacres”. ¿Cuántos otros Allendes han sucedido y no conocemos? ¿Cuántos otros Allendes nunca conoceremos?
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#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
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#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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