diciembre 13, 2025

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Absurdos del Ceart en tiempos de la “administradora” de la Cultura |Columna de Jorge Saldaña

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TERCERA LLAMADA.

No me decido a decir si Elizabeth Torres por su perfil de administradora ha resultado pésima secretaria de Cultura, o si en su cargo como secretaria de Cultura, ha resultado ser una pésima administradora. No, no me decido.

La señora, que se ha dedicado a justificar ante el gobernador las críticas en su contra como viles “chismes” y “mala fe”, en últimas fechas también amenazado con sacar su “vena periodística” y ha soltado fuerte y despacito, que pronto “publicará las verdades” de los reporteros y columnistas que hablamos sobre su desempeño.

Entonces ya entendí menos, Culto Público, ¿la secretaria de Cultura del estado es administradora, o periodista o funcionaria?

No dudo que pronto surjan en las páginas anónimas (que malamente ellos les dicen “medios”) que ella y algunos de sus familiares crearon y sostuvieron holgadamente gracias a los presupuestos que les asignó la llamada “Herencia Maldita”, e incluso los recursos a manos llenas que les entregó el ex alcalde de triste memoria y hoy inhabilitado por corrupto, Xavier Nava Palacios, un “contraataque” del que seguro no estará exento el que esto escribe. (Ando con un pendiente que nomás vieran…).

La señora Torres, en lugar de desperdiciar el tiempo que le pagamos todos los potosinos para fungir como titular de una Secretaría de Estado, en andar armando chismes, contratar a “viene y traes” y andar persiguiendo al gobernador para explicar sus incompetencias, debería ponerse a trabajar y, por lo menos, poner orden en la dependencia que le encomendaron.

Ayer, un colectivo de artistas ya desesperados, se tuvieron que quejar a través de las redes sociales con el propio mandatario Gallardo, a quien cuestionaron la excesiva tardanza en el proceso de sus pagos por los servicios prestados durante la celebración de Xantolo en tu Ciudad, que tuvo lugar en octubre del año pasado y que –hay que decirlo- tuvo un lucimiento local y nacional de una tradición que por primera vez se reprodujo para disfrute estético y cultural a todos los potosinos.

Ese sí fue un evento magnífico, que se le reconoció al gobierno del estado, no obstante a esos artistas simplemente es fecha que no se les ha pagado. Personalmente el mandatario se comprometió a tomar cartas en el asunto, luego entonces…¿para qué quiere el jefe del Ejecutivo a una secretaria de Cultura? ¿También quiere la señora Torres que el gobernador abra en las mañanas los museos? ¿Elabore la agenda cultural de todos los espacios? ¿Reciba las facturas y conteste los teléfonos?

En contraste, y esto es lo que ofende, en el Centro de Las Artes ya durante la gestión de la señora administradora Torres, se ha mantenido a 78 burócratas de los cuales por lo menos 70 son administrativos, auxiliares administrativos, choferes, secretarias, encargadas de conmutador, contadores, asistentes de área, media docena de jefes de mantenimiento y servicios generales, responsables de recursos financieros con tres respectivos auxiliares, un titular de “obligaciones fiscales”, un integrador de archivos, directores de “atención al público”, un titular de comunicación social (del que jamás se ha escuchado hablar ni se le conoce en el gremio) y una directora de “difusión” que al parecer hace lo mismo que el de comunicación social pero gana un poco más, dos responsables del Teatro Polivalente y una cuadrilla de “apoyos administrativos”.

De toda esta lista (son 78 en total) se restan a 8 personas, a los que se les otorga el beneficio de la duda porque al menos oficialmente son titulares de unidades académicas en temas de artes visuales, literatura, música, artes escénicas y divulgación artística.

Los sueldos de todos los “administrativos”, “intendentes” y auxiliares, varían desde los 8 mil hasta los 26 mil pesos.

Los sueldos de los titulares de unidades que, en teoría sí tienen que ver con las actividades artísticas de un Centro Artístico como el que tenemos todos los potosinos, rondan entre los 23 y los 32 mil pesos.

¿Y los maestros?

En manos de este aprendiz de reportero, obra también una copia de una lista de 50 maestros del Ceart divididos en tres grupos: música, artes escénicas y artes visuales, entre los que las incoherencias y los absurdos brotan a la vista, por ejemplo: a un maestro de violín le pagan 2 mil pesos mensuales, pero a otro maestro de violín, por las mismas horas clase, la Secretaría le tiene asignado un sueldo de 22 mil… inexplicable diferencia si se considera que hay tabuladores asignados e inamovibles.

Llama la atención también que hay “maestros” que cobran, por ejemplo, por c lases de “Batería de jazz” un sueldo de poco más de 10 mil pesos, pero al mismo tiempo, cobra otro sueldo de 4 mil como maestro de “Ensambles de Jazz B”. ¿Dos sueldos en la misma dependencia a la misma persona?

Entiendo que existan diferencias en los métodos, los tiempos y las formas, además soy un profundo creyente que en que no se puede “regatear” o mucho menos “tabular” el talento de los artistas

, no obstante, son pagados por dinero público y por un principio de orden mínimo, no podrían los maestros “dobletear”, o cobrar un sueldo por cada grupo, como también se hace evidente en los documentos en manos de este tecleador.

El más demencial e incongruente asunto es que, comparando las dos listas, salta a la vista que, por ejemplo, un intendente, que seguramente es ducho y hábil con la escoba y el trapeador, gana 7 veces más que un maestro de saxofón.

Digo, ambos trabajos honorables y siempre respetables pero, ¿de verdad se necesita pagar 7 veces más el talento para barrer la piedra del Ceart que para acariciar el cuello, el cuerpo, las llaves, resoplar el pin de octavas de tan enigmático y profundo instrumento de viento como el sax?

¿En qué universo es justo que una persona que solo maneja las teclas de un teléfono y responde a un conmutador gane mucho, pero mucho más, que un maestro del piano que tono a tono y octava a octava puede entonar y detonar emociones catárticas?

Inverosímil que en pagar el sueldo de casi 70 administrativos sobrevalorados y 50 músicos subestimados y “dobleteros”, el estado gaste al año más de 20 millones de pesos.

Con razón no hay para apoyar a una sola obra de teatro… El recurso se gasta en los dos encargados de un foro vacío.

Con razón no hay presupuesto para audiciones permanentes de nuevos talentos musicales… el gasto se va en mantener a un batallón de intendentes.

Con razón no se puede invitar a ningún autor nacional o extranjero a exponer su obra literaria… el presupuesto se va en pagar a media docena de auxiliares administrativos.

Da coraje, sí, y ya no pueden culpar a la “Herencia Maldita”. La señora administradora sabe de todas estas irregularidades, de esta pesada nómina, de los absurdos inverosímiles del Centro de las Artes desde hace más de 4 meses y 13 días.

¿Por qué no ha hecho nada al respecto?

Ah, quizás porque ella piensa que donde manda marinero se puede grillar al capitán, y está mas preocupada por llevar la contraria al gobernador del estado, Ricardo Gallardo, para poder sostener por encima de lo que sea a los 12 titulares de los 14 museos (uno acéfalo por cierto y hasta cerrado) que existen en nuestro estado.

De verdad no me decido: ¿Tenemos a la peor secretaria de Cultura porque es mala administradora, o tenemos a la peor de las administradoras como titular de la secretaría? Usted digame.

BEMOLES

LOS MC

Hay mucho que hablar sobre los últimos movimientos de MC, joya de la corona en la que muchos creen y sueñan tener en sus manos. Las últimas novedades son la integración del senador panista Marco Gama a uno de los “bloques” de interesados en llevar las riendas de ese instituto político, la participación activa de Jorge Lozano Soto en las negociaciones, lo mismo que los rumores sobre la llegada de Josefina Salazar al mismo y media centena de firmantes de un denso, mal redactado e inexplicable desplegado que publicaron hace días entre los que se encuentran de plano muchos impresentables “abajo firmantes”.

No obstante será con el tiempo en el que vuelva a escribir sobre ellos, todos han resultado unas “divas” sin opera que ensayar, miedosos para declarar y todos tienen algo en común que repiten como guión “yo no quiero encabezar” pffff, ahí cuando se decidan nos avisan, ojalá que antes del 2024.

TESORERÍA MILITAR

Desde aquí una sincera felicitación a la cancha de la Tesorería municipal de la capital por su labor. Son minuciosos, metodológicos, escrupulosos y meticulosos en grado militar. De seguir así, no tendrán jamás alguna observación que enfrentar y seguro estarán excentos de cometer algún error y por lo tanto no tendrán ningún favor que pedir nunca para su administración. Felicidades.

Hasta la próxima

Atentamente,

Jorge Saldaña.

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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.

Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.

En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)

La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.

Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.

Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:

“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”

(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).

Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.

Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.

Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…

Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.

Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.

No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.

Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.

Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.

Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.

Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.

Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.

Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.

Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.

Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.

Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.

Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.

Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.

A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.

Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.

Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.

El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:

—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.

Flor del Campo. Claro.

No era un nombre. Era una respuesta.

Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.

Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.

Jorge Saldaña.

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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano

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Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado

Por: Ana G Silva

A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.

Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.

Inician.

Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.

La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.

A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.

Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.

Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.

En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.

Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.

En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.

En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:

Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.

Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.

Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.

Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.

Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.

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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP

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La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento

Por: Redacción

La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.

El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.

El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros

frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.

La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.

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