octubre 11, 2025

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#4 Tiempos

La muerte de la mirada o la era de la prisa | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Hace muchos, muchos años -cuando yo era niño y estaba en la primaria-, la maestra nos explicó en clase que los hombres éramos como casas, pues teníamos cinco puertas o ventanas a través de las cuales podíamos entrar en contacto con el mundo exterior. Estas cinco puertas o ventanas eran nuestros sentidos, es decir, la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato. «Imagínense ustedes una casa sin puertas ni ventanas –nos dijo la maestra aquella vez-. ¿No sería demasiado triste? Nadie podría entrar en ella, pero nadie podría tampoco salir a la calle para ver el sol, jugar a la pelota o ir a la escuela. Más que una casa sería una prisión y, por cierto, la más terrible de todas las prisiones. El que allí viviera, se moriría de aburrimiento, pues no podría tocar a los demás, ni darles un abrazo, ni escucharlos cuando éstos le hablaran. Traten ustedes de imaginárselo, por favor, cerrando los ojos».

Tal vez fueron aquellos ejercicios de imaginación los que me hicieron aborrecer, más tarde, cierto tipo de sermones que se deleitaban hablando del «engaño de los sentidos». ¡El engaño de los sentidos! ¡Como si se pudiera vivir sin ellos, prescindir de sus servicios! ¿Qué tienen de malo los sentidos, si son, precisamente, los que nos hacen salir, los que nos ponen en contacto con la realidad, con los demás? La diferencia entre el buen samaritano, el sacerdote y el levita está, sobre todo, en la mirada, es decir, en su capacidad de ver al herido de la carretera. Aquél vio y se detuvo, mientras que éstos no vieron absolutamente nada (o, por lo menos, hicieron como si nada hubieran visto). Y de la vista, claro, nació el amor: «Lo vio, sintió lástima de él, se acercó, le vendó las heridas después de habérselas limpiado con aceite y vino, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él» (Lucas 10,34). Todo esto hizo el samaritano con aquel hombre dejado medio muerto en el camino. Pero, ¿qué habría hecho por él de haber estado ciego?

Suele decirse que la caridad empieza por casa; habría que decir, más bien, que la caridad empieza por la vista. Ver es una de las formas del amor. Si no ha caminado usted nunca por las calles de una ciudad lejana, en la que no conoce a nadie, lo invito a que lo haga. Comprenderá entonces lo que se agradece un simple –y fugaz- encuentro de los ojos: el que no existía porque era como un fantasma, comienza entonces a tomar cuerpo, peso, consistencia: empieza a existir, a emerger de esa nada a la que lo habían reducido los miles y miles de ojos que no lo miraban.

Mirar a un ser es rescatarlo del olvido. Sin embargo, como constata Paul Virilio, reconocido pensador francés, asistimos hoy a lo que él llama «la muerte de la mirada», es decir, a la ignorancia voluntaria de cuanto nos rodea para no tocarlo ni siquiera con la vista. Hoy se camina de prisa y los gestos de desatención se multiplican por doquier. Los ojos, más que en el cielo, en las nubes o en los demás, se posan en el propio reloj, en los cartelones publicitarios que inundan las ciudades, o en el espejo retrovisor para cerciorarnos del estado general de nuestro pelo (en el f eliz caso de que todavía nos quede un poco). Los otros, puesto que no son mirados, es como si no existieran; o mejor aún: dan la impresión de que no existen porque nunca son mirado

s.

En la actualidad, la única vida de la que es testigo el ciudadano global es la que ve vivir en la televisión.

Le ha sucedido lo que los moscos, que en su irresistible atracción por la luz, no pueden ya revolotear en torno a otra cosa que no sea una pantalla luminosa. Sus contactos, como sus amores, son más virtuales que reales. La antigua máxima aristotélica según la cual nada existe en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos ha sido cambiada por ésta otra: nada existe en la inteligencia que no haya pasado antes por los medios de comunicación.

Los sentidos, gracias a los cuales nos comunicábamos con el exterior, han sido tapiados uno a uno en sucesión lenta pero inexorable, con el resultado de que nos vamos pareciendo cada vez más a esas mónadas de las que hablaba Leibniz en uno de sus tratados filosóficos: entes sin puertas ni ventanas que languidecen en el más penoso aislamiento: en esa soledad que que me imaginé un día en mi salón de clases y que aterrorizó mi infancia.

Hace no mucho, aquí, en San Luis Potosí, en pleno centro histórico, fueron encontrados los cadáveres de dos mujeres. Una –quizá la madre- estaba en su cama, y la otra –tal vez la hija- en el suelo: habían muerto juntas en el mismo cuarto mientras dormían. ¿Intoxicación? Era lo más probable. Pero lo que hizo todavía más dramático el incidente fue que estas mujeres, cuando las descubrieron, estaban ya momificadas. Como mínimo, dijeron los peritos, llevaban allí, en esa actitud, aproximadamente un año y medio… ¿Quién las había buscado durante todo ese tiempo? Nadie. Con la mirada, pues, ha muerto también el interés por los demás.

Ya Ray Bradbury (1920-2012) había presentido todo esto cuando escribió Fahrenheit 451, su famosa novela, en la lejanísima década de los años sesenta. La prisa tiene un precio, y es, precisamente, el de la muerte de la mirada. «A veces pienso que los conductores no saben cómo es la hierba, ni las flores, porque nunca las ven con detenimiento… Apuesto que sé algo más que usted desconoce. Por las mañanas la hierba está cubierta de rocío». Montag –el incinerador de libros- no sabe si lo que le dice esa muchacha encontrada al acaso en una de las calles de la ciudad es verdad o no lo es. ¿De veras la hierba se cubre de rocío por la mañana? No lo sabía. ¡Hace tanto tiempo que no se detiene a ver la hierba! ¡Hace tanto que no ve nada!

Imagínense ustedes una casa sin puertas ni ventanas. ¿No sería demasiado triste? El que allí viviera, se moriría de aburrimiento, pues no podría ver a los demás, ni tocarlos, ni darles un abrazo, ni escucharlos cuando les hablaran. Sí, sería demasiado triste: la tristeza de la soledad. El que corre, deja atrás muchas cosas. Correr es no ver, correr es concentrarse sólo en la carrera. Es estar profundamente solos. Como casas sin puertas ni ventanas. Como nosotros, hoy, en la era de la prisa.

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#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.

Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.

Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.

El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.

Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.

Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México.

Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.

Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.

Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.

Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.

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#4 Tiempos

Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

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APUNTES

 

Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?

La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?

Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.

Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.

¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.

Deme una salida, presidente…

— Ok.

Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú

… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.

—Ganamos.

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña

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Opinión

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