#4 Tiempos
La mirada como problema | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
Dijo una vez Juan Goytisolo (1931-2017) que el mejor lugar para hacer filosofía era la estación de trenes. Yo también lo creo así, a condición de que el tren nos lleve lo suficientemente lejos como para producir en nosotros esa tristeza un tanto metafísica que conocemos con el nombre de nostalgia, ya que es comúnmente en los confines donde solemos los hombres hacernos las preguntas verdaderas: «¿Se acordarán siempre de mí los que dicen quererme, o me olvidarán pronto?, ¿qué es la memoria, qué es el olvido, qué es la muerte?».
Según François Mauriac (1885-1970), el famoso novelista francés, «un viaje en ferrocarril es un retiro forzado que nos obliga a meditar sobre nuestro destino» (Fuego oculto).
Antes de nuestra partida no nos hacíamos estas preguntas porque creíamos -¡oh insensatos!- conocer las respuestas. ¡Todo era antes tan natural, tan obvio! Pero ahora es diferente: ahora es el momento de la ausencia.
En efecto, hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para abrazar, y un tiempo para soltar; un tiempo para estar juntos, y un tiempo para separarse; un tiempo para danzar, y un tiempo para sentarse…
Y bien, sí, hay que sellar el pasaporte, pues se hace tarde. Una señorita vestida de azul, amable porque se queda donde está, nos conmina a entregarle nuestras valijas. «¿Nos volveremos a ver?». Nadie lo sabe, pero ésta es una pregunta que debe hacerse uno de todos modos. En todo viajero hay un filósofo escondido, es decir, un hombre que se ha convertido en un serio problema para sí mismo.
A mí, por ejemplo, cuando tuve que vivir tres años lejos y solo en un país europeo, la pregunta que más inquietó mi espíritu fue el de la mirada. Por decir así, la mirada de los otros fue para mí durante todo ese tiempo un problema filosófico verdaderamente serio.
Lo diré de otra manera: lo que me preocupó no fue tanto la mirada, cuanto la casi total ausencia de ella.
Por un momento llegué a pensar que en Roma, ciudad en la que viví, no se veía a los extranjeros, y que Italia, en general, estaba habitada por personas más o menos xenófobas, como hoy se las llama. Pero ahora me doy cuenta que al pensar eso fui demasiado injusto con Italia y los italianos. En realidad, no es que en Roma no se vea a los extranjeros; es que en cualquier ciudad del mundo, ya sea italiana, inglesa, portuguesa o mexicana, las personas casi no se ven las unas a las otras. Todos caminan de prisa, mirando hacia otra parte e ignorando a los demás.
Recientemente se han escrito centenares de libros para denunciar la extrema vigilancia que es ejercida por el poder económico sobre los ciudadanos del mundo entero; todo lo que éstos realizan deja un rastro que tanto el poder político como el poder económico hacen todo por seguir.
Los sitios web que visitamos, los productos que compramos con nuestras tarjetas de crédito, los movimientos que ejecutamos en los bancos y en los grandes establecimientos: todo es registrado, almacenado y utilizado por espías cibernéticos con una precisión casi diabólica. Todo un mundo de comerciantes nos vigila para vendernos algo y hacerse luego con nuestro dinero.
¿Por qué recibió usted ayer, por ejemplo, esa llamada telefónica de la empresa X, si usted nunca ha tenido nada que ver con ella? Ah, porque otra empresa –con la que usted sí tuvo algo que ver hace dos años- le compró la información a aquélla… Sí, estamos más vigilados de lo que creemos; somos menos anónimos de lo que parecemos…
Sin embargo, pocos, muy pocos gritos se escuchan para denunciar la situación de que cada vez nos miremos menos los unos a los otros y que el mundo se esté convirtiendo en un desierto en el que la mirada está a punto de desaparecer.
Paul Virilio, el filósofo francés, habla de «la muerte de la mirada» para referirse a este desinterés por el otro que consiste llanamente en no reparar en él.
En uno de sus libros más profundos (Mundo y persona, 1939) Romano Guardini dejó escrita esta frase digna de reposada meditación: «Cuando Dios me ve no es como cuando un hombre mira a otro hombre, es decir, como un ser concluso ve a otro ser concluso, sino que el ver de Dios me crea a mí».
La mirada de Dios, dice Guardini, es profundamente creadora: existimos sólo porque Dios nos mira: vivimos de su mirada; si Dios dejara de vernos aunque sólo fuera un segundo, caeríamos irremediablemente a la nada de la que salimos.
«¿Qué hay en el mirar humano que disipa la angustia? –se preguntaba asombrado Eugenio d’Ors (1881-1954)-. Cualquier cambio de mirada entre los hombres es ya un principio de pacto. El lento paseo de unos ojos sobre un objeto, define ya el objeto y, en cierto sentido, lo enraíza».
En un cierto sentido también, el otro –el prójimo-, al igual que Dios, cuando me ve, me crea, me ancla en el ser. Existir es ocupar un lugar en el espacio de una pupila. Y, así, cuando alguien pasa a nuestro lado sin vernos es como si no existiéramos para él. Desde este punto de vista, ignorar es matar; es realizar lo contrario de Dios: una labor de satanismo.
«Tú, además –hace decir François Mauriac a uno de los personajes de Nudo de víboras, esa novela imprescindible-, tenías la insolencia de no mirar a los otros, que es una forma elegante de suprimirlos».
¡Qué diferencia, en cambio, cuando el otro –cuyo destino se unió al mío aunque sólo fuera por unos momentos- nos mira con atención y simpatía!
Entonces nos sentimos vivos y experimentamos la solidez existencial, pues es como si hubiéramos sido rescatados de una lejanía infinita, de un olvido.
Mirar al otro, detener en él nuestra mirada es hacer como Dios; es, en cierto modo, parecerse a Él y realizar una acción de dimensiones casi divinas.
Lee también: ¡No te quejes! | Columna de Juan Jesús Priego
#4 Tiempos
Reforma Electoral y el drama | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Culto público, hijos de “tú no tienes nada y yo tengo ases con tercia de reyes”:
Viene Reforma Electoral, una que aún en etapa de construcción desde la Federación, ya causó alerta de terremoto para todos los partidos. Todos.
Los tres cuernos visibles de un análisis (primer objetivo de la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral) y posterior presentación de iniciativa de reforma son la reducción de plurinominales, bajar el gasto de financiamiento a los partidos (más de 6 mil millones) y la eliminación de los órganos electorales locales cuyas funciones asumiría el INE.
La propuesta se oye atinada y popular para la ciudadanía. ¿Quién no quiere menos diputados “de lista” que nadie conoce y menos representan? ¿A qué ciudadano no le gustaría saber que les recortan dinero público a los partidos para destinarlo en obras de beneficio público?
La mala noticia es que para que una reforma así se haga realidad, se necesita de la mayoría en las cámaras legislativas, se ocupan las matemáticas de los votos de los institutos y legisladores que los representan y que por muy aliados que sean de la presidenta, no se van a dar solitos un tiro en el pie. ¿A cambio de qué los partidos votarían por reducirse sus prerrogativas y el número de sus diputados de lista?
(Por cierto, que si a alguien le debe la 4T alcanzar mayorías en la cámara alta y baja de la nación desde los tiempos de AMLO, es a Ricardo Gallardo, que en su momento junto a un grupo de entonces legisladores del PRD, voltearon la balanza cuando cambiaron su filiación cameral a la fracción del Verde…dato que no hay que perder de vista).
Sobre esta reforma federal, pueden consultar el Atril de este lunes en nuestras redes.
Un escenario muy distinto es el local, en el que también se adelanta una Reforma Electoral que cambiaría las reglas del juego para el 2027.
El secretario General de Gobierno, mi amigo Guadalupe Torres Sánchez, ha planteado que en la iniciativa potosina se podrían adelantar los tiempos de la elección para que iniciara el proceso en noviembre del 26, se fijarían reglas para garantizar la paridad de género en la postulación de candidaturas (poniendo a parir chayotes rellenos de nopales al resto de los partidos) y aunque no se considera la reducción de plurinominales locales, se deja ver que la fórmula para la repartición de posiciones podría cambiar.
A diferencia del dilema paradójico federal, en lo local las condiciones están planchadas para que una reforma como la que adelanta el SGG se haga realidad, y no es difícil ver que dicha iniciativa traería beneficios y ventajas para algunos en la elección del 27.
Les mando saludos a todos y todas, deseando que tengan una semana plena.
¿A quién me recomiendan ver esta semana en la Fenapo? Me perdí a Enmanuel y Mijares y causé baja en el ejército como soldado del amor, ni modo.
Aunque no he ido, me informan que mis amigos de PROPEES se han lucido en organización, seguridad y comodidad en el palenque. Vientos.
Hasta mañana.
Yo soy Jorge Saldaña
También lee: Los torcidos caminos por andar (segunda parte) | Apuntes de Jorge Saldaña
#4 Tiempos
El mundo de antier | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
«Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros, y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta… Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan; pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos» (Mateo 6, 24ss).
Hay en estas palabras de Jesús un no sé qué que me llena de nostalgia. Él nos pide que nos detengamos a contemplar al lirio y al pájaro para que aprendamos de ellos esa cosa seria y saludable a un tiempo que hemos ya perdido y que se llama despreocupación. ¡Cómo nos hemos complicado la vida! ¿Y no habrá manera de volver atrás en el tiempo, a la época en que aún nos emocionábamos y sonreíamos? Hoy lo tenemos todo, o casi, pero hemos perdido la alegría. ¿Quién nos la robó?
Sören Kierkegaard (1813-1855), el filósofo danés, concluyó con esta oración uno de sus hermosos Discursos edificantes: «¡Padre del cielo! Qué es ser hombre y cuán religiosa sea la exigencia de ser hombre –cosa que en compañía de los hombres y sobre todo en medio del hormigueo humano es tan difícil de entender-, haz que podamos comprenderlo, si lo hemos olvidado; que lo podamos comprender, si no de un solo golpe y por entero, al menos en parte y poco a poco: haz que podamos aprender del pájaro y del lirio el silencio, la obediencia y la alegría».
Hace poco leí en algún lugar que los hijos, hoy, vivimos mucho más preocupados y tristes que nuestros padres, y que éstos, a su vez, vivieron ya mucho más preocupados y tristes que nuestros abuelos. Y la verdad es que lo creo. Yo mismo, hace ocho años, no tenía las preocupaciones que tengo hoy…
Hace ocho años, por ejemplo, me juré a mí mismo que nunca me compraría un teléfono celular. ¿Para qué: para vivir en un estado de completa sujeción a los demás las veinticuatro horas del día, incluidos los sábados y los domingos? Pero alguien me dijo un día: «Óyeme, ¿quién te crees que eres? ¿Te sientes muy importante, o qué? ¡Anda, cómprate ya un teléfono celular!». Yo pensaba, en mi pobre lógica, que las cosas eran más bien al revés, pero ya se veía que no; pronto descubrí que la sociedad te perdonaba todo, menos que anduvieras por la vida sin un artefacto de ésos, pues le dabas a entender con tu actitud que te gustaba hacerte el inaccesible, si no es que hasta el misterioso. Bien, accedí –es decir, rompí mi promesa- y me compré un teléfono que perdí al tercer día: claro, como no estaba acostumbrado a él, lo dejaba olvidado en los lugares más visibles y públicos. Y, tras aquella pérdida, una gran pena entenebreció mi corazón. ¡Lástima del dinero que me había costado! Hice cuentas: con ese dinero habría podido comprar un diccionario de filosofía que desde hacía mucho quería tener. Ni modo: a comprar otro teléfono, y luego otro, y luego otro más. Y aquí me tienen ustedes: angustiado porque suena mucho, temeroso de perderlo por quinta vez, inseguro cuando me hallo sin él y preguntándome: «¿Cómo pude vivir treinta años, es decir, la mayor parte de mi vida, sin ese mágico artilugio?». Pero se podía, pero pude: la prueba es que todavía estoy aquí. Véanme ustedes.
Hace poco, al ver una foto mía de hace dos décadas, me preguntaba una niña:
–¿Así de descolorida era la vida entonces?
Y yo le expliqué que no, que no era tan descolorida la vida entonces; que antes los colores eran tan vivos como ahora, sólo que las cámaras estaban apenas aprendiendo a distinguirlos.
-Hablando de colores, ¿es verdad que antes la televisión sólo era a blanco y negro?
-Sí –le dije.
-¡Qué aburrido! Debió ser muy triste la vida cuando tenías mi edad.
-Y además sólo se podían ver dos canales.
La niña no podía creer lo que estaba oyendo.
-¿Sólo dos canales? Pues yo en mi casa puedo ver hasta trescientos. Eso dice mi papá: que podemos ver hasta trescientos.
-Pues yo sólo veía dos, o a lo mucho tres: el dos, el cuatro y el cinco. El dos para las novelas, el cuatro para los deportes y el cinco para las caricaturas.
-Yo no podría vivir con sólo tres canales– dijo la niña.
-Y por si fuera poco, se veían muy mal. Más que ver los programas, los adivinábamos. Nuestras antenas eran como palos de escobas.
-¡Qué feo!
-Y para pasar de un canal a otro había que levantare del sillón y maniobrar una perilla que, a veces, se te quedaba en las manos…
-¿No había controles remotos?
-¡Ni soñarlo!
-Pues sí que debió ser muy triste la vida entonces.
-Tal vez no lo fue tanto…
-Sí lo fue, no lo niegues.
-Pero no, no era triste la vida entonces, pese a todo. En todo caso, como te digo, los de mi generación sobrevivimos a la experiencia de no conocer una computadora, de no haber navegado nunca en Internet, de no haber tenido jamás un ipod… ¡Cuántas cosas no tuvimos! Y, sin embargo, aquí estamos.
Somos los sobrevivientes de la penuria tecnológica del día de ayer. Con lo cual queda demostrado que se puede vivir sin teléfonos celulares, sin televisión a colores, sin computadoras y sin climas artificiales. Y esto lo digo no porque me guste la mala vida, sino porque -quién sabe- acaso dentro de unos pocos años debamos renunciar a todo estos lujos que si bien han destrozado el planeta no nos han hecho más felices. Dicen los especialistas del clima que en el año 2035, si prosigue como hasta hoy la explotación de la tierra, ya no habrá hielo en los polos, con todo lo que esto significa. Sí, quizá se acerque el día en que debamos elegir entre la simplicidad o la vida…
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#4 Tiempos
San Luis frente a Puebla: partido para valientes, no para excusas | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Si San Luis no puede ganarle a este Puebla, que viene tambaleando como boxeador en el último asalto, mejor que empiece a buscar excusas desde hoy. No es crueldad, es sentido común: el rival llega golpeado, con la moral baja y con una defensa que con cualquier ráfaga se desmorona. El que no sepa aprovechar eso, que se dedique a otra cosa.
El antecedente del cuadro camotero es el bochornoso 7-0 contra Tigres, un resultado que no sólo evidenció las carencias defensivas, sino que dejó claro que, cuando se desconectan, el desastre es inmediato. Y aun así, Puebla sigue vivo en la Leagues Cup; un respiro que, aunque breve, les da algo de motivación extra para no hundirse del todo en la Liga MX. Ojo, un equipo que todavía compite en dos frentes no se tira al piso tan fácil, y esa doble agenda puede darle un giro inesperado a un partido que, en el papel, muchos ya ven como trámite para San Luis.
Los potosinos, sin embargo, no llegan con la mesa servida. Apenas el fin de semana pasado, contra Cruz Azul, volvieron a mostrar que las buenas intenciones no alcanzan si el fútbol no es constante. Un partido en el que por momentos parecían competir de igual a igual, pero se diluyeron cuando había que apretar. Si quieren que el discurso post-Leagues Cup no quede como humo, este viernes es el momento para respaldarlo.
En la previa, una noticia que, al menos, les quita una piedra del zapato: la anulación de la expulsión a João Pedro. El delantero podrá estar disponible tras la revisión que borró la roja injusta del juego pasado. Su presencia es vital no sólo por lo que aporta al ataque, sino por la sensación de que, con él en el campo, San Luis tiene una referencia que obliga a los rivales a estar atentos.
Pero la realidad es que este encuentro en el Cuauhtémoc se juega en varios niveles: para Puebla, la oportunidad de lavarse un poco la cara después de ser humillado y de responder ante su gente. Para San Luis, el examen perfecto para demostrar que sabe ganar cuando las condiciones están a su favor. Porque si no pueden sacar tres puntos ante un equipo que viene arrastrando la cobija, entonces el resto del torneo pinta para seguir en esa tierra de nadie que ya conocen demasiado bien, no lo suficientemente malos para dar pena, pero tampoco lo suficientemente buenos para ilusionar a nadie.
Ganar este partido no sería una hazaña; sería apenas cumplir con lo que se espera de un club que dice aspirar a más. Y si no lo logran, entonces el discurso optimista de las últimas semanas quedará reducido a lo que tantas veces hemos escuchado en San Luis: palabras bonitas para adornar otra temporada gris.
En el fútbol, hay partidos que definen un campeonato, y otros que definen una actitud. Este viernes, en Puebla, San Luis no está jugando por la cima, pero sí por algo igual de importante: la credibilidad. Y si la pierden aquí, ya no habrá árbitro, VAR ni anulación de roja que los salve.
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