junio 1, 2025

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#Si Sostenido

Una canción para todos los niños tristes. Un texto de Eduardo L. Marceleño García 

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A Jorge Saldaña y Anabella Cartolano,

ellos saben por qué…

 

Dentro del cuarto suenan Las Ligas Menores. El baile de Elvis recuerda dolorosamente la pérdida pero también pone de buenas. A veces las cosas malas también ponen de buenas, hay tanto horror en ellas que después de un rato uno le encuentra el gozo, masoquismo le llaman los degenerados. El pesimismo es el gemelo malvado del optimismo, y a ese siempre le salen bien las cosas que nunca espera. La perdí a ella antes de que sonaran Las Ligas en el cuarto. Ahora solo sé que intento, aunque sin saber bien cómo, llegar a ser alguien importante, suficientemente importante para no tener que volver a hablar de pérdidas, porque cuando lo sea ni una pérdida vendrá a visitarme, todas serán batallas ganadas. Y espero que por cada una de ellas me otorguen una merecida medalla.

Me gustaría decir que fui yo quien no quiso que las cosas siguieran, pero la verdad es que fui yo el que no pudo evitarlo. Mi psiquiatra me prescribió Clonazepam para disminuir mis niveles de ansiedad. Primero de a cuartitos, luego de a mitades, después la rueda entera y esta tarde, antes de que Las Ligas Menores sonaran en el cuarto de hotel en el que llevo hospedado tres días, me ha medicado dos ruedas más. Algo me dice que ya no las necesito, ese algo es un cosquilleo en mi espalda. A todos o les gustan las cosquillas o las cosquillas les torturan con extraña alegría; el problema es que a mí ni una cosa ni la otra, a mí me fastidian. Se lo atribuyo a las clonas. Por eso nada de cuartitos, mitades ni ruedas dobles. Solo Las Ligas Menores quiero escuchar hoy y siempre.

Sin las canciones no seríamos un carajo de nada. Billy Idol rechazó el papel del androide T-1000 en Terminator el Juicio Final precisamente por las canciones. Estaba tan a gusto cantando Eyes without a face que la idea de un androide malvado que cambia de rostro a voluntad le pareció espantoso. Dicen que en los años ochenta uno podía ser de todo lo que uno quisiera ser, ya fuera actor de películas de acción o pornográficas, y al mismo tiempo ser cantante pop o una estrella de rock, y hasta salir en comerciales de refrescos. También dicen que todo el mundo se cogía con todo el mundo y todos ellos lo sabían pero guardaban, en siniestro silencio, el secreto de sus perversiones.

 El hotel se llama California, como la canción. Si soy sincero esa canción me da asco. También hay canciones que dan asco, hay canciones que producen todo tipo de sensaciones y la del Hotel California a mí me hace que me den ganas de correr al baño a vomitar. A ella sí le gustaban esas canciones de mierda, o bandas mierda como Pink Floyd. Eran lo más para ella. A mí, francamente, me gustan más las canciones de Las Ligas Menores o el loquito de Ariel Pink. No creo que sea una cuestión de modas, más bien es una cuestión personal. Hay cosas que le suenan suyas a uno y hay otras que no, aunque la gente te diga lo contrario.

Cuando me dijo que teníamos que separarnos, el hotel California fue el único que tenía habitaciones disponibles y baratas, sobre todo baratas. Como no tengo trabajo no puedo andarme con sensibilidades idiotas de buscar el mejor hotel. Así que este hotel California está a la altura de mi miseria, a qué negarlo. 

Desde mucho antes de la separación, yo ya tenía todo listo. Mi ropa, mis tenis, mis libros y mi reproductor musical con doscientas mil canciones diferentes. Estaba puesto a la guerra o a cualquier asunto de la vida. A veces uno se cree muy listo para las cosas del mundo y luego resulta que no lo es, pero esta vez yo tenía mis cosas y mis canciones conmigo. Así que lo que fuera que viniese a embestirme, yo al menos lo esperaría vestido y con tenis y el par de audífonos sonando fuerte. Puede que yo no estuviera listo para la guerra, pero qué más daba, yo tenía mis pantalones puestos y la música sonando en mis orejas.

Philadelphia es una buena película. Trata de un marica que enferma de sida y nadie en la puñetera ciudad de Filadelfia quiere ayudarlo, ni escucharlo, ni verlo, ni nada. A veces la gente es tan mierda que pierde los cinco sentidos. Solamente un abogado negro, interpretado magistralmente por Denzel Washington, se lanza al ataque de las cortes, y defiende al pobre enfermo. Fuera de esa trama, que a mis ojos es bellísima, hay dos momentos que se me han grabado en el corazón y que tienen que ver con las canciones. El primero es el último baile que el personaje de Tom Hanks, el infectado, se regala a sí mismo con una ópera de María Callas de fondo. El momento tiene gran belleza, es como si viviera dentro de esa canción y todo el sida, y las cortes y la gente mierda y la estúpida ciudad de Filadelfia no existieran. Es como estar dentro de un buen sueño, de esos, los pocos, que le tocan a uno estar en la vida. El abogaducho salvador tan solo puede observar desde la entrelazada mezcla de admiración y lástima, esa que solo otorga el pesimismo.

El segundo momento es tan perfecto que no hace falta mayor explicación, y ese es la canción ganadora del Óscar en el certamen del 93, Streets of Philadelphia, interpretada por el hombre de hombres, Bruce Springsteen. No ha habido un mejor tema para una película en años y probablemente nunca más la vuelva a haber. Tampoco creo que esta vida vuelva a darnos a un hombre de hombres como Bruce Springsteen.

Ahora, si me lo permiten y antes de continuar hablando de ella, quiero dedicarle una canción a todos los niños tristes y tontos del mundo que esperan a que sus mayores vengan a enderezar lo torcido que se han puesto las cosas hoy día; no porque sean niños ni mucho menos tontos, sino porque ya no nos quedan mayores que se encarguen de limpiar la mierda. Listo, esa es mi canción. 

Nina Simone tenía toda la verdad en esa canción de Ain’t got no, I got life. Cuánto de verdad había en Nina cantando y cuánta vida tenía el mundo en sus canciones, aunque la vida que se tenía por entonces era proporcional a la furia que se sentía por entonces, no lo digo yo, ya lo decía Nina cantando sus canciones.

En el cuarto del California suenan Las Ligas Menores, ella se fue y yo estoy triste. A qué negar que me encantaría romperle una botella en la cabeza a todo aquel que le esté haciendo reír ahora mismo. El problema es que a mí me gana, y por mucho, la risa de ella, venga de donde venga.  Y las cabezas rotas no le hacen nada, pero nada de gracia, a una chica tan preciosa como ella. Entonces, supongo, tendré que quedarme con las ganas.

 

#4 Tiempos

Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.

El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.

En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.

En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.

En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.

Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.

El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP

un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.

El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.

En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.

En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.

Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.

El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.

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#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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