abril 17, 2025

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Columna de Guillermo Carregha

The Call Of The Wild (2020) | Columna de G. Carregha

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Criticaciones

 

Es momento de celebrar: el cine ha muerto. Finalmente, después de mucho deliberar, el gobierno tomó la decisión de prohibir los cines. Nos tomó años de lucha, más de cien, pero logramos nuestro objetivo: acabar con el entretenimiento vacío más popular después de los narcocorridos. Como colectivo de más de un millón de individuos invertimos cantidades inimaginables de sudor, sangre y lágrimas – sin olvidar dinero en sobornos a nivel ejecutivo federal que provenía de “donaciones” realizadas por nuestros adeptos – para poder decir que, por lo menos una vez en la historia de la humanidad, hicimos que el sentido común reinara por sobre el capitalismo mismo.

Desde el comienzo teníamos en claro que sólo había una manera de llegar a la meta: abrirles la mente a las personas, un comentario negativo en redes sociales, un bot de Twitter a la vez, hasta obtener el desbloqueo colectivo de nuestro séptimo ojo. Sólo así la gente notaría el daño real que le ha estado provocando los cines a sus cabezas, la manera tan temible en la que nos han estado insertando identidades o pensamientos a través de cuadros de filme desde tiempos inmemoriales, llevándonos a los lugares mentales que quieren, haciéndonos pulpa manipulable marca Mi Alegría.

Aquella que fuera la herramienta de control de masas más útil desde la invención del pan de caja, sucumbió ante el poder de la razón. Ahora somos libres; libres de pensar, de crear personalidades propias sin tener que recurrir al clásico “soy una mezcla de X de [inserte película aquí] y Z de [inserte otra película aquí]”, libres de decir cualquier frase sin temor a que nos digan “¿eso no es de [inserte una tercera película aquí]?” El mundo, por fin, volverá a la normalidad; volveremos a tener una vida vacía donde las maneras de olvidar la existencia misma son tan tristes y deprimentes como, pues, la existencia misma. Volveremos a crear héroes de la literatura de autoayuda, regresaremos a imaginar los textos de las novelas del siglo XV sin tener en mente la cara de ningún actor, se dejarán de generar videojuegos mediocres basados en películas aún más mediocres y, lo mejor de todo, podremos volver a ignorar al teatro.

Las razones de por qué llevamos cinco semanas con todas las salas de cine en el país cerradas es superflua. Poco importa que, por sexta o séptima vez – dependiendo de la edad de cada quien – nos encontremos incrustados justo en el centro de otro “suceso histórico único en la vida” que “cambiará para siempre la manera en que los seres humanos se relacionarán entre sí”. Es irrelevante que, en pos de evitar una matanza colectiva que no haya sido ordenada por el presidente en turno, los miembros de nuestra autoridad suprema hayan decidido prohibir el derecho a reunirse en masa para prevenir muertes innecesarias. Aquellos son meros detalles. Lo importante es el resultado: Ya no hay cine. Las únicas películas a las que podemos acceder son las que son propiedad de Disney y que nos permiten ver en línea. “La industria” ha congelado los presupuestos destinados a generar más bazofias audiovisuales para nuestro entretenimiento en la pantalla grande porque ya no hay nadie que las vea. Las palomitas han vuelto a costar menos de treinta pesos.

Nuestra realidad ha vuelto, una vez más, a ser un bodrio. Tal como siempre debió de serlo.

Y, a pesar de haber dedicado mi vida entera a la erradicación de este supuesto arte, a pesar de haber gastado tiempo, energía y dinero en acabar con él, me pesa mucho decir que extraño al cine. Sonará hipócrita el enunciado, pero para acabar con tu enemigo debes conocer a tu enemigo, debes de acercarte a él lo más posible, de lo contrario terminas ignorando sus puntos débiles, terminas atacándole sin rima o razón. Lo malo es que también terminas agarrándole cariño a lo que juraste destruir, empiezas a ver en él cualidades positivas, a generar recuerdos estelarizados por él. Empiezas a decir cosas como “extraño ir al cine” sin un dejo de sarcasmo o cinismo cimbrado en las palabras. Empiezas a tener sentimientos contrarios a los que te llevaron a iniciar esta cruzada desde un inicio. Es como si, de pronto, hubiera atravesado uno de esos arcos argumentales de los que tanto se habla en los foros.

Bueno, no extraño ir al cine, decir eso sería una vil mentira. Extraño la idea del cine. Lo que en realidad quiero decir es “extraño ver películas de calidad variable reflejadas sobre una pantalla del tamaño de mi casa”. Lo que no extraño es el acto de sentarme en un cuarto oscuro repleto de individuos anónimos de olores variables a los que pagué por ignorar. Extraño la idea de retacarme la boca del estómago con cantidades industriales de comida de bajísima calidad, pero no extraño las cifras de tres números que cobran los establecimientos por ellas. Extraño que la idea de consumir pasivamente alguna de las múltiples creaciones audiovisuales de dos horas de quienes insisten en llamarse artistas sea considerada una salida social, pero no extraño las luces titilantes de decenas de celulares revisando WhatsApp porque “llegamos a la parte aburrida de la película”.

En otras palabras, la verdad es que no extraño ir al cine. Técnicamente, lo que extraño es la libertad de poder ir al cine. Extraño el poder tener un objeto físico sobre el cual desplegar todo el innecesario odio que la vida me va insertando poco a poco, minuto a minuto. Extraño el poder desdeñar a la gente que dedica su vida al cine, tanto de manera profesional como de manera intelectual a pesar de haberme convertido en uno paulatinamente. Extraño el tener la habilidad de levantarme de la silla de plástico sobre la que se derrite mi persona en cualquier momento indeterminado y gritarle a la nada un “¿saben qué? ¡Me voy al cine!

” que solamente escucharán mis pensamientos.

Gracias a la completa erradicación de las salas de proyección comerciales, estamos atravesando un espacio-tiempo en el que decir “voy al cine” equivale a transmitir el contenido de Netflix sobre una televisión de 32 pulgadas en completa soledad. Si la fortuna es aún más reacia en mirarnos que de costumbre, esta actividad se puede hacer en compañía de una persona con tendencias a pausar la película cada doce segundos para actualizar su newsfeed de Facebook. Tiempos inolvidables, que les dicen.

No puedo dejar de pensar, sin embargo, que antes de que el mundo del entretenimiento se acabara, antes de que la máquina Disney dejara de inyectarnos una película nueva de Marvel a la semana, antes de que perdiéramos la autonomía misma de hacer algo además de ver las paredes de nuestras casas por semanas, mi última experiencia cinematográfica fuera ir a ver The Call Of The Wild, la novena o décima adaptación cinematográfica del libro de Jack London del mismo nombre; una película cuya existencia desconocía hasta seis días antes de sentarme a verla.

Un día te imaginas que la vida continuará siendo lo mismo a lo que te han acostumbrado por treinta años, y al día siguiente vives bajo llave en una habitación sin saber si la Tierra seguirá existiendo cuando despiertes. La ansiedad se apodera de ti. Algunas noches, aquellas en que la desesperación del saber que no sobreviviré para ver cómo la sociedad supuestamente se reconstruye a sí misma en una “versión mejor de la misma”, subo a la azotea de mi casa a admirar como el pánico y la ignorancia consumen literal y figurativamente a las personas de mi ciudad. Ahí, entre los sonidos ambientales de cientos de tiendas Elektra siendo saqueadas al calor de las llamas de un desfile de autos en llamas, empiezo a cuestionar mi propia existencia. Entre todas las preguntas ad/hoc que generan mis neuronas basándose en la situación actual, una de las que más se repite es “¿y no podría haber escogido una mejor película para que fuese la swan song de los cines? ¿No podría haber sido algo reveladoramente asombroso o, en su defecto, algo épicamente horrible? ¿Tenía que haber sido algo que estuviera ‘buena’ y nada más? ¿Por qué nadie me avisó que el fin de la civilización se acercaba antes de ir a ver la historia de un perro de casa que aprende a ser un feroz lobo a base de madrazos?”

Las estrellas del firmamento son testigos de lo que sucede después: un pesado golpe de mi palma derecho justo en el centro de mi cara. Malas decisiones; soy un cúmulo de malas decisiones.

Cae sobre mí, y con todas sus fuerzas, el conocimiento de que lo último que vi en el cine fue el intento póstumo de 20th Century Fox por crear una película familiar de perritos que se viera cada navidad en televisión por cable hasta el fin de los tiempos. Lo último que vi en el cine fue una película enfocada en la maravillosidad de la naturaleza donde todos los animales eran animaciones computarizadas con rangos faciales de caricatura de los 2000s. La última vez que me pude dar el lujo de pagar un boleto de cine antes de que la economía colapsara por décima vez en lo que llevo de vida fue para ver una película donde, inexplicablemente, se quiso replicar el éxito de Gollum al poner a un humano a actuar los movimientos de un perro para pintar encima de él con CGI. Mi última ida al cine fue una que no me enseñó nada, que no me abrió las puertas a un mundo nuevo, que no masajeó mi imaginación. Mi última ida al cine fue una de puro entretenimiento puro. Mi última ida al cine fue una que aunque no me disgustó en absoluto, a la larga, voy a olvidar.

Es aquí, en este mundo en donde finalmente logramos prohibir los cines, que puedo asegurar que no extraño ir al cine. Extraño las posibilidades que éste nos da, como la de haber encontrado un mejor candidato para convertirse en mi elipsis cinematográfica antes de adentrarme en la pausa global de la que no sé si saldré con vida.

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#4 Tiempos

¿Realmente te gusta Ghibli? ¿o solo usas IA para fingirlo? | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Así es, amigos, me encuentro hablando una semana tarde del tema de moda que, debido a la velocidad del internet, básicamente ya se olvidó en la población general de las redes. Pero, la verdad, es que no me sentía con los ánimos de escribir esto antes sin caer en terribles insultos hacia el grueso de la población que lo único que lograrían era desnudar mi tremendo miedo por el futuro y la inigmante depresión que utilizo como mi combustible para vivir el día a día.

Pero, pretendamos por un segundo que el tema sigue siendo relevante e imaginemos que sí tuve la capacidad temporal de hablar de ello en su debido tiempo. De todas formas, mi punto no es precisamente el decir “Ghiblificar con IA es malo” (lo cual, a grandes rasgos no lo es… es más bien estúpido. Pero, como dije, la idea no es insultar a las personas, solo sus gustos), sino que, más bien, todo este revuelo parece confirmar algo que llevaba imaginando desde hace varios años:

“A la gente realmente no le gustan las películas de estudio Ghibli, solo las admiran porque les dijeron que tenían que hacerlo.”

Con todo esto asumido, es la semana pasada y yo, saliendo de mi cueva de ermitaño, me pongo a despotricar frente a ti de la siguiente manera:

A ver, ya viste la nueva moda, ¿no? Esa de meterle un prompt a la IA para que convierta tu selfie, tu gato o tu desayuno en “estilo Ghibli”. Porque claro, ahora resulta que todo el mundo ama Ghibli. Ama la estética, ama las nubes gorditas, los ojitos brillantes, el bosque medio místico con bruma de ensueño. ¡Qué conexión tan profunda con la obra de Miyazaki, wow! O sea… evidentemente viste El Viaje de Chihiro cuando tenías diez años y captaste toda la crítica al capitalismo devorador, ¿cierto?

Spoiler: no, no la entendiste.

Y tampoco pasa nada, si no. Solo que no está de más admitirlo. Porque lo de andar “ghiblificando” todo con inteligencia artificial no parece tanto un tributo como una confirmación de que a la mayoría no le gusta Ghibli por lo que es, sino por lo lindo que se ve. Porque es “cute”, es “cozy”, es “aesthetic”. Una especie de fondo de pantalla con vibe de cuento melancólico, pero sin el esfuerzo emocional de tener que involucrarte con nada.

Y esa es, en el fondo, la especialidad de la IA: darte la forma sin el fondo, la cáscara sin el fruto, el disfraz sin el alma. ¿Y quién necesita alma cuando puedes tener likes?

Bueno, lo que se dice likes… Porque, siendo sinceros, la foto de perfil que tienes en Facebook donde se “aprecia” cómo estás con tu novio en una playa habrá conseguido, ¿qué? ¿12 likes?

Influencers en potencia, ¿eh? Aguas con ese perfil, que en nada le ofrecen un contrato editorial y publica un nuevo Libro Del Troll o un ¿Quiubole Con…?.

Es un poco irónico —y sí, poético, pero de esa poesía medio desangelada— que se use justamente una tecnología que recicla imágenes sin entender su contexto para rendirle homenaje a un estudio cuyo valor está, justamente, en el contexto. Porque Ghibli no es solo visualmente bonito. Es introspectivo, es lento, a veces incómodo. Habla de guerra, de pérdida, del progreso que arrasa, de la tristeza que no se explica. Cosas que no entran en un prompt.

Pero ahí va la IA, con sus cielos pastel y sus personajes con cara de haber visto algo que les cambió la vida (aunque en realidad solo están viendo tu plato de ramen desde otro ángulo), y ya está: “Ghibli style”. Como si eso fuera todo. Como si la magia estuviera en los trazos y no en lo que esos trazos estaban tratando de decir.

Y sí, claro que hay quien se ofende cuando uno dice estas cosas. “Es una reinterpretación artística”, “es una forma de expresión personal”, dicen. Y sí, todo puede serlo. Pero hay una diferencia entre reinterpretar algo y ponerlo en la licuadora del algoritmo para que salga bonito. No es lo mismo hacer una ilustración tuya en estilo Ghibli porque te inspira, que pedirle a una IA que lo mezcle todo por ti mientras tú solo aprietas “generar”. No es homenaje si no hay entendimiento. Es disfraz. Es maquillar algo con lo que no estás dispuesto a lidiar.

Lo más curioso es que esto ni siquiera es nuevo. El culto a Ghibli como marca viene de años atrás. Mucha gente dice que adora el estudio, pero rara vez pasa de Chihiro, Totoro o El Castillo Vagabundo

. Películas hermosas, sí, pero también las más “exportables”. Las que Disney se encargó de distribuir a principios de los 2000’s. Y ahí está la trampa: para muchos, Ghibli no fue una puerta al cine japonés ni a la animación como forma artística. Fue solo otro “sello de calidad” puesto por Mickey Mouse en el que cayeron sin cuestionarse nada.

Porque vamos, ¿de verdad creen que el público occidental estaba listo en 2002 para Mis Vecinos Los Yamada? ¿O para LA PELÍCULA DONDE UN MONTÓN DE MAPACHES (si, ya sé que son Tanukis) SE ENVUELVEN EN SUS TESTÍCULOS PARA TRANSFORMARSE EN SERES HUMANOS Y DEFENDER EL BOSQUE? Obvio no. Pero pusieron a Chihiro en los Óscares, le dieron el sello Disney, y todos dijimos “ah, ok, esto es arte”. Y ahora, veinte años después, la tendencia es: “yo y mi ex en estilo Ghibli, jeje”. Qué nivel de evolución.

Y lo más gracioso —o deprimente, depende del día— es que la IA te delata. Porque no puede entender lo que hace especial a Ghibli. Solo puede copiar lo que ve. Los colores, las formas suaves, la atmósfera como de sueño triste. Pero sin historia, sin alma, sin intención. Un cascarón precioso y vacío. Justo como ese post que compartes con la cara de tu perro en un paisaje brumoso diciendo “es mi espíritu protector”.

No estás conectando con nada. Estás usando una estética que ni te pertenece ni te tomaste el tiempo de entender. Es como tatuarse kanjis al azar. Como decir que te encanta Van Gogh porque te compraste una funda de celular con La noche estrellada. Lo que te gusta no es el arte. Es parecer que te gusta el arte.

Y claro, ver una imagen linda es fácil. Da serotonina. Pero sentarte a ver La Tumba De Las Luciérnagas sabiendo que vas a terminar hecho trizas, eso ya no. Eso es trabajo emocional. Eso incomoda. Eso no entra bien en el feed.

Y eso, al final, es lo que Ghibli hace de verdad: incomoda. Te enfrenta a la muerte, al paso del tiempo, a la nostalgia por cosas que ni viviste. Te deja sintiéndote pequeño, impotente, a veces incluso un poco tonto. Pero te lo dice con una ternura que duele. Y nada de eso se puede convertir en sticker. Nada de eso se puede resumir en una imagen generada por IA con cielo lila y una bicicleta vieja en primer plano.

Así que no, usar IA para hacer tu versión “en anime” no es un homenaje a Ghibli. Es más bien una forma de empacar algo enorme y sensible en una cajita linda que puedas postear. Convertir una obra profundamente humana en un muñequito con ojos grandes y cero conflicto. No es arte. Es accesorio.

Y no es que esté mal disfrutar de lo superficial. Lo hacemos todo el tiempo. Pero reducir algo con tanto fondo a solo su forma, y encima decir que es “por amor a Ghibli”, eso ya es otro nivel. Es como decir que amas la literatura porque tienes una tote bag con una cita de Murakami. Es, literalmente, no haber entendido nada.

Así que la próxima vez que veas una imagen de esas y te den ganas de comentar “wow, me encanta el estilo Ghibli”, respira. Y pregúntate si lo dices porque te conmovió o porque se ve bonito en tu perfil. Y si es lo segundo, no pasa nada. Solo di “me gusta porque es bonito y me hace ver interesante”. Eso, al menos, es honesto.

Porque Ghibli no se trata de cómo se ve. Se trata de todo lo que te exige cuando decides mirarlo en serio. Y si eso no te mueve, entonces no te gusta Ghibli.

Te gusta el disfraz.

Te gusta seguir modas.

Te gusta no tener que pensar.

 

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#4 Tiempos

¿Podemos dejar de hablar de “esa” película? ¿Plis? | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Antes de empezar de lleno con esto, quiero aclarar un par de cosas. En primera instancia, me rehuso a escribir el nombre de la película en la que se centra este texto, no solo porque el hecho de escribir su título anularía el propósito entero de la columna, sino que es enteramente innecesario teclear las dos palabras que componen su título. Ustedes ya saben de qué película hablo. El mundo entero sabe de qué película se trata. Al menos al día de hoy, entre los curseados círculos del internet en español por los que me muevo, es la única película de la que se ha hablado en las últimas ocho semanas. El cine de este año se reduce única y exclusivamente a hablar de esta película (además del ocasional random preguntando “¿ya vieron Flow? ¿a poco no está bien bonita?” que intenta tener una conversación positiva para variar).

Incluso personas de mis círculos sociales que rara vez mencionan algo sobre cine en sus perfiles parecen desvivirse compartiendo memes y think pieces acerca de los peligros que conlleva ver el bodrio de moda.

En segunda instancia, aclarar que no solo no la he visto, sino que ni siquiera planeo verla en el futuro próximo. A pesar de haber demostrado fehacientemente a lo largo de todos mis escritos (y mi existencia misma) mi propensión a, por alguna razón, odiarme tanto que me obligo a ver los bodrios más espantosos y porquerías más gigantescas jamás filmadas por la humanidad, la película de moda simplemente no se ve atractiva de ninguna manera. La historia que Wikipedia me dice que propone no me llama la atención para nada, el tráiler no la vende como algo en lo que debería invertir mi tiempo, y todos los clips que rondan las redes sociales no lucen lo suficientemente horribles como para que quiera realmente ser testigo de cuán terrible es la película en realidad. O sea, por donde se le vea, no es un producto atractivo o intrigante. Lo único que quedaría es verla por morbo pero… a estas alturas siento que es una razón bastante limitada como para obligarme a perder dos horas de mi vida en ello.

Y, recalco, esto lo dice una persona que utilizó su libre albedrío para ver el especial de “comedia” de Karime Pindter. A propósito.

Ahora, tampoco me voy a sentar aquí a defender a la película. No somos Álvaro Cueva para ser tan lamebotas. Como bien desglose en el párrafo anterior, la única forma de que pinte intrigante la película es si eres un ser humano de un país con el que México tiene tan poco contacto o intercambio cultural como para creer que puede ser una ventanita a cómo se vive en ese país tan extraño del que poco se escucha. A saber qué países reúnen esas calificaciones, pero debe haber por lo menos uno o dos, alguna micro nación en algún lugar recóndito del mundo. Mucho menos estoy en un plan similar a la deleznable actriz protagónica de la película de moda que se encuentra en una cruzada a través de sus redes sociales para pedir que dejemos de burlarnos de esta cosa porque “herimos sus sentimientos”. Nada que ver.

Aunque, debo decir, que pareciese que la persona en cuestión no se ve como un ser humano con quien prometa ser divertido convivir o entablar una conversación, le daré el beneficio de la duda y asumiré que su campaña anti-hate toda estúpida y mal implementada emana de su contrato como spokesperson del churro este que no sale de la boca del mundo entero. Pensemos que también entiende, aunque sea un poquito, cuál es el problema de la historia que ayudó a contar y nada más sus múltiples NDAs le prohíben decir a viva voz un “la neta si actué en una película toda culera”.

¿Pero podemos dejar de hablar de esta película (pregunta irónicamente un ser humano que acaba de escribir 1000+ palabras sobre el tema que dice que la gente debería dejar de tocar)? Sé que es pedir mucho, sobre todo en una época en la que cierto colectivo de señores ancianos predominantemente blancos que creen que saben sobre el valor cinematográfico de lo que crean sus compas le acaba de dar 13 nominaciones al mugrero este, pero quisiera intentarlo.

Yo sé que, por alguna razón, miles de personas en este país aún creen que los Óscares representan algo o que en cualquier punto de la historia de la humanidad han premiado “calidad” por sobre “esto lo hizo mi amigazo del alma, y me cae súper bien, quiero darle esta estatua para que el mundo entero sepa que lo quiero mucho”. Yo sé que hay miles de cinéfilos mamadores que aún encuentran una manera de confirmar sus bias a través de lo que dice “La Academia” sobre las películas aclamadas en esta premiación que, misteriosamente, solo se fija en lo más mainstream y *GUIÑO GUIÑO* CON MÁS MENCIONES EN REDES que el cine tiene que ofrecerle al mundo, pero también recordemos que es el mismo grupo de individuos rancios que le otorgaron el nombre de “Mejor Película Del Año”™ a Crash y a Green Book en sus respectivos años, o que solamente toman en cuenta las películas de Ghibli solamente porque otrora las distribuyeran sus amigos Harvey Weinstein y Disney.

También me imagino que se ha de sentir bien bonito que te den una de esas estatuillas. En el improbable caso que hubiese la oportunidad de que pudiese recibir una, sé también que sería lo suficientemente hipócrita como para aceptarlo, llorar de felicidad, y agradecer a este colectivo deleznable del que me he quejado por años ya.

Pero ahorita no está pasando, por lo que, al día de hoy, reitero mi CHSM a los Óscares.

¿Pero podemos dejar de darle poder y presencia a la película que está tan de moda, que genera tantos clicks e interacciones en YouTube y TikTok, que incluso obligó a Javier Ibarreche, un lameculos de Hollywood y todo su establishment aún más gigantesco que Álvaro Cueva, un ser humano que necesita la atención de la industria cinematográfica mundial para poder generar su contenido “buena onda” y lleno del mismo positivismo falso y mercantil de Luisito Comunica (solo que con miles de porcientos menos carisma) para sentir que vale como ser humano, a hablar mal de un producto cinematográfico casi por primera vez en su historia?

Sólo le estamos dando poder a la cinta. Solo le estamos dando más presencia. Estamos haciendo que, de una forma u otra, la gente considere consumir esto, que el nombre de su director/escritor/productor sea de uso común entre los aficionados al cine. Estamos reforzando la validación de haber sido nominada a todos esos premios internacionales (que, puede o no, hayan sido otorgados a esta cochinada como un mensaje disque contundente a las políticas de extrema derecha que el mundo se está tragando con tanto gusto como la repetición incansable de memes sobre esta película). O sea, le estamos dando publicidad gratuita.

¿O de qué otra manera podemos explicar que solo en México, en apenas una semana, esta chingadera ya recaudó 9.4 millones de pesos? ¿SERÁ ACASO QUE LA INSISTENCIA EN HABLAR DE ESTA MENTADA PELÍCULA POR CASI DOS MESES A TRAVÉS DE TODOS LOS MEDIOS, INSTIGÓ A UN MONTÓN DE PERSONAS A SENTIR CURIOSIDAD POR PAGAR CON SU DINERO PARA VERLA?

Y, sí, claro, el mame de PROFECO y Cinépolis y cómo van a devolver como 150,000 pesos en entradas, etc.

Pero, repito. 9.4 MILLONES DE PESOS. EN. UNA. SEMANA.

O sea, más personas en México decidieron meterse al cine a ver la película de moda, que el mame cinéfilo de Nosferatu. Una vez más, México recordándose a sí mismo porque Pixels de Adam Sandler duró casi medio año en cartelera.

Esto solo me recuerda a las elecciones de 2012 en donde tanto mamar y mamar (con justificadas razones, obvio, pero el punto es el mismo) con memes de Enrique Peña Nieto en donde era inescapable entrar a internet sin ver su nombre y cara plasmados en los muros y timelines de todos mis contactos en redes, funcionó TAN bien como estrategia de marketing que, incluso, me hizo cuestionarme si no debería de votar por él.

Aclarando, no lo hice, pero tampoco es como si mi anulación de aquel año hubiera hecho mucho por detener el avance presidencial del PRI que, con tanto amor, los #Soy132 y otros entes disque contracultura ayudaron a promover de manera gratuita a lo largo y ancho del país.

Pero, sobre todo, me gustaría que dejáramos de hablar de esta película por la razón más obvia de todas: a todas luces es una porquería mediocre que no debería de ocupar un espacio en la mente de nadie. Sí, es insensible con el país, trivializa temas sensibles, desestima el trabajo y presencia de mexicanos en la industria. Todo eso es cierto. Todo eso es cuestionable. Todo eso debería de denunciarse. No debería de repetirse. Estoy de acuerdo.

¿PERO PODEMOS DEJAR DE DARLE TANTA IMPORTANCIA SIEMPRE A LAS CHINGADERAS MÁS MEDIOCRES QUE PODEMOS ENCONTRAR?

Reitero, que CHSM el director y su producto basura. Nadie debería gastar tiempo, dinero, o MBs de sus VPNs y/o torrents para verla, pero claramente, como país, no hemos entendido aún que en esta época, el poder de las disciplinas artísticas no es mayor cuando consiguen más dinero o reproducciones, sino cuando las conversaciones diarias inflan su SEO en Google.

En otras palabras, es casi inevitable que veamos más productos internacionales que traten a México, su cultura y sus problemáticas de la misma manera que esta película en los años subsiguientes. Y todo porque no podíamos dejar de decir que “nos duele la pinche vulva” o creer que tradujeron “you’re welcome” como “bienvenida” porque nos dio flojera investigar un poquito y poder ser parte de la conversación.

Bien ahí, nosotros.

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#4 Tiempos

Empecé el año viendo el peor especial de stand-up de comedia que he visto | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

El otro día, por alguna razón, decidí que estaría divertido de manera irónica ver el especial de stand up de Karime Pindter, De La Mano Del Señor. No sé cómo llegué a esa conclusión, ya que, claramente, a todas luces, y sin importar cuánto maquillaran la experiencia en los tráilers de menos de 30 segundos que me aparecían cada dos posts en redes sociales, el especial se veía espantoso. Qué digo espantoso, Qlero, así, con Q mayúscula al principio para ejemplificar de manera vocalizada y clara la falta de calidad presente en el producto audiovisual que Paramount+ pensaba sería lo suficientemente atrayente como para obligar a la gente a inscribirse a su servicio de streaming.

            Obviamante, como buen ser humano que se precia de no gastar su dinero en cosas que nadie nunca pidió, que no tienen un uso real ni le aportan nada a la sociedad, no tengo cuenta de Paramount+. Puedo jactarme también de que ningún otro ser humano en mi círculo social ha tomado la decisión de pagar dinero por acceder a este servicio de streaming. Aún si resulta que tras leer esto, alguno de mis contactos decide decir de viva voz en público que no solo tomo esta mala decisión, sino que tampoco se arrepiente de ello, al menos podemos estar todos de acuerdo en que podría ser peor; podrían ser suscriptores de Lionsgate+.

            Pero, aun sabiendo perfectamente bien que no habría nada de provecho que sacar de observar este video, sentí la necesidad imperante de marcarlo en mi checklist mental como “visto”. Aclaro, la existencia de Karime Pindter me tiene muy sin cuidado. Jamás he visto un solo episodio de Acapulco Shore (y, por lo menos al día de hoy, no tengo planes a corto, mediano o largo plaza de cambiar esta aseveración), y el único contacto mediático que he tenido con ella fue el dejarme llevar por el chisme barato de todas las semanas en el que nos vimos envuelto cuando se transmitía La Casa De Los Famosos México. A la para de aceptar públicamente que vi la mayoría de las galas de el rebrand de Big Brother VIP que salvó a Televisa, también quiero comentar que no sentí realmente ningún tipo de conexión emocional para con el personaje de Karime. O sea, me divertían algunas actitudes de ella, dijo un par de frases memorables, y me entretuve viendo sus arcos argumentales en el programa, pero, ¿de ahí a que me interesara saber de ella, de su vida y de su carrera post-LCDLF?

No. Para nada.

            Pero el algoritmo de las redes sociales pensaba que sí. Aparentemente solo Adobe y precisamente este especial de stand up son las únicas entidades comerciales que han pagado dinero para aparecer en mis feeds de redes sociales. Y, al igual que el conocimiento de saber que Adobe se ha vuelto muy pushy con su necesidad de obligarle a la gente a amar sus IAs todas pedorras hace que me aleje por siempre de sus programas de edición, el hecho de saber que Karime Pindter no tiene entrenamiento como standupera ni ningún tipo, mucho menos sentido innato del timing, mucho menos desempeño frente a escenario, tampoco encontraba una razón real de ver un producto que, claramente, fue producido con las patas en una semana para aprovechar la relevancia de las modas pasajeras.

            Pero, entonces, un día me aburrí. Y dije, ¿qué tan malo puede ser?

            Afortunadamente, alguien del equipo de producción, en miras de llegarle a la mayor cantidad de audiencia posible, decidió que también sería buena idea subir el especial de stand up a ClaroVideo, plataforma a la cual tengo acceso gratuito por azares del destino. Por lo que, si de alguna forma recibieron algo de dinero de mi visionado las mentes maestras detrás de este bodrio, serían un par de centavos salidos del bolsillo de Carlos Slim que no vinieron de mi ninguna de mis cuentas bancarias.

            Y, ¿recuerdan cómo dije que creí que estaría divertido de manera irónica el ver este especial?

            Yeah, no…

            Nunca me he sentido más miserablemente vacío después de ver un especial de comedia. Nunca. Ni si quiera cuando vi el Gringo Papi

de Brendan Schaub o aquella vez que Javier Ibarreche condujo los Elliot Awards del 2023. Si algo bueno podría decirse de aquellos desatinos mediáticos generados por personas que se creían más importantes y queridas de lo que realmente son, es que, al menos, si parecía que alguien escribió esas líneas pensando que podrían ser graciosas. Hubo un trabajo detrás de sus monólogos. Un mal trabajo, generado por personas que no saben cómo contar chistes ante un público y cuyo sentido del humor es terrible, pero por lo menos podemos decir que la manera en la que se estructuraron los chistes puede darte la idea de que podrían haber sido graciosos para alguien en algún momento de la historia humana si fueran contados de mejor manera, o si hubieran salido de la boca de alguien con carisma.

            De Karime no se puede decir ni eso.

            El especial de Karime es doloroso. El verlo es la prueba fehaciente de que sí tenemos alma, porque hay algo muy dentro de ti que siente un dolor agónico y muere al ser sujeto a ver esto. Son solo 49 minutos, ni siquiera una hora de tu tiempo, pero jamás sentí minutos que se movieran más lentos que aquellos que tuve que sufrir durante la transmisión de este video. Si hay otro evento comédico nacional que se asemeja en todo su sentir a este especial de stand up, es la pobre excusa de comedia que nos regaló Yayo Gutiérrez en su mítica participación del roast de Werevertumorro. Y, aún así, al menos Yayo tuvo la decencia de solo estar en el escenario durante 8 minutos, no 49.

            Todo el contenido de la excusa de chistes que se avienta Karime a lo largo de su especial se resume a “conseguí mucho dinero acostándome con hombres que me pagaban todo” o “estoy bien operada”. De entrada nos encontramos con dos temas super relatable para la gente, pero la situación empeora cuando el chiste es literalmente:

            “Y yo me lo cogí, ¡aunque estaba feísimo!”

            (Este paréntesis es una pausa que les doy para que se rían durísimo de este chiste).

            Todo lo que suelta la señora en el escenario, misma que ni los camarógrafos están interesados en grabar dado que la mayoría de las tomas parecen haber sido grabadas con un teléfono de alta gama desde el centro de la audiencia, son comentarios que, QUIZÁS, podrían ser divertidos y risibles si son contados como parte de una salida de desayuno de señoras un jueves por la mañana. Sería divertido para el pettite comité porque conoces íntimamente a la persona y conoces su historia, porque es divertido porque lo cuenta tu amiga. Son chistes de amistades borrachas en donde, literalmente, lo divertido es cuando dicen “y entonces me vomité enfrente de los tacos” contados con la misma cadencia y presencia que se utiliza en exactamente ese tipo de situación.

            Básicamente, este especial de comedia es el equivalente de celebridad de cuando tres amigos todos rancios de cuarenta años dicen “nuestras pláticas están bien divertidas, deberíamos hacer un podcast” para regalarnos cuatro horas de chistes privados que nadie entiende ni disfruta.

            Por fortuna, incluso la audiencia en el recinto me dio la razón.

            Ni siquiera los micrófonos que usaron pudieron captar la risa de nadie.

            Todos los chistes de Karime fueron respondidos con silencio y apatía.

            Y, con todo y todo, me siguen apareciendo los mentados anuncios en mis feeds de redes sociales.

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