#4 Tiempos
¿Podemos dejar de darle tanta importancia a los Óscares? ¿Plis? | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
En la universidad a la que (desgraciadamente) asistí, había una especie de tradición al final de los cuatro (horrorosos) años de (falta de educación de calidad, pertinente o estructurada a la que lamentablemente le llaman) la licenciatura. Se trataba de un evento que lleva décadas siendo un clásico cierre de preparatorias y secundarias a lo largo de la República Mexicana: una entrega de premios cotorros organizada por y para el alumnado, donde se celebran cosas tan importantes para un CV profesional como “La más amiguera”, “El que recursó más materias” o “La que vendió más drogas ilegales a precios accesibles a las 7 AM de un martes en el salón de ‘El Cachetes’”. Todo es en plan jijijí jajajá, en onda “seremos amiguis por siempre y este será uno de los momentos cumbres de nuestra nostalgia cuando hablemos de nuestro tiempo como estudiantes”. Una cosilla sencillona con la que rellenar el vacío que nos deja el saber que estamos a nada de entra al mundo adulto y la universidad no hizo absolutamente nada para prepararnos para lo que se viene. De vez en vez, la raza se emociona y organizan un evento de gala en el auditorio de la escuela, con estatuillas mandadas a hacer en algún local de trofeos perdido en e interior de una plaza comercial abandonada desde la década de los 70 en el centro de la ciudad. A veces, a falta de presupuesto real, se intercambian monitos de alambre que claramente hizo una mamá desvelada una semana antes, o ya de plano, pequeñas plaquitas de cartón dibujadas a mano con los plumones de la niña de los plumones. Aún así, por más pompa y circunstancia que se le imbuya a esta ocurrencia de la chaviza, no deja de ser completa y totalmente irrelevante para cualquiera que no sea parte de este cerrado grupo de individuos. Quienes están ahí se la pasan bomba. Para los vecinos de los involucrados es un martes más.
En mi escuela, estos premios se llamaban “Micrófonos”. El evento estuvo, efectivamente, muy cotorro. Nos prestaron la cancha de fútbol a mitad de la escuela (también conocida en aquella época como “el salón de usos múltiples”), y hubo mesitas llenas de fruta y refresco para que tuviéramos algo que hacer con las manos en lo que los maestros hacían funcionar la bocina de mediados de los 80 que debió haberse retirado pasando el Y2K. Si mal no recuerdo, hasta contrataron mariachis para que la reunión de 50 individuos vestidos con ropa de diario leyendo nombres a través de un micrófono que a duras penas se escuchaba se viera más jovial antes los espectadores. Nos la pasamos bien, nos reímos, nos terminamos el refresco, dejamos la mitad de las sandías y toronjas en sus platos, y se creó un instante de vinculación fraternal y, de acuerdo a mucha raza, fue un buen recuerdo de la juventud.
Por ahí de 2018, después de una celebración exactamente igual a la aquí descrita, uno de los integrantes de la generación que se graduaba ese año, tras ganarse un “Micrófono” relacionado a su interés por el periodismo durante sus ocho semestres de estudio, decidió venderle la primicia de su galardón a un medio de noticias local. Medio local del cual él era parte, pero igual. Se los vendió, y se la compraron. Así, la situación cotorra de que tus amiguis de la universidad te digan “wey, te esforzaste un chingo en las materias de periodismo, yo creo que te va a ir bien en tu carrera si sigues así” se convirtió en un “Otorgan a S. Vega reconocimiento al mejor periodista de la FCC de la UASLP”, acompañado de una imagen en donde el señor Sergio V. se encuentra hablando con Carmen Aristegui. Para darle legitimidad, que le dicen.
Es como si alguno de los miles de papás que a diario recibieran una taza con la leyenda “El mejor papá del mundo” la llevaran a su trabajo como prueba fehaciente de que merecen, no solo un aumento, sino ser parte de la junta directiva de la empresa. Y la empresa les dijera “Claro, ¿cómo no? La taza en sí le da legalidad y precedente a tus habilidades como padre y persona, y aunque no hay manera de comprobar que no compraste tú mismo esa taza, como tampoco se puede comprobar que la mesada que utilizó tu hija para regalarte la taza no haya salido de tu nómina, por cuestiones éticas de apariencia y de buena fe, asumiremos que obtuviste esa presea de manera legítima y te otorgamos el puesto más alto al que se pueda aspirar en esta empresa.” Procede, entonces, el imaginario papá de esta historia a intentar dar un discurso de agradecimiento antes de que una orquesta sinfónica le corte sus palabras a la mitad.
En otras noticias nada relacionadas con lo anteriormente escrito aquí, se acaban de anunciar las nominaciones a los Óscares. Como cada año, el discurso en Twitter se centra en “a quién le robaron la nominación” o en el clásico “esta nominación valida mi opinión de que esta es una muy buena película y definitivamente no soy un cinéfilo mamador con accesos al internet”. Lo de siempre. La gente se pelea, se desamiga, se lanza memes agresivos, se quote retweetea con insultos velados. Bueh, un día normal en Twitter, solo que con temática específica.
Afortunadamente para todos aquellos que le lloran a la Academia por no haber nominado a Greta Gerwig como mejor directora y solo darle *lee sus notas* 8 míseras nominaciones a su película comercial financiada por una compañía multinacional cuyo negocio principal es el de venderle juguetes de (a lo mucho) mediana calidad (¡ahora con 19% menos plomo y asbestos!) a niños de 12 años o menos, los premios Óscar sí son galardones ética y objetivamente otorgados a productos cinematográficos de calidad que serán venerados por generaciones como lo mejor que el séptimo arte le puede ofrecer a la humanidad. No es una versión más cara y pública de los Micrófonos, no señor. Definitivamente tampoco son una estrategia de marketing cuyo único objetivo es el de ponerle un sticker a la carátula del DVD o un hashtag más a la categoría de streaming en donde se encuentra la película para convencer a la gente de que gaste su tiempo/dinero en ver bodrios de tres horas que hablan de la importancia de luchar por ser parte y mantener el débil status quo genérico de Estados Unidos. ¿Qué clase de industria multibillonaria sería así de superficial?
Digo, no es como si la manera más sencilla de conseguir un premio de la academia sea literalmente gastar millones de dólares en una campaña de marketing dirigida única y específicamente a los miles de señores viejitos que conforman a la academia, geográficamente ligada a sus lugares de residencia o establecimientos a los que asisten con regularidad, en donde las productoras gastan cantidades inimaginables de dinero en regalos que *legalmente no se pueden considerar como sobornos* para recordarles lo maravillosa que es tal o cual película a través de Rolexes y jamones serranos que, mire usted qué casualidad, tienen la palabra “Oppenheimer” impresa en ellos, ¿no es curioso? Tampoco es como si los votantes de la Academia, al no estar contractualmente obligados a ver las películas nominadas, solo vieran dos o tres que medio les llaman la atención, o que sólo se dejan llevar por el “vi que hablaban mucho de esto en Facebook, debe ser buena” o un “Esa la hizo mi amigo/primo/suegra, y esa persona me cae muy bien”, o el ya conocido “Esa es de Disney. A mi me gustaba Disney de chiquito, y era bueno – seguro Disney sigue siendo bueno, porque le sigue gustando a mis nietos.” Por supuesto que no. Jamás pasaría algo así. Claramente los premios de la Academia se tratan de cientos de críticos y analistas del cine serios, quienes viven para ver cine, discutiendo los verdaderos méritos artísticos de tal o cual producción, sopesando qué tan relevante son los mensajes y temáticas que aparecen dentro de las mismas. ¿Cómo se van a dejar llevar por motivos personales o por seguir las tendencias de redes para pretender ser cool y deconstruidos para seguir recibiendo presupuesto y publicidad?
O si no, ¿cómo más se puede explicar que Crash ganó Mejor Película en 2006?
¿O que Sergio Vega haya sido el mejor periodista de la FCC de la UASLP en 2018?
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#4 Tiempos
¿Ascenso otra vez? | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Hace unas horas se ha publicado información por parte de Ignacio Suárez, “El Fantasma”, una supuesta resolución por parte del TAS, para regresar el ascenso en el fútbol mexicano, para la temporada 25/26, de no cumplirse esto, la liga, federación y empresas que la conforman se verán sujetas a sanciones internacionales.
Con esto, parece ser que se da fin a una de las épocas más obscuras del fútbol mexicano, ¿o no?
Tratemos de entender cómo funciona esto. En el año 2020, los equipos de la Liga MX suspendieron el ascenso y descenso de la primera división, argumentando la falta de garantías económicas y deportivas de parte de la mayoría de los equipos de la segunda división, sustentando esto en los problemas económicos derivados de la pandemia de covid-19, dicha propuesta prometía que esta medida era solo provicional y no definitiva, dando un plazo máximo de seis años para regularizar la decisión de forma definitiva. Esto se votó al interior de la liga y fue aceptada por la mayoría de sus miembros, a pesar de las protestas de los dueños de los equipos de la segunda división.
El plazo se ha cumplido, seis años se cumplen al término de la siguiente temporada, y ante la insistencia y reclamos de los equipos de la segunda división (hoy llamada Liga de Expansión), el debate se ha vuelto a abrir.
Equipos, jugadores y aficiones de los equipos de Expansión sueñan con la posibilidad de abrir una oportunidad para buscar el ascenso el próximo año. De la misma forma, equipos en la tercera, cuarta y hasta quinta división (llamadas Serie A, Serie B y Liga TDP) donde inexplicablemente, también se han negado dichos ascensos.
Pero vayamos por partes, la situación de los equipos de las divisiones inferiores en México no ha cambiado mucho, equipos sin finanzas sanas, con muchas dudas sobre la transparencia de sus recursos, con poca infraestructura tanto en canchas de entrenamiento como en estadios, poco interés en formar jugadores y nulo o casi nulo intento por generar equipos femeniles, ponen en entredicho la posibilidad no solo de ascender, sino de una sana permanencia en primera división. Para ser más exactos, hoy solo cinco equipos de la Liga de Expansión tienen su carpeta de cargos completa para poder pensar en un ascenso (U de G, Yucatán, Correcaminos, Atlante y Morelia). Dicho esto, cualquier otro equipo que quisiera pelear por su lugar en la MX tendría primero que remediar su situación.
Ahora bien, se habla del ascenso, pero no de un posible descenso. Mucho se ha manejado la intención de aumentar la liga a 20 equipos, incluso hay propuestas para llegar a 24 o más equipos, emulando un poco la situación de la MLS, y hoy parece que la idea puede llegar a cobrar fuerza.
Y es que pensémoslo bien, la idea de aumentar la liga de 18 a 20 parece no solo posible, sino también interesante, los equipos recién ascendidos tendrían la posibilidad de establecerse económicamente en la Liga MX, sin el riesgo de un eventual descenso en tan solo una temporada, podrían pensar en estabilizarse deportivamente y buscar ingresos importantes en por lo menos dos años.
En fin, según “El Fantasma” la decisión está tomada, la Liga MX tendrá nuevos invitados, aunque me resisto a aceptarlo, creo que los dueños del balón encontrarán la forma de saltarse la regla en beneficio de su bolsillo y (nuevamente) en detrimento del deporte y su desarrollo, en fin.
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#4 Tiempos
Final Destination: cuando el concepto es mejor que la película | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
Hay películas que uno ve por pura curiosidad, otras porque están en el canon del cine, y luego están las que ves solo porque va a salir una secuela y quieres tener contexto para entender las posibles referencias que desate el internet si es que se vuelve un producto exitoso. Final Destination cae en esta última categoría.
*inserte GIF de la escena del camión de troncos de la secuela *
Vi Final Destination por primera vez esta semana. Nunca la había visto, ni de casualidad en la tele, ni en maratones de miedo de octubre, ni siquiera de fondo en casa de alguien. Cero. Lo curioso es que he visto memes, referencias, clips, gifs, listas de muertes más absurdas del cine… básicamente todo lo que la cultura de internet ha hecho con esta franquicia, sin haber visto la película original. Así que, aprovechando que está por estrenarse la sexta entrega (porque, por alguna razón, el mundo pareció exclamar que tiene una necesidad por retacarse mentalmente de más muertes innecesariamente complejas en formato cinematográfico), decidí ponerme al día.
Mira, esta película depende completamente de qué tan bien logren desarrollar su premisa de alto concepto. Y, seamos honestos, no es que se hayan matado haciéndolo. No tiene historia, no tiene un estudio de personajes, y ni siquiera intenta ser algo más que una anécdota estirada al límite. Una anécdota que, por cierto, en algún momento alguien debió haber contado en una junta de productores tipo: “¿Y si la muerte fuera como un asesino invisible, pero con mala leche y gusto por las trampas complicadas?” Y, nada, que le producción empezó al día siguiente, antes siquiera de poder terminar el guión.
La premisa, en frío, suena potente. Un grupo de adolescentes está por abordar un avión rumbo a París cuando uno de ellos, Alex (Devon Sawa, con cara de ídolo pop de comienzos de los 2000), tiene una visión hiperrealista del avión explotando. Se desespera, arma un escándalo, lo bajan junto con un puñado de personas más… y sí, el avión realmente explota. Final feliz, ¿no? Se salvaron.
Pues no. Aquí es donde entra el “concepto fuerte”: la Muerte tiene un plan maestro que no acepta modificaciones, y ahora quiere cobrar lo que le deben. Y lo hace de forma metódica, uno por uno, con accidentes ridículamente orquestados que te hacen preguntarte si la Parca se graduó en ingeniería industrial con especialización en sadismo.
¿Por qué lo hace? ¿Qué pasa si la gente que la muerte quería matar no se muere?
Ni idea.
Solo pasa. Y ya.
Y sí, entiendo por qué causó sensación en su momento. También entiendo por qué mucha gente la recuerda con cariño. Pero tengo que ser sincero: es una película que está bien… solo bien. Funciona, entretiene, cumple lo que promete. Pero hasta ahí. Nada más. Es como cuando, en vez de comer algo bien, bajas al OXXO y te compras dos burritos de microondas. O sea, no está mal, te llena… pero como que no llena ninguna de las nulas expectativas que tenías.
Lo más curioso es que, en los primeros minutos, parece que vamos a ver otra cosa. Un dramón adolescente con todos los clichés escolares: el rebelde, la chica rara, el maestro duro, el bully… Toda esa introducción me hizo pensar que la historia iba a ir por un camino tipo Scream con avioncito. Algo con conflicto juvenil, dinámicas de grupo, tensión sexual no resuelta, ya sabes. Nada nuevo, pero al menos con estructura.
Y sinceramente, esa película habría sido más interesante que la que realmente nos dieron. Sí, habría sido genérica hasta decir basta, tipo Eurotrip o The Lizzie McGuire Movie, pero bueno, al menos hubiera tenido una historia, ¿no?
Pero no. Lo que tenemos es una idea central que se convierte en todo el andamiaje. Todo recae en la premisa. Si logran convencerte de que acabas de ver una película completa, aunque en realidad solo viste a un grupo de personajes marcados por un reloj que anuncia cuándo les toca morir, entonces misión cumplida. Pero eso no es exactamente un logro. Es más bien un truco bien ejecutado.
No me malinterpreten, la disfruté. Claramente me entretuvo. Pero esperaba algo más. Tal vez porque ya conocía el fenómeno que generó esta saga como meme, antes de haber visto un solo minuto de la original. De hecho, lo único que sabía de Final Destination eran las muertes absurdas y la paranoia colectiva que generó sobre los viajes de avión, subirse a montañas rusas o pararse frente a un camión con troncos.
Y sí, las muertes son entretenidas. Coreografiadas con precisión quirúrgica, como si la Muerte tuviera un pizarrón con diagramas y post-its que dicen “¡ahora con fuego!” o “necesitamos más vidrios rotos”. Pero más allá de eso, no hay mucho.
Los personajes… bueno, existen. Tienen nombre, pero podrían llamarse “El que se va a morir pronto”, “La que va a sobrevivir”, “El escéptico que cae primero” y nadie notaría la diferencia. Son arquetipos ambulantes. Las relaciones entre ellos son mínimas, sus decisiones son más instintivas que lógicas, y rara vez hay algo que parezca desarrollo emocional o crecimiento. Una vez que entendiste el patrón, solo estás esperando la próxima escena de muerte. Ya ni siquiera por el suspenso, sino por el diseño de producción.
Lo curioso es que, pese a todo esto, la película sí se ve bien. Técnicamente está bien hecha. Se ve como una película, suena como una película, y en general tiene ritmo. La dirección es competente, los efectos (en su mayoría) funcionan, y los actores hacen lo mejor que pueden con lo poco que les dieron.
Y hay que reconocer que, por sobre todas las cosas, alguien decidió otorgarle a Sean William Scott un papel cinematográfico que no fuera un mero Stiffler 2.0. No está lejísimos de ese arquetipo suyo, pero al menos este personaje tiene un dejo de personalidad propia, aunque sea tenue. De hecho, la mayoría del elenco principal es más o menos simpático. No entrañable, pero aguantable. O sea, no amas a nadie… pero tampoco estás deseando que ya se mueran para salvarte de su existencia.
Salvo la chica que es atropellada por el camión. JOOODER. Qué manera de ser insoportable. Me dio gusto que se la llevara el transporte público, y encima me hizo reír, así que doble mérito. Por eso, y muchas cosas más, esa escena se merece un *chef’s Kiss*.
El resto del cast… bien. Nadie da cringe, nadie se roba la película. Están ahí. Funcionan. Y, como era de esperarse, la mayoría se vuelve olvidable después de que les toca su respectiva cita con la guadaña. Ya para el final, si no tienes Wikipedia abierta, es difícil recordar cómo se llamaban. Con una excepción: Clear.
Pasé media película preguntándome si decían “Clear” o “Clair”. Y, sí, según los créditos se llama Clear. Clear Rivers. Así en plan juego de palabras chiquito. ¿Por qué? Ni idea. Pero ahí está y, de alguna forma, se convierte en un personaje central.
Entonces, ves la película, ves cómo se mueren. Ya te lo había prometido todo el material de marketing. Aquí se viene a ver a gente muriendo por el simple gusto de ser morboso. Pero entonces, queda la duda. ¿Literalmente se va a acabar con todos muriéndose? ¿CRÉDITOS?
No. Quisieron ponerle una conclusión.
Dios santo. Ese final. Una joya… pero de lo mal hecho que está. En menos de cuatro minutos casi arruina todo lo anterior. Literalmente parece una escena que escribieron y grabaron con urgencia porque alguien del estudio dijo: “Oye, no podemos terminar así, la gente va a salir bajoneada. Inventa algo con fuegos artificiales, o una explosión, o qué sé yo”.
Y lo hicieron. Vaya que lo hicieron. Se nota que fue una decisión tardía, una intervención de último minuto para cambiar el tono y asegurar mejores reacciones en las pruebas de audiencia. Pero se siente completamente fuera de lugar. Incoherente. Forzado. No cuadra con lo que venía pasando, ni con la lógica interna de los personajes. Es como si todos se hubieran olvidado de lo que vivieron en los últimos 80 minutos.
Y no es que antes la película fuera perfecta, pero venía manteniendo cierta coherencia dentro de su propio juego. Ese final, en cambio, parece arrancado de otra versión del guion. O de un mal episodio de Goosebumps.
¿Me entretuvo? Sí. ¿Me aportó algo? No realmente.
Pero ahora entiendo de dónde salió toda la fama de Final Destination. No por ser una gran película, sino por ser una gran idea de marketing. Un concepto tan sencillo y adaptable que puedes estirarlo en mil direcciones. Y al parecer, eso hicieron. La franquicia sobrevivió no por lo que es, sino por lo que puede ser: una excusa para inventar muertes creativas como si fueran sketches de terror.
Final Destination es, en esencia, una gran idea disfrazada de película promedio. No está mal. Está OK.
Y a veces, eso basta.
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#4 Tiempos
Primer poeta potosino, Andrés Diego de la Fuente | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
El matrimonio español, avecindado en San Luis Potosí, formado por el Capitán y Sargento Mayor don Diego de la Fuente Rincón, Alguacil Mayor del Santo Tribunal de la Inquisición en San Luis Potosí y de doña Bárbara Pérez Bocanegra descendiente de don Pedro de Arizmendi y Gogorrón, uno de los que asistieron a la fundación del Pueblo de San Luis Minas del Potosí, procrearon ocho hijos, uno de los cuales figuraría como uno de los primeros humanistas potosinos, Andrés Diego de la Fuente que nació en San Luis Potosí el 30 de noviembre de 1705.
Andrés Diego de la Fuente es considerado el primer poeta potosino. Después de vivir su infancia en San Luis y estudiar sus primeras letras ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en 1723. Seguiría trabajando en la labor educativa que había asumido la Compañía de Jesús, recorriendo los principales colegios.
En 1730 sería profesor de gramática en el Colegio de Zacatecas; estudiante de teología en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo en 1732; el 25 de julio de 1734 fue ordenado sacerdote por D. Francisco de Buenaventura, obispo auxiliar de La Habana; en 1735 recibe la Tercera Probación en Puebla; para 1737 era profesor de gramática y filosofía en el Colegio de Durango; el 8 de diciembre de 1740 celebraba su profesión solemne; en 1744 era ya profesor de teología en el Colegio de Durango, ostentando las dotes de ingenio, juicio y letras, como bueno, de suficiente prudencia, de alguna experiencia, de complexión temperada, de talento para todo.
Fue vice – rector y prefecto de salud, en 1748, en el Colegio de Pátzcuaro; en 1749 en el Colegio de León fue consultor y confesor en casa; en 1751 regresa al Colegio de Pátzcuaro como rector; en 1753 sería rector en el Colegio de San Luis de la Paz; luego rector del Colegio de Valladolid en 1756; en 1761 estando enfermo permaneció en el Colegio de Querétaro y para 1767, cuando serían desterrados de territorios españoles los jesuitas, era capellán de hacienda en el Colegio de Querétaro que regenteaba el P. Diego José Abada, que había sido en su momento profesor del Colegio de San Luis Potosí, para luego salir desterrado de Veracruz en “La Dorada”; en 1768 llegaría a Ferrara en Italia, para pasar a Bolonia después de algunos años; el 26 de marzo de 1783 moría en Bolonia, siendo sepultado en la Parroquia de San Donato.
Su inclinación a las letras las ejerció desde joven. Siendo estudiante de San Ildefonso escribió un soneto castellano que se publicó en el libro titulado La azucena de Quito, publicado en México en 1732. Publicó también unos epigramas latinos en 1746 y el logrado poema latino sobre la Virgen de Guadalupe de 1773. Estos poemas han recibido los mejores elogios de estudiosos de las letras en México de los siglos XVIII, XIX y XX , considerándolo un poeta de altura y una de las glorias de las letras mexicanas para orgullo de los potosinos, lugar donde saldrían magníficos escritores en tiempos posteriores.
Uno de los méritos de Andrés Diego de la Fuente es su empeño en introducir y dignificar en su poema, los temas indígenas y mexicanos. De acuerdo al Padre Peñalosa, en las notas fuera de texto Diego de la Fuente explica algunos vocablos aztecas; latiniza otros en el cuerpo del poema y dedica breve y espléndido elogio a la lengua náhuatl, cuando se refiere a “la manera elegante de hablar que los indios mexicanos acostumbran”.
En su recorrido al destierro, continuó con su obra educativa, siendo rector del Colegio de la Habana, para luego salir de tierras del dominio español y llegar a Italia, lugar donde fueron a residir los jesuitas mexicanos, desde donde desplegarían un importante labor intelectual colocando a México como lugar de importantes contribuciones artísticas y filosóficas.
En la expulsión de los jesuitas, Andrés de la Fuente se encontraba en Querétaro donde era Capellán de Hacienda en el Colegio de la Compañía de Jesús, fue conducido a Veracruz donde se embarcó a La Habana donde fue nombrado rector del Colegio de la Habana y pasó más tarde a Italia, donde falleció en Bolonia el 26 de marzo de 1783 a la edad de 78 años.
Escribió en La Azucena de Quito un inserto en el libro, Imprenta Real del Superior Gobierno de los herederos de la Viuda de Miguel Rivera; en el Empedradillo, año de 1732, un epigrama latino en 1746 que menciona Eguiara y Eguren; y, la imagen de N.S. de Guadalupe. Dedicatoria en versos latinos a la Patrona del Reino de México, 10 de noviembre de 1773.
Oculte el rosicler la Cipria Diosa,
cuando sus plantas en las flores mueve,
que el leve tacto de su pie de nieva,
la flor más pura muere vergonzosa.
No así de Quito Venus amorosa
que, cuando herida con rigor no leve,
en cada gota de rubí que llueve,
nace azucena la que muere rosa.
Una calle en la ciudad de San Luis Potosí de la Colonia Viveros lleva su nombre.
También lee: Genoma de las plantas, el tema en La Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
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