#4 Tiempos
Monólogo del archivista | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
¿Podría decirme la hora, estimado señor? Créame que lamento mucho tener que molestarlo. ¿Las cuatro y quince? Lo sospechaba. Quiero decir que sospechaba ya que eran más de las cuatro. Lo supuse por el color del cielo. En invierno, pasadas las cuatro, el cielo suele adquirir este tono grisáceo que, para decirlo de una vez, siempre me ha resultado deprimente.
¿Espera desde hace mucho el autobús? ¿Quince minutos, dice usted? Esto quiere decir que, si tenemos suerte, el siguiente pasará pronto. ¡Eso espero! ¿Y no se ha puesto a pensar nunca en cómo se nos va la vida: tan callando, como dice el poeta? «¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Dime: ¿has visto las pisadas de los días?». Así escribió don Francisco de Quevedo y Villegas en el libro de sus Sueños. ¡Ah, señor, esto es poesía en estado puro! Pero no; seamos sinceros: no examinamos casi nunca el valor del tiempo, y si juntáramos nuestros minutos perdidos, es decir, todos los instantes que se nos han robado en espera como éstas a lo largo de la vida, es casi seguro, estimado señor, que nos llevaríamos un susto.
No, de ninguna manera es usted indiscreto al preguntarme acerca de mi profesión. Soy archivista. Esto quiere decir que un día hago una cosa y otro día otra. Por ejemplo, una mañana recorto artículos de periódico, los agrupo según cierta unidad temática y por último los guardo en unas cajas amarillas que más tarde –cada medio año, según mis cálculos- un conserje recoge para llevarlas a quemar. La mañana siguiente, en cambio…
¿Que por qué recorto entonces todos esos artículos? En realidad, no lo sé. Supongo que para eso me pagan, después de todo. ¡Sin embargo, imagine usted lo que pasaría si conserváramos para siempre todos esos papeles que tan pronto como uno los recorta empiezan a ponerse amarillos! Esto llevo haciéndolo desde hace veinticinco años, estimado señor. ¿Le parecen demasiados? A mí también.
Si no le parece inoportuno o fuera de lugar, permítame leerle un párrafo del libro que durante esta semana a andado conmigo adondequiera que voy. Se trata de una fina observación psicológica que, por decir así, ha acabado por quitarme la venda de los ojos. Pero antes debo ponerlo en contexto, como suele decirse. Bien, el contexto es éste: un hombre acaba de llegar a una cárcel siberiana y, al recoger sus primeras impresiones acerca de los trabajos que son forzados a realizar los prisioneros de aquel lugar, hace la siguiente digresión; escúchela usted. «En cuanto a los trabajos, me parecen menos penosos por su dureza que por el hecho de ser impuestos… Nuestros campesinos trabajan mucho más; algunos, sobre todo en verano, trabajan durante la noche; pero se fatigaban por su propia cuenta, en su interés, y por eso se cansaban infinitamente menos que el forzado, el cual realiza un trabajo impuesto y absolutamente inútil para él.
»Un día se me ocurrió la idea de que si quisiera aniquilar a un hombre, destrozarlo moralmente y castigarlo de manera implacable, bastaría dar a su trabajo un carácter de absoluta inutilidad, haciendo que resultara absurdo. Si, por ejemplo, se le obligara a trasladar agua de un tonel a otro, y de este otra vez al primero, o a triturar arena, o llevar montones de tierra de un sitio a otro para volver a transportarlo después al lugar en el que estaba al principio, estoy persuadido de que al cabo de unos días se ahorcaría o cometería infinidad de atrocidades con el fin de merecer la muerte y escapar a tal bajeza, a semejante vergüenza y tormento».
Estaba seguro, estimado señor, que le interesaría. Es una página esplendida, ¿no le parece? Mire usted cómo y de qué manera he subrayado párrafos y más párrafos a lo largo del libro. A que no adivina usted quién lo escribió. Nada menos que Fedor Dostoievsky. Se trata de un pasaje de La casa de los muertos. ¡Qué gran escritor fue este hombre! Todos los problemas filosóficos verdaderamente serios fueron ya planteados en sus novelas. Si quiere usted aprender filosofía, estimado señor, no lea usted a Bertrand Russell; lea a Dostoievsky.
¿Y no le parece que estas observaciones suyas acerca de los trabajos forzados no son sólo atinadas sino incluso aterradoras? En efecto, si quiere usted matar a un hombre, póngalo todo el día a hacer cosas intrascendentes. Si quiere usted hacerle estallar los nervios, póngalo a ejecutar tareas que no le interesan en modo alguno y a las que nos les encuentra ninguna utilidad. Es el caso de muchos oficinistas de nuestra ciudad. En resumen, es mi caso. Porque sé a dónde irán a parar mis recortes de periódico, así como los innumerables papeles que un día sí y otro no me veo en el deber de catalogar.
Créame, estimado señor: si hoy vivimos en la era de la depresión, como se la llama, no es más que por eso. Quiero decir, no porque vivamos de prisa –aunque también esto tenga que ver no poco con este malestar que de pronto se ha apoderado de nuestra civilización-, sino porque no encontramos sentido a nuestro diario ajetreo: porque nos vemos en el deber de ocuparnos durante demasiado tiempo de cosas a las que no les vemos la utilidad desde ninguna perspectiva. Véanos usted, estimado señor, véanos usted. Estamos destrozados de los nervios, estamos rotos. ¡Ah, si tuviéramos tiempo para realizar aquello que nos conmueve, y sólo para eso! Por lo demás, observe usted las plantas: ¿crecen por ventura flores en el desierto o tunas en las selvas profundas? Cada fruto requiere el ambiente que le es más propicio, y lo que decimos de los frutos es preciso decirlo igualmente de las almas. ¡Pero qué me dice usted! ¡No sabía que usted también perteneciera al gremio de los míos, a la raza de los infelices! En ese caso, olvide lo que he dicho. Haga usted como si no hubiera escuchado nada, entierre mis palabras en ese cementerio que debe ser su cansado corazón.
¡Vaya! Veo que finalmente aparece nuestro autobús. Ya era tiempo, ¿no le parece? Deme el brazo, estimado señor. La grada es alta. No se vaya a caer. Pues sin nosotros, ¿qué sería de la organización, después de todo?
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#4 Tiempos
Ingeniero Labarthe, pionero de la cartografía geológica en México | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Hace sesenta y cinco años, en el mes de mayo, el Ing. Eugenio Pérez Molphe impulsaba el proyecto para la creación de un Instituto de Geología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, que sería presentado por el Ing. Rubén Ortiz Díaz Infante, Director de la Escuela de Ciencias Químicas, un par de meses después en julio de 1960 se formalizaba la propuesta al Consejo Directivo Universitario de a UASLP, la cual sería aprobada iniciando así las actividades del Instituto de Geología y Metalurgia, como fue llamado en un ´principio, siendo nombrado el Ing. Pérez Molphe como su director.
El proyecto de inicio de la formación en Geología en San Luis se venía gestado dos años atrás, motivada entre otros factores, por la celebración del Año Geofísico Internacional donde estaban participando algunos universitarios potosinos, entre ellos el Dr. Gustavo del Castillo, que recibió en 1957 a investigadores que realizarían algunos experimentos geológicos en el marco de esta celebración.
En 1958 con motivo del Año Geofísico Internacional estuvieron en San Luis Potosí el doctor en geología Robert P. Mayer de la universidad de Wisconsin y el ingeniero geodesta Hermilio Cepeda del Departamento de Oceanografía de la UNAM, con el objeto de realizar experimentos geológicos a fin de determinar la velocidad con que se transmite el movimiento de la tierra, para lo que buscaban una mina abandonada para emplear un sismógrafo a fin de poder colocarlo a considerable profundidad, seleccionando para ello al mineral de Cerro de San Pedro. Para realizar sus mediciones se haría una explosión de dinamita en el Cerro del Mercado en Durango y mediante comunicación por radio con Cerro de San Pedro se trataba de registrar en el sismógrafo el evento.
En 1959 el Ing. Luis S. Jiménez López presidente de la Comisión Nacional de Fomento Minero en el Estado de San Luis Potosí, en un análisis minucioso sobre el panorama minero en México, declaraba que el país necesitaba más ingeniero geólogos, señalando la necesidad de una nueva dinámica en los campos de exploración y explotación de minerales cuyo factor propicie el justo y adecuado aprovechamiento de este núcleo de profesionales.
En esos años, terminaba sus estudios de ingeniería geológica el potosino Guillermo Labarthe Hernández en la Universidad Nacional Autónoma de México, titulándose en la licenciatura como ingeniero geólogo en 1958, año en que contraería matrimonio y regresaría posteriormente a San Luis Potosí.
Guillermo Labarthe Hernández nacería en San Luis Potosí en febrero de 1934, a principios de los sesenta se incorporaría al Instituto de Geología de la UIASLP que contaba con un número mínimo de profesores y sus actividades se orientarían al apoyo a la docencia y el impulso de la carrera de geología en la UASLP que iniciaba actividades en 1961 a la que se incorporarían alumnos que ya estudiaban ingeniería en la UASLP y que reorientaban su vocación a la geología.
El vínculo del Ing. Labarthe con la UNAM se reflejaría al realizar los primeros trabajos de cartografía en colaboración con esa institución que propició se titularan los primeros geólogos de la UASLP
un par de años después en lo que fue la primera generación de ingenieros geólogos, la cual estuvo formada por Arturo Elías, Jorge Fraga y Manuel Mendiola, que recibieron sus títulos en 1963.El Instituto de Geología de la UASLP sería el tercer instituto de investigación creado en la UASLP y el segundo que se formaba en el país. Si bien, sus primeros años estuvo enfocado principalmente en el apoyo a la docencia se establecían las raíces que propiciarían se realizaran se manera intensa actividades de investigación a mediados de los setenta.
En el mes de noviembre de 1962 salió a la luz pública la revista “Geología y Metalurgia”, con temas técnico-científicos de interés y que posteriormente, hacia 1977 daría lugar a la serie de boletines publicados como “Folletos Técnicos del Instituto de Geología”. En 1979 el Ing. Guillermo Labarthe Hernández era nombrado director del Instituto de Geología y se iniciaba un intenso trabajo de cartografía geológica siendo un esfuerzo pionero en el país.
En 1976 inicia los trabajos formales de investigación en cartografía geológica del Estado enfocando esfuerzos en la Zona Media y Altiplano del estado de San Luis Potosí, dirigidos por el Ing. Labarthe; estos trabajos serían los primeros que se realizaban en México. Los cuales sirvieron para definir los acuíferos de la zona de San Luis Potosí y Villa de Reyes. Por lo que al perforarse los pozos se sabía que tipo de rocas estaban en el subsuelo gracias al trabajo de cartografía realizado. En cuanto a recursos minerales, los depósitos de caolín que existen en la zona suroeste del estado fueron descubiertos por la cartografía realizada.
Todos estos recursos, acuíferos y minerales están encajonadas en rocas volcánicas, tema que sería parte de la especialización del Ing. Labarthe del que era un experto. La zona de San Luis fue una zona volcánica, y los estudios han ayudado a comprender la evolución de la corteza.
El Ing. Labarthe falleció iniciando el mes de mayo dejando un importante legado para la geología mexicana y en especial la potosina, siendo uno de sus pioneros y el iniciador de la cartografía geológica moderna.
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#4 Tiempos
Monólogo del profesor | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Seamos sinceros, estimada señora: a nuestros jóvenes cada vez les importa menos lo que en la escuela podamos decirles. Un día la invitaré para que venga y vea. Entonces se sorprenderá al ver la cara que ponen cuando un servidor de usted les esté explicando, por ejemplo, la segunda ley de la termodinámica. ¿Puedo adelantarle algo de lo que verá? Un muchacho de cabellera abundante y estropajosa, con las piernas cruzadas, estará observando el estado general de las suelas de sus zapatos como en una especie de contemplación o arrobo místico; otro, sentado a dos bancos de aquél, hojeará distraídamente la revista que metió de contrabando en el salón y que ha ocultado –ni siquiera discretamente- bajo su libro de texto; aquel, pensando que nadie lo mira (o no pensando nada, pues lo mismo le da), estará ocupado enviando mensajes desde su teléfono celular y contestando los que a su vez le lleguen; en fin, todo esto los encontrará usted haciendo cuando vea y vea, estimada señora.
Mientras tanto, yo seguiré hablando en voz alta, haciendo como que creo que me escuchan. «Tú juegas a quererme, yo juego a que te creas que te creo». ¿Recuerda usted quién cantaba esta canción hace veinte años o incluso veinticinco? ¿Luz Casal? En todo caso, se trata del mismo pasatiempo: mis alumnos juegan a que me ponen atención, y yo juego a hacerles creer que me trago su mentira. De este modo ellos están en paz y yo también.
¡Oh, no me crea usted un resignado! La verdad es que en otro tiempo abrigué ciertas ambiciones pedagógicas y hasta llegué a creer que bastaba con que yo abriera la boca para que mis alumnos se apasionaran por la materia que me disponía a explicarles. Hoy ya no soy tan ingenuo, estimada señora, y hasta me he dado esos baños de realidad que si bien al principio no son nada agradables (el agua de la realidad es fría, bastante fría), al final lo sacan a uno de ese ensueño metafísico del que hablaba en uno de sus libros un famoso filósofo francés.
Al principio, debo confesárselo, casi lloraba al ver que mis alumnos me hacían menos caso que al perro del vecino; pero luego la fuente de las lágrimas se secó, y aquí me tiene usted, haciendo como que enseño y cobrando puntualmente mi sueldo, pues es bien sabido que de aire los hombres no pueden vivir.
A los muchachos ya no les digo nada, y ni siquiera los riño. ¿Qué les puedo decir, por ejemplo, cuando no hacen sus tareas? Podría, sí, hacer como que me indigno, pero esto sería llevar el juego demasiado lejos. Supongamos, por ejemplo, que me quejo con sus padres diciéndoles que sus hijos son unos holgazanes. ¿Qué voy a recibir como respuesta? ¡Ya se lo imaginará usted! Una vez, al principio de mi carrera –es decir, cuando me sentía con derecho a ser exigente- mandé llamar a uno de esos caballeros que se llaman a sí mismos padres de familia para suplicarle que pusiera más atención en los asuntos del que creo era su primogénito. Pero no me dejó ni siquiera terminar. «¿Y usted quién es para meterse en nuestra vida?», me preguntó lleno de rabia, ajustándose con brusquedad el nudo de su corbata. «A usted le pagamos para que dé su clase, pero lo demás ya no le toca».
De acuerdo, de acuerdo, me dije entonces. Quiero decir con esto que aprendí la lección. Desde entonces ya no encargo a mis alumnos ninguna tarea. ¿Para qué? Hoy mi lema es, humildemente, éste: laissez faire, laissez passer: ¡Que cada uno haga lo que le venga en gana!
La vida de mis alumnos, estimada señora, está en otra parte. ¿En qué parte? Vaya usted a saberlo, aunque todo parece indicar que ésta comienza para ellos justo en el instante en que, llegando a su casa, dejan la mochila en el suelo y encienden la computadora. ¡Entonces sí que se sienten vivir! «Ah –se preguntan-, ¿quién habrá inventado la escuela, ese mal que ni siquiera parece necesario?».
En la luna: allí veo a mis alumnos cuando les hablo de cosas que a mí me habría gustado comprender cuando tenía su edad. En la luna, sí, y parecen muy poco dispuestos a bajar a esta tierra que desde hace mucho ha dejado de interesarles.
¿De dónde acá esta indiferencia por todo lo que sea escolar o huela a ello? He encontrado aquí y allá diversas teorías, aunque la que hasta ahora me convence más es ésta del pedagogo francés Guy Avanzini. Escuche usted: «A pesar de todo, los padres, sin quererlo y sin saberlo, al menos en parte, son los responsables de este fracaso». Está hablando el pedagogo del fracaso escolar, que incluye no sólo las malas notas obtenidas en los exámenes, sino sobre todo el disgusto con que los jóvenes se presentan en la escuela. ¡Pero cómo! ¿Son culpables los padres de esta situación? Sí –responde Avanzini-, y ellos los primeros. Ante todo, porque desvalorizan el trabajo escolar, diciendo y pensando que ir a la escuela equivale a perder el tiempo, y luego exaltando el ejemplo de los que triunfan en la vida «sin haber trabajado en la escuela; haciendo la apología del mal estudiante que, sin haber llegado a la edad adulta, alcanza la notoriedad a pesar de la escasez de su cultura y de la regularidad de sus malas notas». Esto, en síntesis, es lo que dice Avanzini. Y el panorama parece tanto más desolador cuanto que nuestros muchachos oyen a cada instante noticias de verdaderos ignorantes que ganan lo que quieren sólo por saber patear un balón, aporrear una guitarra o cantar una canción. Además, ¿no escuchábamos hace poco la noticia de que muy pocos de nuestros legisladores acabaron realmente de estudiar? ¡Y mire usted lo que gana en estos contornos del mundo un legislador! Los hombres que viven mejor son los que han estudiado menos: he aquí el mensaje que les llega a los jóvenes desde todos los flancos. ¿Cómo queremos entonces, estimada señora, que la escuela les interese aunque se un poco? ¡Respóndame usted! ¡respóndame, por el amor de Dios!
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#4 Tiempos
Se juegan las finales | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Esta semana comienzan a definirse los campeones de las ligas en México. Y es que si bien todo el mundo piensa en los cuatro semifinalistas de la Liga MX y sus enfrentamientos, las otras ligas también definen a sus campeones.
En la liga de expansión, misma que aún no confirma la posibilidad de ascenso y que de entrada este torneo no se dará, la final está dicha, el Tampico y la U de G se enfrentan para conocer al campeón del torneo. El primer partido se jugará mañana sábado en Tampico, para que la vuelta y la definición del campeonato se dé el sábado 24 en la cancha del estadio Jalisco. Vale la pena recordar que en su primer año compitiendo en esta liga, la Jaiba Brava ya disputa la final. Como apunte, si se peleara el ascenso, el campeón de este torneo tendría que enfrentar al equipo de Tapatio en la final de campeones, ya que los de Chivas son los actuales campeones vigentes.
Bajando en las divisiones, la semana pasada tuvimos campeón tanto en Serie A, Serie B y filiales en la Liga Premier. Para la Serie B, el cuadro de Santiago FC logró el bicampeonato al derrotar al Pachuca, con esto y haciendo cambios administrativos y de instalaciones, podría aspirar a cambiar a Serie A. En la final de filiales (misma que no tiene derecho a ascenso) el campeón fue el equipo de Correcaminos, venciendo a Ahuacateros de Uruapan, equipo filial del Ahuacateros de Peribán, mismo que está por jugar la final de campeón de campeones de la Serie A.
Justo ahí, el duelo “importante” de la liga, Irapuato, que se coronó el pasado fin de semana, se juega el campeonato definitivo del año frente a Ahuacateros de Peribán. En el partido de ida, se empató a 1 en Irapuato, mientras que el de vuelta se jugará el domingo 18, para definir al campeón de campeones. Cabe resaltar que no se ha dicho nada sobre un posible ascenso a Liga de Expansión, ya que no basta con ser campeón de Serie A, sino también conseguir las licencias y certificaciones que ahora pide la liga.
Hablar de la Liga TDP, las profundidades de las ligas profesionales en México, es por ahora meternos en muchos problemas. Este fin de semana se están jugando apenas los cuartos de final de cada una de las zonas del país, por lo que aún le queda mucho camino al equipo que pueda ser campeón nacional de lo que podríamos llamar la quinta división del fútbol mexicano.
En fin, es interesante sumergirse un poco al fútbol de las ligas inferiores, a ese que emociona a sus aficiones, ese que se ha olvidado por la desdicha del no ascenso, recordarlos es por lo menos darles un pequeño reconocimiento a esos otros campeones del fútbol mexicano.
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