#4 Tiempos
Los ancianos precoces | Columna de Juan Jesús Priego

LETRAS minúsculas
Según Manuel Castells, famoso sociólogo de la universidad de California, la edad en la que hoy un individuo deja de ser interesante para el mundo laboral, para la empresa capitalista, es de 54 años. A esta edad las personas no cuentan más y pueden ya considerarse (económicamente) muertas. ¿Por qué razón? En realidad existen no una, sino varias razones.
La primera de ellas es que los que superan este límite difícilmente logran adaptarse a los vertiginosos cambios tecnológicos. Por ejemplo, son más reacios a utilizar computadoras (muchas veces ni siquiera saben encenderlas o apagarlas), a navegar en el ciberespacio (a pesar de sus braceos, sienten que se ahogan en el mar electrónico), o a darle a la corporación más horas de las que exige el contrato (no saldrán a las 7 si deben salir a las 5); tampoco obedecen fielmente las órdenes superiores (en la empresa, para decirlo ya, sienten tener algunos derechos) y, por si todo esto fuera poco, se enferman con una facilidad que sorprende y disgusta sobre todo a jefes, capataces y mandamases
Otra razón por la que estos viejos se vuelven indeseables es la de que no siempre logran adaptarse a la flexibilidad requerida por las nuevas empresas. Como éstas hoy se fusionan, se compran y se venden unas a otras en un abrir y cerrar de ojos, los trabajadores son enviados constantemente a ciudades y países de los que no sabrían la existencia de haber reprobado en su niñez la materia de geografía. Hace dos años, por ejemplo, estuvieron en Cracovia; hoy están en Filadelfia y todo parece indicar que en el año 2022 deberán transferirse a Buenos Aires o a Canadá. ¡Pues bien, los hombres «demasiado maduros» no están dispuestos a semejantes movimientos! Por desgracia, no todos son Abraham, que salen de su casa sin rechistar y sin saber si algún día volverán a ella…
Pero existe aún una tercera razón, y es que los viejos suelen tener un poder de voz que perturba constantemente las decisiones de la organización. Por lo general, éstos son más críticos que los jóvenes y se permiten objeciones que los de menos edad jamás se permitirían. A este respecto, resulta sumamente esclarecedor lo que escribió Richard Sennett en su libro The Corrosion of Character:
«Los trabajadores más viejos tienden a juzgar a sus superiores de manera mucho más mordaz que quienes están comenzando apenas su carrera. La experiencia acumulada les otorga eso que el economista Albert O. Hirschmann ha llamado poder de voz, lo que significa que son propensos a criticar decisiones equivocadas, y que lo hacen más por lealtad a la empresa que por un dirigente en particular. Por el contrario, los trabajadores más jóvenes generalmente toleran con mayor facilidad las órdenes equivocadas. Si comienzan a sentirse mal, lo más probable es que se vayan. Como dice Hirschmann, están más dispuestos a salir».
¿Y qué es lo que sucede con estos ancianos de 54 años o más? Que pasan a formar parte del vasto grupo de los pobres, es decir, del número de los que ya no cuentan. Porque, no hay que olvidarlo, hoy la pobreza no abate tanto a los trabajadores cuanto a los no productivos, es decir, a los que ya no son productivos, los que nunca lo han sido ni probablemente lo serán (los jubilados, los discapacitados, los enfermos crónicos, los ancianos, etcétera) . En la actualidad lo peor que puede pasarle a un hombre no es ser explotado (aún en semejante condición podría, aunque sea como las bestias, sobrevivir), sino ser sencillamente excluido, ignorado, puesto aparte, como sucede con los muertos.
En uno de sus últimos libros, El managment del futuro, Peter F. Drucker escribió lo siguiente: «Si uno no es un alfabetizado computacional, no espere que nadie en la organización lo respete… Mi nieta de cinco años no tendría ningún respeto por mí si yo le dijera que tengo miedo del teléfono. Es más, ni siquiera me creería. Los tiempos cambian y nosotros debemos cambiar con ellos».
Esto es exactamente lo que ha pasado: que al viejo, por no ser un «alfabetizado computacional», nadie lo estima. Y se le despide de todos lados sin misericordia para que pase a formar parte del amplio mundo de los muertos vivientes.
Pero un día los jóvenes que hoy reemplazan a los viejos verán que ya no tienen pelo, sentirán una punzada aquí y un estremecimiento allá, o que les tiembla el pulso a la hora del café: en una palabra, que el tiempo ha pasado; entonces descubrirán que están cerca de la edad fatídica y empezarán a agitarse pensando que pronto deberán ser reemplazados por unos jóvenes que un día, como todos, también cumplirán 54 años de edad, y serán reemplazados por otros jóvenes que, a su vez…
He aquí lo que escribió Víctor Alba en su Historia social de la vejez al hablar de las sociedades primitivas: «Es verosímil que donde más se generalizó la costumbre de eliminar a los viejos fuera en las sociedades nómadas, debido a la dificultad de los ancianos para seguir a la comunidad en sus traslados. Los viejos, antes de serlo, tuvieron el derecho de eliminar a sus padres envejecidos y decrépitos. Entre los teutones, los padres podían matar, mandar matar o vender a sus hijos y éstos podían matar a sus padres cuando ya no producían, pero no antes. Más frecuente que la muerte dada es el abandono o que se indique a los viejos –por el jefe o por el consejo- que se den muerte o se dejen morir. Los viejos encontraban esto natural. Puesto que ellos, de jóvenes, habían hecho lo mismo con los ancianos…».
Víctor Alba está hablando de las sociedades primitivas, de los grupos humanos de antes de Cristo. Y, al leer este texto, me pregunto: ¿estaremos, amigos míos, volviendo a la edad de las cavernas? Viendo cómo están las cosas, la pregunta no es tan insensata, después de todo… ¿O sí lo es?
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#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
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#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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