diciembre 1, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

Las lenguas de los pueblos originarios y la media noche | Artículo de Alberto I. Gutiérrez

Publicado hace

el

Por: Alberto I. Gutiérrez

Las reflexiones que me han surgido recientemente no pueden ser pensadas, ni concebidas, sin el componente de la virtualidad. No porque yo lo haya decidido así o sea una criatura de tipo asocial que ve con desagrado cualquier clase de interacción, en lo absoluto, sino que esto se debe a las constricciones de la tan sonada pandemia, cuyos efectos parecen fomentar dicha tendencia o condición en los individuos.

Lo anterior ha convertido a la pantalla de mi celular en una suerte de ventana al mundo, la cual se abre o se cierra en función del tiempo que paso en línea. Fue precisamente durante uno de esos lapsos que me enteré de una noticia que causó gran agitación entre mis allegados que se encuentran inmersos en lo que algunos denominan poéticamente como el “medio antropológico”: la intención del gobierno federal mexicano de que el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) sea “asimilado” o “incorporado” al Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), tentativa que tuvo lugar a finales del 2021, y que resurgió con fuerza en el 2022 en la víspera del Día Internacional de la Lengua Materna que se conmemora el 21 de febrero de cada año.

Recuerdo que cuando volvió a resurgir la noticia, una ola de críticas apareció de la nada en varias de mis redes sociales, consignas que fueron en escalada contra dicha iniciativa del gobierno federal. Llegó a tal punto el grado de saturación al que fui expuesto que, decidí escribir algunas líneas para dar un poco de claridad sobre lo que están pasando las lenguas de los pueblos originarios, así como las posibles soluciones. Todo esto a partir del principio personal que me rige desde tiempos antiguos: dejos de sentido común con trazas de oscuridad.

No es secreto para nadie que las lenguas de los pueblos originarios están experimentando reducciones considerables en el número de hablantes, una situación más que evidente, palpable tanto estadística como vivencialmente. Basta con ir a las localidades de México para atestiguar en “carne propia” los distanciamientos lingüísticos que existen entre generaciones, muchos de ellos ocasionados por el miedo que existía a la discriminación, a las vejaciones, al rechazo —que por cierto se trata de una aversión que existe por defecto o default en la especie humana para garantizar la supervivencia del ego—, o por los esfuerzos integracionistas llevados a cabo por algunos gobiernos durante el siglo XX.

Los factores antedichos cuyos impactos han ido disminuyendo con el paso del tiempo, siguen repitiéndose en cada foro, conversatorio o evento que versa sobre la temática, siendo también la globalización la cereza que decora la punta del pastel, y que tras su colocación contamina a la tarta entera. Sin embargo, no concuerdo en que suela omitirse u ocultarse una figura clave bajo la égida de la conectividad global, un ingrediente de vital importancia dentro del entramado: el papel de la institución del Mercado capitalista, instancia de carácter económico con efectos socioculturales que han llevado a las lenguas de varios pueblos a estar en riesgo o en crisis.

Cualquier productor, comerciante o habitante del mundo contemporáneo, sabe o al menos intuye, que el Mercado así como da, también está en condiciones de quitar. Extrapolando esta última sentencia a la realidad social, podemos decir que el Mercado nos ofrece la oportunidad de sostenernos a través del empleo, pero a cambio exige para muchos un sacrificio: pagar el precio de cercenar la lengua para imponer una glosa única con miras al pragmatismo y la interacción. En adición a esto último, la institución en cuestión demanda pleitesía, exigiendo consumidores devotos, activos y dispuestos a compartir un hilo comunicativo, justificando el predominio del español en la arena nacional.

En vista de esto, la desaparición de las lenguas de los pueblos originarios no parece una situación irracional e infundada ante la evidencia empírica, algo que contraría las ideas de muchos actores que participan en foros. Siendo honesto con ustedes, la verdad es que yo no me sentiría muy cómodo ir a eventos para culpar o reprochar a las personas por la negativa a emplear o transmitir su lengua, tras haberles dicho durante décadas que dejaran de hacerlo, y me sentiría el doble de contrariado si insistiera, aunque las condiciones sean “adversas”, no sean propicias en lo absoluto.

A estas alturas de la existencia, su servidor es incapaz de confundir sueños con realidad, la gente es lógica y punto.

Así que, para aversión de unos, para alegría de otros, considero que todos podemos concordar en que los billetes están en castellano, el dinero habla español, y a nivel internacional, se vale de idiomas como el inglés, y en tiempos venideros tal vez del mandarín. Ante la aseveración anterior, que podría generar incomodidad a más de uno —una sensación molesta que de acuerdo con lo que me han explicado se siente en el abdomen, entre la región del epigastrio y la zona umbilical, y también en el plano emocional—, cabría preguntarse sí es posible modificar esta tendencia para dar cabida a una mayor pluralidad lingüística en varios ámbitos de la vida colectiva del país.

Afirmar que no pueden hacerse ajustes sería algo irrisorio e irresponsable de mi parte, es evidente que siempre es posible realizar adecuaciones. Sin embargo, no podría dejar de observar la cartera, ya que es un tema que de llevarse a cabo costaría cantidades ingentes de dinero. Recuerdo que cuando recién comenzó a circular la noticia que detonó esta instantánea de lo social, un contacto que labora en una instancia afín al INALI salió en defensa de dicha institución, y la verdad es que no pude evitar preguntarle sí tenía el dato exacto de cuánto costaba conservar o perpetuar la lengua de un pueblo originario. También aproveché para indagar sí sabía cuál era el monto que se requiere destinar por individuo para el logro de tal cometido, pensando en variables como el desarrollo de etiquetas de productos, libros didácticos, vídeos, novelas, literatura, profesores, cine, todo.

Luego de esta primera ronda de preguntas, mi interlocutor se quedó en silencio para después escribir unas palabras emotivas que no surtieron efecto en mí, pues si algo me ha enseñado la vida, es que, al tratar ciertos asuntos relacionados con el pensamiento, el corazón se debe quedar en casa para que la mente pueda operar con libertad.

Fue entonces que le pregunté abiertamente si él estaría dispuesto a pagar más impuestos para lograr la conservación de las 68 lenguas y las 364 variantes que hay en México. Lo anterior fue secundado por una pausa aún mayor, mucho más prologada que la primera, que dio paso a un no rotundo, para yo cerrar con tres términos que siempre me han parecido mágicos, bastante enigmáticos: trágico, decepcionante, el horror.

Yo, en cambio, le dije que en mi caso particular no tenía inconveniente alguno en la aplicación de un “impuesto por y para la cultura”, claro, siempre y cuando se destinara eficazmente en función de criterios de calidad y prioridad.

A propósito de esto que acabo de narrarles, ustedes se preguntarán lo siguiente ¿qué quiero lograr con el hecho o el suceso que les he contado? Una cuestión bastante sencilla, simple, que caigan en cuenta de que la pluralidad puede tener un alto costo

, hay un desconocimiento de los montos para elaborar planes de acción, y el mesianismo de mi contacto es más cercano al “egoactivismo” que otra cosa, un concepto que espero desarrollar en próximos trabajos, cuando concluya un curso de Auxilios Psicológicos al cuál me inscribí recientemente.

Bien, hasta el momento les he hablado de algunas de las dificultades que experimentan las lenguas de los pueblos originarios. Por lo que la cuestión que hay que preguntarse a estas alturas de la entrega, es qué podemos hacer ante este escenario que muestra mayor predisposición a la media noche que al día, a esta versión renovada, si se quiere, actualizada de la Torre de Babel. La realidad es que no tengo una respuesta definitiva, aunque desde mi perspectiva y siguiendo los principios de la lógica básica, yo solo sugeriría intensificar el desarrollo de registros lingüísticos de alto nivel, el inventariado de todas las lenguas y sus variantes, esto mediante la colaboración de expertos en materia lingüística y etnológica con hablantes de la sociedad civil.

Puede que para ustedes no sea una medida novedosa, pues en el pasado se han realizado ejercicios de este tipo, aunque con base en mi experiencia y la de varios científicos sociales, suelen ser productos que no están estandarizados en términos lingüísticos, muchos trabajos son inaccesibles o se encuentran dispersos; circunstancias que, querámoslo o no, nos llevan invariablemente al mismo punto de partida. El resultado de adherirse a esta recomendación, permitiría garantizar la “materia prima” para su respectivo procesamiento, a la par de que facilitaría la acción de planificar, proponer montos y posteriormente implementar proyectos de conservación.

Quiero que tengan presente algo que me dijo un lingüista alguna vez, informante que me comentó que registrar una lengua toma alrededor de 5 a 10 años. Siendo optimistas, con sonrisa en rostro, aunque partiendo desde cero, emprender el registro en territorio nacional tomaría alrededor de 2,160 años en llevarse a cabo, ya es cuestión decidir si lo hacemos secuencialmente o simultáneamente —sugiero optar por la segunda, pues en una de esas, para esa fecha la especie humana llegó a su desenlace—. Teniendo en mente esta estimación, sugeriría dirigir toda la energía, todos los recursos, todas esas emociones a áreas prioritarias que lleven al desarrollo de diccionarios definitivos, materiales didácticos, manuales gramaticales y de escritura, entre otros.

Ahora, intuyo que la idea de que se escriban las lenguas de los pueblos originarios parece contrariar su propia esencia o naturaleza, esa espontaneidad producto del talante y el genio colectivo, no obstante, es innegable que la mayoría de los sistemas de comunicación de este planeta comenzaron siendo orales, para después dar el salto al momento escrito. Por lo que sugeriría hacer a un lado el terror o prejuicio que esto puede suscitar, viendo en esta medida como una gran oportunidad, ya que leer y escribir pueden ser un excelente ejercicio de empoderamiento, de respeto y aceptación. No quiero ponerme sentimental, ni mucho menos, pero aún recuerdo con agrado cuando empecé a leer, lo que marcó un parteaguas en mi itinerario de vida, cosa que probablemente todos experimentamos.

Considero que disponer de estos materiales, permitirá diseñar estrategias de conservación puntuales y efectivas. ¿Se imaginan la preparación de personal docente calificado para atender solicitudes de localidades que pidan instrucción o bien fortalecer a los hablantes con el elemento escritural? No sé qué piensen ustedes, pero tiene su poética pensar en una institución de nombre “Academia Mexicana de las Lenguas de los Pueblos Originarios” o que el INALI pueda dirigir sus esfuerzos exclusivamente a tan noble tarea. La verdad es que hay mucho por hacer y poco tiempo, ser disciplinados es más necesario que nunca, pues nadie baja de peso haciendo dieta un día.

Bien, para ir cerrando, me gustaría apuntar que las medidas de concientización —la mayoría basadas en la técnica de la repetición sistemática para reorientar la conducta de los individuos, suele ser bastante efectiva, excepto cuando parece contrariar al espíritu de la practicidad—, a estas alturas han logrado cumplir su cometido a la perfección, pues tenemos una sociedad que ya es consciente del valor cultural de las lenguas y de las manifestaciones de los pueblos originarios. Sin embargo, no podemos dejar de lado que los discursos de conservación pierden sentido si desaparece el objeto o el elemento que buscan mantener, por lo que, si estamos ante la reducción de hablantes, la necesidad del inventariado lingüístico adquiere relevancia. Dirían con sabiduría los matemáticos que la lengua es la variable independiente, el resto son las variables dependientes, como resultado hay que jerarquizar, priorizar.

Llegados a este punto de la exposición que pareció no dar tregua en ningún momento —me disculpo por ello—, éstas serían mis observaciones y recomendaciones sobre el tema. Me gustaría finalizar el texto de una vez, pues no tengo intención alguna de alargar más este trabajo, ya que no hay tiempo que perder. Pero antes de cortar el hilo comunicativo que nos ata, que nos sujeta, lo único que sí quiero recordarles es que, para emprender una misión de tal envergadura, hay que ser plenamente conscientes de que las posibilidades de éxito son relativamente bajas, que estamos yendo contra fuerzas que nos superan, que nos trascienden, que nos rompen el corazón, ¿pero qué cosa en esta vida no es así? La existencia misma es un claro ejemplo de necedad, una insistencia constante de no querer volver a las simples cosas, a lo inerte, lo inanimado, lo aburrido.

Teniendo en mente lo anterior, si vamos a chocar inevitablemente contra la pared, de lleno contra un muro llamado destino que, parece estar íntimamente ligado al espíritu de la practicidad y el del Mercado, al menos sugiero que lo hagamos con conocimiento, disciplina y técnica, eligiendo fracasar con elegancia, en lugar de un adiós sin gracia, sin conciencia, lo que, sin duda, es de los peores desenlaces que puede haber.

#4 Tiempos

Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

 

Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…

Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».

Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!

Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».

Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…

Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».

Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.

¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída

, el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».

¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».

Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!

Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.

Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».

Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.

También lee: Jesús duerme en la popa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

“México, esta niebla que arde” | Apuntes de Jorge Saldaña

Publicado hace

el

APUNTES

Culto Público, si no han leído la novela “Niebla Ardiente” de la muy joven escritora, Laura Baeza, les recomiendo hacerlo como desde ayer

Tuve la oportunidad de conocer a Laura personalmente hará unos cuatro años, ¿Qué les digo? Una de esas circunstancias alineadas que convergieron en el segundo piso de la librería Gandhi del centro, la de los Arcos Ipiña.

Fue en un taller breve de escritura creativa previo a la presentación formal de su libro, el que les recomiendo. Si conocerla fue una circunstancia, convivir con ella e intercambiar casualidades fue de plano como regalo de estrella fugaz.

Fui de los selectos y afortunados que en grupo terminamos sentados con ella en “La Oruga y la Cebada” en el Callejón San Francisco, conversando sobre lo que duele y lo que salva, entre un par de cervezas y una cena sencilla.

Ella me firmó su libro con una frase que ahora, en este 25 de noviembre, regresó a mi atormentada cabeza: “A Jorge, que siempre nos una el deseo por hallar algo más en esta realidad tan rara…con todo cariño, Laura Baeza”. El momento de por sí, ya era una realidad rara.

A la distancia, empiezo a creer que su frase fue más que optimismo, y es más un deber moral, y es que su ficción (vuelta a releer en estos días) se parece demasiado a México.

No es “spoiler” (o como se diga) pero “Niebla Ardiente” detalla el regreso de su protagonista Esther a México pensando en encontrar a su hermana Irene, quien había desaparecido hace años, y a quien creía muerta, cuando de la nada, un primero de enero en un reportaje que vio en la televisión, Esther la reconoce en una marcha y se lanza en su búsqueda.

Pero la novela, la primera de Laura (y creo que premiada) realmente no comienza allí. Comienza donde casi todas las historias de violencia en este país empiezan: en los pasillos de la burocracia, en los que los papeles cuentan más que las personas.

Esther aparece en un México reconocible para cualquiera: expedientes mutilados, archivos “perdidos”, oficinas donde la verdad siempre llega después de que las secretarias coman sus gorditas grasosas y funcionarios que usan el futuro para encubrir lo que nunca harán.

Es en esa atmósfera donde la desaparición deja de ser un crimen y se convierte en un proceso. Como alguien escribió: los países se definen por cómo recuerdan; México, al parecer, se define en cómo olvida.

En medio de esa maquinaria oxidada, Esther descubre a un policía. No es un héroe: es un hombre cansado que simplemente no rompe las reglas pero las dobla para que la realidad duela un poco menos. Ese personaje era como algo que escribió una pensadora feminista de la que en este momento no recuerdo su nombre “la dignidad aparece cuando alguien no mira hacia otro lado”.

En fin, siguiendo con la novela y nuestra realidad, este policía mira. Acompaña. Abre una grieta. Y sin embargo, ni siquiera es lo suficientemente poderoso para luchar contra un país donde las fosas clandestinas actúan como el archivo nacional.

La comparativa y reflexión con la novela va porque hoy es 25 de noviembre y México sigue siendo esa tierra donde la violencia parece que no importa, sino que se repite. Casi 2 feminicidios cada día. 3,284 mujeres asesinadas en 2024. 89% de impunidad. Una agresión física cada siete minutos. Más de 10 millones de mujeres violentadas digitalmente. En San Luis Potosí, 24,000 víctimas por cada 100,000 mujeres.

Uno quisiera creer que estos números son de un país lejano, pero no. Están aquí, sobre las mismas banquetas que caminamos todos los días. Ese es el verdadero crimen de México: haber entrenado a la gente para no sorprenderse.

Sí, no se debe negar que mucho se ha hecho pero poco alivia (hoy casi todos los gobiernos e instituciones hablan de esto, pero mañana la rutina sigue).

Sí, con la llegada de Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de México, llegaron todas…excepto las que no alcanzaron a llegar porque les truncaron la vida.

El nuestro, es un país donde buscar es amor—y protesta.

Igual que como ocurre en la novela de Laura, que no describe un país imaginado sino nuestro México. Uno donde las hermanas encuentran hermanas, donde las madres encuentran hijas, donde las mujeres salvan mujeres. Un país donde todavía hay justicia, pero casi siempre fuera de los edificios públicos.

Y así como Esther enfrenta la niebla, miles enfrentan la opacidad del Estado día tras día: ventanas cerradas, sistemas incompatibles, versiones contradictorias, funcionarios que deletrean la palabra “protocolo” como si lanzaran un hechizo contra la verdad.

México es hogar de una burocracia tan grande que hasta la violencia tiene formularios que completar.

Tras varios años de no recordar la anécdota con la escritora, hoy vuelvo a esa dedicatoria: “encontrar algo más en esta extraña realidad…”

Ese “algo más” no es una esperanza ingenua. Es algo que se parece más a la obligación de nunca acostumbrarse, “la memoria es la única defensa contra la repetición del horror”.

Por esa razón, espero, que por cada mujer desaparecida o mujer luchando por no desaparecer, o lidiando contra cualquier tipo de violencia, recordemos que la niebla espesa arde. Y que si arde, es porque la herida está abierta.

Hasta la próxima. Jorge Saldaña.

También lee: La IA, periodismo, y la coartada perfecta | Apuntes de Jorge Saldaña

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Diego José Abad ilustre formador de potosinos | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Publicado hace

el

EL CRONOPIO

 

El majestuoso edificio central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí que fuera construido en el siglo XVII y alojara a la Compañía de Jesús se convertiría en un edificio característico de la educación en San Luis Potosí. En ese edificio funcionaría el Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús orientado principalmente a la educación de primeras letras; posteriormente se establecería en dicho edificio el Colegio Guadalupano Josefino instaurado por Gorriño y Arduengo siendo el primer establecimiento de educación secundaria o superior en San Luis, dando paso posteriormente, al reinstaurarse la República al Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí que se convertiría en el primer establecimiento en obtener la autonomía universitaria dando paso así, en el mismo edificio, a la actual Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

De los profesores ilustres que tendría el Colegio de San Ignacio de San Luis Potosí, se encuentra Diego José Abad, uno de los impulsores del pensamiento moderno en México y que tuviera influencia del jesuita Rafael Campoy, también profesor en San Luis Potosí y de quien tratamos en anterior entrega de El Cronopio en La Orquesta.

La física, o filosofía natural, formaba parte del cuerpo de temas de la filosofía en los cursos que de ella se realizaban en Nueva España y se dedicaba una parte a la lectura de temas de física, principalmente la aristotélica. De esta forma existirían manuscritos sobre la física como parte de cursos de filosofía, situación que se haría común, al ser redactados apuntes para los diversos cursos que se ofrecerían en Nueva España. La mayoría de esos textos se encuentran perdidos, pero existen las referencias que aseguran su presencia, los cuales fueron escritos, en su mayoría, por sacerdotes y frailes que pertenecían a diferentes órdenes religiosas.

Diego José Abad, puede considerarse el más profundo de los jesuitas innovadores; su Curso fue muy influyente, es bastante completo y se ven por todas partes las influencias modernas. Este curso, que ya no lleva el nombre de Cursus Philosophicus

, sino simplemente el de Philosophia, aparece en un manuscrito del Colegio de San Pedro y San Pablo de México, cuyo contenido se enseñó desde 1754 hasta 1756.

Comprende la lógica, la física y la metafísica. Es el primer intento de asimilar (y no simplemente de atacar, como hasta entonces se hacía las más de las veces) las ideas modernas

. En particular, se refiere a Gassendi y los atomistas, y trata de conciliar el atomismo con el hilemorfismo aristotélico. Intenta hacer lo mismo con Descartes, opuesto al gassendismo.

Habla de la necesidad de construir la física con ayuda de la experimentación y la matemática. Acepta el atomismo en el campo físico, mas no en el metafísico. Dice que muchas ideas aristotélicas sobre el cielo han sido abandonadas por los escolásticos después del descubrimiento del telescopio, mediante el cual se han podido ver las manchas del Sol. Lo mismo en cuanto a la noción del vacío, después de los experimentos de Torricelli, Otón de Gericke y Roberto Boyle. Cita a Maignan, y mucho a Descartes en cuestiones de filosofía del hombre. Aunque las más de las veces defiende la tradición, ya se muestra abierto a integrar ideas de la filosofía moderna.

Fue profesor del Colegio de jesuitas de San Luis Potosí donde enseñó gramática a los potosinos y donde fincó su formación filosófica sin rechazar las ideas del pensamiento moderno, pero con una posición crítica.

Diego José Abad nació en Jiquilpan en 1727 y tras la expulsión de los jesuitas moriría en Bolonia en 1779.

Si se interesan en ubicar su obra en el ambiente cultural y científico de la Nueva España pueden consultar nuestro artículo: Manuscritos y libros Novohispanos y Mexicanos de Física y Filosofía Natural, en la dirección:

https://www.researchgate.net/publication/391327380_Manuscritos_y_libros_Novohispanos_y_Mexicanos_de_Fisica_y_Filosofia_Natural

También lee: Francisco Gándara, primer ingeniero higromensor potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco CP 78220
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 2440971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados