#4 Tiempos
Las lenguas de los pueblos originarios y la media noche | Artículo de Alberto I. Gutiérrez
Por: Alberto I. Gutiérrez
Las reflexiones que me han surgido recientemente no pueden ser pensadas, ni concebidas, sin el componente de la virtualidad. No porque yo lo haya decidido así o sea una criatura de tipo asocial que ve con desagrado cualquier clase de interacción, en lo absoluto, sino que esto se debe a las constricciones de la tan sonada pandemia, cuyos efectos parecen fomentar dicha tendencia o condición en los individuos.
Lo anterior ha convertido a la pantalla de mi celular en una suerte de ventana al mundo, la cual se abre o se cierra en función del tiempo que paso en línea. Fue precisamente durante uno de esos lapsos que me enteré de una noticia que causó gran agitación entre mis allegados que se encuentran inmersos en lo que algunos denominan poéticamente como el “medio antropológico”: la intención del gobierno federal mexicano de que el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) sea “asimilado” o “incorporado” al Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), tentativa que tuvo lugar a finales del 2021, y que resurgió con fuerza en el 2022 en la víspera del Día Internacional de la Lengua Materna que se conmemora el 21 de febrero de cada año.
Recuerdo que cuando volvió a resurgir la noticia, una ola de críticas apareció de la nada en varias de mis redes sociales, consignas que fueron en escalada contra dicha iniciativa del gobierno federal. Llegó a tal punto el grado de saturación al que fui expuesto que, decidí escribir algunas líneas para dar un poco de claridad sobre lo que están pasando las lenguas de los pueblos originarios, así como las posibles soluciones. Todo esto a partir del principio personal que me rige desde tiempos antiguos: dejos de sentido común con trazas de oscuridad.
No es secreto para nadie que las lenguas de los pueblos originarios están experimentando reducciones considerables en el número de hablantes, una situación más que evidente, palpable tanto estadística como vivencialmente. Basta con ir a las localidades de México para atestiguar en “carne propia” los distanciamientos lingüísticos que existen entre generaciones, muchos de ellos ocasionados por el miedo que existía a la discriminación, a las vejaciones, al rechazo —que por cierto se trata de una aversión que existe por defecto o default en la especie humana para garantizar la supervivencia del ego—, o por los esfuerzos integracionistas llevados a cabo por algunos gobiernos durante el siglo XX.
Los factores antedichos cuyos impactos han ido disminuyendo con el paso del tiempo, siguen repitiéndose en cada foro, conversatorio o evento que versa sobre la temática, siendo también la globalización la cereza que decora la punta del pastel, y que tras su colocación contamina a la tarta entera. Sin embargo, no concuerdo en que suela omitirse u ocultarse una figura clave bajo la égida de la conectividad global, un ingrediente de vital importancia dentro del entramado: el papel de la institución del Mercado capitalista, instancia de carácter económico con efectos socioculturales que han llevado a las lenguas de varios pueblos a estar en riesgo o en crisis.
Cualquier productor, comerciante o habitante del mundo contemporáneo, sabe o al menos intuye, que el Mercado así como da, también está en condiciones de quitar. Extrapolando esta última sentencia a la realidad social, podemos decir que el Mercado nos ofrece la oportunidad de sostenernos a través del empleo, pero a cambio exige para muchos un sacrificio: pagar el precio de cercenar la lengua para imponer una glosa única con miras al pragmatismo y la interacción. En adición a esto último, la institución en cuestión demanda pleitesía, exigiendo consumidores devotos, activos y dispuestos a compartir un hilo comunicativo, justificando el predominio del español en la arena nacional.
En vista de esto, la desaparición de las lenguas de los pueblos originarios no parece una situación irracional e infundada ante la evidencia empírica, algo que contraría las ideas de muchos actores que participan en foros. Siendo honesto con ustedes, la verdad es que yo no me sentiría muy cómodo ir a eventos para culpar o reprochar a las personas por la negativa a emplear o transmitir su lengua, tras haberles dicho durante décadas que dejaran de hacerlo, y me sentiría el doble de contrariado si insistiera, aunque las condiciones sean “adversas”, no sean propicias en lo absoluto.
A estas alturas de la existencia, su servidor es incapaz de confundir sueños con realidad, la gente es lógica y punto.
Así que, para aversión de unos, para alegría de otros, considero que todos podemos concordar en que los billetes están en castellano, el dinero habla español, y a nivel internacional, se vale de idiomas como el inglés, y en tiempos venideros tal vez del mandarín. Ante la aseveración anterior, que podría generar incomodidad a más de uno —una sensación molesta que de acuerdo con lo que me han explicado se siente en el abdomen, entre la región del epigastrio y la zona umbilical, y también en el plano emocional—, cabría preguntarse sí es posible modificar esta tendencia para dar cabida a una mayor pluralidad lingüística en varios ámbitos de la vida colectiva del país.
Afirmar que no pueden hacerse ajustes sería algo irrisorio e irresponsable de mi parte, es evidente que siempre es posible realizar adecuaciones. Sin embargo, no podría dejar de observar la cartera, ya que es un tema que de llevarse a cabo costaría cantidades ingentes de dinero. Recuerdo que cuando recién comenzó a circular la noticia que detonó esta instantánea de lo social, un contacto que labora en una instancia afín al INALI salió en defensa de dicha institución, y la verdad es que no pude evitar preguntarle sí tenía el dato exacto de cuánto costaba conservar o perpetuar la lengua de un pueblo originario. También aproveché para indagar sí sabía cuál era el monto que se requiere destinar por individuo para el logro de tal cometido, pensando en variables como el desarrollo de etiquetas de productos, libros didácticos, vídeos, novelas, literatura, profesores, cine, todo.
Luego de esta primera ronda de preguntas, mi interlocutor se quedó en silencio para después escribir unas palabras emotivas que no surtieron efecto en mí, pues si algo me ha enseñado la vida, es que, al tratar ciertos asuntos relacionados con el pensamiento, el corazón se debe quedar en casa para que la mente pueda operar con libertad.
Fue entonces que le pregunté abiertamente si él estaría dispuesto a pagar más impuestos para lograr la conservación de las 68 lenguas y las 364 variantes que hay en México. Lo anterior fue secundado por una pausa aún mayor, mucho más prologada que la primera, que dio paso a un no rotundo, para yo cerrar con tres términos que siempre me han parecido mágicos, bastante enigmáticos: trágico, decepcionante, el horror. Yo, en cambio, le dije que en mi caso particular no tenía inconveniente alguno en la aplicación de un “impuesto por y para la cultura”, claro, siempre y cuando se destinara eficazmente en función de criterios de calidad y prioridad.
A propósito de esto que acabo de narrarles, ustedes se preguntarán lo siguiente ¿qué quiero lograr con el hecho o el suceso que les he contado? Una cuestión bastante sencilla, simple, que caigan en cuenta de que la pluralidad puede tener un alto costo , hay un desconocimiento de los montos para elaborar planes de acción, y el mesianismo de mi contacto es más cercano al “egoactivismo” que otra cosa, un concepto que espero desarrollar en próximos trabajos, cuando concluya un curso de Auxilios Psicológicos al cuál me inscribí recientemente.
Bien, hasta el momento les he hablado de algunas de las dificultades que experimentan las lenguas de los pueblos originarios. Por lo que la cuestión que hay que preguntarse a estas alturas de la entrega, es qué podemos hacer ante este escenario que muestra mayor predisposición a la media noche que al día, a esta versión renovada, si se quiere, actualizada de la Torre de Babel. La realidad es que no tengo una respuesta definitiva, aunque desde mi perspectiva y siguiendo los principios de la lógica básica, yo solo sugeriría intensificar el desarrollo de registros lingüísticos de alto nivel, el inventariado de todas las lenguas y sus variantes, esto mediante la colaboración de expertos en materia lingüística y etnológica con hablantes de la sociedad civil.
Puede que para ustedes no sea una medida novedosa, pues en el pasado se han realizado ejercicios de este tipo, aunque con base en mi experiencia y la de varios científicos sociales, suelen ser productos que no están estandarizados en términos lingüísticos, muchos trabajos son inaccesibles o se encuentran dispersos; circunstancias que, querámoslo o no, nos llevan invariablemente al mismo punto de partida. El resultado de adherirse a esta recomendación, permitiría garantizar la “materia prima” para su respectivo procesamiento, a la par de que facilitaría la acción de planificar, proponer montos y posteriormente implementar proyectos de conservación.
Quiero que tengan presente algo que me dijo un lingüista alguna vez, informante que me comentó que registrar una lengua toma alrededor de 5 a 10 años. Siendo optimistas, con sonrisa en rostro, aunque partiendo desde cero, emprender el registro en territorio nacional tomaría alrededor de 2,160 años en llevarse a cabo, ya es cuestión decidir si lo hacemos secuencialmente o simultáneamente —sugiero optar por la segunda, pues en una de esas, para esa fecha la especie humana llegó a su desenlace—. Teniendo en mente esta estimación, sugeriría dirigir toda la energía, todos los recursos, todas esas emociones a áreas prioritarias que lleven al desarrollo de diccionarios definitivos, materiales didácticos, manuales gramaticales y de escritura, entre otros.
Ahora, intuyo que la idea de que se escriban las lenguas de los pueblos originarios parece contrariar su propia esencia o naturaleza, esa espontaneidad producto del talante y el genio colectivo, no obstante, es innegable que la mayoría de los sistemas de comunicación de este planeta comenzaron siendo orales, para después dar el salto al momento escrito. Por lo que sugeriría hacer a un lado el terror o prejuicio que esto puede suscitar, viendo en esta medida como una gran oportunidad, ya que leer y escribir pueden ser un excelente ejercicio de empoderamiento, de respeto y aceptación. No quiero ponerme sentimental, ni mucho menos, pero aún recuerdo con agrado cuando empecé a leer, lo que marcó un parteaguas en mi itinerario de vida, cosa que probablemente todos experimentamos.
Considero que disponer de estos materiales, permitirá diseñar estrategias de conservación puntuales y efectivas. ¿Se imaginan la preparación de personal docente calificado para atender solicitudes de localidades que pidan instrucción o bien fortalecer a los hablantes con el elemento escritural? No sé qué piensen ustedes, pero tiene su poética pensar en una institución de nombre “Academia Mexicana de las Lenguas de los Pueblos Originarios” o que el INALI pueda dirigir sus esfuerzos exclusivamente a tan noble tarea. La verdad es que hay mucho por hacer y poco tiempo, ser disciplinados es más necesario que nunca, pues nadie baja de peso haciendo dieta un día.
Bien, para ir cerrando, me gustaría apuntar que las medidas de concientización —la mayoría basadas en la técnica de la repetición sistemática para reorientar la conducta de los individuos, suele ser bastante efectiva, excepto cuando parece contrariar al espíritu de la practicidad—, a estas alturas han logrado cumplir su cometido a la perfección, pues tenemos una sociedad que ya es consciente del valor cultural de las lenguas y de las manifestaciones de los pueblos originarios. Sin embargo, no podemos dejar de lado que los discursos de conservación pierden sentido si desaparece el objeto o el elemento que buscan mantener, por lo que, si estamos ante la reducción de hablantes, la necesidad del inventariado lingüístico adquiere relevancia. Dirían con sabiduría los matemáticos que la lengua es la variable independiente, el resto son las variables dependientes, como resultado hay que jerarquizar, priorizar.
Llegados a este punto de la exposición que pareció no dar tregua en ningún momento —me disculpo por ello—, éstas serían mis observaciones y recomendaciones sobre el tema. Me gustaría finalizar el texto de una vez, pues no tengo intención alguna de alargar más este trabajo, ya que no hay tiempo que perder. Pero antes de cortar el hilo comunicativo que nos ata, que nos sujeta, lo único que sí quiero recordarles es que, para emprender una misión de tal envergadura, hay que ser plenamente conscientes de que las posibilidades de éxito son relativamente bajas, que estamos yendo contra fuerzas que nos superan, que nos trascienden, que nos rompen el corazón, ¿pero qué cosa en esta vida no es así? La existencia misma es un claro ejemplo de necedad, una insistencia constante de no querer volver a las simples cosas, a lo inerte, lo inanimado, lo aburrido.
Teniendo en mente lo anterior, si vamos a chocar inevitablemente contra la pared, de lleno contra un muro llamado destino que, parece estar íntimamente ligado al espíritu de la practicidad y el del Mercado, al menos sugiero que lo hagamos con conocimiento, disciplina y técnica, eligiendo fracasar con elegancia, en lugar de un adiós sin gracia, sin conciencia, lo que, sin duda, es de los peores desenlaces que puede haber.
#4 Tiempos
Tamtoc, cuna del calendario mesoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En el año 2005 se llevó a acabo el proyecto arqueológico Tamtoc en la huasteca potosina, donde se localizó una gran lápida esculpida en bajo y alto relieve en el fondo de un estanque que se conecta a un canal que desemboca en la llamada Laguna de los Patos. Junto a la lápida se encontró cerámica a manera de ofrenda cuyos análisis indicaron que correspondían a tradiciones alfareras asociadas a la costa del Golfo de México del periodo 900 años antes de Cristo a 650 años antes de Cristo.
Análisis posteriores indicaron que esa lápida conocida como Monumento 32, así como la escultura femenina asociada corresponde al periodo Preclásico tardío con inicio en 350 antes de Cristo. El monolito en cuestión está labrado con un mensaje simbólico que no se asemeja a ninguna otra muestra de arte mesoamericano.
Una vez colocado en su posición original y con estudios sobre su orientación con la ayuda de herramientas de la arqueoastronomía se encontró que la orientación implica una peculiar división del año, la cual define la temporada de iluminación del monolito por los rayos solares. La conclusión actual, por parte de los investigadores, es que Tamtoc es una de las ciudades donde tempranamente se utilizó el calendario mesoamericano.
En Tamtoc se desarrollaron importantes rituales vinculados a la vida y la fertilidad, que concurren en la noción de la cosmogonía mesoamericana y por extensión en la cosmovisión. Resultados que tras largos años de análisis son dado a conocer por uno de los involucrados en los estudios astronómicos de la ciudad de Tamtoc, Jesús Galindo Trejo, en una reciente publicación de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Las primicias de este descubrimiento nos las compartió Jesús Galindo en el 2007 en lo que fue la primera charla del ciclo Noches de Museo que organizamos en el entonces Museo de Historia de la Ciencia de San Luis Potosí. Dieciocho años después, publica sus resultados aportando a la historia de uno de los más antiguos pueblos originarios del país situada en la huasteca potosina y que marca esa cosmovisión huasteca reflejada en el Monumento 32, que es uno de los monumentos importantes de ese sitio arqueológico.
Parte de los cálculos astronómicos que realizó Jesús Galindo nos los reservamos, como nos lo pidiera entonces, hasta que sean publicados.
Jesús Galindo Trejo es Licenciado en Física y Matemáticas por la Escuela Superior de Física y Matemáticas del IPN. Realizó estudios de Posgrado en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum en la República Federal de Alemania. Fue Investigador Titular en el Instituto de Astronomía de la UNAM durante más de 20 años en las áreas de Plasmas Astrofísicos y Física Solar. Actualmente es Investigador Titular en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su actividad de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía de Mesoamérica. Es miembro del SNI. Pertenece a la Unión Astronómica Internacional. Ha realizado investigación Arqueoastronómica en Malinalco, en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en Teotihuacan, en Oaxaca, en la Huaxteca, en Baja California y en algunos sitios de la Región Maya.
Sus inicios en la arqueoastronomía se remontan a fines de la década de los ochenta, cuando participó en nuestro programa de divulgación científica Domingos en la Ciencia de San Luis Potosí, charlas en las que nos hablaba todavía de sus investigaciones sobre física solar y nos adelantaba sus inquietudes en iniciar estudios de arqueoastronomía en el sitio de Malinalco cuando conoció al cronista de Malinalco, quien le señaló que en la historia de ese pueblo había aspectos que podrían estar conectados con la disciplina astronómica. Asimismo, su participación en el proyecto coordinado por la doctora Beatriz de la Fuente, del Instituto de Investigaciones Estéticas, sobre pintura mural prehispánica, lo interesó en la cosmogonía de los antiguos mexicanos.
En una entrevista para la revista ¿cómo ves?, Galindo aseguró que el acercamiento al estudio de las antiguas civilizaciones del país lo ha llevado a acercarse a las 60 lenguas de México, porque de esta manera “se puede penetrar en la mentalidad de aquellos que hace más de 500 años construyeron sociedades y levantaron templos, legados actualmente ignorados por muchos mexicanos”.
También lee: Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Meditación sobre el azar | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
-Dudé de Dios –dijo el hombre visiblemente apenado-. Creo, según he oído decir, que es el único pecado que no tiene perdón. Pero es que estaba al borde del colapso…
El hombre se mesaba los cabellos, se secaba el sudor, lloraba más que gemía.
-Incluso hasta llegué a blasfemar. Dije a Dios cosas que no me hubiese atrevido a decir ni siquiera al peor de mis contrarios. ¿Verdad que para esto no hay perdón?
Yo me limitaba a dejarlo hablar. A todas luces se veía que lo necesitaba. Era necesario que lo dijera todo, que se desahogara. ¿Para qué, pues, interrumpirlo?
-Cuando me dijeron que ya no había trabajo para mí, creí que nunca perdonaría a Dios. ¿Por qué me había dado cuatro hijos si ya no iba a poder mantenerlos? Hoy, claro está, veo las cosas desde otra luz, pero en aquellos días de incertidumbre y desasosiego… ¡Quería morirme! Y, lo que es peor, quería que también mis hijos se murieran. ¿Comprende usted que les deseé la muerte?
Pensé en esos cuatro niños a los que yo no conocía. ¿Sabrían alguna vez que su padre, en un momento de desesperación, pensó lo que acababa de decirme? Pero no, no lo sabrán. Los pensamientos de su padre quedarán guardados para siempre en el silencio de Dios. ¡Que no lo sepan, que su padre no se lo diga nunca! Hay sinceridades que matan.
¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo! Cuando pienso en esto, me lleno de vergüenza. Sí, era necesario vivir esa pena para conocer la satisfacción que ahora experimento. Mis hijos, hoy, están mucho mejor que antes, y me digo a mí mismo: «¡Qué bueno que perdí aquel empleo!».
Sonreí. Porque siempre he creído que la palabra azar es una palabra bastarda que no debió acuñarse nunca. ¿Quién la inventó y qué quiso decir con ella? ¿Que el mundo se mueve como un barco sin timón? ¡Casualidad! ¿Quién es el tonto que cree en las casualidades? La palabra azar no debería existir en el vocabulario cristiano, pero, ya que existe, habría que darle el significado que le daba, por ejemplo, Anatole France (1844-1924): «Azar: aquello que Dios hace cuando no quiere poner su nombre».
A estas alturas de mi vida he llegado a la conclusión de que ni siquiera los libros que caen en nuestras manos lo hacen por casualidad. A veces pienso que, si nos los encontramos en el estante de una librería cualquiera, es porque Dios ha querido decirnos algo a través de ellos.
Y de los encuentros, ¿qué decir? Que es Dios quien nos envía a estas personas que no buscábamos por una razón que generalmente desconocemos pero que forma parte de su misterioso querer. «El destino, al igual que todo lo humano –dijo una vez el escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011)-, no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino como si hubiéramos pertenecido a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los busca o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino» (Conferencia en la Feria del Libro de Sevilla, 2002).
También ahora, como en los tiempos de Moisés, sólo nos es permitido ver a Dios «de espaldas», es decir, cuando ya ha pasado. Únicamente entonces podemos decir como aquel hombre de quien acabo de contar la historia: «¡Y pensar que era necesario que yo perdiera aquel trabajo para poder tener el que ahora tengo!». Siempre es hasta después cuando se comprende por qué ocurrieron ciertas cosas que en su momento nos parecieron horrorosas, ininteligibles e insoportables.
En un libro sobre Jesucristo (El Jesús desconocido), Donald Spoto hace la siguiente reflexión: «El azar no implica necesariamente falta de propósito; lo que llamamos caos quizá no sea desorden, sino un claro signo de las limitaciones de nuestra comprensión… La experiencia humana valida este enfoque. En nuestra historia individual, ¿no vemos un momento aparentemente accidental o fortuito, a posteriori, como sumamente significativo e incluso como el comienzo de una nueva etapa de la vida? Si yo no hubiera asistido a tal escuela en tal momento, por ejemplo, no habría tenido ese excelente maestro, seguido ese importante curso ni trabado esa duradera amistad. Si nuestros padres no se hubieran conocido en tal momento, nunca jamás lo habrían sido. Si no hubiéramos asistido a tal reunión, no habríamos conocido al amor de nuestra vida ni iniciado una carrera importante. No es exagerado afirmar que los elementos más importantes de la vida del amor dependen tanto de lo que podríamos llamar accidente significativo como deliberación. El novelista y dramaturgo francés Georges Bernanos lo expresó muy bien: Lo que llamamos azar tal vez sea la lógica de Dios».
Vistas así las cosas, aun cuando me halle en cama y afiebrado –y quiera morirme de pura pesadumbre-, debo poder decirme a mí mismo con convencimiento y seguridad:
-Sí, quizá sea necesario que hoy no salga de casa. Si Dios me tiene encerrado aquí, por alguna razón será. ¿Iba hoy a atropellar a un caminante distraído en la avenida, o es que un camión carguero iba a arrollarme a mí? En efecto, tal vez sea éste el motivo por el que no debo salir. Después de todo, es muy posible…
También lee: Pena de muerte | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
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