septiembre 9, 2025

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Deportes

Lágrimas de Conejo | Columna de El Mojado

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Rudeza necesaria 

 

Este texto, publicado originalmente el 2 de agosto de 2019, resultó ganador del primer lugar en el Premio Estatal de Periodismo 2020, en la categoría Crónica deportiva. La Orquesta fue, por segundo año consecutivo, el medio más laureado en el estado, con seis premios. ¡Felicidades a Roberto Rocha y todos nuestros compañeros ganadores!

 

¿Cuántas personas habrán llorado, al mismo tiempo que el Conejo Pérez, el sábado pasado? El número no lo sé, pero puedo decir que yo sí.

Ver al Conejo enfundado otra vez con el uniforme de Cruz Azul, once años después y que tuviera nuevamente el gafete de capitán, fue una escena que anhelé tantas veces, tanto que fue increíble ver que se realizara. Lo que no estaba en mi plan es que cuando ocurriera, no se pudiera repetir jamás.

El Conejo es uno de mis ídolos desde muy pequeño, a los ocho años de edad, cuando fui por primera vez a un estadio de futbol. Era momento de primeras veces para el portero también, pues aunque su carrera en primera división había comenzado algunos años antes, el torneo Invierno 1997 era su primer campeonato como titular.

No era poca cosa que el Conejo tuviera la titularidad en ese Cruz Azul, porque en la banca de La Máquina había otros dos enormes guardametas: el experimentado Nicolás Navarro y “el inmortal” Jorge Campos.

La fecha de mi primer partido en un estadio fue muy importante en la historia de Cruz Azul: el 7 de diciembre de 1997. Ese día, en León, me tocó estar en la misma cabecera en la que el Conejo hizo los calentamientos previos al partido, lo que provocó que su agilidad llamara mi atención todo el tiempo. 

Óscar Pérez tenía apenas 24 años, lo que provocó que, en un arranque de ira durante el calentamiento levantara el dedo medio a la afición leonesa que le gritaba de todo. Ahora suena increíble que no haya pruebas de eso, pero entonces, hace 22 años, no había cámaras en todos lados como actualmente.

Ese 7 de diciembre de 1997 el Conejo fue clave, como todo el torneo, para que Cruz Azul terminara levantando el título de campeón que desde entonces no se ha vuelto a presentar.

Mi idolatría fue creciendo, aunque no volví a verlo en un estadio hasta febrero de 2003, pero en ese lapso Óscar Pérez ya había viajado a una Copa del Mundo como arquero suplente y a otra como titular, además de que había formado parte del histórico Cruz Azul de la Copa Libertadores de 2001.

El Conejo creció con buenas actuaciones y se mantuvo en Cruz Azul  tanto en buenos y malos momentos. Soportó incluso una ocasión en la que fue despedido, injustamente, por la directiva que echó a todo el equipo por los malos resultados y luego volvió a negociar sus contratos.

Pero en 2008, Óscar El Conejo Pérez dejó Cruz Azul para no volver jamás. Algunas fallas en el arco hicieron que dejara la titularidad ante Yosgart Gutiérrez y después fuera prestado a otros clubes por muchísimos años más: Tigres, Chiapas, Necaxa, San Luis y Pachuca.

Ya no era más el arquero de Cruz Azul, pero era ya un guardameta experimentado y respetado en todas las canchas del futbol mexicano. En 2008, a su salida de La Máquina, con 35 años de edad, muchos creerían que su carrera estaba por terminar y nadie adivinaría que duraría once años más.

En Sudáfrica 2010 fue convocado a la Copa del Mundo por Javier Aguirre, en un gesto que muchos consideraron como un homenaje a su brillante trayectoria, pero que terminó dándole al Conejo su segundo mundial en la cancha.

Ser titular le ganó a Óscar Pérez algunos odios momentáneos, pues no era el mejor portero mexicano del momento. Ese mundial, Guillermo Ochoa, tuvo que ver desde la banca los cuatro partidos en esa Copa del Mundo.

En 2011, el Conejo llegó a San Luis. Con 38 años de edad, parecía que podría ser el último club de su carrera. Nunca aproveché la oportunidad de irlo a buscar y en mayo de 2013, cuando la franquicia potosina fue vendida a Tuxtla Gutiérrez, el Conejo también se fue, pero a Pachuca.

Entonces publiqué en mis redes un lamento por mi desidia que evitó siquiera que tuviera una fotografía con Óscar Pérez, mi ídolo. Unos días después, por obra de la casualidad, en medio de un evento laboral me encontré al Conejo afuera del bar de un hotel. Se preparaba para ver la final de ida de la final del Clausura 2013 entre América y Cruz Azul, aquella fatídica en la que perdimos el noveno campeonato en los últimos minutos.

Otra vez, el cambio a Pachuca parecería que le entregaría sólo un retiro tranquilo al Conejo, pero aún así, con más de 40 años de edad, Óscar Pérez siguió siendo factor en la cancha hasta los últimos momentos de su carrera.

En 2016, ya con 43 años, el Conejo tuvo una actuación soberbia en la final del torneo que le dio a él el segundo campeonato de su carrera, contra Rayados. Las atajadas que tuvo durante todo el partido fueron clave para el título de los Tuzos.

Un año después, en febrero de 2017, vi por última vez al Conejo en un estadio de futbol. En aquella ocasión, Atlético de San Luis venció con gol de último minuto a los Tuzos, con una falla en el arco del Conejo. Como fue tradición cuando jugó para San Luis y enfrentaba a Cruz Azul, la parcialidad de sus rivales se le rendía en aplausos.

Par de meses después, anotó un gol doloroso para la parcialidad cruzazulina, pues dejó fuera a La Máquina de la liguilla, con una anotación de cabeza, la tercera de su carrera, pese a ser un portero. Antes había anotado con selecciones menores contra Corea del Sur y contra Tecos, jugando con Cruz Azul.

Parecía que el Conejo solo necesitaba volver a Cruz Azul, para su retiro y lo logró el sábado pasado. Por desgracia, no lo hizo como jugador, sino solo como un homenaje otorgado por el equipo de sus amores.

Por eso, ver al Conejo enfundado otra vez con el uniforme de Cruz Azul, once años después y que tuviera nuevamente el gafete de capitán, fue una escena que anhelé tantas veces, que fue increíble ver que se realizara. Lo que no estaba en mi plan es que cuando ocurriera, no se pudiera repetir jamás.

¿Cuántas personas habrán llorado, al mismo tiempo que el Conejo Pérez, el sábado pasado? El número no lo sé, pero puedo decir que yo sí.

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Ciudad

La Carrera Panamericana, SLP y su 75 aniversario

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La competencia automovilística llega a la capital potosina por cuarta edición consecutiva, en la que la ciudad ha dejado huella a la memoria de esta carrera

Por: Redacción

A lo largo de la historia de la Carrera Panamericana, una de las competencias automovilísticas más emblemáticas de México y del mundo, San Luis Potosí ha tenido un papel significativo

tanto en su ruta como en la representación deportiva, convirtiéndose en un punto clave del automovilismo clásico y de resistencia en el país.

Desde su instauración en 1950, su cancelación en 1955 y su renacer en 1988, la entidad potosina ha sido escenario de esta competencia en diferentes etapas, tanto intermedias como final, particularmente en los últimos cuatro años.

Pero… ¿qué es la Carrera Panamericana?

Es una competencia automovilística tipo ​​rally de velocidad en carretera, que recorre diferentes puntos de la república mexicana, a través de carreteras federales, especialmente la famosa Carretera Panamericana (Carretera Federal 45 en México).

Comenzó en 1950 como una carrera de velocidad y una forma de celebrar la finalización del tramo mexicano de la Carretera Panamericana, y se realizó hasta 1954 de manera continua, hasta que fue suspendida en 1955 por cuestiones de seguridad.

Sin embargo en 1988 volvió a realizarse, aunque no como una carrera profesional de resistencia, sino como un rally histórico con autos clásicos.

Firmas internacionales como Ferrari, Porsche, Mercedes Benz y otras han tenido presencia en esta competencia, con diferentes categorías como Turismo de Producción, Turismo Mayor, Sport Mayor y Menor, Original Panam, Histórica A, B, C y Exhibición.

En San Luis Potosí destaca la participación ininterrumpida por cuarta ocasión en esta contienda, al ser el último punto intermedio, y previo a su conclusión en el estado de Zacatecas. Mientras que en la edición 2024 fue el punto de meta, en la que el potosino Ricardo Cordero se coronó campeón de esta edición

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Actualmente, el piloto potosino es hexacampeón de la Panamericana, tras ganar en las ediciones 2017, 2019, 2020, 2021, 2022 y 2024. En todas ellas ha competido con “El Malditillo”, un Studebaker Champion 1953 de la categoría Turismo Mayor, con el que espera ganar la Panamericana en ocho ocasiones y romper el récord de Pierre de Thoisy, piloto francés que ganó esta carrera en siete ocasiones, también sobre un Studebaker de las mismas características.

La edición 38 de la Carrera Panamericana arrancará el próximo 9 de octubre y tendrá ocho etapas, arrancando en Chiapas y pasando por Oaxaca, Puebla, Ciudad de México, Querétaro, Morelia y Guanajuato, para llegar a San Luis Potosí el 15 de octubre y concluir en Zacatecas al día siguiente. Una edición que además de fomentar el turismo deportivo se convierte en una experiencia de adrenalina, pasión y tradición para sus competidores y aficionados.

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#4 Tiempos

El eterno | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

Guillermo Ochoa es un portero que se convirtió en bandera. Desde que debutó con el América en 2004, sus guantes parecían hechos para noches grandes: títulos de liga, protagonismo inmediato y el aura del “nuevo guardián” del arco mexicano. Tardó en dar el salto a Europa, y aún así, demostró sus ganas de crecer a pesar de los sacrificios, con una carrera que, aunque irregular en lo colectivo, lo mantuvo vigente en la élite del futbol internacional durante más de una década.

En Francia defendió al Ajaccio, donde se convirtió en ídolo de un club pequeño que sobrevivía gracias a sus atajadas imposibles. Después vinieron pasos por Málaga y Granada en España, donde la lucha contra el descenso lo expuso constantemente, pero también lo catapultó con actuaciones memorables frente a equipos como el Barcelona o el Real Madrid. Más tarde, Bélgica, con el Standard de Lieja, donde recuperó la estabilidad, disputó competencias europeas y volvió a tener el brillo de arquero confiable.

De ahí regresó a México, otra vez al América, como referente y capitán. Sin embargo, su ambición lo llevó a un último desafío en Italia con la Salernitana, donde las críticas fueron severas y el equipo terminó hundido en la tabla. Ese episodio marcó un antes y un después: Ochoa ya no era visto como el mismo arquero que tapaba lo imposible en los mundiales, sino como un veterano que comenzaba a pagar factura ante la exigencia de un futbol mayor.

Con la Selección Mexicana, su legado es indiscutible

. Fue cinco veces mundialista y protagonista en Brasil 2014 y Rusia 2018, con actuaciones que dieron la vuelta al mundo. Se le aplaudió como salvador, pero también se le cuestionó su influencia en el vestidor y el hecho de que, durante años, cerrara el camino a nuevas generaciones de arqueros.

Hoy el futuro de Ochoa es una incógnita. Con 39 años cumplidos, se habla de un posible regreso a la Liga MX, donde tendría el respaldo de la afición y un lugar asegurado en el escaparate. También existe la posibilidad de un destino exótico, en ligas de menor exigencia pero con cheques generosos. El problema es que cada paso que dé será juzgado no como una nueva aventura, sino como el epílogo de una carrera que marcó época.

El verdadero reto de Guillermo Ochoa ya no está bajo los tres palos, sino frente al espejo. Su historia se escribió entre América, Ajaccio, Málaga, Granada, Standard de Lieja y Salernitana; su leyenda se forjó con la Selección. Pero ahora, cuando el tiempo le recuerda que no hay reflejo eterno, deberá decidir si se despide como un gigante que supo irse en lo alto o como un ídolo que se aferró demasiado al recuerdo de sus mejores atajadas.

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#4 Tiempos

Hoy, frente al campeón | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Cuando Toluca llegue al Alfonso Lastras esta noche, no lo hará como un visitante cualquiera. Llega con la etiqueta de campeón, con una racha que asusta y con la confianza de un equipo que se sabe sólido. Para San Luis, en cambio, la cita es una cuerda floja: si tropiezan, el vacío no será sólo en la tabla, también en la credibilidad.

Los Diablos Rojos han mostrado lo que pocos en este torneo: regularidad. Saben atacar, saben cerrar partidos y rara vez pierden la calma. Es un conjunto que luce afinado, con un mediocampo que controla ritmos y delanteros que no perdonan. La pregunta no es si Toluca llega bien, sino si San Luis tiene con qué incomodarlos.

El conjunto potosino, por su parte, ha vivido a base de altibajos. Capaz de ganar con autoridad un fin de semana y de derrumbarse al siguiente con errores de principiante. Su defensa es frágil cuando la presión se acumula y su ataque depende demasiado de destellos aislados. Juegan en casa, sí, pero el Lastras ha dejado de ser un verdadero bastión, demasiadas veces los rivales han salido de aquí con los brazos en alto.

El historial entre ambos no ayuda al ánimo local. Toluca suele imponerse con naturalidad y pocas veces ha permitido que San Luis lo sorprenda. No es casualidad, cuando uno tiene orden y el otro improvisa, el resultado suele estar cantado.

Sin embargo, el fútbol tiene esa manía de burlarse de la lógica. A San Luis le basta un arranque intenso, un gol inesperado o una noche inspirada de su arquero para cambiar el guion. Lo sabe la afición, que se aferra a la esperanza de que, ante el rival más fuerte, el equipo saque la versión que pocas veces aparece.

Hoy no se juega sólo un partido. Para Toluca es la oportunidad de confirmar que su liderazgo no es un accidente. Para San Luis, es el chance de mandar un mensaje claro de que no están condenados a ser comparsa, que pueden competir con cualquiera si deciden hacerlo en serio.

Si San Luis sale tímido, Toluca lo devorará sin esfuerzo. Pero si el local entiende que este es el momento para dar un golpe sobre la mesa, entonces el líder tendrá, por fin, un rival que lo haga sudar. El balón dirá si el Lastras es tumba o resurrección.

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