diciembre 10, 2023

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#Si Sostenido

La necesidad de estar afuera: el enfermizo mundo de las redes sociales | Columna de Edén Ulises Martínez

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FUNAMBULISTA.

“Afuera” es un adverbio de lugar que (citando al DLE), con verbos de movimiento explícito o implícito, significa “hacia el exterior del sitio en que se está o de que se habla”, o “en la parte exterior”. Quizás, si le preguntamos a fulano de tal, nos respondería definiéndolo como lo que no es: es decir, como “lo que no está adentro”. Esta palabra tan simple, y tan utilizada, ha cobrado un revitalizado sentido con la actual pandemia de coronavirus: se nos ha prohibido estar “afuera”, por primera vez en la historia reciente, y de manera tan generalizada.

 

Quisiera copiarle a fulano de tal, y añadirle a este “afuera” una condición más metafísica (pero no por eso menos tangible, menos “real”) de su opuesto “adentro”: es la antítesis del enclaustramiento, que al parecer es la marca de los tiempos. Pero no me refiero al causado por la crisis sanitaria, sino a esa tendencia cada vez más grave que tenemos de permanecer dentro de nosotros mismos, recluidos en nuestras mentes y espacios, cada vez más convencidos de nuestras posturas y nuestros intereses. Estúpidamente convencidos en muchas ocasiones, es decir, convencidos por todas las razones equivocadas, que nunca atravesaron nuestro juicio interno, o que directamente se nos presentaron como verdades. Permanecer de manera tan inflexible “encerrados” dentro de nuestros pequeños mundos, nos impide “avanzar”, crecer intelectual y psicológicamente, al mismo tiempo que nos aísla de la disertación y el conflicto saludables, tan poco practicado (quizás ya erradicado) actualmente.

 

Ahora, yo no puedo entender este enclaustramiento voluntario global separándolo de su equivalente físico: la inclinación acelerada de introducir nuestras vidas en el mundo digitalizado de las redes sociales (que al mismo tiempo crean otros conflictos, pero que han sido incapaces de lidiar con ellos de manera favorable). Nuestras mentes están literalmente en otra parte, y los signos del lenguaje de nuestras vidas cada vez se concentran más en esa “realidad alterna”, que lo conflictúa todo un poco más cada vez que se convierte en la “realidad principal”, perdiendo los vínculos emocionales con el mundo tangible fuera de los monitores.

 

Cuando dejé temporalmente Facebook e Instagram para trabajar mi “desintoxicación” (ahora volví e intento llevar una relación más distante) , luego de una semana de ansiedad considerada, me sorprendió encontrarme con una pequeña mancha en el techo de mi casa. Estaba ahí, observando ese preciso rincón, y de pronto recordé que aquel tizne me remitía directamente a la niñez, ¡y yo no la había visto en bastante tiempo, quién sabe desde cuándo! ¿Le pasará lo mismo a más personas?, ¿estamos perdiendo la capacidad de “conectar” con nuestro alrededor más de lo estrictamente necesario? Yo creo que sí, y mi argumento no sólo se sostiene por aquella experiencia personal: ¿quién no ha visto cosas similares en algún conocido o en su propio comportamiento? ¿Me van a decir que no, que ustedes son diferentes? Bah, mentira, he visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura (nunca se debe dejar pasar la oportunidad de citar a Allen Ginsberg), perdidos en las pequeñas pantallas de sus celulares en momentos en que quizá los seres a su alrededor los necesitaban más.

 

Tampoco soy ingenuo, no niego las grandes ventajas de la edad de la información. Sé que a la tecnología no se la puede parar, y que debemos aprender a vivir con ella, adaptarnos a su inevitable crecimiento, utilizarla, sacarle provecho. Pero aceptemoslo, tu primo el que todo el día está scroleando en facebook no es un ejemplo de eso.  También sé, y ustedes deberían saberlo, que las redes sociales no son internet, pero que están por serlo, y ese es otro gran problema. Como lo dijo Peter Sunde, fundador y ex vocero de The Pirate Bay, las redes sociales están acaparando el panorama de la conectividad, son monopolios de lo que antes tuvo el potencial de volverse el campo de libertad (de expresión, y también económica) más grande de los tiempos. Habría que educar verdaderos internautas para que haya menos zombies de instagram o twitter, pero será cada vez más difícil.

 

Dos personas que más allá de mi amistad poco tienen en común han platicado conmigo de lo mismo: las nuevas generaciones saben cómo hacerse una cuenta en TikTok pero desconocen cómo utilizar las herramientas más básicas de sus computadoras, ya ni hablemos de descargar un torrent. Santiago, que es programador, vio el ejemplo en su pequeño hermano al que nunca le enseñaron a modificar las características del sistema windows, pero quien es un tremendo jugador online. Luis, periodista, me planteó algo más severo: su postura de que nunca hemos estado tan alejados, como civilización, de entender cómo funcionan las cosas que utilizamos. Para nosotros la tecnología es magia, no estamos en control de absolutamente nada, porque no lo podemos descifrar, y no nos interesa.

 

El documental de Netflix The Social Dilemma es una buena introducción a la cuestión, pero a mi gusto es ridículamente optimista. En la relación que los seres humanos mantengamos con las redes sociales está en juego el destino de las naciones, de nuestra privacidad, de nuestra salud mental, pero también el de los significados y la representaciones, ¿cuantos de sus recuerdos están en alguna red social, y solo ahí? Desprenderse de los aparatos y de los objetos físicos tiene un costo, y creo que nadie ha reparado en ello lo suficiente. Porque no es solo eso, de la separación con la “cosa material”  se desprenden un montón de rompimientos más.

 

Todo el 2020, desde que las medidas para contener al coronavirus se han vuelto globales, suficientes personas le han agradecido a las redes por no volverse locas (hay que decir aquí que una gran cantidad de personas tiene internet solamente en sus teléfonos móviles, y de entre esos la mayoría utiliza únicamente las redes sociales). Ahora que ha pasado el tiempo, creo que el daño que ha causado depender tanto de ellas es proporcionalmente negativo. Debemos pasar más tiempo “afuera”, hay que escapar un poco de nuestros estrechos campos de comodidad, mirar hacia otra parte. Creanme, si se hiciera un estudio que pudiera revelar el porcentaje de nuestras emociones o presupuestos intelectuales ( las posturas políticas que tomamos, vaya, ¿cuánto obedecen al azar de la post ficción) que dependen de alguna red social el resultado sería tan horripilante como revelador.

 

No estás en control de lo que sientes, ni de lo que aprendes, el estado autoritario nos llegó en forma de soma. El modelo distópico de Huxley se acerca más a la realidad contemporánea que el de Orwell. Un poco de historia les haría ver a todos que la brutalidad policiaca es menor que la que había hace 50 años, solo que ahora tiene más reflectores, más replicación. En cambio, hay una manada de millones de millones de mujeres y hombres que se autorepresentan felices públicamente en un juego enfermizo de espejos, que consumen estupideces sin vergüenza, que toman irreflexivas posturas agresivas en contra de los que no piensan como ellos, y lo peor de todo: que no pueden parar un minuto de hacerlo. Pero qué va, el progreso nos alcanzó con los pagos en línea, con los autos eléctricos, con la libertad de expresión. Vivimos en el mejor de los tiempos, vivimos en el peor de los tiempos.

 

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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#4 Tiempos

La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?

En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.

Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.

Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:

¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?

Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.

Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.

Bueno, pues esta situación está por terminar.

Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.

Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.

Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.

Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.

Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.

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Opinión