septiembre 12, 2025

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#4 Tiempos

La mezquindad de algunos mexicanos con Venezuela | Columna de Carlos López Medrano

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Luces de variedad

 

La crisis presidencial que asola a Venezuela ha revelado la miseria humana de un sector importante de la población que lejos de involucrarse ha preferido pasar de largo ante una tragedia que afecta a uno de los países que tienen mayores lazos históricos con México.

No son tiempos para la tibieza, y ante el rompimiento del orden democrático en un país tan cercano, el sentido común indica que hay que pronunciarse desde nuestras respectivas trincheras para condenar lo que, sin lugar a dudas, es un régimen demencial comandado por un Nicolás Maduro cada vez más errado y lejano a la realidad.

El mandatario venezolano no solo ha mostrado su incapacidad como estadista al aplicar fórmulas probadamente fracasadas como el control de precios y el ahogo del sector privado que  desde hace años tienen hundida a su nación en una hecatombe sin precedentes, también ha cerrado de tajo la vía democrática que se necesita para hacer cambios de raíz que implican, desde luego, barrer al chavismo del poder.

El establecimiento de la Constituyente en 2017 quebró definitivamente lo que era una administración torpe y vil, pero con cierto anclaje institucional, para convertir de lleno al chavismo en una dictadura con todas las letras. Con tal decisión arbitraria, Maduro decidió tirar por la borda la voluntad del pueblo venezolano que había dado una abrumadora mayoría a la oposición en el legislativo e impuso a un monstruo legado por su antecesor: la Constituyente, conformada por el oficialismo que ahora tiene facultades por encima de los otros poderes públicos del Estado sin haber sido elegida por la ciudadanía.

La situación en Venezuela muestra lo que sucede cuando un gobierno monopoliza el poder en un país. El comunismo depreda cualquier contrapeso que se le cruce en el camino. Asfixian al sector empresarial, y por medio de subterfugios van amilanando a los medios de comunicación y al individuo en general. Si no vas con su proyecto, en automático te transformas en un “traidor”, en un “gusano”, en un “enemigo de la patria”.

Una de las estrategias más socorridas por los comunistas es erigirse como la voluntad del pueblo. Engañan a la gente y pretenden mostrarse como la encarnación de un país y no como lo que son, administradores temporales. Se convierten así en sátrapas que pretenden sostener a toda costa su delirante superstición internacionalista. Solo ellos pueden, nadie más.

Ante ello, muchos mexicanos han preferido callar o tomar la desgracia como objeto de burla. Peores aún son los que solapan la barbarie o los que hasta la celebran. Un sector retrógrado de la izquierda se ha quitado la máscara al guardar silencio ante violaciones de derechos humanos y la deriva del sistema de justicia del país sudamericano. Eso que tanto les hace bramar contra sus enemigos locales, les parece permisible en el exterior cuando se trata de encubrir a sus aliados ideológicos.

Lo anterior solo es explicable porque lo suyo tiene tintes de religión. De ahí que no les importen los hechos ni la evidencia que contradiga a sus intereses. Permanecerán siempre encerrados en sus ideas y nunca asumirán culpas, pese a que todo se caiga a pedazos.

Por eso los herederos de la doctrina bolchevique son peligrosos y por eso hay que evitar en la medida de lo posible que estén a cargo de una nación. Una vez que llegan, es muy difícil quitártelos de encima. No importa la miseria que acumulen ni las tragedias que provoquen. Seguirán defendiendo su fantasía revolucionaria sin considerar ninguna otra perspectiva. Maduro entiende su lugar como un papel mesiánico, como si él representara el “bien” que debe imponerse en la partida, aunque los actos lo confirmen como un tirano.

La cerrazón de los simpatizantes del chavismo es preocupante, pero no es nueva. Es la ceguera clásica de un ala de socialistas tirada hacia el negacionismo. Una especie que todavía defiende de Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro, pese a que llevaron a la muerte y represión a millones de personas. En comparación Maduro es un juego de niños. De ahí que no conviene tener esperanzas de que enmienden el camino.

Para sostener la farsa, los embajadores no oficiales del chavismo que pululan en México recurren a trucos propios del mago Chen Kai (aunque sin la misma gracia). Esta gente clama que detrás de las presiones internacionales contra Maduro se encuentran los intereses de Estados Unidos por el petróleo venezolano. Y no cabe duda que Estados Unidos tiene deseos y estrategias geopolíticas cuestionables (como muchos otros países), pero la idea no se sostiene si se toma en cuenta que el nacionalismo chavista nunca ha sido impedimento para que los estadounidenses compren a placer hidrocarburos venezolanos, representando actualmente el 20 por ciento de sus exportaciones. La economía de Venezuela, de hecho, es dependiente en exceso de Estados Unidos, su mayor socio comercial, por lo que tampoco se sostiene lo del “bloqueo” que ya aducen como una caricatura argumental que tanto han usado, ahí sí con cierta lógica, respecto a Cuba. Estados Unidos, además, es desde hace unos meses el máximo productor de petróleo en todo el mundo.

El gobierno mexicano tomó una postura de neutralidad activa respecto a la disputa entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó, el líder de la oposición, el cual no se “autoproclamó” presidente en un acto de delirio, como vociferan los simpatizantes del chavismo, sino que como figura democrática actúo en consonancia a una interpretación de los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución de Venezuela. Guste o no su maniobra tiene mayor legitimidad que una presidencia impuesta a la fuerza, con elecciones fraudulentas en las que hubo una participación reducida, en la que no participó la oposición y en la que no hubo una junta electoral independiente que diera certeza a los resultados. El adelanto del proceso electoral que el oficialismo aplicó a modo de madruguete, rompió de tajo con las gestiones diplomáticas internacionales que había en aquellos días. El chavismo con la anuencia de la cúpula militar simplemente quiso imponerse.

En México, la línea tomada por la administración de Andrés Manuel López Obrador puede ser criticable, pero corresponde a una ideario político que, en teoría, busca algún fin estratégico. De ahí que que la decisiones estén condicionadas por las posibles consecuencias, como la escalada del conflicto. Lo verdaderamente inmoral es que la población, que puede emitir su solidaridad con la víctima de un gobierno tiránico en Venezuela, no lo haga, ni siquiera porque gozan de una oportunidad histórica para expresarse total libertad y sin cortapisas frente a lo que agobia a nuestros similares a tan solo unos kilómetros de distancia. Tal mezquindad es indigna de nuestra historia y del liderazgo ciudadano que los mexicanos deberína representar en una región tan golpeada como en la que estamos. La solidaridad nunca sobra, en especial cuando se trata de nuestros hermanos. Si toleramos esto, podríamos ser los siguientes. Venezuela, más que nunca, no debe quedarse sola.

 

@Bigmaud

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

Contacto

Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud

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#4 Tiempos

Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir. 

Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.

Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.

López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.

Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.

El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.

Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.

Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.

En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.

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Opinión

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