abril 19, 2024

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La ciudad chatarrizada | Columna de Jorge Ramírez Pardo

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incendio en bodega del ferrocarril

Enred@rte

 

Sin duda la capital potosina, hasta 1950, fue una de las más bellas y armoniosas urbes de Latinoamérica; gracias a su riqueza arquitectónica barroca y neoclásica en diálogo con numerosas zonas ajardinadas en el ahora denominado Centro Histórico.

Varios aspectos destacados distinguieron hasta hace medio siglo a la ciudad de San Luis Potosí:

  • Cuando la Colonia eligió este territorio para explotarlo por su riqueza minera, tuvo como proyecto también, no asentar la ciudad cerca de los beneficios mineros iniciales, ubicados en Charcas y Matehuala; Real de Catorce inicia con posterioridad e intensidad efímeras (1793), pero variedad y cuantía ( explotación de oro, plata, cobre, plomo, zinc, manganeso, estaño, hierro, mercurio y antimonio; además, minerales no metálicos, como flourita, fosforita, yeso, azufre, arcilla alumínica, ónix, mármol, sal, caliza, cantera); Cerro de San Pedro, cuya montaña, registrada en el escudo estatal y hoy desaparecida por explotación irracional reciente e hipercontaminante a cielo abierto (Minera San Xavier), fue descubierta desde los inicios de la colonia y tiene una primera explotación intensiva durante la primer mitad del siglo XX y concluida entre 1947 a 1949, que le aportó el patrimonio arquitectónico hoy trastocado.
  • La capital potosina de vocación inicial minera y asentada al extremo sur de la región conocida como Aridoamérica, sin embargo, elegida por su enorme planicie desértica junto a una sierra próxima (que la minería taló hasta su desaparición), fue ajardinada a imitación de ciudades españolas asentadas en geografías distintas, por ello, los potosinos que la habitaron por siglos (hasta el 1950 en referencia, cuando tiene un crecimiento desbordado y mal planificado), se olvidaban de la cercanía con el desierto por dos motivos.
    • Sus zonas ajardinadas, no tiene cactáceas ni plantas del desierto, sino árboles y flores ornamentales no características de zonas áridas, y cuyo desarrollo y sostenimiento requería de mucho más agua que una planta de zona árida.
    • Como ciudad para 50 mil habitantes durante siglos, sabía aprovechar sus escurrimientos de agua de lluvia: con ello y su manto acuífero era autosuficiente en agua y tenía un drenaje (de barro, por cierto) adecuado a esas dimensiones y necesidades.
  • Aquella ciudad con armonía y diálogo entre arquitectura y vegetales, cuando la miró en sus correrías, a fines del siglo XVII el científico/explorador Alexander Humboldt, la denominó La ciudad de los Jardines.

El tiempo, la falta de planificación urbana y sustentabilidad, sumado a la corrupción y sobreprotección a mineras (a fines del siglo XIX llegaría al poniente de la ciudad American Smelting, hoy Industrial Minera México) destruyeron la armonía urbana.

IMMSA con métodos de explotación devastadores y contaminantes excesivos, logró determinar/co-gobernar acerca del uso del suelo, provocar enfermedades irreversibles a los pobladores poblado conurbado de Morales y, ahora, con el gobierno municipal, xavierismo de origen gallardista, y un exgobernador (por cierto, tío del actual munícipe capitalino) empleado como abogado de la minera, a punto de imponer la urbanización del territorio infectado durante más de un siglo.

Espacio de edificio abandonado, a unos pasos de la Antigua estación ferroviaria, hoy ocupada por Kansas City como sus oficinas principales en la capital potosina

El agravio más reciente y reto a la memoria

Luego de la minería, uno de los referentes laborales más importantes para la capital potosina fue la llegada del ferrocarril en el año de 1888. Ello modificó el paisaje urbano y aportó nuevos elementos arquitectónicos singulares.

Por ello, para el gremio ferrocarrilero y algún sector importante de la población, es un hecho lamentable y doloroso el incendio acontecido el jueves de la semana pasada en una bodega del conjunto arquitectónico ferroviario de la ciudad, ubicada al sur-oriente de la Alameda.

El fuego consumió los interiores, pero también daño elementos estructurales, puesto que expulsó fragmentos de piedra y bloques completos.

La información vertida fuera del suceso deja las siguientes evidencias:

  • El inmueble y todo el conjunto ferroviario de la ciudad, está concesionado desde 1996 a Kansas City Southern (¿de México?).
  • El sitio, en notable abandono, como otros también concesionados a la empresa, le fue requerido para su empleo con fines culturales. La empresa no accedió.
  • El inmueble hoy incinerado en sus interiores y con riesgo de desplome, padeció antes dos incendios, el último hace mes y medio.
  • El responsable del INAH, Juan Carlos Machinena, tuvo una intervención a destiempo que le desmerece. Encargará al Museo Nacional de Ferrocarriles de Puebla, el expediente, para ver qué responsabilidades corresponden a la ferroviaria transportista Kansas City, puesto que ese y demás inmuebles en concesión están tipificados como patrimonio nacional. Esto es, el señor INAH en la localidad ni siquiera tiene ese expediente en mano.
  • Historiadores y expertos, entre quienes destaca Luz Carrega, y el sentido común ciudadano, demandan enérgicos se haga un peritaje y se finquen responsabilidades a la empresa Kansas City.
  • Es importante que haya una vigilancia ciudadana meticulosa porque en ocasiones se da carpetazo luego del impacto inicial por un siniestro con afectaciones patrimoniales.
  • El gobernador, su secretario de Cultura, el munícipe y sus respectivos protectores del patrimonio, hasta el momento, ni sus destellos. No vieron, no leyeron ni tienen opinión sobre el tema.
  • El edificio incendiado y notablemente averiado, tiene una larga nave contigua de bodegas con arquitectura y estructura pétrea similares al edificio dañado. Deseable, y así lo han mencionado conocedores del tema, es que además de hacer reparaciones a fondo, todo el conjunto sea expropiado para beneficio público.
  • El incidente abre, además, una antigua demanda urbanística, esta es, que el conjunto de vías que dividen la ciudad en el eje oriente-poniente desde hace casi 150 años, sea removido a un punto periférico, puesto que su uso es exclusivamente para carga y no para pasajeros.

Cereza en el mollete

El reportero autor de estas líneas, intentó visitar el sábado por la mañana el Museo (local) del Ferrocarril, no se le permitió ingresar como “prensa” y tomar fotos, y se le advirtió que tampoco se le permitirían fotos con boleto pagado, porque debió “mandar oficio firmado dirigido en días que trabaja la directora, blablá, dirigido blablablá…”. Se solicitó el teléfono de la directora, obvio, no se otorgó y no pudo haber llamada de sus empleados con ella en el transcurrir de media hora. 

Aclaraciones pertinentes

  • Iba con un fotógrafo, testigo de las solicitudes cordiales y el saludo educado de despedida
  • Hubo tres filtros humanos con indicaciones prohibitivas, sin ser ya testigo de si el cuarto de llamar a la directora fue real o simulado

Hace 5 semanas, en tarde de martes, hubo un sucedido similar en el Museo de Esculturas: “mandar oficio firmado, blablá, dirigido blablablá…”. Ahí la obstaculizante fue una uniformada de seguridad –con llamada a su superior, segundo y determinante filtro- porque la burocracia numerosa sólo trabaja hasta las 3 de la tarde.

A todas márgaras. El secretario de Cultura Armando Herrera no ve, no oye ni tienen opinión sobre el tema, pero, sin su anuencia tales despropósitos no existirían.

Luego entré, esta misma mañana de sábado, entré sin obstáculos, gratis como todo público, haciendo uso profuso de cámara fotográfica, a las galerías de la Caja Real (esquina de Madero y Aldama); ahí hay trato amable y hospitalario, acceso a cédulas impresas (disponibles gratis para todo público). La exposición principal, con buena museografía, es de óleos en gran formato, de pintores colombianos. Espléndida, por cierto.

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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