#Si Sostenido
Huir a la inversa: El #WirdFestival y el Rock de la Cárcel
Por: Luis Moreno Flores
Durante casi siete meses, a principios de la década de los 70, José Agustín estuvo preso en el Palacio Negro de Lecumberri debido a que de regreso de un viaje a Acapulco decidió detenerse en casa de uno de sus amigos en Cuernavaca. Ahí fumaron un poco de marihuana; esa mañana una redada, encabezada por Arturo “El Negro” Durazo, irrumpió en el complejo de casas donde el escritor se encontraba, buscan a un grupo de traficantes. Margarita, la esposa del escritor, fue inculpada de consumir drogas, para rescatarla, José Agustín tomó toda la responsabilidad de lo ocurrido.
José Agustín estaba convertido en una superestrella de la literatura, era “amigo” de Angélica María e incluso había dirigido una película con ella como protagonista. La estancia en Lecumberri lo transformó para siempre: ahí coincidió con los presos políticos del movimiento de 1968, incluido uno de los escritores más importantes de la historia de México: José Revueltas. Tras la experiencia carcelaria su literatura maduró, pues, aunque ya tenía un par de novelas tremendamente relevantes como son La Tumba y De Perfil, llegaría su consagración con Se Está Haciendo Tarde, obra que escribió en las bolsas de papel donde su familia le llevaba un par de tortas los domingos.
Lecumberri, que hoy es el Archivo General de la Nación, fue fundada el 29 de septiembre de 1900 y es posiblemente la cárcel mexicana más icónica, debido a quienes una vez la poblaron, así como por ser uno de los primeros centros penitenciarios en el país que obedecen al Sistema Panóptico, modelo arquitectónico desarrollado por Jeremy Bentham a finales del siglo XVIII que consiste en una torre central con un faro visible desde todas las celdas, que permite al vigía observar cada sitio de la edificación sin que los presos sepan si están o no siendo vistos, lo que genera en ellos una percepción de vigilancia omnipresente. A partir de este tipo de estructuras Michel Foucault desarrolló Vigilar y Castigar, en donde explora el concepto de un gobierno que todo lo ve y sanciona.
El Palacio Negro tiene un hermano gemelo en San Luis Potosí, la ex Penitenciaría del Estado, que ha sido reformada para transformarse en uno de los complejos culturales más importantes de la región: el Centro de las Artes, en su ala derecha, en lo profundo de sus entrañas, aún guarda un sitio sin restaurar, un testigo vivo de su desafortunado pasado. Ahí donde se recluía a los jóvenes, el pasado fin de semana tuvo lugar uno de los eventos más importantes para las historia musical de la ciudad: El #WirdFestival, que como un preso que huye a la inversa se apoderó de la cárcel para convertirla, por una noche, en el núcleo de la escena del rock.
Dentro de esa zona recóndita usada en otro tiempo para purgar penas y jugar basquetbol, recubierta por el silencio y bajo el cobijo de una clandestinidad ex temporánea, que solo era delatada por tenues luces neón emanadas de una breve puerta que daba paso a un grupo de portones, escaleras y pasajes coronados con dibujos de series animadas, grupos de rock and roll de los años 80 y mensajes que reclamaban libertad, se celebró la fiesta del año en cuanto a música independiente se refiere.
En los patios y salas ya restauradas nada advertía lo que en la parte más agreste de la penitenciaría, que en algún momento encerró a Francisco I. Madero, ocurría. El rock lograba escaparse del ojo panóptico que todo lo ve.
Un escenario de dimensiones respetables. A un lado, en la ex cancha de baloncesto, el área de descanso con pasto artificial y hamacas, además de una barra de cervezas. Al otro, estaciones de comida, ropa e incluso una del editorial que publica libros de Parménides García Saldaña y su hermano, atendido por el propio pariente del reconocido escritor (Edmundo García Saldaña).
A las cinco de la tarde le pregunté a Vladimir, el principal promotor del festival, si aún había boletos, me respondió que quedaban menos de 100. Para las nueve de la noche la gente seguía arribando, ya no había cupo para nadie más. Una paradoja: los jóvenes pedían a los encargados de la seguridad que los dejarán entrar a la cárcel.
El festival estaba dedicado a celebrar la Literatura de la Onda, movimiento encabezado por José Agustín, Parménides García y Gustavo Sáenz, influenciado por los autores beatnik estadounidenses, además de J.D. Salinger y Nabokov. José Agustín siempre ha aborrecido el término “De la Onda”, pues fue acuñado por la escritora y crítica literaria Margo Glantz para usarlo de forma despectiva y denostar el trabajo de estos escritores, no obstante, de alguna forma se le tenía que llamar a este movimiento de temáticas juveniles vinculadas con los excesos y el rock.
De las bandas participantes, Baby Nelson and The Philistines y Los Blenders, fueron quienes mejor representaron el concepto de la onda, pues sus letras adolescentes, divertidas y fiesteras así lo dictan, además en el caso de los segundos su sonido está claramente influido por el rock and roll de finales de los 60.
La Tumba, primera novela de José Agustín, fue corregida y publicada en 1964 por Juan José Arreola, su autor tenía 20 años. En ella se narran la historia de Gabriel Guía, un joven escritor de no más edad que el autor, quien es hijo de una familia de clase alta en el Distrito Federal. Las aventuras del protagonista lo llevan a escenario de drogas, sexo, aborto, literatura… desde que escuché por primera vez a Los Blenders creí que serían el soundtrack perfecto para este libro. Luego de una muy entretenida presentación de la banda, en la que el público enloqueció un momento y comenzó a bailar, empujarse y lanzar cerveza por los aires, platiqué con ellos y les pude preguntar si tenía la misma percepción que yo sobre su música y La Tumba: “No. La verdad es que no leemos mucho”. La respuesta aunque un poco decepcionante, sirvió para confirmar un axioma de Parménides García que aparece en su ensayo En la ruta de la onda:
“Los jóvenes de todos los tiempos han sido onderos. La onda son los excesos. Vivir la vida en excesos según los tiempos […] La onda requiere un desgaste anormal de energía, si no, no es onda. Y tiene que ser irracional, si no pierde su nivel de trascendencia. Estar en onda es estar al margen, convertirse en outsider.”
Los Blenders cumplen con esa premisa (sin pretenderlo): tocan canciones rebeldes que podrían servir para musicalizar novelas escritas hace 50 años, mientras José Agustín escribió una novela que encontraría banda sonora en un grupo del 2014.
Aunque hubo un buen número de bandas importantes esa noche, como Lorelle Meets The Obsolete, The Young, Skin Town, Malos Modales… el evento terminó por explotar cuando XIII, una banda local, subió a tocar. El fenómeno era curioso, pese a haber bandas provenientes de fuera de San Luis, fuera de México e incluso del continente, la mayor expectación era escuchar a un grupo que se puede ver cada fin de semana en el circuito local de bares.
Para cerrar, AAAA tocó un set con lo que se confirmó el éxito del festival: personas de diferentes entornos que se reúnen para pasarla bien bajo la relación simbiótica rock-juventud.
En 1984, José Agustín publicó su novela el Rock de la Cárcel; donde cuenta sus días de estancia en Lecumberri; hoy, a 30 años, no se me ocurre una mejor manera de hacer una apología a ese título que el #WirdFestival: ¿el rock potosino encerrado en la cárcel también conseguirá explotar como la literatura del escritor?
#4 Tiempos
Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam
VOLUTA
Eso me dijo mi papá:
-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.
Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.
Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.
Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.
Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.
Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.
Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.
Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.
¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.
Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.
Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.
Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo
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#4 Tiempos
¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam
VOLUTA
Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.
Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.
Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.
Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.
Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.
A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera . La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.
Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.
En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.
Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.
En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).
Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?
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#4 Tiempos
Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam
VOLUTA
Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.
Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?
No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.
Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?
Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?
Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?
Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.
Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:
Estimado antrop. León García Lam
Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo.
Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.
El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.
¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?
Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.
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