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Horario de verano: el pleito político que López Obrador tardó 21 años en ganar
Todo indica que el próximo 30 de octubre será la última ocasión en que México atrase su reloj, lo que daría por concluida la disputa que el actual presidente inició con Vicente Fox
Por: Ana G Silva
El 29 de septiembre el pleno de la Cámara de Diputados aprobó la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador de eliminar el Horario de Verano en México, por lo que, en caso de refrendarse en el Senado, la iniciativa entrará en vigor el próximo 30 de octubre. La postura fue planteada por el mandatario federal desde el mes de marzo, argumentando que no hay un verdadero ahorro de energía. Esta visión no es nueva y la ha sostenido desde el año 2001, cuando fue jefe de gobierno del Distrito Federal, tanto que le sirvió como arena discursiva para contrastarse contra Vicente Fox, entonces mandatario de la República.
El horario de verano se implementó por primera vez en México, durante el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León, quien publicó un decreto para instaurarlo el 4 de enero de 1996, en él se argumentó que habría una disminución en la demanda de energía eléctrica, reducción en el consumo de combustibles utilizados en la generación de la energía eléctrica, disminución en la emisión de contaminantes y mayor número de actividades aprovechando la luz del día.
Para el 2001, Lopez Obrador, como jefe de Gobierno del Distrito Federal, impugnó el cambio de horario, pues consideraba que era una medida inconstitucional e ilegal, lo que ocasionó una de las tantas confrontaciones con Fox.
El ex presidente criticaba la postura del entonces jefe de gobierno, quien había aplicado una consulta telefónica a más de 300 mil habitantes de la ciudad en la que, según sus resultados, el 75 por ciento estaba en contra de esta medida y 25 por ciento a favor. Con estas cifras, López Obrador dio a conocer un decreto para reglamentar el horario en la capital del país, no obstante, chocaba con la medida a nivel nacional del ex presidente de la República, por lo que el asunto llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que dejó sin efecto ambos decretos, hasta que se votó por mantener el horario de verano en la ciudad.
En 2006, López Obrador, siendo candidato de la coalición “Por el Bien de Todos”, anunció su intención de realizar una consulta para saber si el horario de verano se quedaba o no, la cual retomó en 2020 argumentando que este horario fue impuesto sin preguntar a la población y se generaban inconformidades, sin embargo, el tema no se volvió a tocar hasta el pasado 18 de marzo cuando Gerardo Fernández Noroña, diputado federal del Partido del Trabajo, propuso eliminar el Horario de Verano en el país, con el argumento de que se evitarían problemas de salud generados por los cambios de horario.
“Cada día hay un malestar sobre las complicaciones asociadas a la adaptación del horario de verano, ya sea por circunstancias laborales o escolares. Las personas se ven forzadas a modificar sus horarios de desplazamientos, así como hay evidencia médica que, como consecuencias de tal modificación, se generan alteraciones del sueño al afectar el ritmo cardíaco y aumentar la sensación de cansancio, irritabilidad o cambiar de humor”, explicó el diputado federal.
El 23 de marzo el presidente López Obrador comentó que de no justificarse el ahorro de energía eléctrica se propondrá la eliminación del horario de verano. En mayo se realizó una encuesta en donde el 71.4 por ciento de las personas consultadas se pronunció por mantener un solo horario, por lo que en julio el presidente de la República envió la iniciativa al Congreso.
La eliminación del Horario de Verano fue avalada el 29 de septiembre en la Cámara de Diputados con 445 votos a favor, 8 en contra y 33 abstenciones; ahora pasará al Senado de la República y de aprobarse esta medida desaparecerá después de 26 años de aplicarse en el país a excepción de algunos municipios de la frontera norte a fin de no afectar el intercambio comercial.
El horario de verano no se suspenderá en los municipios de Ocampo, Acuña, Zaragoza, Jiménez, Piedras Negras, Nava, Guerrero e Hidalgo, de Coahuila; en Anáhuac de Nuevo León; Nuevo Laredo, Guerrero, Mier, Miguel Alemán. Camargo, Gustavo Díaz Ordaz, Reynosa, Río Bravo, Valle Hermoso y Matamoros de Tamaulipas. Para Chihuahua el horario será contemplado en la zona centro. Mientras que se mantendrá el horario del Pacífico para los municipios de Ensenada, Playas de Rosarito, Mexicali, Tecate y Tijuana, en Baja California; y San Luis Río Colorado, Puerto Peñasco, General Plutarco Elias Calles, Caborca, Altar, Sáric, Nogales, Santa Cruz, Cananea, Naco y Agua Prieta, en Sonora.
Desde hace días, Ricardo Gallardo Cardona, gobernador de San Luis Potosí, se pronunció, a través redes sociales, a favor de la propuesta y señaló que el estado se une a las entidades donde se dejará de usar el horario de verano; incluso la hizo oficial, a pesar de que la Cámara de Senadores aún no la aprueba: “Oficialmente, decimos adiós al horario de verano. En San Luis Potosí, ya no tendrás que mover tu reloj para seguir con tus actividades. #RGoficial”, destacó en su página de Facebook.
Para el 29 de octubre los mexicanos retrasarán una hora el reloj para despertar con el nuevo horario de invierno, en el que la luz del sol saldrá aproximadamente a las 06:30 de la mañana y caerá alrededor de 19:00 horas de la noche, es decir, amanece y anochece más temprano, por lo que los días son más cortos y las noches más largas durante el invierno.
Según el Fideicomiso para el Ahorro de Energía la medida brinda una serie de beneficios como “la disminución del uso de electricidad en aproximadamente mil millones de Kilowatthora, la reducción del consumo de alrededor de 2.84 millones de barriles anuales de petróleo, para generar electricidad y se evita además la emisión de 1.46 millones de toneladas de bióxido de carbono a la atmósfera”. Por otro lado, también menciona que en un inicio el horario de verano permitió ahorros del 2%, pero en 2019 el ahorro se redujo a 0.5%.
Para la salud, investigadores del Instituto Karolinska de Estocolmo, Suecia, indicaron que durante el cambio de horario los ataques cardíacos aumentaron ligeramente durante las tres primeras semanas, probablemente por falta de sueño; además durante la primera semana del nuevo horario se puede sufrir cambios de humor y disminución de la productividad.
El origen del horario de verano
El horario de verano se usa en un gran número de países alrededor del mundo y fue utilizado por primera vez durante la Primera Guerra Mundial en países como Alemania, España y Estados Unidos. Se adoptó una vez que concluyó la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos años diversos países han decidido degorarlo años después de haberlo implementado como Mongolia y Turquía. Por otro lado, en Estados Unidos, también busca eliminar los cambios de horario, aunque este país planea quitar el de invierno y así aprovechar la luz del sol, propuesta que ya fue aprobada por el Senado y entrará en vigor en 2023.
Hace unos días, los 27 países que pertenecen a la Unión Europea abrieron la discusión de eliminar el horario de verano para ahorrar energía; sin embargo, las marcadas diferencias climáticas e intereses específicos han obstaculizado un consenso para tener un horario común.
Los países que mantienen el horario de verano son: Canadá, Chile, Paraguay, Marruecos, Argelia, España, Portugal, Francia, Reino Unido, Suiza, Alemania, República Checa, Italia, Serbia, Rumania, Suecia, Noruega, Australia, Irán y Siria.
Hay países de latinoamérica como Argentina y Brasil que no tienen horario de verano. Tampoco los países que están sobre la línea ecuatorial o cerca de ella, como Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú o Bolivia.
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Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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