diciembre 2, 2023

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#Si Sostenido

Envidia | Columna de Juan Jesús Priego

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«La envidia –definió San Agustín (354-430) al comentar la epístola paulina dirigida a los gálatas- es un dolor del ánimo que ocurre cuando vemos que alguien, a quien consideramos indigno, alcanza un bien, aun cuando nosotros no lo procurásemos».

Para decirlo con nuestra pobres palabras, una persona envidiosa es aquella a la que le duele en el alma, en el corazón, en los tuétanos y en todo el cuerpo la prosperidad, los talentos y los pequeños y grandes éxitos de cierta persona a la que conoce muy bien y a la que en el fondo quisiera parecerse.

El envidioso trabaja metódicamente y no fija su mirada sino en un uno a la vez. «De entre todos los nombres que envidie –observa perspicazmente Angus Wilson (1913-1991)-, siempre habrá uno que lo persiga y amargue adonde quiera que vaya». Uno, no dos. De éste ha llegado a saberlo todo, o casi todo. No es improbable que conozca su número telefónico, el día de su cumpleaños, el nombre de sus hijos, el password de su cuenta en Hotmail y hasta la clave secreta de sus tarjetas bancarias.

El envidioso no ve a su rival: lo espía. Lleva una cuenta mental exactísima de las veces que el jefe le palmeó en el hombro, de las veces que le sonrió la secretaria de a lado (de quien antes ni siquiera había notado la existencia, pero a la que en adelante tratará de seducir para que a él también le sonría), de la cantidad de llamadas que recibió en el transcurso de una mañana y de muchas otras cosas igual de insignificantes. De él se podría decir que nada del envidiado le es ajeno. Cuenta sus idas y venidas, hace preguntas aparentemente inocentes a terceros acerca de su vida privada y finge un desinterés rayano en la insolencia cuando se refiere a aquel al que secretamente admira. Dice a sus amigos a la hora del café:

-Tengo entendido que… ¿Cómo me dijeron que se llamaba?

Finge que ni siquiera lo conoce, que ni siquiera recuerda su nombre, pero, ¡ay!, si todos supieran…

Si a éste le aumentan el sueldo, el envidioso se queja del suyo, que siempre le parecerá miserable; si se compró un automóvil más nuevo o más caro que el que ya tenía, al envidioso le duele, porque, según él, nunca ha tenido uno igual y, al parecer, ni lo tendrá. «¿Por qué la vida es tan madre con unos y tan madrastra con otros?», se pregunta lleno de rabia al estrujar un papel. Si el otro tiene los ojos azules, el envidioso increpa a la naturaleza por haberle dado a él, precisamente a él, unos ojos ordinariamente negros

. Se dice a sí mismo en el baño a la hora del aseo: «Los antepasados de mi madre tenían todos ojos verdes. ¡Maldita sea! ¿Por qué tuvieron que influir tanto en mí los genes de mi padre?».

Si oye que alguien alaba alguna virtud o hazaña de su enemigo, el envidioso interviene de inmediato para poner remedio: «¡Oh! –exclama-, no es para tanto. Es verdad que no podemos restar méritos a ese individuo, pero debemos tomar en cuenta que, dadas las circunstancias…». En el fondo también él está de acuerdo con todo lo que dice el panegirista, pues no en balde admira a su contrario.

La envidia empequeñece al hombre, decía Casiano, y esto lo explicaba del siguiente modo: «El envidioso, por lo mismo que se abandona a la envidia, demuestra su pequeñez y complejo de inferioridad, ya que su envidia atestigua que es mayor aquel cuya prosperidad le entristece y saca de quicio» (Instituciones V, 22).

En la misma medida en que se dedica a observar al otro, el envidioso deja de observarse a sí mismo. Sabe de las riquezas que ha recibido aquél –el afortunado, el enemigo-, pero de las que ha recibido él no sabe absolutamente nada. Éstas se le escapan, no las ve, le pasan inadvertidas. «¿Cuáles riquezas?», pregunta indignado cuando alguien le menciona alguna de ellas. Porque su rival es rico, él se imagina a sí mismo necesariamente pobre: su riqueza lo empobrece. Si aquél tiene una casa bonita y espaciosa, éste no piensa en la suya, que también podría ser bonita y espaciosa: a él le desagrada por el hecho de ser suya, como desea la otra por el hecho de ser ajena.

Una observación más: el envidioso puede ser todo lo tenaz que se quiera, pero es muy poco original: no innova ni inventa, sino que se limita a repetir lo que ha visto que el otro, su envidiado, suele hacer. Como puede, y si puede, frecuenta los mismos clubes, maneja los mismos autos, fuma la misma marca de cigarrillos y compra las mismas marcas tanto de corbatas como de pantalones y perfumes. Lo único que no hace, por evidentes motivos de decoro y dignidad, es reírse de los mismos chistes.

Los viejos tratados de ascética y moral decían que la envidia faltaba a la caridad, pues en vez de alegrarse de la prosperidad del prójimo se entristecía. Pienso que más que faltar a la caridad, la envidia falta a la justicia. En el fondo, el envidioso piensa siempre que Dios es injusto por haber repartido sus bienes de manera muy desigual. A los otros les ha dado mucho, mientras que a él no le ha dado absolutamente nada.

Confesaba al final de su vida el personaje de una novela de Silvina Bullrich (1915-1990), la novelista argentina: «Mi error fue creerme más mediocre de lo que soy». Pues bien, tal es el error de todo envidioso: creerse más mediocre de lo que es. Ya lo hemos dicho: su vicio lo empequeñece. ¡Ah, si se decidiese a hacer una lista de las cosas buenas y bellas que posee, si se decidiera a ser él mismo, acaso terminaría haciendo un descubrimiento que le cambiaría la vida! Pero mientras no la haga, tendrá que resignarse a ser el pobre hombre que en la actualidad se limita a ser.

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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#4 Tiempos

La Huasteca Autónoma | Columna de León García Lam

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En mi juventud (ya perdida) fui testigo en varios momentos críticos de la historia político-partidista reciente (no tan reciente) de que la “gubernatura de San Luis Potosí se gana con la Huasteca”. Es decir, que es sabido que, por mucha preferencia electoral que tenga un candidato en la capital, no gana una elección sin haber consensuado su victoria con la Huasteca, pero ¿en qué consiste específicamente este consenso y qué es la Huasteca?

En realidad, nadie sabe exactamente qué es la Huasteca. Aparentemente, es una región ubicada en la cercanía del Golfo de México y la Sierra Madre Oriental que va desde Tamaulipas hasta Veracruz e Hidalgo, pero puede llegar hasta Querétaro y quizá alguna vez alcanzó hasta Guanajuato. Una buena parte de San Luis Potosí es Huasteca. Pero como desde hace muchos siglos ha sido una región ocupada, no se sabe si huasteco es el ocupado o el colonizador. Probablemente los tének colonizaron esta región hace dos mil años, luego los nahuas los alcanzaron, siguieron los españoles, luego los rancheros y, por último, los turistas. Los tének dicen que huastecos son los nahuas; los nahuas dicen que huasteco es el “mestizo” que vive en las cabeceras municipales (o sea, los rancheros) y estos a lo mejor sí se aceptan como tales. No nos podríamos poner de acuerdo en esto, porque los turistas le dicen huasteco a todo lo que tenga cascadas.

Durante décadas -es decir, todo el siglo XX- se conformó una estructura clientelar en la Huasteca, dominada por una minoría: los no indígenas (o sea los rancheros terratenientes huastecos) ocuparon los puestos de decisión (presidencias de partidos, ayuntamientos y cabildos). La población indígena acató los lineamientos de organización política y electoral del estado, por medio de una estructura basada en partidos políticos. Los indígenas eligen al partido político de su preferencia para colocar a un ranchero como su presidente municipal. Los indígenas del PAN se pelean apasionadamente contra los indígenas afiliados al PRI para colocar a su ranchero-candidato. Poco se repara en que el candidato del PAN es un ranchero primo del candidato del PRI (en esos lugares todos son parientes) y que, aunque gane uno u otro, seguirán siendo rancheros que tienen la sartén por el mango para decidir el futuro económico de ese municipio. No tengo nada contra los rancheros en lo particular: al contrario, soy fan de sus quesos y de la cecina huasteca.

Cuando los turistas visitan la Huasteca y ven su riqueza y majestuosidad siempre se preguntan:

¿Por qué los indígenas son pobres si tienen tantos recursos?

Se responden a sí mismos una sarta de respuestas equivocadas que no voy a comentar aquí porque al decirle huasteco a todo, piensan que tan huasteco es un ranchero terrateniente como la señora con petop que les vendió el zacahuil que se zamparon.

Durante todo el siglo XX, los rancheros terratenientes gobernaron la Huasteca y es con ellos con quienes el candidato a gobernador tiene que acordar su victoria y aquí entra la famosa frase “No se gana sin el apoyo de la Huasteca”.

Bueno, pues esta situación está por terminar.

Las comunidades indígenas de los municipios de Tanlajás, San Antonio y Tancanhuitz llevan años solicitando al Congreso del Estado y al Consejo Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (CEEPAC) ser escuchados pues no quieren seguir participando de un sistema que los pone en desventaja electoral, política, social y económica frente a una minoría.

Quieren elegir a sus autoridades bajo sus propios usos y costumbres.

Quieren desarrollar sus propios proyectos productivos porque como todos los mexicanos tienen derecho a decidir por su propia prosperidad.

Están hartos de ser pasivos en el desarrollo de su propia tierra y que los de afuera les digan qué es lo bueno para ellos.

Así que más de 120 comunidades tének y nahuas y cientos de localidades con una sentencia del Tribunal Federal Electoral en su mano exigen al CEEPAC y al Congreso del Estado que se respeten sus derechos político electorales, para abrir paso a la elección por usos y costumbres indígenas, en congruencia con lo que establece la Constitución: “…la Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas…”.

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