enero 21, 2025

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#Entrevista | “La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador”

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Entrevista al Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez

Por Edén Ulises Martínez

Como parte del Seminario de Historia Regional e Historia Cultural, que se llevó a cabo el 14, 15 y 16 de noviembre del 2018 en las instalaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, el Dr. Jhon Jaime Correa Ramírez, de la Universidad Tecnológica de Pereira, presentó su investigación “Estudios sobre Prensa y Sociabilidades Cívicas en el Eje Cafetero, Colombia, siglo XX”.

Esta peculiar mezcla entre civismo e historia, entre las prácticas ciudadanas y la disciplina que estudia a los muertos, reflejada en su metodología al estudiar las sociedades de Pereira y Manizales, y tan poco usual en los seminarios de la facultad, despertó en mí una antigua obsesión que consideraba ya apagada: ¿existe la posibilidad de volver la historia relevante al tratar los problemas del presente?

Motivado por esta pregunta, que se llevan haciendo los historiadores y estudiantes de Clío desde Heródoto y Tucídides, pero que parece a veces ya tan oxidada, le pedí al Dr. Correa la siguiente entrevista, que trata un tema tan necesario como sensible: el de la utilidad de la historia.

Eden Martínez: En un mundo en el que pareciera que solamente se aprecia el conocimiento que produce tecnología, o que es utilitariamente “práctico”, ¿cómo mostrar que la historia tiene valor?

Jhon Jaime Correa Ramírez: Soy un convencido de que la historia le enseña a la persona que se interese por ella a ubicarse en el tiempo. Es decir, a reconocerse como un sujeto, un ser social, que no vive solamente en el presente, sino que está atado al pasado, a una serie de circunstancias, de procesos que le antecedieron. En ese sentido es muy importante que la historia parta de preguntas sobre el presente, referenciándolo al pasado. Esto es relevante no solo para los estudiantes de historia, sino que debería de serlo para la formación de un ingeniero, de un médico, de un abogado, de un comunicación social o periodista. Conocer el pasado permite establecer ciertas relaciones entre lo que está sucediendo y lo que ya sucedió, para que de esta manera podamos comprender la naturaleza de los cambios.  Me refiero a que (la historia) nos ayuda a vivir con una visión menos cortoplacista respecto a los fenómenos que nos abruman en el presente. Nos permite tener cierta pausa, aunque no se trata de ser lentos, o de sumirnos pasivamente en el pasado, sino que nos capacita —y esto se ha hecho socialmente a nivel colectivo— para generar una visión mucho más pausada, y mucho más crítica sobre nuestros múltiples devenires. Para esto convendría también proponer una historia más incluyente. Obviamente también ahí se rompe con la idea de las historias de bronce, de las historias monumentales de esos prohombres cívicos, de los héroes, para poder darle lugar a personajes más anónimos. Aquí en el caso de San Luis Potosí, (esos hombres son) los que tuvieron que ver con la industria del ferrocarril, con el sector industrial que vuelve a esta zona una región de mucha migración, hay que incluirlos, hay que hacer historia de los trabajadores y también de los grandes empresarios. En resumen, la historia debe tratar de dar cuenta de esos procesos que son tan cambiantes, más allá de si estudias historia o ciencias sociales.

Escultura de Tucídides

EM: Entiendo que, entre tus actividades docentes en la Universidad Tecnológica de Pereira, está dar clase de formación ciudadana. Desde una perspectiva cívica ¿se puede decir que la política reivindica al conocimiento histórico?

JJCR: Yo problematizo la formación ciudadana desde una perspectiva histórica, es decir, yo no dicto clase apegado a un manual de civismo o de buenas costumbres. Los estudiantes con los que trabajo en Colombia se están formando para ser profesores, hay que tomar en cuenta esto. Entonces yo trato de educarlos cívicamente, además de que cuestiono que sea solamente la escuela la institución encargada de formar ciudadanos, estos (los ciudadanos) se forman de muchas maneras en sus múltiples interacciones sociales, día, a día, ahí los medios de comunicación tienen un papel importantísimo, por ejemplo. Se deben problematizar los modelos cívicos basados en esa urbanidad de las buenas costumbres que definían un modelo específico de ciudadano y volverlo un poco más plural. Eso es lo más conveniente para las sociedades actuales, donde no hay crisis de valores sino una competencia de valores: lo que para los adultos es lo más preciado, lo más valorado, para los jóvenes puede ser insignificante. Aquí es donde entra el papel de la historia, que nos puede ayudar a no caer en radicalismos, ni en fundamentalismos. Resaltemos por ejemplo lo que dicen los franceses, que tienen definida a la historia como “la escuela del ciudadano”. El ciudadano toma lecciones, positivas, críticas, establece un diálogo intergeneracional, aunque sea un poco ficticio. Por eso en estos tiempos urge revisa las antiguas definiciones y acercarnos a la historia cultural, a la historia de las palabras, ya que los conceptos no están definidos por una racionalidad fría y puramente filosófica, sino que se delimitan por su funcionabilidad. Entonces la historia, a partir de esa nueva línea de investigación, nos puede ayudar a entender cómo esos pensamientos se han modificado. Por ejemplo, ¿qué significa ser de izquierda, o de derecha? o ¿qué significa hoy en día la palabra revolución, reforma, ciudadanía? Yo trato de incentivar que mis estudiantes puedan hacer lectura de su presente remitiéndose a su pasado, y que sepan también establecer un diálogo con las visiones del futuro: ¿qué es lo que hay que hacer? ¿hacía dónde hay que movernos? La historia no es la bola de cristal, pero es una herramienta de reflexión, eso es lo importante para las sociedades actuales, que no se las deje huérfanas, o montadas solamente en el tren del emprendimiento, de la competitividad, de la innovación, y que crean que de ahí en fuera ya no hay nada más, ¿cierto?

EM: Como lo dice, se vive en un ambiente de intranquilidad con respecto al futuro, parece que el ser humano ha perdido su rumbo, ya no tiene las mismas convicciones ideológicas. ¿Si el hombre no le encuentra sentido al futuro, será tal vez porque no voltea a ver lo suficiente a su pasado?

JJCR: Esa puede ser una primera explicación, lo temible es que hay otros que sí nos están vendiendo diferentes futuros, y al menos la historia debería servirnos de alerta. La mayoría de la población vive en un presentismo inmovilizador, y esa es una de las múltiples crisis de la actualidad, la falta de una relación orgánica incluso con sus antepasados más recientes. Algunos jóvenes de ahora acaso saben de dónde viene la madre, pero del abuelo no saben nada. Ese espacio vacío lo está colonizando el neoliberalismo y sus teorías multiculturales, “todos somos iguales a pesar de las diferencias”. También están colonizando el futuro, las nuevas esperanzas, que son unas esperanzas con base en la competitividad, y que dejan de lado conquistas y luchas sociales del pasado. Ahora, por ejemplo, nosotros estamos en paro (la Universidad Tecnológica de Pereira) desde hace un mes y medio por defender la educación superior y los derechos de los profesores.

Herótodo, el otro padre de la Historia

EM: Esta lucha por rescatar el conocimiento histórico nos remite a las bases teóricas de la disciplina, su rigor que también es cuestionado, ¿pueden sus sustentos epistemológicos salvar a la historia de su crisis?

JJCR: La historia como disciplina ha vivido sucesivas crisis, eso no es nuevo, pero ha logrado mantener un aparataje crítico interno que le ha valido ser un referente importante dentro de las disciplinas de las ciencias sociales. (La historia) vivió la crisis del positivismo, la crisis del marxismo, y varias más internas, y ahora mismo estamos un poco acosados por los nuevos paradigmas, por la modernidad. En ese aspecto, por los métodos que utilizamos los historiadores, la historia ya era posmoderna hasta cierto punto. La historia como disciplina no se puede quedar pasiva, el enfoque que yo estoy tomando en mi universidad en Colombia, tiene que ver con sacar a la historia de su torre de conocimiento y permear los espacios de la sociedad: la calle, los gobiernos municipales e incluso los clubes de la élite.

EM: Hace poco leí lo siguiente en “El taller del historiador”, un libro de los 70 compilado por L.P Curtis Jr.: “La enseñanza y escritura de la historia ha llegado a ser una industria multimillonaria, con incontables ganancias marginales, especialmente si se está en ‘el buen campo”. Claro que eso fue hace cuarenta años y en mercado anglosajón, pero aún así cuesta imaginar a la historia académica como una industria que pueda producir ganancias vendiendo libros. ¿Cómo puede el historiador profesional acercarse al público? ¿cómo solucionamos el problema del rating de la historia?

JJCR: Ahí tenemos un reto enorme los historiadores, los docentes. El caso de los libros es una cosa difícil, porque además los profesionales de la historia tenemos que aprender a escribir. También se acumula al problema que muchos historiadores prefieren escribir en revistas especializadas por la cuestión de los puntos, en lugar de hacer un compendio interesante en un libro. Pongamos las nuevas oportunidades en las nuevas tecnologías. Como lo que viene proponiendo la historia pública: ¿cómo dialogamos los historiadores en las redes? ¿cómo podemos demostrar nuestras capacidades de investigación en un lenguaje más amable a la gente común? Hay que hacer biografías, historias urbanas, historias de barrio. Hay muchas posibilidades, y eso es lo que tratamos de hacer en Colombia, porque nos preocupa el divorcio entre la universidad y la pedagogía, entre el ciudadano común y la academia.

 

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#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

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En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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