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El juego 2027: Ruth, Rita, Rosa,Enrique, Lupe y Juan Carlos | Apuntes de Jorge Saldaña
Apuntes
Ruth, Rita, Rosa, Enrique, Juan Carlos y Guadalupe están sentados en una banca con el número 2027.
Hay tres equipos, Morena, Verde y PAN (Al PRI ya nadie lo junta ni lo hace en el juego, se ha vuelto solitario y berrinchudo. Piensa que todavía es dueño de la pelota pero la pelota se ponchó ya desde hace un rato).
La niña Sara se aguanta las ganas de llorar porque no la invitan y cantando el “al fin y al cabo que ni quería”, va por ahí con su ego inflado por su amigo Alito, y su balón desinflado por la soberbia.
MC, de color naranja, quiere jugar también, pero todavía está muy chiquito. Tiene la opción de esperar a un buen integrante de su equipo que se siente en la banca o de plano, unirse con el PAN con quien a veces “la corta” y a veces “la pega”.
El niño Xavier está por allá castigado en un rincón, sigue inhabilitado por hacer trampa, y como sigue en su berrinche, hasta traicionó a sus amigos. (Es enojón y por eso pierde)
Xavi está esperando que su amiga Adriana se apodere de MC, soñando que a MC lo invite el PAN como para hacer equipo y aunque el no pueda jugar, por lo menos pueda vengarse.
Los entrenadores de ese equipo son un payaso, un enojón, y un Batman de mercado de Tanquián.
Por evidentes razones al niño Xavi bb, se le repudia porque todo se le hace fácil, incluido traicionar a su amigo Pablo y a su amigo Sebas quienes ya no quieren saber más de él porque es envidioso y juega para si mismo.
Será cuestión de tiempo, o hasta que deje de servirle, para que traicione a Adriana, mientras en sus tiempos libres seguirá manipulando a “TanquianMan” ese niño con complejo de Batman, que también quiere sentarse en la banca.
(Por cierto, entre TanquianMan y el héroe de DC comics, hay muchas diferencias, para empezar que la corporación Wayne vendía armamento pero lo hacía legalmente, segundo que era listo, tercero que sus donaciones filantrópicas sí le eran aceptadas, cuarto que Wayne era respetuoso y no “respetoso”).
En común, el super héroe y “TanquianMan” es que su único super poder es tener dinero (uno ficticio y el otro de origen inexplicable) y comparte una fobia a los animales, el enmascarado a los murciélagos y el de Tanquián a los Pollos.
Pero volvamos a la banca. ¿Están todos los que son y son todos los que están?
El juego se llama 2027: Niño o niña y escoge tu color. (Sí, es largo el nombre)
Se trata de escoger color ya sea guinda, verde o azul. (Tiene tres años el naranja para dejar de estar chiquito o de plano convencer a un jugador que tenga la altura requerida) Es decir, por el momento es un juego de tercios.
Y se vale ir cada quién por su lado aunque antes hayan sido equipo (caso de los guindas y verdes).
El juego no es tan elaborado pero tiene etapas:
Primero cada color tiene que decidirse si juega con niño o con niña, para así cumplir con el juego nacional que dicta que cada color tendrá que proponer, de los 11 juegos gubernamentales, a por lo menos 6 niñas y 5 niños o viceversa.
Esa será la primera y mas importante etapa.
Cada color pues, tiene que tener a un niño y una niña preparados.
Verde, por ejemplo, tiene a Ruth en género femenino, y tiene a Guadalupe y a Juan Carlos (de una vez hay que destaparlos, al fin y al cabo sucederá tarde o temprano)
El Guinda tiene a Rosa y a su hermana Rita en el bando de las mujeres. En el bando masculino…¿podrían invitar a Enrique? Sí, si se vale. Ya sabrá Enrique si acepta o no cambiar de color.
Los Azules, quieren primero saber quién será el dueño del equipo. Los Azuara serán los primeros en querer mantenerlo para hacer lo que mejor saben: “Hacerlo perder para ganar ellos”.
En cuanto a competidores, el equipo azul tiene a Vero de manera visible, por el otro género tendrían que invitar a Enrique, asunto que no les gusta nada a los Azuara, que tarde o temprano se van a querer cambiar al equipo guinda y queriendo jugar con David a la alcaldía y con el filántropo frustrado de Tanquián por el premio estatal.
Aquí un paréntesis para cuestionar la filantropía fallida de Gerardo: Si quería dar a los bomberos 125 mil pesos y “después” otras dos donaciones de 500 mil más… ¿Por qué no les dio el millón 125 mil que quería regalarles? ¿Será que todo paga en abonitos o que en realidad no tiene la liquidez de la que tanto presume?
En fin, quizás deba ir a terapia junto con su emberrinchado amigo Xavi, igual les hacen descuento de 2×1.
Algunas consideraciones antes de que se lancen los dados (“la democracia es un juego de dados”)
- Enrique mantiene abierta la posibilidad de escoger color Azul pero depende de que ese equipo no sea controlado por el eje Azuara-Tanquián. Los verdes pueden ayudar (se las dejo de tarea).
- Enrique puede cambiarse también al color guinda, con el riesgo de que le ocurra lo mismo que al inhabilitado Xavi BB y la perdedora Mónica en el juego pasado. No obstante, hay que decir que en su último triunfo, Enrique tuvo a más de 40 mil seguidores del guinda de su lado que, según parece, fueron animados por Gabino, que se fue a jugar a otra cancha pero está muy atento al juego que viene.
- O es Rosa o es Rita, no pueden jugar las dos. Ninguna puede cambiar de color y hay que decir que Rita, no le ayuda a Rosa pero Rosa sí al equipo guinda, queriendo desde antes golpetear al equipo verde. Los aciertos y los errores de las hermanas los pagarán ambas.
- Si el juego es para niños en el Guinda ¿A quién tienen? … Tendrán que convencer a Enrique.
- Si el Juego es para niñas en el Azul ¿solo tienen a Vero o debemos esperar otros destapes?
- El Rojo ya no pinta y no llega ni a teñir de rosa.
- En tres años pasan muchas cosas
Dirá Usted, mi Culto Público que el juego esta muy elaborado, pero sobre todo que es muy temprano para conocer todo el tablero y tiene la razón.
Solo debo decir que yo no empecé y que por algún extraño episodio de ansiedad social es que en oficinas, pasillos, cafés, y edificios públicos, el tablero del juego “2027 niño o niña” es tema permanente.
BEMOLES
ENOJÓN Y TRAIDOR
Xavier Nava Palacios traicionó a Pablo Zendejas, quien fuera su más fiel y leal compañero durante su administración. La traición fue evidente en la operación para lograr la llegada de Adriana Urbina a la única posición de regidora que correspondió a MC, asunto en el que también tuvo que obligar a Sebas a dar la espalda a sus acuerdos. Tanto Pablo como Sebastián por fin se dieron cuenta de lo traicionero, marrullero y loco que está su ex patrón. Les urge quitarse el sello xavierista y harán bien. #NiJudas
EL REALITO NO DA UNA
El acueducto del Realito, dijo CONAGUA, no tiene capacidad para traer mil, ni 400 ni 200 litros por segundo a la capital. A la empresa se le obligó a reparar 13 kilómetros de tubería pero nadando de puertito apenas llevan dos. Antier anunciaron que comenzaría a llegar el líquido (200 litros por segundo) pero en el colmo del acueducto que parece que está maldito, lo vandalearon y es fecha que no llega ni una gota. Tanto el gobernador como el alcalde, ya han declarado que no los necesitamos. Lo que urge es iniciar el pleito legal y sobre todo dejar de pagarles porque simplemente nos han engañado a todos los potosinos por más de 15 años. Quédense con su agua turbia y regresen lo que se pillaron.
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Ayuntamiento de SLP
Demanada contra el Ayuntamiento asciende a 300 mdp por caso RICH
Galindo señaló que tras el accidente, el municipio actuó de inmediato sancionando al responsable del evento e inhabilitó a los organizadores
Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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