septiembre 13, 2025

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#4 Tiempos

El hijo de mis amigos | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Unos amigos míos tienen un hijo que, como casi todos los adolescentes de hoy, forma parte de una banda de rock. Él es el solista, según pude enterarme hace poco, y también toca la guitarra eléctrica, aunque hace tan mal ambas cosas que da lástima el verlo, y más lástima aún el escucharlo.

¡Qué mal canta el muchacho! Cuando habla, todo está perfectamente bien, todo camina como sobre ruedas: su voz es clara, melódica y hasta casi diría que cristalina, mas apenas se pone a cantar lo claro se vuelve oscuro, lo melódico desordenado y lo cristalino gangoso.

Tardes enteras se pasa el muchacho aporreando la guitarra y ensayando canciones nuevas y estrepitosas que –la verdad sea dicha- a nadie gustan por ruidosas pero que todos aplauden con emoción y unas cuantas lágrimas en los ojos. El padre, por ejemplo, está orgullosísimo de él y dice que, cuando tenía la edad de su hijo, no tocaba la guitarra así de bien.

-No, yo no tocaba la guitarra tan bien. Es más, ni siquiera sabía tocar la guitarra. ¡Estos muchachos de hoy cómo saben cosas, cómo nos aventajan!

Luego mis amigos siguieron diciéndome que los artistas ganaban una barbaridad y que el muchacho cada día tocaba mejor, lo que les permitía acariciar algunas esperanzas respecto a su futuro. ¿Pero es que estos inocentes estaban ciegos, o qué? Mejor dicho, ¿estaban sordos? Lo de su hijo no era música, sino puro estrépito.

-¿Te gusta su música? –le pregunté al papá-. Sé sincero, ¿te gusta o no? ¡Di la verdad!

-Bueno –me respondió-, lo que pasa es que nosotros somos de otra época y, aunque pueda gustarnos la música de hoy, preferimos que ésta sea ligera: Julieta Venegas, por ejemplo, o incluso Alaska y Dinarama.

-Como grupo, ya no existe Alaska y Dinarama desde hace por lo menos veinte años –digo yo.

-¡Cómo! ¿Ya no existe? ¡Pero si el otro día los oí cantar en la radio!

-Sería, tal vez, en la sección dedicada al recuerdo. Bueno, sí, Alaska sigue cantando, pero ahora en un grupo, dueto o lo que sea llamado Fangoria.

La mamá del jovenzuelo tomo sobre sí la causa del amor de sus amores y se entrometió en nuestra conversación para decir que lo que hoy estaba de moda era que los jóvenes formaran bandas de rock y que no iba a ser ella quien le quitara a su hijo esa afición tan promisoria como inofensiva.

Pero yo pensaba lastimeramente no en la distracción de los muchachos de hoy, sino en esas tardes largas e irrepetibles que su hijo desaprovechaba en tonterías cuando hubiera sido necesario ocuparlas en otra cosa.

En lugar de aprender un idioma, perfeccionar sus saberes o quizá practicar algún deporte, el hijo de mis amigos se dedicaba a hacer una cosa de la que no tenía nada que esperar: esto y no otra cosa es lo que me tenía preocupado. ¡Ah, si yo hubiera visto en él algún talento musical, aunque sólo fuera en embrión, habría sido el primero en invitarlo a proseguir! Pero no; de talento no había nada, nada, por lo menos musical.

Mientras hablaba con aquellos padres despistados recordé el pasaje de una novela de don Benito Pérez Galdós (El amigo Manso) en la que un aprendiz de poeta va adonde el protagonista de la historia –un hombre serio, catedrático de Filosofía y de otras materias tan graves como él- para que juzgue unos versos que acaba de escribir.

«Cierto día –cuenta el señor Manso- me trajo el muchacho con gran misterio unas quintillas; las leí; pero me parecieron tan malas, que le ordené no volviese a tutear a las Musas en todos los días de su vida. Y que se mantuviera con ellas en aquel buen término de respeto y cariño que imposibilita la familiaridad. Le convencí de que no era de la familia (de las Musas, claro está), de que son cosas muy distintas sentir la belleza y expresarla, y él, sin ofensa de su amor propio, me prometió no volver a ocuparse de otros versos que los ajenos».

Veamos: lo más fácil para este hombre sabio hubiera sido decirle al aprendiz de poeta: «Bien, bien. Sobre todo, tenga usted ánimo, amigo mío. Para empezar, esto está perfecto. Siga usted esforzándose y con el tiempo, seguramente, mejorará, opacando tal vez a los Machado y a los Lorca». Pero nada de esto dijo, pues veía claramente y desde el principio que no era para hacer de poeta por lo que Dios había puesto en el mundo a ese joven soñador.

Algo así deberían atreverse a hacer mis amigos, pues una cosa es apreciar la música, y otra muy distinta ejecutarla como se debe. ¿Por qué no se atreverán? Después de todo, la educación para eso es: para ayudarnos a discernir por dónde nos quiere la vida y por dónde no; dónde se nos promete algo y  dónde nos esperan sólo fracasos.

Si todos, porque nos gusta la música, quisiéramos poder tocarla, estaríamos perdidos. Que cada uno haga lo que mejor le salga; que se dedique a lo que mejor pueda: tal tiene que ser, según mi modesta opinión, lo que deberían decir desde el primer día de clase los maestros a sus alumnos; y después, durante los años que resten, ayudarles a ver qué es lo que mejor les sale y descubrir con ellos lo que éstos mejor pueden.

«Al que es inclinado a ceñir espada muy mal le sienta la estola –escribió Fray Antonio de Guevara (1481-1545) en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea-, y al que es de natural encogido pecado sería llevarle a palacio. A la que desea tener marido, muy pesado se le hará el velo negro, y al que es inclinado a picar piedras en vano le enseñan a afilar navajas. Al que de suyo se le da el tejer, pecado sería mandarle pintar».

¡Muy bien dicho, señor mío! Y si la escuela nos enseñara sólo eso, con eso –que no es poco- quedaríamos bien servidos, que ya lo demás vendrá después.  

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

Contacto

Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud

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#4 Tiempos

Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir. 

Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.

Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.

López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.

Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.

El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.

Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.

Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.

En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.

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