diciembre 3, 2024

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#4 Tiempos

El hijo de mis amigos | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Unos amigos míos tienen un hijo que, como casi todos los adolescentes de hoy, forma parte de una banda de rock. Él es el solista, según pude enterarme hace poco, y también toca la guitarra eléctrica, aunque hace tan mal ambas cosas que da lástima el verlo, y más lástima aún el escucharlo.

¡Qué mal canta el muchacho! Cuando habla, todo está perfectamente bien, todo camina como sobre ruedas: su voz es clara, melódica y hasta casi diría que cristalina, mas apenas se pone a cantar lo claro se vuelve oscuro, lo melódico desordenado y lo cristalino gangoso.

Tardes enteras se pasa el muchacho aporreando la guitarra y ensayando canciones nuevas y estrepitosas que –la verdad sea dicha- a nadie gustan por ruidosas pero que todos aplauden con emoción y unas cuantas lágrimas en los ojos. El padre, por ejemplo, está orgullosísimo de él y dice que, cuando tenía la edad de su hijo, no tocaba la guitarra así de bien.

-No, yo no tocaba la guitarra tan bien. Es más, ni siquiera sabía tocar la guitarra. ¡Estos muchachos de hoy cómo saben cosas, cómo nos aventajan!

Luego mis amigos siguieron diciéndome que los artistas ganaban una barbaridad y que el muchacho cada día tocaba mejor, lo que les permitía acariciar algunas esperanzas respecto a su futuro. ¿Pero es que estos inocentes estaban ciegos, o qué? Mejor dicho, ¿estaban sordos? Lo de su hijo no era música, sino puro estrépito.

-¿Te gusta su música? –le pregunté al papá-. Sé sincero, ¿te gusta o no? ¡Di la verdad!

-Bueno –me respondió-, lo que pasa es que nosotros somos de otra época y, aunque pueda gustarnos la música de hoy, preferimos que ésta sea ligera: Julieta Venegas, por ejemplo, o incluso Alaska y Dinarama.

-Como grupo, ya no existe Alaska y Dinarama desde hace por lo menos veinte años –digo yo.

-¡Cómo! ¿Ya no existe? ¡Pero si el otro día los oí cantar en la radio!

-Sería, tal vez, en la sección dedicada al recuerdo. Bueno, sí, Alaska sigue cantando, pero ahora en un grupo, dueto o lo que sea llamado Fangoria.

La mamá del jovenzuelo tomo sobre sí la causa del amor de sus amores y se entrometió en nuestra conversación para decir que lo que hoy estaba de moda era que los jóvenes formaran bandas de rock y que no iba a ser ella quien le quitara a su hijo esa afición tan promisoria como inofensiva.

Pero yo pensaba lastimeramente no en la distracción de los muchachos de hoy, sino en esas tardes largas e irrepetibles que su hijo desaprovechaba en tonterías cuando hubiera sido necesario ocuparlas en otra cosa.

En lugar de aprender un idioma, perfeccionar sus saberes o quizá practicar algún deporte, el hijo de mis amigos se dedicaba a hacer una cosa de la que no tenía nada que esperar: esto y no otra cosa es lo que me tenía preocupado. ¡Ah, si yo hubiera visto en él algún talento musical, aunque sólo fuera en embrión, habría sido el primero en invitarlo a proseguir! Pero no; de talento no había nada, nada, por lo menos musical.

Mientras hablaba con aquellos padres despistados recordé el pasaje de una novela de don Benito Pérez Galdós (El amigo Manso) en la que un aprendiz de poeta va adonde el protagonista de la historia –un hombre serio, catedrático de Filosofía y de otras materias tan graves como él- para que juzgue unos versos que acaba de escribir.

«Cierto día –cuenta el señor Manso- me trajo el muchacho con gran misterio unas quintillas; las leí; pero me parecieron tan malas, que le ordené no volviese a tutear a las Musas en todos los días de su vida. Y que se mantuviera con ellas en aquel buen término de respeto y cariño que imposibilita la familiaridad. Le convencí de que no era de la familia (de las Musas, claro está), de que son cosas muy distintas sentir la belleza y expresarla, y él, sin ofensa de su amor propio, me prometió no volver a ocuparse de otros versos que los ajenos».

Veamos: lo más fácil para este hombre sabio hubiera sido decirle al aprendiz de poeta: «Bien, bien. Sobre todo, tenga usted ánimo, amigo mío. Para empezar, esto está perfecto. Siga usted esforzándose y con el tiempo, seguramente, mejorará, opacando tal vez a los Machado y a los Lorca». Pero nada de esto dijo, pues veía claramente y desde el principio que no era para hacer de poeta por lo que Dios había puesto en el mundo a ese joven soñador.

Algo así deberían atreverse a hacer mis amigos, pues una cosa es apreciar la música, y otra muy distinta ejecutarla como se debe. ¿Por qué no se atreverán? Después de todo, la educación para eso es: para ayudarnos a discernir por dónde nos quiere la vida y por dónde no; dónde se nos promete algo y  dónde nos esperan sólo fracasos.

Si todos, porque nos gusta la música, quisiéramos poder tocarla, estaríamos perdidos. Que cada uno haga lo que mejor le salga; que se dedique a lo que mejor pueda: tal tiene que ser, según mi modesta opinión, lo que deberían decir desde el primer día de clase los maestros a sus alumnos; y después, durante los años que resten, ayudarles a ver qué es lo que mejor les sale y descubrir con ellos lo que éstos mejor pueden.

«Al que es inclinado a ceñir espada muy mal le sienta la estola –escribió Fray Antonio de Guevara (1481-1545) en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea-, y al que es de natural encogido pecado sería llevarle a palacio. A la que desea tener marido, muy pesado se le hará el velo negro, y al que es inclinado a picar piedras en vano le enseñan a afilar navajas. Al que de suyo se le da el tejer, pecado sería mandarle pintar».

¡Muy bien dicho, señor mío! Y si la escuela nos enseñara sólo eso, con eso –que no es poco- quedaríamos bien servidos, que ya lo demás vendrá después.  

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#4 Tiempos

La pionera del cuento fantástico latinoamericano | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

La Agencia Potosina de Cultura sería un proyecto, que, si bien no pudo implementarse en su momento, significo un paso importante para institucionalizar los esfuerzos culturales que caracterizaron a San Luis potosí en la década de los cincuenta, cuando logró instalarse el Instituto Potosino de Bellas Artes y se iniciaron programas como los jueves literarios. La característica de esta Agencia de Cultura era que sus promotoras era mujeres ligadas a la vida cultural y literarias, entre ellas María Amparo Dávila Robledo.

Nacida en Pinos Zacatecas el 21 de febrero de 1928, llegaría San Luis siendo una niña e ingresó a estudiar la primaria en esta ciudad. Su vocación a las letras, la adquirió por el gusto a la lectura que descubrió en la biblioteca de su padre, según contará la propia Amparo Dávila. Su vida estuvo influenciada por la presencia de la muerte en personas cercanas durante su infancia, pues de cuatro hermanos solo ella sobrevivió a la infancia.

Se relacionó con la vida cultural en San Luis Potosí y participaría colaborando en algunas de las revistas locales como Cuadrante, donde se publicarían algunos de sus cuentos de corte fantástico colocados, según algunos especialistas, en la tradición de Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga, en los que el horror y la oscuridad de la propia vida se traslapan a los textos. Lo que la coloca como la escritora de literatura fantástica latinoamericana. Sus narraciones fantásticas impresionaron al mismo Cortázar, con el que le unió una gran amistad. Una de sus narraciones que aparece en la Gaceta de la UNAM es la que lleva por título “El huésped”, en el que la escritora describe con suspenso y terror la llegada de éste:

“Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.
Llevamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz…

“Una noche estuve despierta hasta cerca de las dos de la mañana, oyéndolo afuera… Cuando desperté, lo vi junto a mi cama, mirándome con su mirada fija, penetrante… Salté de la cama y le arrojé la lámpara de gasolina que dejaba encendida toda la noche…

Pensé entonces en huir de aquella casa, de mi marido y de él… Pero no tenía dinero y los medios de comunicación eran difíciles”.

La actividad cultural y académica que se vivió en San Luis en los cincuenta acercó a Amparo Dávila con Alfonso Reyes convirtiéndose en su secretaria, actividad que desarrolló durante dos años. Amparo Dávila se casó con el pintor Pedro Coronel, con el que tuvo dos hijas.

A lo largo de su carrera literaria se hizo merecedora a varios reconocimientos a su obra: recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1977; en 2013, fue homenajeada por el noveno encuentro de escritores, Literatura en el Bravo; en 2020 fue designada ganadora del Tercer Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura que otorga la Universidad de Guanajuato; en 2015 recibió la Medalla Bellas Artes por sus sobresalientes aportes a la literatura de México.

Amparo Dávila recibió la Medalla Bellas Artes en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. En esa ocasión, la escritora comentó:

“Trato de lograr en mi obra un rigor estético basado no solamente en la perfección formal, en la técnica, en la palabra justa, sino en la vivencia. La sola percepción formal, no me interesa porque la forma no vive por sí misma; es, digamos, la sola justificación de la escritura”.

Desde ese año el Gobierno de México convoca un certamen nacional de cuento fantástico con su nombre: el Premio Bellas Artes de Cuento Amparo Dávila.

María Amparo Dávila Robledo moriría en la Ciudad de México el 18 de abril de 2020.

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#4 Tiempos

El engañoso 3-0 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Increíble marcador el de anoche, y no es que sea complicado creer que San Luis podría ganar, sino que ni los más optimistas pensaban que el marcador terminara tan holgado.

Desde mi perspectiva, tenía mucha seguridad de una victoria de San Luis, pero imaginaba una diferencia de un gol, por mi cabeza no pasaba la posibilidad de una goleada a un Tigres al que nunca se le había ganado en liga.

Pero, 3-0 es muy engañoso. San Luis dio un buen partido, algo normal a lo que nos acostumbró jugando de local, un equipo que sabe manejar tiempos, que controla bien el balón y que en momentos adecuados ataca y puede anotar. Tigres por su parte, hizo un partido donde comenzó con algunos jugadores importantes en la banca, pareciera que subestimaron al sexto lugar de la liga.

Tigres es un equipo con un plantel muy amplio, fácilmente varios de sus jugadores “bancas” ayer, podrían ser titulares en San Luis (Vigón, Flores, Gignac, Cordova, Herrera) y mostraron una cara poco comprometida con la fase que están jugando.

El trámite del partido fue bastante parejo, con aproximaciones para ambos equipos y una buena actuación de los arqueros. Pero la suerte solo fue para un equipo, San Luis metió las que tuvo, mientras que Tigres falló oportunidades que parecían hechas.

Justo por eso es que siento que es un resultado engañoso. El partido fue mucho más parejo que el marcador, Tigres tuvo para meter por lo menos una, pero falló, resalto el error de Nico Ibañez que hubiera significado el 1-1 y hubiera cambiado demasiado el destino del encuentro, San Luis tuvo 3 y metió las 3, muy poco más como para resaltar demasiado a Nahuel en la portería.

De todos los juegos de vuelta, me parece que los más posibles de remontar son Pumas vs Monterrey por que la diferencia solo es 1 gol y aunque duela decirlo, Tigres vs San Luis, la distancia entre estos dos equipos sigue siendo abismal, Tigres es un equipo muy armado, con grandes jugadores que de manera individual pueden sin problema resolver un partido, del otro lado San Luis juega mucho con el conjunto, pero errores individuales pueden pagarse caro, un mal control de balón, una salida en falso, un error como los de Tigres frente a la portería, podrá significar mucho en la eliminatoria.

Mucha suerte, que es justo lo que vamos a necesitar.

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#4 Tiempos

Cuando hay Hoyos En Las Cercas | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

¡Ah, caray! Resulta que alguien decidió hacer una película basada en mis compañeros de clase en la secundaria. Sí, así mismito como eran: clasismo a más no poder, desplantes violentos para recordarle a la gente que el dinero es poder y, como debe de ser, cero consecuencias. De verdad, ver esta cinta fue como un flashback a mis principios de los 2000s. Porque claro, aquí en México la impunidad no solo es una tradición nacional, sino una especie de deporte. Si creen que lo que pasa en esta película es ficción o irreal pues, no sé, o vivimos en dos realidades distintas o mi adolescencia fue aún más cutre de lo que pensaba.

Desconozco cuál haya sido la experiencia de otros seres humanos viendo El Hoyo En La Cerca, porque de acuerdo a Letterboxd la recepción de la cinta es mixta, pero para mí personalmente fue facilísimo meterme en la narrativa. La película va de un retiro espiritual orquestado por una escuela privada religiosa mexicana, y de cómo sus adultos a cargo utilizan tácticas de manipulación y guerra para promover dentro de ellos una visión fundamentalista y de extrema derecha en ellos, permeando el status quo pedorro de México. O sea, va de cómo las autoridades te convierten en un ser deleznable para su beneficio.

Y, a ver, yo crecí rodeado de estos monstruos humanos: los mismos niños fresa que te hacían sentir que tu existencia era un inconveniente para su “educación de calidad” y que se burlaban de cualquiera cuyo Pantone de piel fuera un poquito distinto al consabido 100C. Como si eso no fuera suficiente, también me chuté retiros escolares que, honestamente, no estaban tan lejos de lo que se muestra en pantalla. Solo que, claro, con menos violencia explícita… pero no porque mis compañeros no quisieran o supieran que era mala. Era más porque los profesores que organizaban esos eventos todavía tenían un poquito de alma y no eran absoluto tan sociópatas como los de la película.

Desde el primer minuto, El Hoyo En La Cerca hace un trabajo excelente en sumergirte en su ambiente. El lugar donde pasa todo parece salido de una revista de “lugares aspiracionales”. Todo se ve tan alejado de cualquier realidad mexicana promedio que hasta te sientes un poquito incómodo, como cuando entras a una tienda donde sabes que no puedes pagar nada. Y esa es justo la idea: te ponen en un contexto donde la opulencia y el clasismo son el aire que todos respiran. Todo esto se refuerza con el diálogo de los personajes, que constantemente desprecian a cualquier cosa que no se alinee con su mundo de privilegios. Es tan real que duele, como si la película te diera un zape y te dijera: “Sí, así son”.

El soundtrack, por cierto, también hace su parte. Esa música inquietante que parece diseñada para que te pongas nervioso funciona de maravilla. Luego están las tomas llenas de “naturaleza” que, más que bonita, se siente falsa, casi artificial, como un disfraz caro para ocultar lo podrido que está todo debajo. La combinación de estos elementos te mantiene al filo del asiento, aunque sea porque estás esperando que pase algo peor.

Y, pasa. O sea, si pasan cosas feas. Reprobables. Pero… no llega a los extremos que se te predispuso a imaginar.

Esta atmósfera tan lograda es también lo que termina decepcionándote un poquito. Mira, te preparan para un desastre épico, algo nivel todo lo que pasa al final de Midsommar. Te venden la idea de que estás a punto de ver actos inhumanos tan extremos que saldrías del cine necesitando terapia. Pero luego, cuando finalmente llega el clímax, lo que pasa es más como una nota roja del periódico. Sí, es terrible, pero es de ese tipo de atrocidades que ves mientras desayunas unos chilaquiles y piensas: “Ah, México mágico”. Y eso me hizo darme cuenta de lo anestesiados que estamos. O sea, ¿en qué momento lo absurdo dejó de sorprendernos?

Dicho eso, no se puede negar que lo que muestra la película es bastante realista. De hecho, no me sorprendería que algo así esté pasando en este momento en algún rincón del país. Y como siempre, nadie movería un dedo, porque aquí las élites tienen carta blanca para hacer y deshacer a su gusto. Si algo sabe retratar esta película, es justo eso: el vacío absoluto de justicia.

Claro, no es una película perfecta. Tiene sus fallos. Por ejemplo, cuando los niños improvisan sus diálogos, se siente súper natural, como si estuvieras escuchando a unos adolescentes culeros cualquiera. Pero luego, hay líneas claramente escritas en el guion que… bueno, digamos que no ganarían un premio a la originalidad. No llegan al nivel de una telenovela de TV Azteca, pero no están tan lejos tampoco. Es un poco chocante porque te saca del momento, como cuando alguien interrumpe una buena peda para ponerte a escuchar su playlist de reguetón cristiano.

Lo que más me perturbó, sin embargo, fue lo familiar que se me hicieron los personajes. Fácilmente podría haberles puesto los nombres de mis excompañeros de clase [acotación obligatoria antidifamación: obvio no todos, pero sí los suficientes] y la historia se habría desarrollado exactamente igual. ¿Y saben qué? Eso es lo más aterrador de toda esta experiencia. No es que “podría pasar”. Es que ya pasa. Todo el tiempo. Y seguimos como si nada.

Hay gente que odió esta película, que cree que está más telenovelizada que un mal episodio de Central De Abastos. Hay gente que cree que no cuaja el mensaje, o que es tan o más pretenciosa que las películas de Nicolás Pereda. Claramente a mí me encantó. Creo que depende enteramente del contexto en el que hayan vivido a lo largo de sus vidas. En lo único que podemos estar de acuerdo es que, buena o no, al menos la película sí entiende lo que es hablar del clasismo en México sin verse en la penosa necesidad de defender a los whitexican para explicar por qué son necesarios en nuestra vida y deberíamos rendirles pleitesía.

[Inserte aquí uno o dos párrafos donde nos burlamos de Michel Franco y su Nuevo Orden por ser un pretencioso insoportable que solo puede soñar con crear algo tan contundente como esto. Aunque, siendo honestos, probablemente terminaría del lado de los niños y les diría a los espectadores que deberíamos actuar como ellos para evitar que las clases bajas ataquen a los “decentes blancos” antes de que sea ilegal matarlos por ser pobres o una mamada así.]

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