#4 Tiempos
Noches medievales | Columna de Juan Jesús Priego
LETRAS minúsculas
Ha habido en mi casa una avería eléctrica y estoy sin luz, sin televisión y sin computadora. La luz elige casi siempre para irse las horas más inoportunas. ¿Por qué no a mediodía?, ¿por qué, en cambio, a las diez de la noche, hora en que más la necesito? Mañana llamaré al electricista, pero sólo hasta mañana. Hoy me acuesto temprano.
¡Qué silenciosa está mi casa de noche! ¡Y qué llena de misterios! Esta penumbra me recuerda los años de mi niñez en Tamazunchale, cuando, en tardes de tormenta, la luz se iba a la hora del crepúsculo y ya no regresaba sino hasta bien entrado el otro día.
¡Y yo que pensaba acabar esta misma noche el capítulo de una obrita que estoy escribiendo! Pues bien, lo más seguro es que no lo acabe. Hoy me acostaré temprano; hoy, por primera vez en muchos años, me iré a la cama a las diez de la noche.
En cierto sentido, qué bueno que se haya ido la luz, pues de lo contrario me la pasaría garrapateando papeles y acomodando carpetas hasta después de medianoche, como suelo hacerlo. En realidad, casi podría decir que estoy contento de que se haya ido la luz: es como si a Sísifo, de repente, le hubiese sido quitada la piedra de los hombros y se le concediera, por extrañas razones, un pequeño descanso. Aprovecha, Sísifo: es sólo por hoy que se te concede una tregua. ¡Sólo por hoy! Bendice la ocasión, aprovecha la oportunidad.
Hoy me siento como uno de esos hombres del medioevo que respetaban religiosamente los ciclos del día y de la noche, de la luz y de las tinieblas, del trabajo y del descanso, y una paz inconsciente se apodera de mí, una lasitud nostálgica que no sabría describir con exactitud.
Una voz interior me dice: «Eso, eso es. Hay una bendición especial para quienes respetan la noche. ¡Bienaventurados los que duermen a sus horas, porque mañana despertarán con nuevos bríos!».
¿Sabía usted, lector, que la media nacional de sueño en el Japón es de sólo 5 horas por día? Esto quiere decir que, por un japonés que duerme las ocho horas que, según se dice, debemos dormir todos, hay otro que sólo duerme dos. Ahora bien, ¿cómo hace este otro para permanecer de pie, para seguir adelante y no caerse? Ah, ya lo sabemos: gracias a esas sustancias prohibidas que nadie ignora cómo se llaman…
Sin embargo, para el hombre medieval el día comenzaba con el alba y acababa poco después de la puesta del sol. A este hombre, sabio entre los sabios, ni siquiera se le ocurría trabajar de noche, y aunque se le ocurriera, jamás le habría permitido la sociedad hacer tal cosa. ¡Trabajar de noche era considerado entonces como algo sumamente peligroso!
El trabajo nocturno, en el medioevo, estaba incluso penado por la ley. En primer lugar, porque el que trabajaba de noche tenía que hacerlo necesariamente a la luz de las velas; ¿y qué pasaría si por una torpeza o una infeliz una inadvertencia se producía un incendio en su taller mientras sus vecinos dormían? El fuego, entonces, se propagaría con rapidez por toda la ciudad y provocaría innumerables desgracias.
Tampoco se trabajaba de noche porque los operarios, alumbrados por la luz deficiente de las candelas, no podían producir sino obras de ínfima calidad: el tejedor ensartaría mal la aguja en el género, y la prenda, así, terminaría siendo igual de cara, pero sin duda menos resistente; el orfebre engarzaría mal la piedra al anillo, y el comerciante manejaría con poca exactitud –y menos escrúpulos- las pesas y las medidas. Y ante semejantes eventualidades, ¿quién terminaría pagando los platos rotos? ¡Claro que el consumidor!, pues es bien sabido que cuando de equivocarnos se trata, los humanos casi siempre lo hacemos a favor nuestro y en contra de los demás. Entonces, y por si las dudas, lo mejor era no trabajar de noche.
Otra razón por la que el trabajo nocturno estaba prohibido en aquellos tiempos benditos era ésta: porque daba pie a la competencia desleal y a la explotación de los obreros. La codicia, como sabemos, no tiene límites, y permitirle a un patrón que trabajara de noche era tanto como darle licencia para esclavizar a quienes dependieran de su salario.
No, los medievales no eran esos tontos que a menudo aparecen en nuestros manuales de historia. Sólo que ellos tenían una visión comunitaria de la vida que nosotros hemos perdido ya. Ellos sabían que lo que se hace de noche no se hará bien, y que las consecuencias que se produzcan a causa de los desvelos del trabajador tendrá que pagarlas más tarde la ciudad entera.
Hoy hacemos como si el mal dormir de los obreros careciera de importancia, y hasta defendemos nuestro derecho a trabajar a la hora que sea. Pero, en el fondo, lo sabemos: los desvelos sistemáticos causan más desgracias en el mundo que los paros cardíacos y los enfisemas pulmonares. Por lo pronto, un amigo mío muy querido aún estaría con vida si no lo hubiera arrollado un auto que era conducido, precisamente, por un trabajador que había doblado turno, como se dice, y que conducía por las avenidas no únicamente amodorrado, sino bien dormido.
¡Y pensar que hay todavía quienes emplean todavía la expresión tiempos bárbaros para referirse a los siglos medievales! ¡Como si los señores que vivieron en aquellas épocas no tuvieran ya nada que enseñarnos!
Pero acabemos de una vez con estas disgresiones, que van tomando ya la forma de lo interminable. ¿No quedé conmigo mismo que por lo menos hoy me iría a la cama a las diez de la noche?
Pues bien, sí, señores: hay una bendición reservada a aquellos que se acuestan temprano: sólo ellos gozarán la dulzura del alba, el frescor del amanecer.
Por eso, bienvenido el apagón. Buenas noches.
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#4 Tiempos
El nuevo PAN de Xavier Azuara | Columna de Jacobo Pineda
Hace unas semanas nos desayunamos con la noticia de que el PAN ya no es el PAN, es el nuevo PAN. Encabeza la asombrosa transformación ese individuo festivo y jovial que solo lleva sesenta años en el partido: Santiago Creel. Amanecía apenas ese lunes, sentado al borde de la cama revuelta y arrebujado en añoso batín Oxford color vino, tras acomodarse la piyama blanca a rayas moradas con calados y calzarse deslucidas pantuflas de diseño escocés, acicalándose todavía la nívea cabellera ante un vetusto espejo de mano que enmarcaba el viejo rostro adornado con barba cana, decidió que no era ya Creel sino Creel 2.0. La providente revelación se propagó como fuego en el instituto. Inmediatamente esa parodia que es Marko Cortés adoptó al neonato. Estadista de raza, extirpaba lustros de corrupción, moches y enigmáticos-no enigmáticos maletines. Xavier Azuara leal servidor de Cortés envió un frío tuit: “felicito a Marko Cortés, mente preclara, por el nuevo PAN”.
El nuevo PAN potosino inicia entonces una estrategia de altura e incalculable rédito político: comer gorditas. Viajan por todo el Estado Xavier Azuara y Verónica Rodríguez. Efervescentes, se detienen en Matehuala, Río Verde, Valles. En cada parada comentan que el dueño del changarro es pueblo y que sus gorditas son las mejores. Se apegan a sencillo axioma: si las gorditas son pueblo, mejor comer gorditas. Esta afición a la masa revela inconfesable afición proletaria. Sonríen felices y se toman selfies y graban videos en TikTok que nadie ve. Se suben al auto que enfila el serpenteante asfalto hacia la siguiente estación mecidos por la brisa que alborota sus cabellos y agita sus pañuelos azul deslavado anudados al cuello. No son pueblo, pero se han atascado de pueblo. Jóvenes e intrépidos, les abruma ya el peso de la responsabilidad. Ignoran que les deparará lo que se antoja halagüeño porvenir. Voltean hacia atrás, hacia la ruta recién recorrida, con la nostalgia de quien ha quemado de una vez las naves, pero dueños de soleadas expectativas que invitan a repartirse cargos, puestos y candidaturas entre desenfadadas risas y vibrantes carcajadas. Mientras, el Partido Verde visita comunidades desfavorecidas a las que entrega cobijas y despensas. Xavier Azuara reacciona a velocidad ante lo que considera naco-campaña. Ordena a su hermano, tesorero del partido, que le pase el número de cuenta de cualquiera de las tarjetas cuyos titulares son asistentes de diputados y ediles, a quienes retienen el 90% del sueldo como donativo para el partido o para Azuara, y se dirige a Liverpool, Sears y el Globo. Compra bolsas Gucci, trajes Armani y repostería francesa. Los reparte entre hermanos, primos y sobrino s. Azuara está exhausto, pero gozoso de haber servido a su comunidad. La estratagema da frutos, sitúa al nuevo PAN como fuerza visible en San Luis. En estos momentos se le antojan gorditas, pero mejor esperará a que llegue esa lumbrera privilegiada, Marko Cortés, a recaudar moches, para que juntos se atiborren ahora en Morales con Cristina Govea que desde su nombramiento como coordinadora del PAN de la Ciudad de San Luis no ha pisado la sede del partido, aunque acaba de visitar a Micky Mouse en Orlando en abreviado periplo de tres semanas.
El PAN apuntala estrategia y agrega prestigio a la novedad con inapelable imaginación: tocar puertas. Como presidente del PAN potosino, Azuara desterró a viejos panistas. Nadie dijo nada. Ahora que el PAN es nuevo no hay nada que decir nunca. Los nuevos panistas son los que son en que no caben los viejos panistas que son los que son. En reciente visita, Marko Cortés, temperamento fúlgido, declaró con su proverbial elegancia frente a repleto auditorio dirigiéndose a Verónica Rodríguez: “No te olvides que tus amigos te pusieron donde estás”. A lo que Xavier Azuara reaccionó con apático tuit: “felicito a Marko, nuestro amado líder, por su comentario a Vero quien hará lo que yo diga”. Moches, cartel inmobiliario, tráfico de influencias, enriquecimiento indebido, nada preocupa ya al nuevo PAN. No existe el pasado, solo futuro copioso y promisorio. Duda Azuara si enviar este templado tuit, “felicito a Marko Cortés porque su luminoso liderazgo me permite ser nuevo Xavier Azuara”; o este otro más mesurado, “felicito a ese ser superior, Marko Cortés, a cuya sombra crece lo mejor de mi nuevo yo. Me gustaría ser presidente nacional del PAN si a este prohombre inmarcesible, Marko Cortés, se le antoja oportuno porque a mí me lo parece sin el menor ánimo de incomodar, pero siempre a tu servicio mi admirado líder puesto que si soy nuevo te lo debo a ti”; o quizás este de indiscutible sobriedad en que se adivina la voz adusta del político hecho a sí mismo, “eso mi chingón, el chingón eres tú, mi Marko, que quede claro”.
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#4 Tiempos
Ritual del regreso a Evelyn Waugh | Columna de Julián de la Canal
Los ambientes aristocráticos ingleses de las novelas del exquisito Evelyn Waugh son referencia en la literatura del siglo pasado, pero no acaparan toda la atención. Su ímpetu viajero irrumpe en una sucesión títulos resultado de periplos por África, Sudamérica, Abisinia, Yugoslavia, Estados Unidos: Labels, a Mediterranean Journal (1930), Waugh in Abyssinia (1936), A Tourist in Africa (1960). Personaje viajero, hizo de la curiosidad y la huida asunto de escritura en las coléricas décadas de los treinta y cuarenta. Pero su querencia se aprecia en demorados frescos sobre la decadencia de la nobleza británica, aunque esa nobleza desde siempre experimente solo decadencia, aunque solo exista para ser decadente. El interés que despierta esa aristocracia se antoja indisociable de una moral crepuscular en que lo decisivo es lo decadente y no en exclusiva la clase social que realza ese crepúsculo. Esa decadencia, domesticada y dócil, es ya naturalidad en el primer tercio del siglo XX, distante del escandaloso exhibicionismo fin du siècle. Lo que en este es licencia, en aquella se antoja familiaridad. Waugh aporta otro elemento que subraya más si cabe la decrepitud, su condición de católico. Convertido a la Iglesia de Roma en 1930, se unía a otros intelectuales ingleses como G. K. Chesterton y su hermano Cecil, Hilaire Belloc, Maurice Baring o Graham Greene. El catolicismo opera como factor de cambio de su literatura. En consecuencia, registra: “la farsa se transformó en comedia, y la comedia se transformó, con todas sus sombras y claroscuros, en una comedia divina”. El componente espiritual aporta otra amplitud a lo que poco antes era muy limitada pintura de caballete. La nueva fe lo equipa con una perspectiva caballera que alumbra de otro modo asuntos preferentes: la transcendencia. Hasta el momento de su conversión, las narraciones se limitan al motivo, como si el mundo retratado, a menudo satirizado, se bastara a sí mismo como excusa literaria. Luego, la religión se asume centralidad para proyectar el allá en el aquí. El autor había declarado a la BBC: la religión es “la esencia de la cosa misma”.
Esta situación es visible en Brideshead Revisited, the Sacred and Profane Memories of Capt. Charles Ryder (1945). El pretexto es el estudio de los Flyte, familia católica de la aristocracia asentada en Wiltshire. Dispuesta en flash back , la novela está narrada por el protagonista Charles Ryder, agnóstico de antecedentes anglicanos, cuyo conocimiento de la familia se debe a su amistad oxoniense con Sebastian Flyte, quien lo introduce en la atmósfera de Brideshead Castle en donde se relaciona con sus padres, hermano y hermanas. Las conversaciones salpican referencias al catolicismo que preside sus vidas ante la sorpresa e incomodidad de Charles para quien la religión carece de interés en un primer momento. Evelyn Waugh consigna el propósito de la obra: “la intervención de la gracia divina sobre un grupo de personajes diversos, pero estrechamente relacionados”. A la par, sobresale la robusta evocación de un mundo encerrado entre muros denegridos abrigados por frondosas hiedras: majestuosos claustros de la Universidad de Oxford, aposentos amueblados con maderas nobles, etiqueta para cada ocasión, canotier, anchos pantalones de tonos crudos, suéteres anudados al cuello, sacos de tweed, la pose en el fumar sujetando el cigarrillo o la pipa con la mano izquierda y la otra apenas entremetida en el bolsillo derecho; la espléndida residencia de Brideshead Castle de cuyas paredes cuelgan Tizianos y Canalettos, tapices de William Morris, porcelanas de Sèvres dispuestas sobre refinados enseres, la amplia zona de recepción de invitados que desemboca en el espacioso acceso a la mansión de los Flyte, burbujeante champagne descorchado a la menor oportunidad, carrusel de criados ataviados con librea y servidumbre con delantal y cofia. La decadencia tiene mucho de extravagante porque la extravagancia es decadente, también algo de anacrónica porque ese presente solo voltea ya al pasado. Ese ambiente almibarado solo se disipa ante una religión que opera como contrapunto de la libertad de los personajes y que explica toda su libertad a contrapelo del herrumbroso relumbrón.
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#4 Tiempos
Ni tan tan, ni muy muy | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Increíble la polarización de opiniones que se vive en México, y peor aún, no se trata solo de pensar distinto (que sería saludable) sino de querer imponer y comparar opiniones, juicios y distinciones, como si quien lo dice o dicta, tuviera la absoluta razón y certeza de pensamiento.
El colmo de los colmos es cuando esto sale de las trincheras comunes para irse a lugares tan extraños como el deporte, y no se trata solo de cosas como debatir cuál es el mejor equipo de la historia o el mejor jugador de alguna disciplina, eso es hasta cierto punto normal y constructivo. El problema va más allá, cuando la gente quiere mezclar deportes sin punto de comparación.
Todo lo anterior va en relación a muchos comentarios sobre el resultado de la representación mexicana en el Clásico Mundial de Beisbol al haber llegado hasta la semifinal: un extraordinario mérito para el equipo nacional, que dentro de muchas cosas buenas, se resalta el hecho de que gracias a esto, millones de mexicanos voltearon a ver al rey de los deportes; hasta aquí todo excelente. Sin embargo, entre los comentarios mencionados, no pasaron desaparcibidos los que con toda naturalidad se atrevieron a comparar al besibol con el futbol, como si ambos deportes tuvieran una clara relación.
Hasta cierto punto, comparar a la selección mayor de futbol, contra los resultados de las selecciones menores también de futbol, es entendible: saber que México es bicampeón del mundo sub-17, tercer lugar en sub-20 y campeón olímpico, da para poder cuestionarnos la razón por la que no damos el brinco en la mayor. Pero comparar al futbol con el beisbol, es simplemente imposible.
A ver, no vamos a demeritar para nada el trabajo hecho en el Clásico Mundial de Beisbol, pero tampoco vamos a echarlo en cara al resultado del pasado Campeonato Mundial de Futbol, son dos cosas completamente distintas.
Las realidades de nuestro país, nos dan para pensar que el deporte nacional debería estar en otro sitio, que la falta de apoyos y responsabilidades tanto de los gobiernos como de la educación y de la sociedad, dan como resultado un país mediocre en la cosecha de reconocimientos mundiales. México, por su densidad de población, su estructura social y si quieren hasta por sus fenotipos (si es que podemos hablar de esto con tan poco conocimiento en la materia) tendría que estar ubicado en mejores lugares a nivel deportivo. Lamentablemente, no es así.
El futbol, el basquetboll y el béisbol, son solo ejemplos de cómo el deporte en México está relegado a pequeños grupos, y cómo la polarización de la sociedad, nos hace peores al denostar el trabajo de alguien sentados en el sofá; es casi tan triste como quien critica a un deportista por cometer un error, mientras desde la sala de su casa ve el partido por televisión comiendo una botana.
Bien por el béisbol mexicano, bien por toda la gente que estuvo pendiente de un deporte increíblemente emocionante, bien por el gran esfuerzo de los peloteros, tanto los que se hicieron en nuestras ligas, como los que crecieron con la estructura del beisbol de los Estados Unidos. Esto es lo rescatable, un logro más de un equipo mexicano, hay que aplaudirlo siempre, y no usarlo de bandera para denostar el trabajo de otro equipo nacional.
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