#4 Tiempos
El hecho de ser mujer | Columna de Enrique Domínguez
Cuentas claras
Desde el origen de los tiempos ha sido relegada y la historia se ha encargado de mantener en un segundo plano el papel en la sociedad, la mujer es por hoy un ser que aún conserva raíces de sometimiento e impedimento para desarrollar su potencial ante un mundo mísero, mezquino y machista que relega e impide el crecimiento.
La discriminación y la violencia de género es una forma brutal que manifiesta una desigualdad entre mujeres y hombres, entendiendo cualquier tipo de violencia como algo personal que no debería traspasar las fronteras de un aspecto fundamentalmente territorial (Hogar, familia y reclusión) es una manera cómoda para desestimar una situación grave que hoy viven las mujeres.
Violencia de género
De acuerdo al portal del Instituto Mexicano del Seguro Social la violencia de género es al maltrato que ejerce un sexo hacia el otro, que puede ser de hombre hacia la mujer o viceversa. En este caso resulta válido saber que la violencia se da en ambos casos, sin embargo, en el 96 por ciento de los casos, la víctima es mujer.
Innecesario hacer un comparativo de muertes violentas entre hombres y mujeres, el problema no es así, la mujer violentada es por el simple hecho de ser mujer, por las diferencias biológicas, físicas y sociales.
Antecedentes
Se han obtenido a través de los años estereotipos que han establecido roles que, en muchos casos están plagados de prejuicios para la constitución del género, es decir, se ha heredado el comportamiento manejado de generación en generación asumiendo patrones conductuales y a la vez, transmitidas a nuestros descendientes.
La religión ha jugado un papel importante en la desigualdad entre el hombre y la mujer, dejando entrever las diferencias físicas, biológicas y mentales, así commaro la participación en la vida, en el caso del yugo que involucra al matrimonio heterosexual, la religión establece a la mujer como dadora de hijos, la crianza y el sometimiento a las labores que no representan ingreso alguno por su actividad.
Resulta injusto que quien protege y cuida a los hijos prevalezca como un ser sumiso, sin ambición y vista con desdén para su desarrollo y la generación de logros ante el oscurantismo del servicio y la recepción de dádivas del esposo.
Actualidad
Por siglos la mujer ha tenido que mantenerse en recato, en la protección personal y en la protección de su cuerpo para no ser atacada y vituperada por los designios funestos en una sociedad por antonomasia machista.
Que injusto resulta estar en un mundo donde se impone la masculinidad para obtener las más grandes regalías de un empleo bien remunerado, dejando en un segundo plano la injusticia de la inequidad.
Las actividades más frecuentes para subordinar a la mujer consisten en: “Pisar el orgullo” ante la idea de sobresalir y la “pata en el pescuezo” para detener la “insana” idea de ser mejor y superar al hombre.
Ante un mundo hostil y lleno de violencia siempre es necesario el cuidado a la integridad física, para la mujer esto representa un esfuerzo mayúsculo, no solo por la protección per se, es también el cuidado de su persona, de ser atacada sin la menor provocación.
Vivir en ese mundo es lacerante y lleno de limitaciones, cuidar el arreglo personal, el atavío y la presencia son cuestiones a considerar, no solo eso, llevar sobre si lo estrictamente necesario, otras prendas las hacen ser vulnerables. La vestimenta, no provocar, no atraer y no provocar son otras vertientes del cuidado de una mujer.
Que injusto es redoblar esfuerzos por la simple y plebeya idea de no ser atacada, todo eso aunado a los improperios y el acercamiento masculino no deseado para mantenerse con una posición de no miedo y aparentar seguridad ante un encuentro inesperado que a la larga solo van lacerando la seguridad de la mujer.
- Qué difícil es seguir avante, aguantar los chiflidos, las frases sinsentido y las peladeces de quien deambula por la calle.
- Qué difícil es aguantar esa mirada con lascivia que desnuda sin voluntad a la persona.
- Qué difícil es aguantar las palabras que vulneran, que hieren y que ofenden la dignidad.
- Qué difícil es estar sometida a las amenazas, las injurias y el chantaje de entregas pasadas para ser sometidas al escrutinio público mediante la exhibición y la extorsión.
- Qué difícil es vivir bajo la mente masculina sediciosa de venganza al sentirse heridos y enfrentar esa idea demente de sentirse superiores mediante el acoso.
- Que desdicha escuchar que 9 de cada 10 mujeres durante su vida sufrieron algún modo de violencia, ataque, abuso o violación.
Es indignante ver que en pleno siglo XXI siga prevaleciendo el machismo defecante que solo intenta hacer prevalecer una idea estúpida de seguridad y sometimiento como en cualquier época primitiva.
La reacción
Ante este tipo de ultrajes debe ser entendible que exista una reacción para que estalle la rabia que por milenios ha prevalecido y se manifiesta de forma descontrolada y anárquica que, de pronto a pesar de movimientos muy validos en el pasado, la violencia a la mujer no disminuye, siguen los mismos vicios y la constante de maltrato.
En el caso de movimientos, asociaciones y grupos de mujeres la idea del reclamo no tiene un orden jerárquico para diferenciar desde una palabra ofensiva hasta una violación, la reacción no tiene limitantes para saciar la sed de venganza hacia cualquier acto que incrimine a un atacante.
Una manera importante de darse cuenta de ello es la no creación cualitativa de actos que deshonren la integridad física, es tan ciega la reacción que cualquier improperio generará el malestar y saldrá a flote el encono y el coraje reprimido por siglos, generando una reacción por demás excesiva.
La protesta es más que válida, ¡basta del atropello y del sometimiento de un mundo masculinizado!, ¡detener la supremacía machista!, ¡luchar por la igualdad! y la posibilidad de obtener los mismos beneficios es esencial.
Los movimientos surgen por el clamor y por la necesidad de ser escuchados.
Buscar el apoyo, la solidaridad y el entendimiento es importante para que toda acción cobre relevancia, ante movimientos que caen en el vandalismo, las banderas políticas e infiltraciones. No es el momento, por ahora de juzgar, no se trata de culpar, es solo la simple idea de saber que la mujer es esencial en esta vida, tanto así como creadora y sujeta de ser dignificada por el gran papel que hasta ahora le ha sido negado.
Injusto resulta saber que la equidad solo permanece en el nombre y no en la acción, se simula, se engaña, pero no se lleva a cabo.
Al principio la equidad es un consuelo, sin embargo, esta solo será dignificada por la igualdad que es diferente, ahí la competición es más real y no se trata de un 50 y 50, se trata de la capacidad, la razón de concebir un mundo justo, la promesa y la dignificación de la mujer donde la codicia ambiciosa del género masculino prevaleció por la fortaleza física y la insensibilidad.
La protesta es necesaria, dignifica y enaltece la exigencia de derechos, es importante que prevalezca de tal forma que adquiera el impuso como para amedrentar a aquellos hombres que solo tengan entre manos el maltrato físico, psicológico, violento, acoso, trata y violencia económica a la mujer.
Un movimiento enaltece, dignifica y pone énfasis a la idea de igualdad en todos los ámbitos.
De acuerdo a Simone de Beauvoir es necesario vivir de manera individual para luchar de manera colectiva.
Para reflexionar
“Los hombres están desconcertados ante las actitudes de las mujeres, el feminismo los ha paralizado. No saben cuándo echar los perros, si le echan los perros a una mujer, no saben si van a acabar en los tribunales”.
– Camile Paglia (Feminista post-feminista)
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#4 Tiempos
Elogio de la literatura | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
¡Qué tristes son los personajes de Iván Bunin (1870-1953), qué tristes casi todos sus cuentos! Hay en ellos un no sé qué, una nostalgia que embelesa al lector desde el momento en que toma el libro y que no lo abandona sino muchos días después de que lo deja.
Acabo de leer, precisamente hoy, la pequeña antología de sus relatos breves que publicó en 1924 la vieja editorial Calpe y cierro el libro con un suspiro que no sé si será de pena o de dolor. El escritor ruso lo sabe; por lo menos él no se engaña: la vida del hombre está llena de desamparo, de abandono, de tristeza.
El personaje de uno de estos relatos, al ver llegar a su casa a un amigo al que no veía desde hacía mucho tiempo –desde el tiempo en que combatieron juntos en la guerra de Crimea- lo saluda con los brazos extendidos, avanza hacia él y le dice lleno de júbilo: «¡Kovalev! ¿Estás vivo?». ¡Dios mío, qué pregunta! Así nos deberíamos saludar todos, pues la verdad es que nadie sabe si mañana aún estará aquí. A nuestro saludo habitual habría que agregarle una coma para que suene más sincero; no preguntar: «¿Cómo estás?», sino: «¿Cómo, estás?».
Entonces los amigos se abrazan, se besan según la usanza rusa y encienden el samovar mientras afuera, en la estepa, los elementos se enfurecen y la nieve cae sepultándolo todo. «Yakov Petrovich estaba de muy buen humor; pero en el fondo de su alma había nostalgia. Al día siguiente era Navidad…, y él estaba solo. ¡Gracias a Dios que Kovalev no lo había olvidado!». En realidad, Kovalev era el único que no había olvidado a este pobre viejo, pues todos a su alrededor o habían muerto o simplemente habían desaparecido de su vida sin dejar rastro.
¡De cuántas desapariciones puede ser testigo un hombre en el curso de una vida! Sí: envejecer es haber asistido a muchas muertes. «Todo ha pasado y ha desaparecido –dice Yakov Petrovich al amigo recién llegado, al único amigo que le queda-. ¡Cuántos parientes y compañeros tuve! ¡Todos están ahora bajo tierra!».
Sin que él se diera cuenta, el tiempo había pasado. ¿A qué hora crecieron los demás, en qué momento fueron haciéndose mayores y tomando cada uno su propio camino? ¡Huyeron como de puntillas, sin decir adiós! Y ahora, si no fuera por este viejo amigo que aún se acordaba él, Yakov Petrovich tendría que pasar las fiestas de Navidad como había pasado casi todas las horas de su ya larga existencia: solo.
En otro relato del mismo volumen un caballero se encontró por el camino a un anciano que comía en silencio y sin más compañía que los árboles y las piedras. Le preguntó:
«-¿Y tu mujer?
»-Hace seis años que murió –dijo el anciano.
»-¿Y tus hijos?
»-Tuve seis.
»-¿Viven?
»-No; todo han muerto.
»Y de nuevo calló –cuenta el hombre del caballo-, masticando con cuidado la patata. Mientras él estaba sentado y con los ojos bajos, yo examinaba su cara y pensaba: “¡Nunca conseguiré penetrar el misterio de su taciturna tristeza!”».
(Apenas termino de leer esta frase, me pongo de pie y busco entre mis libros la Antología del cuento triste que publicaron hace ya muchos años Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs; sólo quería comprobar una cosa: que hubiera en el libro por lo menos un cuento de Iván Bunin. Me digo a mí mismo mientras reviso el volumen: «Si no hay aquí, entre estas 600 páginas, un solo relato de este autor, pensaré que la selección ha sido hecha a la ligera ». Pero no. Ahí estaba, en efecto, el nombre de Iván Bunin; los recopiladores habían elegido uno de sus cuentos más famosos: El caballero de San Francisco. ¡Menos mal!).
En otro de sus relatos aparece un tal Basilio Chkut, y de él dice nuestro autor lo que sigue: «Era alto, ancho de hombros y encorvado. Toda su figura muestra aún el vigor de la estepa. ¡Pero qué triste está su cara! Ya está cerca de la tumba, pero jamás escuchará una palabra cariñosa».
¡Dios mío –pensé al cerrar el libro-, cuánta gente se va de este mundo sin haber escuchado jamás una palabra de afecto! Nunca hubo para ellos una sonrisa, una palmada en el hombro, una declaración de amor. Nada. ¿Qué hacen los que se mueven a su alrededor que parecen estar mudos? ¡Apenas si reparan en ellos! Y me pregunto: «¿He dicho a los que me son queridos cuánto importan para mí? ¿Se lo he dicho, o me he limitado a dejarles la tarea de que ellos por sí mismos lo adivinen?».
Antes de apagar la luz de mi cuarto –ya es noche cerrada, como siempre: no tengo otra hora para leer- pongo sobre el buró el libro de Iván Bunin y le acaricio las tapas en señal de gratitud. No fue, la de esta madrugada, una lectura infructuosa. Me recordó que cerca, muy cerca de mí, hay gente que aunque no me diga nunca nada, espera que abra la boca y les diga una palabra que les alegre el corazón. ¿Por qué nunca le he dicho a esta gente cuánto la quiero? ¡Sería demasiado injusto que se marcharan de este mundo sin que lo supieran de mi propia boca!
Y, finalmente, mientras apago la luz, sonrío satisfecho. Hoy la literatura me ha enseñado algo: que las gentes sufren porque están solas y que el tiempo pasa. Pero, ¿es que no lo sabía? Sí, lo sabía, pero aún no se me había ocurrido tomar las medidas pertinentes al caso.
¿Que no sirve de nada la literatura? ¿Que no sirve de nada? Vuelvo a sonreír, pensado en lo equivocados que están lo que esto dicen, cierro los ojos y me quedo dormido. ¡Ah, si no fuera por la literatura, qué poco sabríamos de nosotros mismos!
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#4 Tiempos
Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.
San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.
Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.
El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.
La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.
Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.
Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.
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#4 Tiempos
De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.
El texto decía:
Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.
Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…
Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.
Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.
Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.
Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.
Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.
De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.
El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.
Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.
Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.
En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.
El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Contacto
Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud
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