diciembre 12, 2025

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Charlie Ramírez, un artista global que lleva a San Luis en el pincel

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La obra de este pintor y diseñador ha sido expuesta en países como Portugal, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Francia, Australia, Argentina

Por: Ana G Silva

Carlos Joaquín Ramírez Fernández, mejor conocido como Charlie Ramírez, es un artista visual, diseñador gráfico e ilustrador nacido en San Luis Potosí, quien ha llevado sus obras a muchos rincones del planeta. La Orquesta conversó con el creador, quien dijo que en todas sus exposiciones siempre hay elementos que refieren y se identifican con San Luis Potosí.

El trabajo de Charlie ha sido expuesto en distintos estados de México y países como Portugal, Estados Unidos, Chile, Cuba, España, Francia, Australia, Argentina, entre otros. El artista detalló que antes de exponer, le gusta brinda una charla para contextualizar sus obras, donde deja muy en claro que se gestan en México, específicamente en San Luis Potosí:

“Aquí estoy en mi casa y aquí es donde contextualizo mi obra, lo que me gusta es contar historias, los trabajos que yo hago son historias que yo me imagino, entonces les platico y entienden un poquito la iconografía”.

Dentro de las obras de Ramírez, existen referencias al estado potosino, como es su proyecto de La Lotería, en el cual realiza grabados de las 54 cartas del tradicional juego mexicano, en la que incluye una carta sobre la Caja de Agua y la titula “San Luis” que aunque no existe dentro de la lotería, en la del artista sí.

Carlos Ramírez explicó que dentro de sus trabajos incluye colores como el azul de los cielos de San Luis en el atardecer, que van desde un azul claro a un azul oscuro que se genera cuando anochece y que contrasta con la cantera y sus formas, es por eso que le gusta la historia del estado, junto con sus personajes y las calles.

El artista detalló que su interés por la pintura inició a los 7 años; un año después pudo entrar a un concurso de dibujo que ganó y en esa misma época, a través de un libro de ciencias sociales, conoció el trabajo de Joan Miró y de Pablo Picasso: “Estos me atraparon, ahí fue cuando me interesó mucho la pintura y el dibujo. Siempre que me siento perdido agarro un libro de Picasso, me pongo a ver su obra y todo se empieza a ordenar”.

Ramírez narró que cuando estaba en secundaria tenía un compañero que dibujaba muy bien y por envidia, se documentó más, por lo que acudía a la Biblioteca Central del Estado, donde aprendió sobre acuarela, el acrílico, el óleo, el carboncillo y otras técnicas que también practicó. Eso lo llevó a que a sus 17 años lograra exponer por primera vez, de manera colectiva, dos bodegones (cuadros con motivos de frutas) en Colima, lugar donde vivió.

Cuando estudiaba en la universidad, Charlie, con sus amigos, creó un colectivo llamado Gato Rojo, el cual era un movimiento estético donde se juntaban para dar opiniones y hacer obras. Su primer logotipo fue un gallo azul, lo cual significaba llevar la contra a todo lo aprendido en la escuela, hasta que pasó a ser un gato rojo con un lápiz en la cola; el colectivo se desintegró, hasta que solo quedó él y ahora lo utiliza como el nombre de su tienda.

El nombre del Gato Rojo tiene que ver con Vicente Rojo, un pintor catalán que llegó a México durante el exilio español en 1937, es el padre del diseño gráfico moderno en México y formó la Escuela Mexicana de Diseño. Rojo tenía una colección de gatos hechos por artistas, y le llamó a la colección Gatomaquia, como tauromaquia, pero de gatos.

Charlie explicó que le han dicho que su trabajo parece egipcio por la forma de los ojos, otros sitúan su obra en el neomexicanismo, otros que era muy mexicano su estilo y hace poco le comentaron que su obra parecía muy rusa del siglo XX por su composición, que es en una fila.

Carlos contó que le gusta usar distintos materiales para realizar obra, incluyendo basura o chapopote, que hace sobre una base de mdf que puede rayar; también indicó que es común incluir timbres postales, pues imagina que sus obras son cartas. Agregó que experimenta con todas las técnicas, pinta óleo sobre papel, cartón, madera, tela, vidrio, sobre metal, barro

; también hace acuarela sobre papel, madera, acuarela triplay, etc: “Si estuvieras en una isla desierta y quisieras hacer obras, pues tienes que agarrar lo que está ahí, no vas a encontrar pegamento ni cuchillos ni pinceles ni pintura, hay que tratar de hacer arte con lo que tengas, porque al final te deja una satisfacción”.

Ramírez indicó que sus trabajos han inspirado a muchas personas, como ahora que sus ilustraciones forman parte de los libros de texto de español, que se utilizan en todas las escuelas primarias del país o el caso un cartel que realizó sobre el bullying en el que hay tres pajaritos en una rama, dos de ellos de la misma raza y otro negro, los dos primeros se burlan del que es diferente; comentó que no creyó que su trabajo tendría tanto impacto y le gustaría tanto a la Comisión Nacional de Derechos Humanos que lo imprimió y difundió en diferentes paises y ahora forma parte de una coleccion en una biblioteca de Venezuela.

El también diseñador apuntó que la recepción de su trabajo en otros países ha sido difícil, pues tienen mucho color, que aunque en América Latina es común, argumentan que esto cansa visualmente; aunque, por otro lado, lo que les resulta atractivo de su obra es que satura el campo en las imágenes.

Carlos habló sobre el uso de la inteligencia artificial en el arte, sobre la que dijo está a favor, pues es una herramienta más que se debe explorar, conocer y entender, para poder adaptarse a los tiempos modernos.

“Cuando llegó la fotografía digital, los fotógrafos se asustaron, pero eso duró muy poquito en lo que los fotógrafos se familiarizaron y ahora hacen cosas maravillosas; pasó también con la impresión digital, cuando artistas gráficos empezaron a hacer obras digitales directamente sobre la computadora y la imprimían sobre un papel y podían imprimir mil copias, decias ‘cuál es la función de nosotros, si yo esto lo hago a mano lo tallo y luego estoy imprimiendo uno por uno y me quedan chuecos o mal impresos’, pero pasó y te adaptas”.

Para sus futuros proyectos, Charlie dijo que espera hacer un trabajo sobre el Tarot, mapas sobre el Centro Histórico de San Luis Potosí en carboncillo para los turistas; mientras que en diseño trabaja con diferentes actores políticos y con marcas internacionales en distintos proyectos.

Las obras de Charlie pueden ser encontrados a través de su página de Instagram @gatorojo o en galerías de San Miguel de Allende, Ciudad de México, Zacatecas y Estados Unidos, en San Luis Potosí en la galería We Collector. Próximamente inaugurará una tienda del Gato Rojo en el Centro Histórico de la ciudad.

Carlos es diseñador gráfico, ilustrador, artista visual y promotor cultural, ha impartido cursos y conferencias en Alemania, Argentina y en distintas instituciones de México, creó el Laboratorio de Diseño del Centro de las Artes de San Luis Potosí, a tomado diversos talleres de diseño de cartel, ilustración, pintura, grabado, poesía y narrativa, con maestros de Suiza, cubanos, de España, de México, entre otros.

Ha participado en exposiciones colectivas e individuales, en distintos estados de México y su trabajo ha sido publicado en diferentes catálogos, libros y revistas; algunas de sus obras forman parte de colecciones privadas en México y en países como: Cuba, Francia, España, Estados Unidos, Australia y Argentina. Ha obtenido diversas distinciones y premios.

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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.

Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.

En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)

La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.

Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.

Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:

“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”

(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).

Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.

Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.

Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…

Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.

Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.

No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.

Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.

Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.

Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.

Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.

Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.

Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.

Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.

Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.

Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.

Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.

Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.

A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.

Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.

Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.

El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:

—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.

Flor del Campo. Claro.

No era un nombre. Era una respuesta.

Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.

Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.

Jorge Saldaña.

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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano

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Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado

Por: Ana G Silva

A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.

Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.

Inician.

Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.

La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.

A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.

Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.

Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.

En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.

Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.

En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.

En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:

Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.

Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.

Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.

Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.

Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.

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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP

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La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento

Por: Redacción

La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.

El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.

El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros

frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.

La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.

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Opinión

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