#4 Tiempos
Celeste y sus hermanos | Columna de Juan Jesús Priego

LETRAS minúsculas
Unos esposos amigos míos tienen tres hijos: uno de 20 años, Luis; otro de 17, Juan; y una de 9, Celeste. Los tres son simpatiquísimos, pero Celeste lo es mucho más.
Una noche en que mis amigos me invitaron a cenar en su casa, a la hora del postre precisamente, la conversación dio un salto inesperado y de girar en torno al calentamiento global, la caída de la bolsa de Nueva York, el alza inexplicable del dólar y el nuevo par de zapatos de Paris Hilton, fue a parar –como un balón que nadie pudiera detener- a lo caro que se había puesto todo. La madre, por lo pronto, hacía cuentas: restaba, dividía –nada de sumas ni de multiplicaciones-, hasta que por último exclamó:
-¡Si hubiéramos tenido sólo dos hijos, ahora no lo pasaríamos tan mal!
Y los tres jovencitos, al escuchar tan terribles palabras, se lanzaron miradas escrutadoras. Yo quería morirme allí mismo de la pena, pues aquellas palabras impensadas contenían un mensaje oculto dirigido a sus hijos, una flecha apuntada al centro mismo de su corazón. Yo sé que la buena señora no había medido el alcance de lo que acababa de decir, pero sus palabras, aun para un interlocutor poco inteligente, no podían significar más que esto: «Uno de ustedes, hijitos, está de más. Hay aquí, en esta mesa, por lo menos uno que nunca debió nacer».
Los muchachos guardaron durante un buen rato un silencio casi luctuoso. Y así se hubieran quedado el resto de la noche si Celeste no se hubiera levantado de la silla para decir:
-Mamá, supongamos que hubieras tenido sólo dos hijos; supongamos que así hubiera sido; pero, entonces, ¿qué hubiera sido de Luis? ¿Qué habría pasado con Juan? Uno de los dos no estaría aquí. ¡Y yo los quiero mucho, mamá!
Todos nos reímos: la situación estaba salvada. Y todo por la ingenuidad de esa niña, Celeste, que como quiera que sea se apuntaba en la lista de los vivos. A la pobre ni siquiera le pasó por la cabeza que la ausente eterna bien hubiera podido ser ella, y que lo habría sido con toda seguridad, pues el orden de los nacimientos lo exigía así. De no haber habido un tercer hijo, ella hubiera tenido que pagar los platos rotos. ¡Qué bueno que sus papás decidieron tener tres hijos en vez de dos!
Aquella cena me hizo pensar en lo paradójicos que son los hombres de esta época que, por un lado, dicen amar a los niños y hasta redactan declaraciones para defender sus derechos, pero que, por el otro, los odian al grado de no querer ya tenerlos; por un lado todos confiesan adorarlos, pero al mismo tiempo hacen todo lo posible por evitarlos. «Examínese la literatura especialmente amorosa –escribe Gustave Thibon (1903-2001)- desde la historia de Tristán e Isolda hasta las novelas rosa que deleitan a las modistillas; sorprende constatar el pequeño lugar que en ella ocupa el hijo. Los héroes de esta literatura viven, se unen, sufren y se separan como si el hijo no fuera la consecuencia natural y común del amor: leyendo esto, se piensa en unos trabajos botánicos en los cuales se describieran extensamente los árboles sin hablar nunca de los frutos».
-Es que la vida es muy cara -dicen unos.
-Es que no hay tiempo para cuidarlos como se debe -dicen otros.
Pero, uno se pregunta, ¿cómo hacían entonces los hombres y las mujeres del pasado para tener hasta cinco o seis?, ¿cómo se las arreglaban para vestir, calzar y dar de comer a tanta panza aventurera? ¿Es que eran más ingenuos que los hombres y las mujeres de hoy? En muchos hogares me ha tocado ver niños jugando solos, hablando con el aire, conversando con entes imaginarios, sólo porque papá y mamá han decidido no tener más hijos («La vida es muy cara y muy difícil, cariño»). Me pregunto si esa multiplicación de enfermedades mentales a la que estamos asistiendo no se deberá, más que a otra cosa, a la soledad en la que están creciendo los niños de hoy.
He aquí, por ejemplo, lo que un gran historiador del siglo XX, Pierre Chaunu (1923-2009), profesor durante muchos años en la Sorbona, escribió en el libro de sus Memorias: «La infancia sola con adultos es triste. El único regalo válido que se le puede hacer a un niño es el de darle hermanos y hermanas». Más que cosas con qué jugar, lo que el niño necesita es un compañeros con quién estar; ¿y qué mejor compañero que un hermano?
Quien no ha tenido hermanos ni hermanas –explica Chaunu- no podrá más tarde ni nunca relacionarse con los otros de manera adecuada y desenvuelta. «No se recalcará jamás bastante el papel de la fratría. Me basta comparar este recuerdo con el espectáculo que me ofrecen cotidianamente mis hijos. Yo no he conocido la fratría. Huérfano de madre a los nueve meses, recogido por un matrimonio cuadragenario, sin hijos, una tía y un tío político, he tenido una pequeña infancia feliz, pero una infancia que no me preparaba para el encuentro con los otros».
El historiador no había tenido hermanos, y ya en la vejez los echaba de menos, reconociendo con honestidad que la niñez sola con adultos es una niñez desdichada.
La inquietud de Celeste, mi amiga, era, pues, legítima: ¿qué hubiera sido si en vez de tres hijos sus padres sólo hubieran tenido dos?
Beethoven, según dicen sus biógrafos, se interrogaba a menudo acerca del misterio de su nacimiento de la siguiente manera:
«Dado el caso de una familia cuyo padre es sifilítico, el primer niño ciego, el segundo cojo, el tercero tuberculoso, el cuarto disminuido mental… ¿Hay que suprimir al quinto que se anuncia?».
-Sin duda –le respondió una vez un médico amigo suyo.
-Entonces –respondió el artista- habréis suprimido a Ludwig van Beethoven.
También lee: Los malos ejemplos | Columna de Juan Jesús Priego
#4 Tiempos
El primer poeta potosino, Pedro de los Santos | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Si bien desde los primeros años de la fundación existieron poetas en San Luis y se cultivó este género, como lo hemos tratado en anteriores entregas, estos personajes serían españoles avecindados en la ciudad; el primer poeta nacido en el siglo XVII en estas tierras en la ciudad de San Luis Potosí sería Pedro de los Santos.
Pedro de los Santos. Este personaje es uno de los nacidos en San Luis Potosí, nacería a mediados del siglo XVII; en 1699 era colegial de San Ildefonso y Familiar y Maestresala del virrey don Juan Ortega Montañés.
Emigraría muy joven a la ciudad de México, al parecer estudiaría también en la Real y Pontifica Universidad de México pues en su Romance aparece el título de Bachiller.
Su Romance es el único poema que se le conoce, fue escrito en 1700 y publicado en 1702 conociéndosele con el título de Romance en elogio a San Juan de Dios en las fiestas que hizo México por su canonización. Poema que tendría el segundo lugar en el certamen poético por la canonización de San Juan de la Cruz, que describió el Pbro. Br. Juan Antonio Ramírez Santibañez; donde se apunta: “El segundo lugar, se le dio al que puede tener plaza de Músico suave, pues tira gajes de cantor en el palacio de Apolo y ser Maestresala de las Musas, al Bachiller donde Pedro de los Santos, maestre de la sala del Exmo. Sr. Dr. Don Juan de Ortega Montañés, del Consejo de su majestad, arzobispo de México, segunda vez Virrey, Gobernador, Capitán General de esta Nueva España y Presidente de su Real Audiencia”.
El Padre Peñalosa asegura que en su poema “no faltan, en el romance, algunas características de la poesía barroca, entonces en pleno apogeo, como la hipérbole, las alusiones mitológicas, la bimembración distribuida en dos versos o tal cual detalle de la luz y de color; pero sin el poderío y la plasticidad, sin el ingenio y la audacia de la verdadera y grande poesía barroca”.
Al decir del Padre Peñalosa una copia fotostática de su romance se encuentra en el Archivo Histórico de San Luis Potosí.
En su romance, los últimos versos dicen:
la misma tormenta corre
haciendo que el aire ocupe
mejor sagrada saeta
del Ave de culpa inmune.
Con ella el piélago vence,
con ella el viento confunde
y no admira que con ella
el mismo Puerto salude.
Con ella pone en Granada
columnas que no caduquen
a las injurias del tiempo,
pues su caridad las sube.
Mereciendo mayor palma,
Porque puso en servidumbre
Al mar, no con armas fieras,
Sino con palabras dulces.
También lee: Alcalde Mayor de San Luis, primer editor de Sor Juana Inés de la Cruz | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
La miseria del sexo | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Sucede en un cuento de Arthur Schnitzler (1862-1931), el escritor austriaco. Una vez, un joven fue invitado a asistir a un duelo en calidad de padrino de un militar de cierto rango que, al ver ofendido su honor, retó a muerte a un caballero de la alta sociedad vienesa abofeteándolo con su guante. Qué razones había para lavar con sangre esa mancha real o imaginaria, no lo sabemos, pues éstas no quedan muy claras en el relato, aunque todo parece indicar que había unas faldas de por medio, y que estas faldas eran nada menos que las de la esposa del militar.
Como decimos, el padrino nada sabía de los motivos que impulsaron al teniente Loiberger a tomar tan drástica determinación, pero tampoco quiso averiguarlas. ¿Para qué? Como se dice, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato; y, además, ¿para qué negar que en aquellos tiempos remotos la gente se mataba entre ella por los motivos más banales y fútiles? «El hecho –dice el narrador de esta historia, es decir, el padrino- de que en ciertos círculos tuviera que contarse con la posibilidad o incluso con la inevitabilidad de los duelos, ya sólo esto, créame, daba a la vida social una cierta dignidad o, al menos, un cierto estilo. Y a las personas de estos círculos, incluso a las más insignificantes o ridículas, les prestaba la apariencia de una continua disposición a la muerte, aun cuando a usted esta expresión le parezca, utilizada en este contexto, demasiado rimbombante».
Digámoslo ahora con nuestras palabras: en aquellos tiempos, batirse a muerte con adversarios verdadero o ficticios era una moda tan extendida, sobre todo entre las clases superiores, que nuestro joven narrador ni siquiera se extrañó cuando el teniente Loiberger solicitó amablemente su padrinazgo. Además, ¿no era ésta la séptima u octava vez que un caballero ofendido le pedía exactamente la misma cosa? Sin embargo, es necesario abreviar, y lo haremos diciendo cuanto antes que el muerto, allí, fue precisamente el señor Loiberger, que cayó al suelo con cierta elegancia y sin demasiados aspavientos a causa de una bala que vino a incrustársele a la altura del corazón. Se llevó la mano al pecho, lanzó un suspiro hondo, se tendió en la hierba como quien se dispone a permanecer en esa postura un tiempo muy largo y murió en el acto.
Una autoridad municipal dio fe del deceso –también sin demasiados aspavientos- y el día transcurrió como de costumbre, cual si en realidad nada grave hubiese acontecido. Sin embargo, un problema quedaba sin resolver, y era que la viuda, que vivía en la capital, es decir, en Viena, debía enterarse de la muerte de su marido. ¡Claro, era necesario decírselo, y cuanto antes mejor! ¿Y quién iba a encargarse de tan desagradable tarea? El padrino, naturalmente, que para eso estaba. Y allá va nuestro narrador. Frau Agathe, la esposa del señor Loiberger, lo recibe amablemente y lo hace pasar al recibidor. En realidad nunca en su vida había visto ella a este hombre, pero no le parece feo y hasta le invita una copa…
¡Dios mío, qué bella era Frau Agathe! Su rostro resplandecía como una hoguera encendida. Ahora bien, ¿para qué ponerse a hablar ahora, precisamente ahora, de cosas tan tristes como son las que se refieren a la muerte? Ya lo haría después; por el momento era preciso beber otra copa y disfrutar el momento. Frau Agathe se veía incluso feliz. ¿Para qué romper el hechizo? Entonces el visitante se puso a hablar con la joven viuda –ella aún no sabía que lo era- de cosas que nunca sabremos. Y tanto hablaron y hablaron, y tanto se gustaron el uno al otro que pronto, sin que nadie supiera cómo ni cuándo, ya estaban los dos tomados de la mano en la alcoba de ella. ¡Oh, no se habían reunido allí para entregarse a la práctica de ejercicios piadosos! Y pasó el tiempo. Cuando el visitante despertó por fin, pudo recordar como entre sueños que había venido a esta casa a cumplir una misión. ¿Cuál era ésta? Trataba de recordarlo. ¡Ah, sí, decirle a Frau Agathe que su marido había muerto en la vecina ciudad de Ischl, en el transcurso de un duelo, precisamente!… Aún no salía completamente de su modorra cuando oyeron ambos a lo lejos un ruido de pasos. Quien llegaba era el doctor Mülling, amigo de la familia, para preguntar a la señora si ya se había enterado de la triste noticia. Cuando la supo, la mujer se deshizo en llanto y pidió ver cuanto antes el cuerpo de su marido.
«Desde entonces –cuenta el narrador- no me dirigió ni una palabra… Efectivamente, aquella misma tarde partió sola y a la mañana siguiente condujo el cadáver a Viena. Al otro día tuvo lugar el entierro al que, por supuesto, asistí… Muchos años después nos encontramos en una reunión social. Mientras tanto se había casado de nuevo. Nadie que nos hubiera visto hablar habría adivinado que nos unía una profunda vivencia común. Pero, ¿realmente nos unía? Yo mismo habría podido considerar aquella estival y tranquila, misteriosa y, con todo, feliz hora como un sueño que sólo yo había soñado: tan clara, tan sin recuerdos, tan inocentemente profundizó su mirada en la mía».
Y así acaba esta historia, que no ha hecho más que confirmar mis sospechas, a saber: que la relación sexual, por sí sola, no puede unir a dos seres que no se aman. Hoy es común, o casi, afirmar que las relaciones sexuales son como el termómetro del amor, de manera que nada puede esperarse de dos seres que no saben -o no pueden- hacerse gozar el uno al otro. Hay quien dice, además, que para enamorarse de una persona antes hay que haberse acostado con ella. Pero esto es falso, pues las cosas, por lo regular, suceden exactamente al revés. Así como los milagros no producen la fe, sino que es más bien la fe la que produce los milagros, así habría que decir también que las relaciones sexuales no producen el amor, sino que, a lo más, cuando éste ya existe sólo lo alimentan. Los que no se amaban antes de ir juntos a la cama, no se amarán más cuando hayan regresado de ella, y hasta es posible en algunos casos que terminen queriéndose menos. Los cuerpos podrán acoplarse todo lo que quieran, pero, si las almas están lejos, entonces no hay nada que hacer.
Me decía hace poco un joven hablándome de su novia, con la que tenía ya estas relaciones y con quien acababa de romper: «Quizá deje más material para el recuerdo una tarde viendo juntos el crepúsculo que una relación sexual». Claro, claro. ¿Podría decirse mejor? He aquí la miseria del sexo.
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#4 Tiempos
Verano futbolero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Apesar de los pesares, el verano futbolero arranca este fin de semana.
Tanto el mundial de clubes, como la Copa Oro, se jugarán en el territorio de los Estados Unidos, algo que bajo otro panorama sería lo ideal, un país multicultural, con una infraestructura increíble y fortaleza económica como para poder generar ingresos sobrevalorados, todo estaría bien, si no hubiera problemas sociopolíticos en Norteamérica.
Las recientes políticas han comprometido las entradas a los estadios y con esto un posible golpe comercial a las proyecciones de FIFA. Pero pasando al punto netamente deportivo, que al fin es lo que importa para esta sección, las cosas suenan muy interesantes.
Por un lado tenemos el nuevo experimento mundial, juntar a algunos de los clubes más importantes del mundo, en un torneo que buscará enfrentarlos con sus mejores jugadores en búsqueda de un gran premio económico, todos los equipos presentarán lo mejor que tienen y es probable que conforme avancen en el torneo su nivel tenga que aumentar, cuando los equipos que solo van a participar queden fuera, y se cierre contra los verdaderos rivales. Un torneo que levanta expectativas y que promete buenos juegos, sobre todo cuando clubes europeos salten a las canchas con sus figuras mundiales.
A la par de este torneo, se jugará el evento principal de CONCACAF. Si bien la región es tal vez la más olvidada del planeta, y sus selecciones fuertes no pasan por un buen momento, es notable voltear a ver a la zona y su torneo insignia a un año antes del mundial. Administrativamente, vamos a poder ver algunos estadios que serán sede de la Copa del Mundo 2026, así como los preparativos para ciertas ciudades que recibirán afición y participantes. Por lo futbolístico, vale la pena resaltar el mal momento que vive la selección de los Estados Unidos, un equipo que llega con 4 partidos sin ganar y que busca levantar cabeza con Mauricio Pochettino, quien de hacer un mal torneo seguramente se despedirá por ahora de sus posibilidades de dirigir un mundial. Del lado de México, el Vasco Aguirre tiene que demostrar que su equipo puede levantar la cara a un año de la copa. La obligación de campeonar en la Copa Oro sigue siendo imperante, así como desplegar un buen fútbol ante rivales que parecen a modo.
El resto de las selecciones piensan más en su posible clasificación al mundial y tomarán la participación como partidos de preparación ante lo que viene para el cierre del 2025.
Dos torneos interesantes, un mes lleno de futbol y equipos que disputarán en una de las próximas sedes mundialistas. Atentos con el país del norte, y que la política y lo social no sean impedimento para por lo menos distraer un poco de lo verdaderamente importante, sin perder por completo la atención. Que arranque ya el verano futbolero.
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