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¡Ay nanita!, la Llorona y otras leyendas de inicio de gobierno | Columna de Jorge Saldaña
TERCERA LLAMADA.
El fascinante misterio, la luna llena, la noche presagiosa. Es octubre, se acerca el Día de Muertos, los relatos de misterio con ese aroma seductor de lo paranormal y de lo desconocido inspiran a los potosinos a contar leyendas, historias tenebrosas, cuentos de media noche para no poder dormir. ¡Ay nanita… la Lloronaaaaaaa!
No tema, Culto Público, pero me han contado que (agárrese fuerte) por las noches despejadas de luna llena como la de ayer miércoles, se vio a la mismísima Maltos salir una vez más desde los Arcos Ipiña, que a La Planchada ya se le ha visto recorrer los espacios huecos el Hospital Central y que a una dama enlutada anoche mismo pidió un Uber frente al Saucito.
También me han contado que, justo antes de ver pasar un gato negro encrespado, unos ojos penetrantes e hipnóticos como los de Rasputín, pudieron ver cómo se realiza una construcción fantasmagórica en la torre del Centro de Convenciones y que, como la Maltos, la Llorona y la Planchada, nadie sabe de dónde salió semejante rito como de aquelarre.
Que nadie sabe y que nadie supo quién lo hace y con qué recursos, pero aseguran que se han visto a albañiles y material de construcción “incuantificable” e irrastreable de una obra de la que –cuenta la leyenda- todos guardan silencio sepulcral.
Siga leyendo bajo su propio riesgo, Culto Público, porque si esos misteriosos eventos le han puesto la piel de gallina, lo que a continuación le relataré quizás no lo deje dormir hoy por la noche. Que conste que le recomiendo y advierto tener a la mano una estampita de un “Detente Satanás” o una imagen bendita de San Benito.
Voces y cuenta cuentos han circulado en lo quedito, con sigilo pero también con bastante solemnidad de la que da miedo, que las obras del Parque Tangamanga I están cubiertas por un velo del inframundo y que el propio Lucifer y sus huestes danzan en derredor de un pentagrama encendido en la punta de Tatanacho para silenciar con magia negra y cánticos en arameo antiguo a todo aquel que pretenda saber cómo y a quién se le ha licitado un proyecto de casi 200 millones de pesos a pagar en monedas de oro, tierra de cementerio y ojos de venado.
Por si fuera poco, la última leyenda macabra, vista en el fondo de un caldero con inconfesables ingredientes, meneado a fuego lento en leñas de cruces de cementerio, oráculos y druidas aseguran haber descubierto que las obras del periférico, jamás fueron concursadas o licitadas, mismas que algunos gnomos irlandeses maldecidos se encargan de ser los guardianes y beneficiarios de realizarlas absolutamente fuera de las leyes de la física por lo menos de esta dimensión.
Ni a Edgar Allan Poe, Rimbaud y Baudelaire juntos, se les hubiera ocurrido tanta maldad como la que entre la niebla de la noche potosina circula en círculos de liturgia obscura.
El que esto escribe no sabe explicar tanto misterio, incluso mis creencias me prohíben hablar más de las artes obscuras, tampoco poseo mayor conocimiento para afirmar, confirmar o desmentir las creencias populares del terror de estas tierras.
Por eso, ignoro si últimamente ha salido a pasear La Maltos en su carruaje jalado por caballos negros y endemoniados. Por eso jamás me atrevo a pedir un taxi al Saucito por no encontrarme con alguna Dama de Enlutada, por eso temo pasear por el Río Santiago por las noches y me hago sordo si en la madrugada escucho algún lamento. Por eso guardo con celo la oración de la “Magnifica”, mi dije bendito de San Benito y mi detente.
No es de mi interés espiritual o emocional introducirme a explicar esas leyendas y menos en noche de luna llena.
Lo que sí puedo explicar a Usted, mi Culto Público, es que en la torre corporativa del Centro de Convenciones, se hicieron adecuaciones en tablaroca para habilitar una nueva oficina para el gobernador Gallardo y se colocó un portón de acero en uno de los estacionamientos.
Me consta además que las remodelaciones (si es que así se les puede llamar) las ejecutaron con el mismo personal de Obras del Gobierno d el Estado y no ascienden ni a los 200 mil pesos por lo que no hubo que siquiera contratar a un tercero. No hay misterio.
Lo que también puedo explicar, Biblia en mano, es que el mega proyecto del Parque Tangamanga I, se está ejecutando por etapas y que no será una, sino varias empresas las que realizarán las obras contempladas como el cambio de luminarias, el proyecto escénico del lago, el reencarpetamiento, pintura y adecuaciones.
Cada empresa tendrá su propio quehacer en un proyecto conjunto. Lo que hoy se está realizando, y está a la vista de todo el mundo, es exclusivamente el remozamiento de la fachada, adjudicado directamente a un contratista potosino por un monto menor a los 800 mil pesos, como lo permite la Ley de Obra Pública.
Los tramos en rehabilitación del periférico, se han adjudicado así, por tramos que no rebasan el millón de pesos, y no será un único constructor el que los realice. Sencillamente se hizo así por estrategia y para cumplir con un plan de 100 días al que se comprometió el titular del ejecutivo. Tampoco hay misterio.
No fue el Hombre Lobo, no fue la Planchada, no hay fantasmas en el Centro de Convenciones ni se quiere pasear la Maltos en el periférico rehabilitado. No teman, Culto Público.
De lo que sí hay que tener pavor y persignarse, es de los más de 900 millones de pesos misteriosamente “extraviados” por la anterior administración gubernamental, mismos que descontó a los empleados vía el Impuesto Sobre la Renta (ISR) pero que nunca llegaron a manos de la Secretaría de Hacienda. ¿Se los llevó algún gnomo grotesco al final del arcoíris? (Eso sí da miedo).
¿Con qué artes obscuras, el ex alcalde Xavier Nava Palacios pudo dañar el patrimonio municipal basificando a sus allegados, contratando a más de mil 500 empleados nuevos y jubilando a quien no lo merecía? Ahí si mejor rezar un Ave María. ¿No cree?
¿Por qué los druidas y contadores de historias no se preguntan con sus ojos penetrantes e hipnóticos cómo es que se tiene de la noche a la mañana a la disposición de los potosinos más de 300 patrullas, las cajas recaudadoras y oficinas gubernamentales rotuladas funcionando y en orden?
¿No les parecerá un acto de pura hechicería que el gobierno se encuentre trabajando más, con menos cantidad de empleados –esos sí- fantasmagóricos?
¿Por qué no preguntarse cuál fue la pócima para que en menos de un mes ya se estén entregando licencias gratuitas? ¿Dirán que las creó Belzebú?
Esas preguntas sí están de espanto. ¿No lo cree?
A mí ya me dio miedo hasta escribirlas, por eso por hoy me retiro a rezar por lo menos un Misterio para poder conciliar mi atormentado sueño.
Hasta mañana, Culto Público, que haré entrega de mis apuntes mismos que le recomiendo no perderse porque le daré detalles y nombres (sí, nombres) de muchos de esos basificados que dejó Xavier Nava, de esos jubilados a los que benefició sin merecerlo, y de todas esas mentiras que desliza el ex alcalde y sus ex funcionarios a través de falsos profetas que resultan ser… sus familiares.
Se le olvida al alcalde y a sus ex colaboradores que simplemente ya no lo son, y que desde el primero de octubre su voz será de interés exclusivamente para los tribunales.
En esta temporada dicen que está bien bonito el clima en España… para el que quiera entender… están a nada de estar en bandeja de plata. ¿Verdad que no es lo mismo ser borracho que cantinero?
Atentamente,
Jorge Saldaña, al que retiraste el saco grande del luto por el portazo sin cariño en las narices del alma. Gracias.
Hoy no hay Bemoles, ya es más de media noche y cuando estoy solo, comienzo a escuchar ruidos tenebrosos… Mañana muchos, muchos comentarios, pero más temprano.
@jfsh007
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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#Crónica | Tres cobertores y una promesa: relato de un camino guadalupano
Francisco avanzó de rodillas con ayuda de cobertores rumbo al Santuario, mientras cientos de historias pasaban a su lado
Por: Ana G Silva
A las 9:17 de la noche, la Calzada de Guadalupe respira una solemnidad que solo se siente en diciembre. El día 12 todavía no llega, pero desde horas antes la fe ya comienza a mover cuerpos, a sostener promesas, a encender velas que iluminan el camino como pequeñas estrellas terrenales.
Frente al reloj junto al Mercado Tangamanga, Francisco se coloca sobre sus rodillas. No hay ceremonia, no hay discursos; solo el silencio íntimo de dos hombres —él y su primo, Alex— que saben que el camino será duro, pero necesario. A unos pasos, su familia organiza los tres cobertores envueltos con cinta, improvisación que la experiencia ha enseñado para que el pavimento, frío y áspero, no hiera más de lo inevitable.
Inician.
Las luces del reloj en este emblemático corredor peatonal quedan atrás; la Caja del Agua se acerca. Los cobertores se colocan, se levantan, vuelven a colocarse. Dos familiares avanzan unos pasos, extienden el siguiente tramo de tela para que Francisco y Alex puedan seguir. Se turnan sin decir palabra.
La Calzada esta noche no es un tránsito: es una procesión viva. Y aunque hay momentos en que otras personas rebasan a Francisco, también hay instantes en que él y su primo pasan frente a peregrinos que han pausado a recobrar fuerzas. Pero nadie compite. Aquí, cada quien camina —o avanza de rodillas— al paso de su promesa.
A los lados, un río de historias avanza en silencio y oración.
Hay quienes caminan sosteniendo un rosario, murmurando avemarías que se pierden entre las luces navideñas. Muchos peregrinan de rodillas: algunos con rodilleras; otros sin nada que amortigüe el dolor; algunos acompañados solo por una persona que les ofrece agua o un hombro; y otros rodeados por familias enteras que avanzan como escudos humanos para protegerlos del tumulto.
Entre los miles de cuerpos alineados hacia el Santuario, aparece un hombre que llama la atención: camina de rodillas con la espalda descubierta, y en ella luce un gran tatuaje de la Virgen que brilla con el sudor y el reflejo de las luces. A su lado, un amigo lo acompaña de cerca, moviendo un cobertor, ayudándolo a incorporarse cada ciertos metros, dándole palabras de aliento mientras ambos escuchan, desde un aparato portátil, canciones dedicadas a la Virgen de Guadalupe. Sus rostros muestran cansancio y devoción en partes iguales.
En distintos puntos se encuentran elementos de Protección Civil, la Cruz Roja, voluntariado de la iglesia, Policía Municipal y Guardia Civil Estatal. Se detienen junto a quienes necesitan descansar; cargan botellas de agua; preguntan por mareos y dolores; algunos alumbran el camino con linternas mientras otros ofrecen palabras de calma. Son pr esencia discreta pero esencial, un recordatorio de que la fe es un acto personal, pero el camino siempre es acompañado.
Y aunque a esa hora el flujo de peregrinos es constante, conforme la noche avanza hacia las 12:00 de la madrugada, la Calzada comienza a llenarse aún más. Cada vez llegan más personas —familias completas, parejas, jóvenes, adultos mayores— todos atraídos por la misma intención: ir al encuentro de la Virgen.
En el trayecto, Francisco sigue avanzando, lento pero firme. Sus familiares continúan el ritual de los cobertores: uno se coloca bajo sus rodillas, otro se prepara metros adelante, un tercero queda listo para el siguiente turno. El tiempo se convierte en una mezcla extraña: a ratos parece detenerse en el peso del dolor y la concentración; a ratos parece correr, empujado por la multitud que pasa, que susurra, que reza.
En ese mar de historias, ocurre una escena que queda grabada:
Una mujer, también de rodillas, comienza a llorar del dolor. Faltan apenas unos 250 metros para llegar al Santuario. Sus familiares intentan darle ánimo, pero sus piernas ya no responden. Paramédicos de la Cruz Roja se acercan de inmediato; revisan su respiración, valoran si puede continuar. Desde la distancia, Francisco alcanza a ver el movimiento, los gestos de preocupación. Por respeto, no se sabe si la mujer pudo seguir o no. Pero la imagen queda como un recordatorio del límite humano… y de la inmensidad de la fe que empuja incluso cuando el cuerpo falla.
Finalmente, después de una hora y cuarenta minutos, Francisco y su primo llegan al Santuario.
Ahí, la imagen cambia por completo: frente al templo no hay silencio, sino un océano de personas que ya aguardan su turno para entrar, para agradecer, para ofrecer un ramo, una veladora, una intención. Algunos llegan caminando, otros llorando, otros con las rodillas marcadas por el trayecto. Pero todos llegan.
Porque aunque cada uno trae su propia historia —un milagro pedido, una promesa, un agradecimiento, un duelo, un deseo de consuelo—, lo que los une es ese movimiento colectivo, esa peregrinación que no se mide en kilómetros, sino en fe.
Y así, en la víspera del 12 de diciembre, la Calzada de Guadalupe vuelve a demostrar que el camino a la Virgen nunca se recorre solo. Se avanza con la familia, con desconocidos que ayudan, con cuerpos cansados que dan ejemplo, con autoridades y voluntarios que cuidan, con música que consuela… y con la certeza de que al final, la fe siempre encuentra su destino.
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Reforma educativa abre paso para que 30 docentes regresen a aula en SLP
La medida deriva de una reciente reforma legislativa que busca proteger a quienes enfrentan acusaciones sin fundamento
Por: Redacción
La Secretaría de Educación del Gobierno del Estado (SEGE) estima la reincorporación de 30 docentes que habían sido separados temporalmente de sus funciones tras enfrentar diversas denuncias. Según varios medios de comunicación, esta medida deriva de la reciente aprobación de una reforma legislativa diseñada para salvaguardar al personal docente.
El titular de la SEGE, Juan Carlos Torres Cedillo, explicó que el objetivo de esta nueva legislación es defender a las y los catedráticos que son señalados sin fundamento por parte de padres de familia o tutores. Si bien los 30 docentes aún no han sido exonerados de manera definitiva, su reincorporación es un paso que se prevé gracias al nuevo marco legal.
El funcionario estatal detalló que cuando existe una acusación contra un maestro, ya sea ante la SEGE o la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), se procede a su separación parcial de la impartición de clases. Torres Cedillo reconoció que este proceso administrativo provoca una carencia de maestros frente a grupo, lo que a su vez genera afectaciones directas a los escolares, quienes pierden continuidad en sus clases.
La reforma legislativa, de acuerdo con las declaraciones del titular de la SEGE, busca mitigar estas afectaciones al proporcionar un mecanismo legal que defiende a los docentes de acusaciones infundadas, permitiendo que la mayoría regrese a sus aulas para continuar con su labor educativa.
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