#4 Tiempos
“Anime Supremacy” o “Me esperaba algo mucho mejor con ese póster” | Columna de Guille Carregha
CRITICACIONES
Como cada año desde 2019, estas son las fechas en las que me llegaba a través de mi correo el recordatorio de que ya estaba disponible el Japanese Film Festival Online de este año. Se trata de una página web en donde se pueden streamear sin costo entre 17 y 24 películas japonesas escogidas de alguna forma en particular por alguna persona que no desea explicar el cómo funcionan sus decisiones. Quizá son las películas más taquilleras de los últimos 3 años, quizás son el watchlist de los organizadores que están buscando una excusa para ver estas películas, o quizá los estudios le dan una cuantiosa suma a la organización para que alguien vea los filmes que pasaron sin pena ni gloria en los cines japoneses para que, de alguna forma u otra, alguien, quién sea, las vea.
Al igual que los últimos 4 años de mi vida, pensaba decir “¡Oh, por Dios! ¡Eso se oye súper chévere! ¡Películas gratis!”, para después acordarme a mediados de septiembre que se me olvidó siquiera ver el catálogo de este año. Sin embargo, dado que la vida laboral no me ha sonreído tanto, me encontré con una cantidad interesante de tiempo libre que podría utilizar en generar dinero, pero tampoco me quise ver tan neocapitalista y mantener un poquito de humanidad aún. Así que, llegó la época de ver cine japonés.
Afortunadamente para las personas mamadoras como yo, solo una de las 24 opciones es una animación. Todas las demás son películas live action que, a veces, no son adaptaciones de un manga o una novela. Muy a veces. Y, aún así, una de las que más llamó mi atención desde el inicio, fue Anime Supremacy!, una que desde el póster prometía que estaría enfocada en la industria del anime. Por supuesto que la vi tan pronto como tuve oportunidad.
Lo único que sabía antes de presionar play, era que iba sobre la creación de anime, así que esperaba que fuera algo parecido a Bakugan, un popular manga acerca de cómo dos amigos de la secundaria hace un manga. Curiosamente, no es tan meta como promete. También asumí que, al ser una producción de Toei (la empresa encargada de animar obras como Dragon Ball o One Piece) no abordaría los problemas reales de las compañías de producción de anime que han inundado Twitter en los últimos años – léase, esclavitud moderna, días laborales de 36 horas, sueldos menores al salario mínimo mexicano, abusos en todas sus variables –, principalmente porque era una producción de Toei, así que nunca esperé que se dispararan en el pie por una película.
Y, sí, ambas predicciones fueron correctas.
En el universo alterno de esta película, en donde el único problema con los trabajadores de la animación es que es un trabajo complicado que, A VECES, no te deja con mucho tiempo libre, pero en donde todos sus participantes viven bien y son reconocidos por su trabajo, nos enfocamos en una mujer llamada Saito quien está a dirigiendo su primera serie prime time de anime. Al mismo tiempo, en el mismo slot, pero en otro canal y otro estudio, uno de los directores de anime más legendarios de los últimos años, también estrenará su nueva serie. La idea es ver su rivalidad de ratings, ver cómo se esfuerzan en lograr sus objetivos y enamorarnos de todos los personajes locochones que nos presentan.
Sin embargo, es una película extraña. Por alguna razón, decidieron contar la historia usando una estructura de anime shonen g enérico, lo cual no funciona tan bien en un entorno de acción real… y también hace que todo sea extremadamente predecible. Esto también significa que los primeros 20-30 minutos son excesivamente lentos para preparar el escenario para esa estructura de historia en particular, y simplemente lanza un montón de personajes aleatorios sin ninguna información visual adicional aparte de un texto en pantalla que dice “este es su nombre y esta es su posición en la empresa”. Es bastante desorientador y me hizo malinterpretar un montón de acciones debido a esto. Afortunadamente, no tuve la suerte de poder subir de nivel mamador cinematográfico e irla a ver a la Cineteca Nacional ahora que la proyectaron, así que podía adelantarme y atrasarme tanto como necesitara para asegurarme de tener todo claro.
La mayoría de los personajes son algo divertidos de ver, especialmente el productor a cargo de llevar a Saito por buen camino, pero hay tantos que van y vienen y tienen tan poco tiempo en pantalla, que es realmente difícil preocuparse mucho por ellos. Especialmente nuestra protagonista, que es excepcionalmente sosa y aburrida al principio. Entiendo que es precisamente para tener el consabido “lograremos todo al final en la última batalla gracias al poder de la amistad” de cualquier protagonista shonen, pero podría haber sido cualquier cosa menos aburrida. Ser meh no es parte del tropo.
La película realmente intenta contar un montón de cosas en solo unas 2 horas de duración, y parece que salta de un lado a otro para acomodar las escenas muy importantes, lo que hace que se sienta apresurada y sin peso muchas veces. Casi como si, no sé, esto hubiera funcionado mucho mejor como un programa de televisión…
Las mejores partes son definitivamente los segmentos animados. Aunque parecen demasiado caros para programas de televisión, incluso para las tardes de shonen en horario estelar.
Y, aun así, es bastante divertida con lo que hay para ver. Definitivamente me gustó que se enfocaran más en el aspecto de “el arte importa cuando viene del corazón” en lugar de centrarse demasiado en el lado económico de hacer dibujos animados cuando se trataba del tema principal, pero suena un poco vacío si realmente sabes cuán terribles son las condiciones de trabajo en Japón para los animadores.
Aunque en calidad de inadaptado social, me pasé casi toda la película ubicando la gigantesca cantidad de referencias y homenajes al anime a lo largo de toda la historia. Jamás especificaré en voz alta cuántas referencias entendí a la primera (más de 12), peo no pude evitar convertir en la imagen de Leonardo DiCaprio señalando algo desde su sillón cuando entendía los chistes.
En resumidas cuentas, está bonita. Aunque no me llenó las expectativas que su póster o título me prometieron, pero si alguien tiene algún leve interés en el anime es una experiencia entretenida.
Lo malo es que terminando el festival posiblemente se vuelva imposible de acceder…
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#4 Tiempos
Pena de muerte | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Imagine que un día, mientras se baña, descubre en alguna parte de su cuerpo –por ejemplo, en la planta del pie izquierdo, aunque bien podría ser en cualquier otro lugar- unos números tatuados que nunca antes había visto. ¿Cómo es que aparecieron allí? Hace usted memoria: ¿quién pudo haberle jugado una broma tan pesada? Y, sobre todo, ¿cuándo y a qué hora, que usted no se dio cuenta?
Como quiera que sea, trata de averiguar el significado de aquella cifra misteriosa. Lee una vez y luego otra vez: 290614. Doscientos noventa mil seiscientos catorce. ¿Y qué quiere decir? Piensa usted en las cantidades de dinero que debe e, incluso, en el saldo de su cuenta bancaria. ¡No, imposible! Por más que ha tratado de ahorrar, nunca le ha sido posible reunir una suma semejante. ¡Ojalá tuviera esa cantidad! Pero no: sospecha que, por lo menos aquí, no se trata de dinero. ¿Y si hubiera que leer la cifra de otro modo, es decir, no de corrido sino por partes? 29-06-14. Así la cosa está más clara. Parece una fecha. ¿Veintinueve de junio del año dos mil catorce? Ahora imagine que, de pronto, lo invaden ciertas sospechas. ¿Y si esa fecha fuera la de su futura muerte?
Sí, eso es: usted ha desentrañado un misterio: esos números que nadie pudo haber tatuado -por la sencilla razón de que, si alguien lo hubiese hecho, usted se habría dado cuenta- son una revelación, algo así como un mensaje. Usted se morirá, pues, el veintinueve de junio del año dos mil catorce. Y cuando ha caído en la cuenta del significado de los números misteriosos, éstos desaparecen y no vuelven a dejarse ver nunca más. Fueron como un relámpago en la noche, sí, y, sin embargo, usted ya sabe…
¿Cómo sería la vida de los hombres si Dios, valiéndose de estos avisos o de otros, nos hiciera conocer el día de nuestra muerte? ¡Que sencillamente no podríamos vivir! Cada mañana nos despertaríamos con la boca pastosa pensando que la fecha fatídica está hoy más cerca que nunca. ¿Cómo vivir en semejantes condiciones?, ¿cómo no pegarnos entonces un tiro en la cabeza? Pero no. Dios, aunque conoce el día y la hora de cada uno, se la calla. Al crearnos, no nos puso en ningún ángulo del cuerpo nuestra fecha de caducidad. ¿Para qué conocerla? ¿Para vivir aterrorizados? Sin embargo, lo que ni Dios se ha atrevido a hacer, los humanos sí que lo hacemos, y hasta con una naturalidad que habría que llamar mejor ensañamiento. Nosotros sí, para castigar a los culpables, los condenamos a muerte y hasta les decimos, armados con el código penal, el día en que deberán ser ejecutados. ¿No es esto salvaje e inhumano? Imaginemos, en efecto, la vida de un hombre que deberá morir el 29 de junio del año 2014… ¿Cómo transcurrirían las horas de este hombre?
Bien, Víctor Hugo (1802-1885), el gran escritor francés, trató de imaginarlo escribiendo una novela publicada en 1829 que llevaba por título El último día de un condenado a muerte. En ella aparece un hombre acusado de asesinato al que la ley está a punto de dar el último golpe. ¿En qué piensa este hombre al saber que sus días están contados? ¿Qué ideas concibe mientras la fecha se aproxima y los minutos vuelan? Para enterarnos es preciso leer la novela. Yo, por mi parte, sólo quiero detenerme allí donde el prisionero, en su celda, se pone a observar las paredes con curiosidad. ¡Va a morir, él va a morir! ¡Y cuantos ocuparon esta misma celda antes que él están ya muertos, y bien muertos, desde hace tiempo! Sin embargo, antes de irse de este mundo escribieron algo en las paredes que era como su último adiós. Se puso a leer…
«¿Qué hacer con la noche cuando aún no despunta el día? Se me ocurrió una idea. Me levanté y paseé mi lámpara por las cuatro paredes de la celda. Están llenas de frases, de dibujos, de extrañas figuras, de nombres que se mezclan y se tapan unos a otros. Parece como si, aquí al menos, cada condenado hubiera querido dejar su huella. Con lápiz, con tizón, con carbón, letras negras, blancas, grises, con frecuencia profundas hendiduras en la piedra, por doquier caracteres oxidados, como si estuvieran escritos con sangre… A la altura de mi cabeza hay dos corazones inflamados, atravesados por una flecha y, por encima, la leyenda: Amor para toda la vida. El desgraciado no se comprometió por mucho tiempo. Al lado, una especie de tricornio con una figurita groseramente dibujada por debajo y estas palabras: ¡Viva el emperador!. Y luego otros dos corazones inflamados con esta inscripción: Amo y adoro a Mathieu Danvin. Jacques. En la pared de enfrente se lee este nombre: Papavoine. La p mayúscula está bordada con arabescos y adornada con esmero»…
La celda que describe Víctor Hugo es la celda de los condenados, sí, y, sin embargo, antes de tomar el camino del cadalso unos hombres dibujaron corazones y escribieron unas cuantas palabras de amor. Amo y adoro a Mathieu Danvin. ¿Quién era este Jacques que, a escasas horas de morir, resumía así las andanzas y quehaceres de toda una vida? Antes de irse de este mundo, Jacques había escrito las palabras decisivas; palabras que nunca leería Mathieu Danvin, pero que él se sentía en el deber de dejar grabadas para siempre. ¡A punto de ser llevado a la guillotina, Jacques declaraba su amor en la distancia a Mathieu Danvin! Por ahora no quiero leer más. Y cierro la novela de Hugo pensando en esto: que acaso lo único que hemos venido a hacer a este mundo es decir unas cuantas palabras de amor, unas pocas, para luego irnos un poco así como los barcos se pierden en la lejanía del mar durante la noche. ¿Que no somos correspondidos? Eso no importa. ¿Que no dio nunca nadie importancia a nuestro afecto? Eso importa menos aún. Nosotros hemos amado, lo hemos dicho y con eso nos basta.
Cuando hemos pronunciado las palabras esenciales, cuando hemos escrito nuestra declaración de amor en una de las paredes de la vasta prisión que es este mundo, ya nada nos falta. ¡Hemos dicho ya lo único que importa decir! Que venga entonces el carcelero: nosotros tendemos las manos hacia él y lo acompañamos a donde quiera llevarnos…
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#4 Tiempos
El secuestro de 7 vidas al barranco | Crónica de Jorge Saldaña
CRÓNICA
Por: Jorge Saldaña
Todos perdieron. En San Luis, a veces la justicia no llega por la puerta grande de los tribunales, sino por la rendija torcida del rencor. Cuatro adolescentes, todavía con el olor a niñez pegado en la piel, decidieron convertirse en verdugos de otro recién salido de la adolescencia. Lo subieron a un Mazda gris como si se tratara de un ritual iniciático: una venganza disfrazada de justicia.
El nombre del capturado era Fidel. Lo golpeaban dentro del auto, le gritaban lo que creían que era verdad: que había embarazado a una amiga, que la golpeaba, que la humillaba y que dejó junto a su hijo a la deriva. Ellos, convencidos de ser vengadores, eran apenas muchachos con un arma de balines que parecía real. Creían portar justicia, pero cargaban sólo una farsa de poder.
En la huida desesperada, Fidel se arrojó del vehículo. No era valentía ni cobardía: era instinto de supervivencia. Saltó, y el destino lo arrojó todavía más abajo, al barranco. El golpe contra las rocas fue la sentencia que ninguno de los adolescentes imaginó, pero todos firmaron con ese acto.
El saldo es un inventario de pérdidas: Fidel perdió la vida en la caída. Los cuatro jóvenes perdieron la libertad, y con ella, cualquier atisbo de futuro. La muchacha, centro invisible de la tragedia, perdió al padre de su hijo y a los amigos que quiso como vengadores. Se quedó sola, con un bebé en brazos y la sombra de un muerto sobre la cuna.
El niño crecerá huérfano de padre, y su madre, huérfana de red. No hay vencedores: sólo cenizas.
La historia parece sacada de una novela de Arriaga: adolescentes que creen en la épica de la violencia, que juegan a dioses con armas falsas, que hacen justicia con las uñas sucias del odio
. El final es tan brutal como inevitable: cuando la violencia se hereda, los hijos juegan con ella.El barrio El Aguaje se quedó con una postal difícil de olvidar: sirenas iluminando la noche, un cuerpo roto en el fondo del barranco, y cuatro chamacos esposados, con la mirada aturdida de quien no alcanza a comprender que la adolescencia terminó en un segundo.
Nadie hablará de ellos en la sobremesa. Nadie los pondrá en canciones. Pero ahí está la historia, un espejo áspero que refleja a al del país entero: un lugar donde la justicia se busca a golpes, donde la violencia se hereda como apellido, y donde hasta los niños cargan con la fatalidad de ser verdugos o víctimas.
En esta tragedia, no hubo malos ni buenos: sólo cinco adolescentes devorados por un mismo monstruo, el de la violencia que crece como plaga en los rincones donde el Estado no llega, pero sí llega Netflix y todas las plataformas con series donde se exalta la violencia como único camino, y la justicia por propia mano como un acto de valentía en una selva que no tiene otra ley que el ojo por ojo y diente por diente.
La pregunta queda flotando como un eco incómodo: ¿A quién le importa?
Simplemente es una corriente y cruda historia más, en la que nadie gana.
Un reflejo del barranco en el que todos estamos al borde.
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#4 Tiempos
El sueño que parecía imposible | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Durante décadas, el fútbol mexicano ha vivido con una deuda pendiente, la de encontrar a ese jugador distinto, capaz de cambiar un partido con una sola jugada, de desatar emociones colectivas y de encender la esperanza de millones. Y de pronto, en medio de la rutina de un campeonato que pocas veces sorprende, aparece un adolescente llamado Gilberto Mora para recordarnos que el sueño sí puede ser real.
Con apenas dieciséis años ya hizo historia. Debutó en la Primera División con Xolos y no fue un relleno, no fue una anécdota, se convirtió en protagonista, dio una asistencia, marcó un gol y rompió el récord de precocidad. Desde entonces, cada vez que pisa la cancha transmite esa sensación de que algo diferente va a ocurrir. Es el tipo de jugador por el que uno prende la televisión o se sienta en la tribuna con la ilusión de ver magia.
Lo extraordinario de Mora no es solo su juventud ni sus estadísticas. Es la manera en que juega con naturalidad, como si la presión no existiera, como si la cancha le perteneciera. Ve espacios que los demás ignoran, inventa caminos en lugares cerrados, toma decisiones que parecen dictadas por un instinto superior. Y lo más impresionante es que ya lo hace con la Selección Mexicana, donde su talento no se disfraza entre adultos, sino que se multiplica. En la Copa Oro lo vimos asistir, competir, atreverse, y ganar un título con una madurez que contrasta con su edad.
El horizonte para Mora es tan prometedor como inédito. Si el proceso se maneja bien, no solo podría disputar el Mundial Sub-17 —ese que corresponde a su categoría natural y donde sería la estr ella indiscutida—, sino que incluso está en condiciones de aspirar al Mundial Mayor , en un salto que pocos futbolistas en el planeta pueden presumir. Imaginarlo jugando ambos torneos, en paralelo, sería confirmar que estamos frente a un fenómeno.
México ha tenido buenos futbolistas, jugadores de época, líderes de vestidor o símbolos nacionales. Pero pocas veces hemos sentido tan cerca la posibilidad de tener a alguien con el aura de un Messi o un Maradona: un joven que no solo juega, sino que transmite la sensación de que su historia puede transformar la del fútbol mexicano. Por eso cada partido suyo parece más grande que el marcador. Porque lo que está en juego es la ilusión de un país entero que lleva generaciones esperando a “ese” futbolista que cambie todo.
Claro, el riesgo existe. La presión mediática, los clubes europeos que pronto tocarán la puerta, la exigencia desmedida de una afición que no suele tener paciencia. Pero si Mora encuentra el entorno adecuado, si logra madurar sin perder la magia, entonces podemos estar al inicio de la historia que tanto tiempo se nos negó.
Gilberto Mora es hoy más que un jugador: es la encarnación de un sueño que parecía imposible. Si mantiene el rumbo, no estaremos hablando solo del más joven en debutar, anotar o asistir. Estaremos hablando del crack que México llevaba décadas esperando, capaz de unir en un mismo calendario el Mundial Sub y el Mundial Mayor, para después escribir la página que nos acerque, por fin, a la eternidad futbolística.
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