mayo 13, 2024

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#4 Tiempos

Como cuando te da culpa ver tanto gusto culposo | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

Espero ser la única persona a la que le pase, pero hay ocasiones en las que, mientras estoy viendo una película, o el siguiente capítulo de una serie, mientras estoy a la mitad de una sesión de juego, o incluso a la mitad del stream de un álbum, sobre todo si siento que estoy disfrutando de dicho producto mediático y me doy cuenta que estoy sonriendo, me brinca a la cabeza la pregunta “¿Y si esta cosa en realidad es malísima y no me he dado cuenta? ¿Y si en realidad me gustan puras cosas horribles? ¿Voy a ser capaz de reconocer algo de calidad si me lo encuentro? ¿O, peor aún, de disfrutarlo?”. Y, digo, espero ser la única persona porque, a decir verdad, no se me ocurre nada más “first world problem” que una nimiedad de este tamaño, pero de que he sufrido este ataque autoinfligido varias veces, lo he sufrido.

A veces, pasa tan seguido que, en vez de una pregunta retórica generada por mi cabeza para hacerme cuestionar mi consumo de media y ser más analítico, más reflexivo o, en su defecto, miles de decibeles menos mamador para recuperar un poco de la humanidad que he perdido a lo largo del camino, se convierte en un peso que siento que voy a tener que cargar por el resto de mi vida. Siento que cada año me gano la medalla de “la persona con el peor gusto imaginable” en la posada de diciembre de mi vida.

Ahora, mucha gente se imaginará que me hago estas preguntas precisamente por el miedo a que la gente se entere el tipo de cosas que me gusta ver/escuchar/jugar y que termine siendo juzgado por la sociedad o algo similar. Creerán, tal vez, que tengo una colección de playlists de Spotify llenas de canciones pop horribles de los 2000 que oculto de mi cuenta principal solo para que no afecte mi wrapped de cada año, o que mantengo mi cuenta de PlayStation en privado para que nadie sepa cuántas horas le dediqué a [inserte aquí juego socialmente aceptado como la cosa más horrible concebida por la humanidad pero que yo ya platiné].

                  LOL.

La verdad es que todo eso me tiene sin cuidado. Nunca me creí todo ese discurso social de los gustos culposos, como cualquier ser humano al que no irónicamente le haya recomendado canciones de Flos Mariae podrá haber notado. Las cosas horribles pueden convertirse fácilmente en la cobijita del tigre que te envuelve el corazón un miércoles por la tarde después de tres juntas que podrían haber sido un e-mail. Mucho más si las pones a todo volumen al final de la junta y observas cómo se contorsionan en tiempo real las caras de todos aquellos que aún mantienen el vestigio de la ideología “mi consumo mediático define mi nivel de asombrosidad” en público.

Porque ahí es donde entra la cuestión importante, ¿qué significa tener mal gusto? Sin importar qué tan mamador se quiera vender uno, siempre de los siempres habrá un grupo de personas que tachen a los demás de tener mal gusto. No importa si solo ves películas polacas con subtítulos en arameo en la Cineteca Nacional, o si te viste con rompevientos y pants formales FUBU para ir a la boda de tu primo segundo. Todo puede ser, y usualmente es, de mal gusto. El mal gusto está ligada a la creencia de que todos somos parte de una élite intelectual o social, que nosotros si le sabemos, y es nuestro deber aleccionar a los demás para que dejen de ser papas inútiles hundidas en el fango de la incultura. Pero este fango bien pueden ser las telenovelas de TV Azteca o la filmografía de Ari Aster. Todo depende de la ventana juzgona por la que nos miren.

Por ejemplo, como cualquier otra persona en este mundo capitalista, también pasé por un par de años en donde me parecía pertinente juzgar a la gente por el tipo de música que consumían. Fue, si mal no recuerdo, por ahí entre 2012 y 2014, más o menos. Durante esos terribles años en los que me estaba formando como la persona más insoportable en cualquiera de mis círculos sociales, cada vez que veía a alguien disfrutando de música EDM o hablando acerca de lo mucho que deseaban ir a Tomorrowland a (engullir la mayor cantidad de drogas posibles mientras se daban la oportunidad de) ver (el set pregrabado de varios) DJs (quienes lo único que hacen es ponerle play al archivo mp3 en una USB mientras se la pasan brincando en el escenario para aparentar un show dinámico, pero que, aún así, crean música electrónica) de talla internacional “en vivo”, aunque intentara no hacerlo tan público, ponía una pequeña cara de asco que indicaba que le había perdido el respeto a mi interlocutor. Todo esto, cabe aclarar, mientras activamente consumía música de Moderatto sin pena alguna, una banda que generaba precisamente el mismo tipo de expresión facial que la que yo me atrevía a exponer en público, pero de la cual no me creía merecedor.

Por alguna razón, no solo me parecía de mal gusto que alguien estuviera tan embelesado por lo que, debatiblemente, era la música más popular de la época, sino que me levantaba el ego el saber que yo no era parte de ese grupo de personas. Para mi percepción alterada de “recién adulto que se cree que sabe cosas”, todas estas personas se habían convertido en seres inferiores al aceptar disfrutar de este producto, sabiendo perfectamente que, si tanta gente consume y hace popular a un producto, debe ser porque les genera algo; porque está cumpliendo, por lo menos, un objetivo tan sencillo como traerle algo de felicidad.

Ahora, quizá sea una cosa hecha con las patas y que carezca de cualquier índice de calidad marcado por las definiciones más vagas y escuetas concebidas por la humanidad, pero esa es una discusión distinta. Lo popular no tiene que ser bueno, y lo bueno no necesariamente es popular.

En otras palabras, me había convertido en un boomer que odiaba todo lo nuevo porque “no era igual a lo que se hacía en mis tiempos”, y todavía ni siquiera llegaba al primer cuarto de siglo de existencia. Un asco de persona. Tampoco es como si sirviera de algo el haberme convertido en eso. Mi expresión de repugnancia nunca cambió la mente de nadie, a menos que el aplicarme el “cortar a esa persona tóxica de mi vida para poder disfrutar de lo poco que me hace feliz en esta terrible existencia llamada vida” se pueda considerar como el objetivo principal de denigrar en silencio a gente por hacer algo tan irrelevante para el mundo como el escoger ciertos archivos mp3 por encima de otros. No es como si fueran simps de Elon Musk o seguidores del Temach. Nada más pensaban que Infected Mushroom si estaba chido y eso, además de a sus orejas, no le hacía daño a nadie.

El problema radicaba en dos puntos importantes: el primero, que estaba en modo “odia todo lo popular para ser más popular”, cosa que nunca funcionó, y el segundo, y más importante, juzgaba a la gente por consumir tal o cual producto mediático en vez de juzgar al producto en sí. O sea, el problema no es que tu tía, la de los imanes, te recomiende leer Padre Rico, Padre Pobre porque le pareció una lectura interesante con ideas que podrían servirte en el día a día. El problema es que a alguien tan deleznable y elitista como Robert Kiyosaki le hemos permitido tener tanto poder de permeación en la cultura popular. El problema no es que ya hayas leído Cañitas siete veces por puro gusto, y porque quieres ver si las diferentes ediciones tienen algo distinto entre sí. El problema es que la SEP lo tenía en la lista de lecturas aceptadas para leer en secundaria.

Se odia al pecado, no al pecador, como (asumo) diría el Padre Peñaloza.

Entonces, mi pregunta de “¿tendré mal gusto?” no va hacia el qué dirán, sino, más bien, me preocupa que con una existencia tan finita como la nuestra, en donde no se puede legislar la idea de que un mexicano promedio no pueda trabajar más de 78 horas semanales “porque se nos desploma el PIB”, en donde tenemos como dos horas libres cada semana para “ver a los amigos, dormir, ver películas, limpiar la casa, hacer trámites en el banco y reponer la INE que se nos perdió en 2018”, esté gastando mis tiempo finito de esparcimiento en productos chafones, cuando podría estar consumiendo cosas que realmente me parezcan excelentes. ¿Qué tal que, al final, me dé cuenta que gasté mi vida intentando encontrar una comedia mexicana post-2010 que sí de risa en vez de cringe, cuando podía nomás darle chance a las de Carlos Enrique Taboada? ¿De verdad necesito ver la segunda temporada de ese isekai animado a siete cuadros por minuto nada más porque ya vi la primera, en vez de ver las películas nuevas de Evangelion? Cabe aclarar que existe la posibilidad de que termine odiando estas cosas socialmente mejor calificadas, pero ¿cómo me voy a dar cuenta si no les doy oportunidad? Lo peor que puede pasar es que tenga algo nuevo a lo que odiar.

Estando casi en 2024, creo que debería de dejar de existir la categoría de gusto culposo – eso es un término inventado por los metaleros trve para hacer sentir mal a quienes oyen literalmente cualquier otro género musical –, pero no puedo negar que también me preocupa que toda mi dieta audiovisual se haya convertido en gustos culposos últimamente. ¿Y si tal vez sí consumo pura media mediocre?

Total, todo esto lo escribí para decir que gasté casi 140 horas de mi 2023 platinando Marvel’s Avengers en mi PS4 y no me da pena aceptarlo. Es más, hasta lo volvería a hacer.

Necesito ayuda.

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#4 Tiempos

Campañas calurosas | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

De acuerdo al juego de la lotería, ¿qué tan pobres debemos ser los mexicanos para que nos den semejante y despiadada cobija?

Hijos de “cuando calienta el sol aquí en la plaza”: Es viernes de festejar a las que nos dieron su vida su amor y su espacio, como diría la clásica melodía diezdemayera, pero también es viernes de apuntes que se entregan ahora, justo cuando ya bajó el sol.

Esta entrega, si me lo permite usted, esta integrada por seminotas o “semitonos”por Bemoles, pues. Para poder abordar temas variados, como canasta de taquitos en sudor: hay de todo.

Viene Claudia Sheinbaum

En exclusiva le adelantamos que la aspirante a la presidencia por Morena vendrá la capital potosina entre el 15 y 25 de mayo como parte de su gira de cierres de campaña.

Muy probablemente el escenario para su masivo sea el estadio 20 de Noviembre (al que habrá que valorar minuciosamente por la seguridad tanto de la aspirante como de los 15 mil asistentes que se esperan). Esta será muy seguramente la última vez que pise SLP en su calidad de candidata, y será ocasión para que sus aliados candidatos, tanto verdes como guindas, se comporten a la altura porque tendrán que compartir evento tanto los que van juntos, como los que no van revueltos.

Encuestas

Respecto a las preferencias electorales al Senado de la República, estos días circularon dos encuestas, la del periódico Reforma, que fue la que tuvo mayor penetración, y la de Arias y asociados.

La primera coloca al Partido Verde, con una ventaja de casi 20 puntos respecto de la formula de la alianza PRIAN, misma que está empatada según el estudio, con la fórmula de Morena. Lejos el PT.

Otra encuesta que circuló fue la de Arias y asociados, en la que también ponen un primer lugar al Verde, en segundo al PRIAN y en tercero, pero con una marcada diferencia, a la fórmula de Morena.

Hay que destacar en el análisis de estos ejercicios demoscópicos que la fórmula verde de Ruth y Gilberto comenzó esta carrera en tercer sitio, y que por cada punto que perdió la fórmula de Morena, de Rita y Nacho, como la de Verónica y Jaime, fueron los mismos que ganaron los del verde, que remontaron y aplicaron aquel viejo adagio “Caballo que alcanza gana”.

Para este caso, ya el caballo los alcanzó y los rebasó por casi 20 puntos. Al menos en este momento.

Pero… no solo de encuestas vive el hombre.

Y es que hay que recordar que la movilización que los políticos llaman del “día D” también cuenta (cuánta soberbia como para comparar una elección al desembarco del 44, pero bueno)

Lo mismo que la suerte que han corrido algunos candidatos a alcaldes y diputados locales, que han dado la sorpresa y que están moviendo las preferencias.

En todo caso, y desde la humilde opinión de este espacio, la elección del senado se convertirá en una de tercios, y es justo ahí donde se encuentra la apuesta más grande y que explico en el siguiente Bemol:

“No es lo mismo me río en el baño, que me baño en el río”.

Hay que revisar el lugar donde se esconde el diablo, es decir, los detalles: no es lo mismo que llegue al senado en primer lugar la fórmula del Verde a que llegue en primer lugar Morena, aunque ambos sean aliados de Sheinbaum.

Tampoco es lo mismo que la mayor cantidad de votos que se aporten para la candidata presidencial sean del Verde, a que sean de Morena.

Este par de “pequeños detalles” alteran tableros tiros largos de frente al próximo sexenio federal y por supuesto, rumbo a la elección del 2027 en San Luis Potosí.

Aunque el Plan C sea un éxito, serán ese par de consideraciones, las que definan en la realidad “quién ganó” en San Luis.

¿Y Verónica Rodríguez?

Aunque lo niegue tres veces antes de que cante el gallo de la pasión, o digan una y mil veces una verdad a medias, la realidad es que la candidata, mi amiga, y su supuesto (subrayado y con negritas) “enemigo” Xavier Azuara, saben perfectamente que la asamblea permanente del PAN del 22 de enero, fue un tremendo desastre,

y que ella ni siquiera fue votada por sus compañeros panistas.

Pero sobre todo, saben que tarde o temprano el CEN nacional o local, tendrá que entregar por una u otra vía el acta en la que consta que David Azuara fue vencido por Santiago Zamanillo y que en el caso del Senado, se burlaron los derechos de una empresaria, Imelda Martínez, a la que invitaron para simular una cuota ciudadana.

Al final de cuentas, seguramente repondrán el proceso y seguirán siendo candidatos tanto Vero como David (si es que no antes el tribunal de la sala de MTY los tumba) pero ¿a qué precio? ¿Será que se prefiere ganar a pesar de lo que sea, a perder con dignidad?

Con claridad hay que decir que el asunto no está cerrado y que la fórmula sigue en la jugada.

Superar el empate técnico con Morena es su misión en estos últimos 20 días de campaña, y convertirse en primera minoría (que es como ganar perdiendo) es el único escenario en el que Verónica Rodríguez podría asegurar su escaño en el senado. Ya veremos si Morena se deja. Hay que recordar aquel refrán: “lo que mal empieza, mal acaba”

Morales

Paseando por el muy seco parque de Morales se me ocurrió que una estrategia retorcida para polarizar, apretar los números, influir en la percepción, abrir la caja de Pandora de las especulaciones y sacar taco de raja política electoral, sería la de ocasionar un escenario de enfrentamiento abierto entre el gobierno estatal y el gobierno municipal (el de Galindo con licencia, no con el de Daniela que es de “te lo encargo tantito”)

Lo que no se me ocurrió, ni me pude contestar es ¿a quién beneficiaria dicho enfrentamiento y como para qué?

Yo creo que ni Ricardo el gobernador, ni Galindo el alcalde con licencia, tienen ni tiempo ni ganas de distraerse en afrentas o infiernillos de caja de cerillos.

Más paseo

En el mismo paseo, pero ya rumbo a la colonia Polanco (como por Nereo Rodríguez Barragán) también se me ocurrió en contraparte, que la elección podría cambiar de matiz y de rumbo, si se deja ver la posibilidad, real o ficticia, de un rompimiento entre el grupo de Sonia con el grupo del partido que la propone.

Lo bueno que ninguno de los escenarios fueron reales. Prometo ya no pasear tanto y ponerme a trabajar.

Para terminar, una duda:

¿Por qué razón se cambió al suplente del candidato al V distrito federal, Daniel Guillén?

Desde hace unos pocos días, su nuevo suplente es Eloy Franklin Sarabia, actual dirigente del partido que, por cierto, tiene un gusto exquisito en el uso de sus calcetines.

Si alguien sabe la respuesta, que me la diga.

Hasta la próxima mi muy querido y Culto Público.

Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Tres tipos en el estadio | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Siempre es bueno recordar que se dijo que hay tres tipos de asistentes a un estadio cuando ahí se practica el futbol.

Primero hay que señalar al más importante, el aficionado, ese que va al estadio pagando un boleto, ese que va a disfrutar (o a enojarse, depende sea el caso) mientras muy probablemente toma alguna bebida y come algún banquete de tribuna, el aficionado grita, se emociona, se enoja, celebra pero sobre todo convive, se vuelve uno con la masa y puede intentar ser crítico aunque muchas veces solo alcanza el estatus de criticón. El aficionado es el más importante porque es el motor del espectáculo, sin el aficionado que paga un boleto, no podría esto existir.

Después viene el hincha, ese que va al estadio sintiéndose el jugador número 12, tienen sus rituales e incluso se sienten tan protagonistas que piensan que los triunfos llegan gracias a su “awante”, el hincha no escatima en aliento, canta, brinca, ondea banderas y exige a otros que hagan lo mismo, como si dejando de brincar fuera lo necesario para perder un partido. El hincha no entiende razones, solo quiere ganar, no le importa como, solo quiere celebrar los goles que muchas veces ni ve, está tan preocupado por alentar que se pierde la mayoría de las jugadas.

Por último está el conocedor, ese que prefiere estar en las cabeceras del estadio para intentar entender el parado de los dos equipos, ese que es metódico y estudioso, ese que se pone a adivinar el siguiente cambio o el porque el equipo rival juega con doble nueve y nosotros con linea de 5. Contrario al aficionado, el conocedor descifra las cabriolas en le ballet, mientras el aficionado solo aplaude, este las califica. El conocedor está más allá del bien y el mal, no se enoja, analiza, no grita, conversa del campo y cuando cae un gol, se limita al aplauso o a tan solo negar con su cabeza.

Ojo con estos, los tres son entes separados, no se pueden mezclar, sin embargo, una misma persona puede experimentar dos o hasta las tres personalidades en diferentes tiempos de un partido, al final, el corazón no se gobierna, y estalla a la menor provocación.

Esto que usted acaba de leer, es uno de los tantos pensamientos que alguna vez compartió Cesar Luis Menotti, el flaco campeón del mundo en 1978 que volvió a ser artífice del campeonato de 2022.

Se fue un grande, tal vez el más grande de la historia moderna del futbol argentino, Menotti deja un legado lleno de anécdotas, frases, enseñanzas y sobre todo, amor y pasión por el futbol, aplausos de pie, para el flaco, ovación completa para Don Cesar Luis Menotti.

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#4 Tiempos

Mentiras, engaños y sonrisas digitales: la farsa de “What Jennifer Did” | Columna de Guille Carregha

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CRITICACIONES

 

Netflix, aquel bastión de buen gusto e interés por mantener la calidad y lo artístico de las producciones audiovisuales, aquella compañía que sigue empeñándose en darle trabajo a Zack Snyder y Luis Estrada porque son excelentes cineastas, acaba de lanzar OTRO documental de crimen real hace poco. Novedosa, la jugada, lo sé. Especialmente para Netflix. La diferencia, además de la falta de calidad en la investigación (a la cual ya nos tienen acostumbrados a este punto), es la inclusión obscena y forzada de fotografías de la criminal en cuestión generadas vilmente por una Inteligencia Artificial. Y ni siquiera se trata de imágenes de eventos que nadie estuvo ahí para capturar, sino de tres fotografías de Jennifer Pan sonriendo. Y ya. No “sonriendo en un lugar específico que es importante para conocer el contexto de…”. No. Solo “sonriendo.”

Así que, tras haberme tragado los 90 minutos de algo que podía haber sido un video de YouTube de 29 minutos, procederé a despotricar en contra de este documental utilizando palabras que DEFINITIVAMENTE si escribí usando mis dedos para presionar cada una de las siguientes teclas.

Este 2024, Netflix nos presenta otra joya del género del crimen real con What Jennifer Did. Y, por supuesto, nada dice “verdad” como una sonrisa generada por inteligencia artificial, ¿verdad? Sí, porque si hay algo en lo que confiamos en esta vida, es en la autenticidad de las imágenes creadas por computadora. ¡Por supuesto, Netflix, gracias por recordarnos que la realidad es solo una ilusión!

¡Ah, la vida de Jennifer Pan, un melodrama hecho realidad! Se nos presenta como una joven que simplemente quiere encajar en el molde de la normalidad, pero oh, cómo le duele que la manipulen. Es como una tragedia griega, solo que con un toque de modernidad y un montón de mentiras.

Jennifer anhelaba la normalidad, pero la vida le tenía reservada una montaña rusa de emociones y manipulaciones. ¡Pobrecita! ¿Quién no querría vivir una vida normal, sin la constante presión de ser algo que no eres? Pero, por supuesto, sus padres eran unos tiranos emocionales que la controlaban y la manipulaban, especialmente cuando descubrieron su romance con un narcotraficante. ¡Cómo se atrevieron a interponerse en el amor verdadero de Jennifer!

El dolor de Jennifer era palpable mientras luchaba por liberarse del yugo de la opresión parental. ¿Cómo podía ser feliz si no podía seguir su corazón y estar con el amor de su vida, un traficante de drogas? ¡Es inhumano! Su corazón anhelaba la libertad, pero sus padres la mantenían encerrada en una jaula de expectativas y juicios.

Así que, obviamente, lo único que se podía hacer era mandar matar a los papás. ¡Claro, cómo no! Cuando la vida te da limones en forma de padres estrictos y narcotraficantes prohibidos, ¿qué más se puede hacer? ¿Dialogar? ¿Buscar ayuda profesional? ¡Por favor! La única solución lógica era conspirar para acabar con la vida de quienes se interponían en su camino hacia la felicidad. Es el clásico “matar o ser matado”, ¿verdad? ¡Qué dulce ironía!

Y mientras la trama se desarrolla y los detectives desenmarañan el ovillo de mentiras de Jennifer, nos encontramos preguntándonos si realmente podemos confiar en cualquier cosa que veamos en este documental. Si Netflix se atrevió a fabricar esas imágenes tan simplonas, ¿qué más no pudo haber falseado? ¿Los detectives entrevistados son actores pagados, o son los detectives reales del caso? ¿Son estas imágenes reales o simplemente un sueño digital? ¿Estamos viviendo en “The Matrix” y nadie nos dijo?

Pero antes de que nos quedemos demasiado envueltos en esta comedia de errores, llega el momento de la sentencia.

Jennifer, la estrella de la función, finalmente enfrenta las consecuencias de sus actos.
Y aunque la justicia puede ser ciega, parece que tiene una vista bastante clara cuando se trata de tratar con una mujer que trama el asesinato de sus propios padres. ¡Ah, la dulce ironía!

Ahora que hemos explorado la superficie de este oscuro drama, es hora de sumergirnos en las aguas turbias de la desconfianza. ¿Qué podemos realmente creer en este mundo de imágenes falsificadas y testimonios contradictorios? ¿Es What Jennifer Did una ventana a la verdad o simplemente una ilusión diseñada para mantenernos pegados a nuestras pantallas?

Las preguntas abundan mientras examinamos cada detalle de la vida de Jennifer Pan. ¿Cómo pudo llevar a cabo sus engaños con tanta facilidad? ¿Y quiénes son los verdaderos culpables detrás de esta farsa? ¿Son los sicarios meros peones en el juego retorcido de Jennifer o hay más en juego de lo que parece? Cada respuesta parece conducirnos a más incertidumbre, más confusión y más desconfianza en todo lo que creíamos saber.

A medida que nos adentramos más en las profundidades de What Jennifer Did, nos encontramos confrontados con una pregunta fundamental: ¿qué es real y qué es ficción? Las imágenes generadas por IA nos recuerdan constantemente que la línea entre la realidad y la fantasía es cada vez más borrosa. ¿Podemos confiar en lo que vemos? ¿O estamos siendo manipulados por una narrativa cuidadosamente construida?

La duda se apodera de nosotros mientras navegamos por las aguas turbulentas de este drama criminal. ¿Son las palabras de Jennifer confiables o son solo más mentiras diseñadas para engañarnos aún más? ¿Y qué pasa con los testimonios de los testigos? ¿Son verdaderamente imparciales o están teñidos por prejuicios y agendas ocultas?

En resumen, What Jennifer Did es un recordatorio vívido de que la realidad puede ser más extraña que la ficción. Desde las mentiras más simples hasta los planes más elaborados, este documental nos muestra hasta dónde puede llegar la depravación humana cuando se siente acorralada. Pero antes de que te sumerjas en este océano de engaños y desesperación, permíteme ofrecerte un consejo: ¡no lo hagas! ¿Por qué perder tu tiempo con imágenes generadas por IA y una historia que podría ser tan real como un unicornio volador? Ahorra tu energía para algo más digno, como ver crecer el césped o contar las baldosas del baño. Tu cordura te lo agradecerá.

Vaya, qué cansado es ser una persona creativa que decidió activamente dedicarse a algo como, no sé, escribir, y tener que pensar cada una de las palabras de las oraciones que escribes. Sin duda, una cosa más cansada, no hay. Pero, por suerte, siempre se siente la inyección de adrenalina que te da el saber que tú hiciste todo sin ayuda de ninguna máquina. Gracias, Netflix, por enseñarnos este tipo de valiosas enseñanzas.

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