octubre 22, 2024

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Cats (2019) | Columna de G. Carregha

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Criticaciones

 

           “¿Ya viste CATS?”

            “Sí, ya, ya la vi.”

            “¿Y qué tal? ¿Está buena? ¿La recomiendas?”

            “No sé.”

            “Pero ya la viste, ¿no? ¿Cómo no vas a saber si es buena o no?”

            “Precisamente por eso, porque ya la vi.”

Muchas personas cometimos el error inicial de definir CATS como una película, un simple ejercicio audiovisual producto de una cadena humana que incluye productores, inversores, directores y talento artístico. El hecho de haber sido proyectado en cines fue, quizá, el detalle que llevó a miles de almas inocentes a catalogarla como tal, pero cometimos una equivocación. CATS no es una película, no es una adaptación cinematográfica de un musical de Broadway, mucho menos un ejercicio metafórico contenido en escenas editadas para aparentar formar una trama. CATS no es ni siquiera una suma de las partes que la componen. CATS es, al mismo tiempo, maldad y bondad, unidas en un balance tan perfectamente imperfecto que desestabiliza al universo mismo con su presencia. CATS es algo que debe evitarse a toda costa, pero que también deber ser consumido. CATS es la bombilla mortal a la que se acercan los humanos polillas al sentir la titilación de saciar su curiosidad. CATS es la solución a la pregunta “¿de qué se trata Evangelion?”.

No me queda duda alguna de que es humanamente imposible describir CATS con palabras tan triviales como “buena” o “mala”. La existencia misma de CATS desbanca algo tan banal como las palabras mismas, las desbanca por mucho. Es un objeto etéreo al que no se le pueden añadir adjetivos calificativos de ningún tipo, puesto que no puede ser comprendido haciendo uso de ninguno de los cinco sentidos que limitan al ser humano. Sólo puede describírsele, dar indicios de qué es lo que se puede esperar de ella, pero, de nuevo, las palabras fallan. CATS es una experiencia personal y colectiva capaz de dejar de lado cualquier pretensión de estilo de vida para adjudicarse la propiedad mística del cerebelo de quien la observe sin protección ocular. CATS, véasele por donde se le vea, no es disimilar a un ente interdimensional, de esos que aparecen una vez cada generación, que decidió bajar hasta nuestro planeta, irrumpiendo en la sociedad sin previo aviso y desapareciendo sin dejar rastro alguno más que las cicatrices que dejó en la mente de todo aquel que pudo observarle.

CATS es una aflicción, una enfermedad que se contagia a través de pantallas de video. CATS es la maldición que presagiaba The Ring. Es una ETS cinematográfica que se transmite sin contacto humano, y solamente activada cuando existe el consentimiento expreso de quien se sabe acreedor a todos los síntomas inherentes de observarla. CATS es una tortura voluntaria que rebasa los límites establecidos por la ONU y que, al mismo tiempo, jamás alcanzará el estatus de ilegal. CATS es el castigo que te aplican tus padres cuando se enteran que dejaste de ir a la universidad hace dos años.

Lo que se presenta ante cualquier persona lo suficientemente valiente como para acceder a intercambiar dos horas de su vida y una porción de su sanidad a cambio de ver esta experiencia audiovisual es equiparable a tener un viaje astral sin salir de tu cuerpo terrenal. CATS es un trip de DMT capaz de renovar el alambrado público entre las neuronas de cualquier individuo hasta convertir a la audiencia en seres de luz que nada tienen que ver con las sombras humanas que entraron a la sala. Es el reflejo del nuevo tú en el que no te querías convertir pero que no puedes evitar. CATS es la droga que merecemos, no la que necesitamos.

CATS es lo que sucede cuando se le dan millones de dólares de presupuesto a un programa de inteligencia artificial entrenado a base de imágenes abstractas de animales inexistentes al ritmo de un teclado atonal. CATS es la culminación de cada filtro de Instagram, de cada Tik Tok compartido a lo largo y ancho del universo conocido, un intento de acercarse a las generaciones venideras por los espíritus de personas cuyos cuerpos nacieron sin alma durante la década de los sesenta. CATS es la prueba fehaciente de que existe un fetiche más allá de los furrys que jamás pudimos imaginar.

Ver CATS es equiparable a encontrar el switch de encendido de un cerebro humano y pasar minutos interminables prendiéndolo y apagándolo, manteniendo al alma en un estado constante de no saber si está viva o muerta, de saber si es hora de dejarse ir o continuar aferrándose a la existencia terrenal. Tener las escenas de CATS grabadas en tu memoria es una sentencia de felicidad por siempre eludida. Quien ve CATS es alguien que ha visto al abismo de frente y se dejó consumir por él.

Según el calendario, el día que el destino me llevó a ver CATS en el cine fue el 28 de diciembre de 2019. Según ese mismo calendario, han pasado poco más de dos meses desde la muerte de esa fecha. A pesar de la distancia espacio-temporal que me separa de ese instante de mi vida, no soy capaz de formar una opinión respecto a lo que atestigüé sobre la pantalla de cine aquel día

.

Puedo asegurar que no me encontraba ni remotamente privado de mis facultades mentales por algún tipo de sustancia ilegal o por falta de sueño. Durante todo el trayecto visual realizado entre el primer anuncio de Cinépolis y los créditos finales parpadeé incrédulo un promedio de dos veces por minuto, incapaz de alejar mis ojos de lo que se que estuviera transpirando frente a mí. Absorbí en su totalidad todo el contenido audiovisual que me ofrecía. Atestigüé todo. Recuerdo cada maldita escena intrascendental, llena de paja digital casi a la perfección. Cada detalle, cada cara humana superpuesta sobre cuerpos amorfos que no son ni de humano ni de gato, cada hebra de pelo en CGI, cada pedazo de utilería exagerado para crear la apariencia de que todos los “seres humanos” en pantalla mide menos de cincuenta centímetros.

Observé minuto tras minuto la existencia de seres a quienes se les podía catalogar como femeninos gracias a las formas de sus senos humanos escondidas detrás de pelaje inamovible cantando melodías de nada. Soporté ráfagas de subtítulos desfasados lingüísticamente por traductores que prefirieron copiar y pegar el texto oficial de la versión mexicana de una obra de teatro antes de hacer su trabajo. Pasaron frente a mis pupilas incontables ejemplos de seres que tenían la dicha de llevar artículos de ropa sobre su persona, implicando la desnudez completa de aquellos que no. Quedé perplejo, mi ser por siempre destrozado, al capitular el éxodo de inconsistencias al encontrarme con un ente que llevaba puesto un abrigo de su propia piel por encima de su piel, misma que, a su vez, era también un abrigo de piel.

Perdí mi asimiento a la realidad misma ni bien pasados los diez minutos de proyección. Fue allí cuando se presentó ante mí un supuesto gato con cara humana que procedía a engullir cucarachas de tamaño real que, al igual que ella, presumían caras humanas. Acababa de presenciar un acto de snuff transpirar ante mis ojos, pero la música y la cinematografía buscaba obligarme a considerar esto como un momento lleno de magia para toda la familia. No pude seguir su juego, no en esa ocasión, no cuando se repitió el hecho una segunda vez.

CATS es la antítesis del entretenimiento. CATS es visualmente inverosímil, un torrente de imágenes literalmente increíbles y a las cuales les faltaron dos meses de renderización. CATS es una oda a los peligros de los efectos especiales y, al mismo tiempo, la razón por la que docenas de talentosos artistas digitales perdieron su trabajo al entregar precisamente lo que el director les pedía. CATS es culpable de que cientos de personas perdieron el sueño – ya fuera trabajando incansablemente en crear pesadillas en tercera dimensión en busca de un sueldo que jamás llegaría, ya fuera intentando procesar la información obtenida en una sala de cine que por siempre viviría entre sus recuerdos. CATS es una apología a las malas prácticas de la animación, la razón por la que Tom Hooper nunca volverá a encontrar trabajo en el mundo del entretenimiento. CATS es nada y todo a la vez.

CATS es un proceso de iniciación. CATS es la obligación visionada de todo ser humano. No existe en este mundo algo que tome tu cerebro entre sus sucias manos con tanta fuerza, y no haga más que violarte mentalmente sin importarle las secuelas que puedan existir.

No creo que pueda vivir lo suficiente para que las imágenes de CATS en mi mente se asienten lo suficiente como para que, finalmente, pueda decidir si me gustó o no.

Porque, sencillamente, CATS es.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole. Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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Opinión