#4 Tiempos
La hora exacta | Columna de Juan Jesús Priego
Letras minúsculas
Las puertas del metro de Nueva York debían permanecer abiertas sólo 45 segundos en cada estación: así lo habían establecido las autoridades ferroviarias. En 45 segundos todos los usuarios tenían que bajar y subir. Y antes de abandonar cada estación para pasar a la siguiente, un micrófono interno decía: «Que nadie impida el cierre de las puertas, por favor».
Pero siempre había alguien que lo impedía y el metro llegaba todas las mañanas a Manhattan con uno o dos minutos de retraso. ¡A Manhattan, donde el tiempo es oro! Se pidió entonces a un grupo de expertos que estudiaran la manera de evitar tales pérdidas de tiempo, y éstos, tras varios días de trabajo intensísimo, concluyeron lo siguiente:
1) la voz del micrófono era demasiado gentil, y la gentileza no siempre produce obediencia;
2) era necesario que los usuarios del metro supieran que no obstaculizar el cierre de las puertas era una orden más que una súplica o un ruego;
3) en consecuencia, había que cambiar la voz implorante por otra mucho más enérgica y autoritaria (el por favor bajo ninguna circunstancia debería volver a pronunciarse).
Únicamente tomando en cuenta todo lo anterior el metro podía llegar a Manhattan a la hora señalada en los tableros.
Ya desde principios del siglo XX, Nueva York y el transporte público habían dado mucho de qué hablar a los observadores atentos. ¿Por qué tanta agitación? He aquí, por ejemplo, lo que escribió acerca de este asunto don Julio Camba (1884-1962), el gran humorista español: «Hurry up! (¡pronto, apresuradamente!) es el grito que se oye en todas partes. Los trenes metropolitanos sólo se detienen algunos segundos en las estaciones, y hay que tener los codos muy fuertes si se quiere entrar o salir. Por lo demás, este tacto de codos parece estar aquí completamente admitido. Si un desconocido le pisa a uno, uno le pisa a él o pisa a otro cualquiera, y en paz. Las excusas serían demasiado dilatorias» (Un año en el otro mundo).
En efecto, ¿por qué tanta prisa? En un bello libro acerca del tiempo escribió hace poco Anthony Aveni el famoso antropólogo y astrónomo estadounidense, que «la búsqueda de la hora exacta podrá ser inscrita en la historia como la más grande obsesión del siglo XX». Lo cual, sin duda, es verdad. En la antigua China el conocimiento de la hora era un privilegio del emperador, y era él quien fijaba el calendario y determinaba la importancia de los días. El tiempo pertenecía a los dioses –o a sus delegados-, y el pueblo no tenía para qué conocer sus misterios. Por demás está decir que el pueblo, a pesar de todo, no se lo pasaba tan mal.
Ni siquiera para los occidentales, por lo que se sabe, el conocimiento de la hora exacta fue algo que produjera algo así como sentimientos de euforia. En el siglo II a. C. –según cuenta Aulio Gelio en sus Noches áticas-, cuando los científicos de entonces trazaron en Roma una meridiana con el fin de calcular con cierta exactitud el paso del tiempo, recibieron de Plauto (259/251–184 a.C.), el famoso comediógrafo, la siguiente imprecación: «¡Maldigan los dioses a aquellos que por primera vez se pusieron a dividir el tiempo! ¡Sea también maldito el que trazó una meridiana en estos lugares, cortando así mis días en pequeños fragmentos!».
Los primeros relojes no eran tan exactos como a veces creemos que eran: daban únicamente las horas; pero, a partir del siglo XVI, empezaron también a tocar los cuartos de hora, lo cual, si se mira bien, era toda una revolución. Mediante esta nueva medición del tiempo –con divisiones cada vez menores- se invitaba a los hombres a apresurarse para no perderlo, es decir, a vivir de prisa. Con el resultado triste de que a nosotros, nietos de la revolución industrial, hijos de la electrónica y hermanos del artefacto digital, la hora exacta nos tiene obsesionados. Vivir a contrarreloj, como se dice, ha llegado a convertirse en la nota distintiva de nuestro estilo de vida.
Pero, ¿para qué y a qué precio? No hablemos de enfermedades cardiovasculares, de alta presión o de angina de pecho, sino únicamente de esa humilde virtud llamada amabilidad o cortesía. Los trabajadores de Manhattan sólo podían llegar a tiempo quitándole el por favor a la única voz que se dirigía a ellos mientras viajaban: prefirieron una orden militar a cambio de no perder dos minutos o, a lo mucho, tres.
¡Cuántas cosas habremos perdido en la vida por ganar unos cuantos segundos que después se nos fueron sin saber cómo! ¡Cuántas amistades frustradas, cuántos encuentros desaprovechados por no saber estarnos quietos a pesar de nuestra agitación interior!
Me decía alguien hace poco un amigo al presentarme a su esposa: «Mire, ella es mi mujer. ¡Ah, si supiera usted que casi estuve a punto de no conocerla! Me la presentaron en una reunión a la que no pensaba asistir por quedarme en casa acabando unos planos que debía entregar al día siguiente. Pero como un amigo se obstinó en que lo acompañara, no tuve más remedio que ir con él. Y, claro, allí estaba ella»…
La esposa me sonrió con dulzura y dijo: «Y yo, por mi parte, aquella noche ya estaba por marcharme cuando alguien me detuvo para decirme no sé qué, de modo que no tuve más remedio que quedarme, y ya ve usted lo que sucedió. ¿Se imagina lo que habría pasado de no aceptar haberme quedado unos minutos más?». Y yo le sonreí a mi vez como diciéndole que lo imaginaba. La vida es así. Las mejores cosas de la vida nos las da Dios sólo en tiempos de calma, es decir, cuando hacemos poco caso del reloj y nos limitamos a dejar -sin impaciencia- a que el tiempo pase: únicamente, para decirlo ya, cuando se da una oportunidad a lo imprevisto.
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#4 Tiempos
Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…
Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».
Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!
Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».
Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…
Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».
Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.
¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída , el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».
¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».
Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!
Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.
Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».
Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.
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#4 Tiempos
Se acabó el Clausura 2025 | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Llegó a su fin el torneo de la Liga MX con un nuevo campeón, el Toluca destronó al América y se sienta en la cima. Ahora es momento de hacer cuentas, de esas que sirven para alimentar la estadística.
En total, en el Clausura 2025, se jugaron 170 partidos: 153 de temporada regular y 17 de liguilla.
En la jornada 9 se dio el resultado más abultado del campeonato, un 5-0 que le propinó Toluca a Querétaro en la bombonera. En contraparte, 12 partidos terminaron con un empate a 0, incluyendo el partido de ida de la final entre América y Toluca.
El equipo más goleador fue Toluca, con 51 tantos entre torneo regular y liguilla, a diferencia de Querétaro que fue el que menos anotó con tan solo 10 en toda la fase regular.
Algunos de los récords que se rompieron en este Clausura 2025 destacan al Toluca anotando 5 goles en dos partidos, primero ante Querétaro en la jornada 9 y después frente a Necaxa en la jornada 11.
Jhon Kennedy de Pachuca logró anotar en cuatro partidos consecutivos en casa, alcanzando a Edwin Cardona en 2019.
Atlas logró una remontada 4-3 después de ir perdiendo 0-3 ante Tijuana, algo que igualó a América en 2016 ante Cruz Azul, por cierto, este partido entre Atlas y Tijuana fue uno de los dos con más anotaciones del torneo.
Para cerrar con los números, el promedio de asistencia a los partidos fue de 23,783, mientras que la mejor asistencia fue el partido entre Monterrey y San Luis, en la jornada 8, con 50,023 aficionados, esto gracias a la expectativa del debut de Sergio Ramos. Del otro lado, el partido con menos asistentes fue el Pumas vs Mazatlán con tan solo 8,845 espectadores, esto provocado por jugar al mismo tiempo que se llevaba a cabo el Super Bowl 59.
Por último, en temas financieros, se presume que el campeón del futbol mexicano recibe aproximadamente 78 millones de pesos más la clasificación a la Copa de campeones de Concacaf y un considerable aumento en los bonos de patrocinadores tanto propios como de la liga.
Se fue un torneo, y aunque todavía quedan por lo menos dos partidos más que interesan a los aficionados locales (Cruz Azul vs Vancouver y América vs LAFC), la liga llegó a su fin y por ahora vivimos la emoción del futbol de estufa, hagan sus apuestas y esperemos que el próximo torneo vuelva a emocionar.
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#4 Tiempos
Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Braulio Gutiérrez Medina es un investigador del Instituto Potosino de Ciencia y Tecnología, IPICyT, que realiza trabajo de investigación en biofísica, biomateriales bionanotecnología, siendo especialista en técnicas de Microscopia óptica, que incluyen herramientas de pinzas ópticas y fluorescencia.
Sobre estos temas estará participando con una plática en La Ciencia en el Bar que ha titulado, La Micrometría y la Paz del Espíritu; sugerente título que nos remite a asuntos de medición en sistemas biológicos los cuales tienen tamaños micrométricos y nanométricos y en los que se requiere para su estudio de mediciones de microscopía con luz para muy pequeños tamaños.
La charla se llevará a cabo el jueves 29 de mayo a las ocho de la tarde noche en La Cervecería San Luis, ubicada en la Calzada de Guadalupe número 326, con entrada libre. La charla forma parte del ciclo treinta y nueve de esta serie que corresponde a diecinueve años de actividades. La Ciencia en el Bar es un programa pionero en el país y ha sido replicado en varias partes del país, generando escenarios de interacción entre la comunidad científica nacional y el gran público.
Este jueves, es una buena oportunidad para escuchar al Dr. Braulio Gutiérrez y conocer parte de su trabajo de investigación que realiza en el IPICyT. El Dr. Braulio Gutiérrez es un físico egresado de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1997 y realizó sus estudios de doctorado en Física en la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos en 2004 y un Posdoctorado en Biofísica en la Universidad de Stanford en 2009. Ha recibido los premios Jorge Lomnitz Adler 2018 del Instituto de Física-UNAM y Academia Mexicana de Ciencias en el 2018, y el premio George E. Brown, Jr. UC MEXUS en 2010. Cuenta con un par de patentes, entre ellas método para obtener imágenes tridimensionales usando un microscopio de campo brillante otorgado en 2021.
Con la técnica de pinzas ópticas que ha desarrollado el Dr. Braulio Gutiérrez, ha logrado entender un poco más el funcionamiento de pequeñas proteínas de las células, llamadas motores moleculares, que funcionan como mensajeros al interior de la célula.
En una entrevista que concedió el Dr. Gutiérrez detalló el desarrollo de sus pinzas ópticas: “Construimos un instrumento de pinzas ópticas, que se basa en un microscopio óptico con el cual podemos observar muestras biológicas y micropartículas. Un microscopio óptico utiliza lentes para formar una imagen amplificada de la muestra de interés. La lente más importante del microscopio es el objetivo que se encuentra inmediato a la muestra. Al microscopio le acoplamos un haz láser que hacemos pasar a través del lente objetivo, con lo cual logramos tener el láser enfocado sobre la muestra. Este láser es el que captura y manipula nano-objetos como las proteínas llamadas cinesinas”.
Por lo regular las charlas de La Ciencia en el Bar se realizan en día miércoles, en esta ocasión se realizará el jueves que es día 29 de mayo. Los esperamos este jueves a las ocho de la noche en La Cervecería San Luis y disfrutar la charla del Dr. Braulio Gutiérrez sobre Micrometría y la Paz del Espíritu.
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