octubre 11, 2025

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#4 Tiempos

Teoría y práctica de la infelicidad | Columna de Juan Jesús Priego

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Como acerca de la felicidad he escrito ya muchos artículos y no ha crecido siquiera mínimamente, por lo que he podido ver, el número de las personas felices, hoy he decidido escribir sobre la infelicidad, esperando que las cosas se desarrollen de idéntica manera y no crezca el grupo de los seres infelices.

Infeliz. Aclaro desde ahora que voy a utilizar esta palabra con cuidado sumo, diría que casi con pinzas, pues se trata de un término que, al menos desde hace tres siglos, o poco más, ha llegado a convertirse en un insulto. «¡Ese infeliz!…». Como si el hecho de no ser felices fuera algo por  lo que debiéramos pedir disculpas.

Para evitar malas interpretaciones, pues, aclaro desde ahora que ser infelices no es un pecado, ni algo que tenga que ver con ningún tipo de transgresión moral. «Infeliz», aquí, es aquel que por alguna causa, o por algún revés, o por alguna contrariedad, o por alguna omisión, o por una serie de causas, reveses, contrariedades u omisiones, ha renunciado a decir de sí mismo que es feliz. En otras palabras, infeliz no es el bellaco, ni el malvado, ni el piusilánime, apocado, encogido, tímido y corto, que dice el diccionario, sino el que hasta el día de hoy ha estado como jugando a las escondidas con la felicidad.

Hasta aquí las aclaraciones terminológicas. Ahora, a la cuestión. ¿Por qué son infelices los infelices? Hasta el momento no hay respuestas definitivas, sino sólo respuestas significativas. Veamos, por el momento, dos de ellas.

Una vez, hacia el siglo V a.C., le preguntaron a Buda:

«-¿Qué es el sufrimiento?».

Respondió:

«-Encontrarse con lo que se odia, no encontrarse con lo que se ama, desear y anhelar sin obtener».

Nueve siglos más tarde, San Agustín (354-430), al escribir su hermosísimo –y muy poco leído- tratado Acerca de las costumbres de la Iglesia, dijo a su vez:  «No puede llamarse feliz el que no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama, si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aunque sea lo mejor» (I, 3).

Ahora bien, como es imposible que Buda hubiera leído a San Agustín, y muy poco probable que éste leyese a aquél, hemos de suponer que ambos llegaron casi a la misma conclusión siguiendo cada uno su propio camino. Por lo menos, los dos coinciden en afirmar que la infelicidad es una carencia: una carencia no de felicidad –lo cual sería tautológico y absurdo-, sino de aquello que la produce, es decir, la posesión de o por lo menos el encuentro con aquello que se ama.

Sin embargo, es preciso aclarar que, llegados a este punto, los caminos de estos dos genios toman rumbos divergen tes, pues mientras Buda aconseja la renuncia, la abolición del apego, San Agustín agrega: «Tampoco es feliz el que no ama lo que tiene»

, haciendo ver con ello que no sólo no condena el cariño, sino que lo quiere aún más extenso: un cariño que se vuelque sobre lo que no se amaba e incluso sobre lo que ya teníamos y no pensábamos conquistar. Es como si dijera: «¿Te consideras infeliz porque no tienes lo que amas? Bien, pues no te cruces de brazos esperando tenerlo, ni tampoco te desesperes, pues todavía hay una puerta abierta para ti: ama lo que tienes
. Acaso sólo cuando ames lo que tienes vendrá a ti lo que no tienes, y entonces serás feliz, pero ahora de una manera mucho más completa y perfecta».

«Sólo una vez me quejé del trato que la Fortuna me daba –cuenta de sí mismo Sa’di (1213-1291), el poeta persa-. Tan pobre era que no podía permitirme siquiera unos zapatos. Así que fui a la mezquita de Kiyah con el corazón dolorido y quejoso. Y allí vi un hombre sin pies». Su rebelión interior se aplacó entonces como por ensalmo. ¡Y él que creía ser el más pobre del planeta! Sí, es cierto que andas descalzo, pero hay otros que ni siquiera tienen pies; de modo que no debes ser tan desgraciado, después de todo. Pero, ¿has bendecido alguna vez a Dios por tener un par de hermosos pies con los que puedes correr, bailar, saltar y, sobre todo, ponerte en camino hacia los que amas? ¡Presiento que nunca lo has hecho! Claro, has dado por supuesto que tener dos pies es lo menos que podías tener. Y, sin embargo…

A los hombres que se creían muy infelices, Joubert, el moralista francés, les dio una vez el siguiente consejo: «Si quieres vivir feliz, haz la lista de los males que no tienes».

Hay que amar también lo que ya tenemos. Y aquí entran no sólo nuestras facultades o riquezas interiores, sino también y sobre todo las personas que nos han sido dadas por la vida y con cuyo amor ya contamos porque era anterior a cualquiera de nuestros esfuerzos. ¡Con cuánta indiferencia tratamos en ocasiones a estos seres! A menudo ni siquiera los vemos. Nos sucede como a los enamorados, que por naturaleza son siempre injustos con respecto a aquello que no sea el objeto de su pasión; su mirada es profundamente excluyente: ¡a los otros seres ni siquiera los ve, ya sean padres, hermanos o amigos! Pues bien, dice San Agustín, si lográramos amar precisamente a estos hombres y mujeres seríamos un poco menos infelices.

«Si no puedes tener lo que deseas –aconsejaba un rabino medieval-, por lo menos desea lo que tienes».

Amar lo que ya es nuestro, querer cuanto nos ha sido dado por Dios y por la vida: he aquí el camino que nos propone San Agustín, es decir, un hombre que conoció casi todos los caminos. Quizá tenga razón. Porque, como en el relato de Poe, la felicidad está siempre a la vista mientras nosotros nos cansamos buscándola en las estrellas.

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#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

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Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.

Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.

Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.

El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.

Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.

Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México.

Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.

Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.

Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.

Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.

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#4 Tiempos

Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

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APUNTES

 

Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?

La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?

Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.

Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.

¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.

Deme una salida, presidente…

— Ok.

Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú

… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.

—Ganamos.

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña

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