enero 27, 2025

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#Si Sostenido

Soberbia | Columna de Juan Jesús Priego

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PALABRAS minúsculas

 

La soberbia, dice el dominico Melchor Cano (1509-1560) en su Tratado de la victoria de sí mismo, es «el apetito desordenado de la propia excelencia». El soberbio quiere ser siempre el primero en todo. Cuando toma la palabra (acaso el verbo arrebatar y no tomar sea en su caso el más apropiado), no hace otra cosa que referirse a lo único de lo que vale la pena hablar en este mundo: él mismo. Apenas su interlocutor abre la boca, el soberbio lo interrumpe para decir: «Eso no es nada. Yo…». Ni lo deja hablar ni toma en serio nada de lo que dice. Y si por alguna extraña razón lo deja pronunciar más de dos frases seguidas, el soberbio no lo escucha, pues se encuentra pensando en lo que replicará a continuación.

Sus diálogos no son en el fondo más que monólogos alguna vez interrumpidos. Así como todos los caminos llevan a Roma, así todas sus conversaciones llevan a él. Al final, los demás lo escuchan por pura compasión si no es que por obligación, pero, en todo caso, nunca por gusto. Como el pez, este infortunado muere siempre por su propia boca.

La soberbia, decía Casiano, es el más sutil de los vicios capitales, y es por esto: «A unos –explica- insufló el orgullo porque son pacientes y sufridos en el trabajo; a otros, porque son prontos en la obediencia; a aquéllos, porque superan en humildad a los demás. Tienta a éste por su ciencia, a aquél por sus lecturas, a un tercero por la duración prolongada de sus vigilias… En suma, los otros vicios se oponen claramente a las virtudes contrarias y hacen la guerra frente a frente y cara a cara. Por eso contamos con mayor facilidad para vencerlas, así como para ponernos en guardia contra ellas. Pero ésta se desliza insensiblemente y se confunde con las virtudes» (Instituciones XI, 6-8).

El soberbio es siempre el más inteligente, el más astuto y el menos ordinario de los seres que se mueven por las autopistas del planeta. Si alguna vez habla de su «pobre persona», lo hace únicamente para fingir una humildad que no posee, para suscitar una simpatía que en el fondo le será siempre negada.

«-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡He aquí la visita de un admirador! –dijo el vanidoso agitando su sombrero cuando vio llegar al Principito. (El Principito buscaba un amigo y lo que encontró fue un hombre que sólo quería aplausos).
»-Buenos días –dijo el Principito-. Tienes un sombrero extraño.
»-Es para saludar –respondió el vanidoso-. Es para saludar cuando me aclaman… Golpea tus manos una contra la otra.
»El Principito golpeó sus manos una contra la otra. El vanidoso saludó humildemente, levantando su sombrero.
»-¿Verdaderamente me admiras mucho? –preguntó el vanidoso.


»-¿Qué significa admirar?
»-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más hermoso, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
»-¡Pero tú estás solo en tu planeta!
»-Dame ese gusto. ¡Admírame, no obstante!
»-Te admiro –dijo el Principito. Y se fue».

¿Quién podía estarse allí toda la vida aplaudiendo? Si el vanidoso se hubiera olvidado de sí mismo aunque sólo fuera por un día, o por unas cuantas horas, otro habría sido el final de la historia

: el Principito lo recordaría después con ternura y acaso también con frecuencia. Pero el hombre no quería amigos, sino sólo adoradores. Y el Principito se fue. Y el vanidoso se quedó solo: como siempre acaba sucediendo con los de su raza.

Aparte de llevar a la soledad y a la mentira, la soberbia lleva también a la envidia y a la ira. «¿Cómo es que este hombre insignificante ha llegado a ser mi superior? ¡No es posible, me rebelo ante semejante injusticia!», dice el envidioso casi al punto de la histeria. Le es difícil aceptar que otro que no sea él haya podido llegar a semejantes alturas. Después de tales reflexiones se deja llevar como un niño por los raíles de la maledicencia y el bisbiseo. «¿A qué no saben ustedes cómo discurre la vida privada de nuestro querido jefe? Pues bien, déjenme decirles algo de lo que acabo de enterarme…». Es la única manera que tiene de vengarse de él por ser tan afortunado.

Pero pensemos en esto: antes de que el soberbio llegara a este mundo, la gente se las arreglaba bastante bien para vivir sin él; cuando se vaya, igual de bien se las arreglará: he aquí una verdad que haría muy bien en tomar en cuenta. Existe la muerte, ese «lecho donde todos tienen que acostarse», que decía Sófocles. ¿Y no es verdad que morir significa de alguna manera ser olvidados? Pues bien, ¿quién se acordará de nuestro personaje al cabo de diez, veinte o cincuenta años? Todas sus palabras se habrán ido con el viento, y de su fisonomía, por muy bella que haya sido, no quedará sino un recuerdo bastante borroso e impreciso. Contra soberbia, humildad, decían los antiguos catecismos. La palabra humildad viene de humus, que significa polvo. Hombre humilde no es el que se pasa la vida mirando al suelo, sino el que sabe que está hecho de polvo y que al polvo volverá: que en esta vida no es más que un peregrino al que un día u otro le será revocado el exilio y tendrá que volver a la casa de la que una vez salió. Entonces, por lo menos aquí, será como uno de esos soldados que lucharon en la guerra de Troya al que ya nadie recuerda, y de ese yo que tan sublime parecía nadie hablará más. Nadie. Todos lo habrán olvidado. Es una lástima, sí, pero ¿qué le vamos a hacer si así es la vida?

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#4 Tiempos

Entre tangas, roscas y tamales | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

En una nota del Universal publicada el último del año 2024 una comerciante de la Ciudad de México afirmó: “ya no se venden los calzones rojos y amarillos, se está perdiendo la tradición” y al parecer sí, la euforia por las tangas rojas ha perdido el interés de las nuevas generaciones chilangas que ya no creen en el amor, ni en las tradiciones o no tienen dinero para pagarlas. Sin embargo, en estados como Jalisco, las ventas de ropa interior se dispararon hasta el cielo y un dato llamó mi atención: para este año 2025, los consumidores tapatíos buscaron vorazmente los calzones amarillos. ¿Qué nos querrá decir este indicador popular?

Hace unos días, en una cápsula trasmitida por Radio Universidad (de SLP) se escuchó, en la voz de mi querido amigo Jonathan Gamboa, una explicación genealógica acerca de las tradiciones de fin de año: comer lentejas, hacer maletas y meterse debajo de la mesa son tradiciones que provienen de culturas bien lejanas en el tiempo y en el espacio. Entonces ¿por qué las aceptamos con tanta facilidad? No sé si usted lo note, querida culta lectora de La Orquesta, pero las tradiciones del fin de año o del año nuevo pretenden controlar el futuro incierto que tenemos enfrente: que las doce gotas de la felicidad, que las cabañuelas y los borregos de la buena fortuna, pero ¿qué tienen en común todas estas “tradiciones” a las cuales también llaman “rituales”?

Pues bien, yo que empleo parte de mi valioso tiempo en buscarle chichis a las lombrices, creo que lo que es común a una buena parte de estas tradiciones de Año Nuevo es el juego de esconder o revelar algo que está dentro. Me explico, la tradición de salir a la calle con una maleta requiere guardar dentro de la maleta elementos de lo que se desea atraer. La tradición de meterse debajo de una mesa es, de alguna manera, situarse dentro del centro de la abundancia que es la mesa. Sin embargo, el mejor ejemplo es la rosca de reyes:

¿Cómo debe ser la tradicional rosca de reyes? Unas personas afirman que la tradicional rosca lleva un monito, otras dicen que debe llevar 3 monitos y hay quien piensa que la mera tradicional rosca de reyes debe esconder además de los monitos, dedales y anillos. No hay manera de fijar una norma estandarizada. Lo que sí es interesante es la forma de la rosca. ¿Usted sabe cómo se llama la forma geométrica de una rosca? Se llama toro y algún otro día le contaré sobre sus propiedades matemáticas que son formidables. Me gusta pensar que, si la rosca es una representación del año, entonces el tiempo es algo que da vuelta, regresa al mismo lugar y en su interior, al igual que los tamales, esconde sorpresas insospechadas.

Estimada y culta lectora de La Orquesta: yo espero que las sorpresas de su año 2025, sean las mejores.

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#4 Tiempos

Votar entre la razón y la emoción | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Eso me dijo mi papá:

-Mira Leontino, que lo que guardas en la cabeza no sea lo mismo que guardas en el corazón.

Como muchas cosas que me dijo, no le puse suficiente atención, pero ahora ese mensaje ha logrado escarbar entre todos los recuerdos y salir a flote otra vez.

Interesante: la frase de mi papá tiene razón, pero también tiene emoción. Hace uso de dos recursos -muy humanos- a la vez y los junta y los enreda torciéndolos, pero nunca dejan de ser razón por un lado y emoción por el otro. La frase significa además que la razón tiene su lugar en el cuerpo, sus formas, sus métodos y la emoción los suyos propios. Esto viene muy a cuento con la época de elecciones en la que nos encontramos.

Como una especie de vicio raro, leo con pulsión desmedida todas las columnas de opinión que mi escaso tiempo me permite. Leí, por ejemplo, la columna de mi amigo Octavio Mendoza (Astrolabio) que trata acerca de las complejas motivaciones del votante: a la mera hora, ahí escondido detrás de una cortina de plástico, el elector tacha la opción que durante meses dijo que no iba a elegir. Si un votante hace eso, no pasa nada, es como una gota de agua rebelde que lucha contra las olas del mar. La cosa se pone buena, cuando esto mismo no lo hace uno sino 5 millones de votantes. Entonces, las alarmas se encienden, los encuestadores se arrancan los pelos y se desatan los programas de opinión, que a mí me encantan, tratando de explicar lo que antes parecía imposible.

Sí, efectivamente, las masas actúan caprichosamente. No razonan. Solo actúan motivadas por sentimientos básicos como el odio, el miedo, el rencor, la venganza o el gusto. Eso motivó a millones de personas a votar hace seis años y sentimientos similares moverán a millones de personas a votar este domingo.

Por otro lado, si lo pensamos bien (lo razonamos) ¿de qué sirve ir a votar? Alguien va a ganar de todos modos y quien gane no hará que el mundo, el país, el Estado, el municipio cambien. Todos sabemos que las campañas se hacen de puras promesas que ni siquiera se piensan cumplir. Como un signo más del apocalipsis, la calidad de los candidatos de todos los partidos empeora cada elección y se nos presentan cada vez más incultos, cínicos y simplones y si seguimos pensando así, no solo se nos quitarán las ganas de votar sino de vivir.

Ambas situaciones que he presentado aquí: votar motivado por el rencor y no salir a votar porque “no sirve para nada”, significan hacer de tripas corazón, o sea poner la pasión en la cabeza y la razón en el corazón y así todo se descompone.

Para que la democracia funcione se requiere que la motivación de votar sea algo que está por encima de nuestros intereses personales: nuestros hijos, nuestra comunidad, nuestro entorno. Salir a votar no puede ser un asunto de la razón, menos aún de las razones personales, sino de la pasión ciudadana, del amor por la patria, por la matria, por la familia. El resultado aquí no es lo que importa, sino nuestra obligación a participar.

¿Por quién votamos? Aquí debe entrar la razón desapasionada. Votar por rencor o votar por conveniencia personal no sirve para elegir al mejor gobernante. Lo que se requiere, en ese momento justo de estar a solas con nuestra boleta y el crayón en la mano es razonar fría y calculadoramente el sentido de nuestro voto.

Es el corazón quien levanta del sillón al elector, lo saca de la comodidad de su casa y lo lleva a la casilla. Ya estando en la mampara, la razón toma la mano del votante y lo hace elegir si no la mejor, la menos mala de las opciones que tenemos. Después de que le marcan el dedo con la famosísima tinta indeleble (por cierto, invento mexicano) queda en el votante, una extraña satisfacción de haber cumplido de la mejor manera posible.

Yo creo que vamos bien, si tomamos en cuenta que la democracia se tarda unos 400 años en dar resultados.

Querida culta lectora de La Orquesta, que tenga felices votaciones este domingo

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para dar nos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera

. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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