septiembre 14, 2025

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#4 Tiempos

Severa vigilancia | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

Amar a alguien es ejercer sobre él (o sobre ella) una vigilancia severísima. El que ama quiere saberlo todo de la persona amada: el día de su cumpleaños, los nombres de sus padres, los apodos de sus hermanos, las costumbres de su perro, las manías de su gato, la clave secreta de su cuenta en Yahoo!, las veces que se cayó en la infancia, los juegos que le gustaban, las materias que aborrecía, las canciones que cantaba, las veces que estornudó esta mañana, la hora en que le llamará esta tarde, los programas que verá en la noche. François Mauriac (1885-1970), por lo demás, lo sabía: «Ser amado es ser espiado», y así lo dijo en uno de sus libros. Amar es hacer de policía, andar tras ciertos pasos y rastrear determinadas huellas: un sabueso en busca del rastro que deja la presa al pasar.

Cuando nuestros abuelos quisieron representar en sus cuadros a la Divina Providencia, no encontraron mejor símbolo que un enorme ojo permanentemente abierto, un ojo que sigue a los suyos adondequiera que van, acaso inspirándose en el versículo de aquel salmo que dice: «Tu guardián, no duerme ni reposa, Isarel» (Salmo 120,3-4). Para el que ama, ni dormir ni reposar son acciones posibles y, aunque quisiera, no podría entregarse a ellas. Amar es no pegar ojo, ni poder hacerlo.

Ahora bien, cuando una persona se descubre vigilada (por ser amada), pueden suceder dos cosas: o que corresponda ejerciendo una vigilancia tanto o más intensa que la que padece, o que no corresponda en modo alguno y rechace de plano al espía que la acosa. Si fuese esto último lo que llegara a ocurrir, dirá entonces a su perseguidor: «¡Déjeme en paz, se lo suplico! Yo con usted no quiero nada. ¿Con qué palabras se lo tengo que pedir?». Le molesta esa mirada, la vigilancia le parece demasiado obsesiva: una carga que no está dispuesta a soportar.

«El amor consiste en la supervivencia del yo a través de la alteridad del tú –escribió Zygmunt Bauman (1925-2017) en Amor líquido-. Por lo tanto, amar significa prepotente deseo de proteger, nutrir, reparar, y también de acariciar, mimar y acudir; o bien defender celosamente, aislar, aprisionar. Amar significa estar al servicio, hallarse a disposición, esperar órdenes, pero podría significar también expropiación y secuestro de responsabilidad. Es dominio a través de la sumisión. El amor captura y pone al prisionero bajo custodia; efectúa un arresto para proteger al arrestado».

Es ambigua la naturaleza del amor. Por un lado da, pero por otro lado exige y quita. Quiere acariciar, pero, sin darse cuenta, puede también arañar al mismo tiempo que acaricia. Este mismo deseo de saberlo todo de la persona amada lleva en ocasiones a entablar con ella (tal vez sería mejor decir contra ella) interrogatorios casi judiciales: «¿Quién te habló ayer?, ¿dónde estuviste esta tarde entre las 7,13 y las 8,25?, ¿por qué apagaste tu celular?, ¿tenías acaso miedo de que te encontrara?, ¿qué era lo que hacías y, sobre todo, con quién?». El ser amado, en tales condiciones, no sabe entonces hacia dónde hacerse. Por un lado, necesita pertenecer; pero, por el otro, necesita también salvaguardar su intimidad, su independencia: esa libertad que –ya lo presiente-echará en falta tan pronto como formalice su relación con esa persona que parece no tener otro quehacer en la vida que acecharla.

Esto ha sido siempre así. Sin embargo, al hombre posmoderno le cuesta más que a sus padres o que a sus abuelos tomar a este respecto una seria resolución. Su sentido de libertad es más agudo, y más fuerte, también, la conciencia de sus derechos. ¿Pertenecer o no pertenecer?: he aquí la cuestión.

«¿Qué felicidad que no esté amenazada? ¿Qué amor que no esté temblando?», se preguntaba el filósofo francés André Comte-Sponville. Esto es profundamente verdadero y, no obstante eso, sólo hasta ahora parece que nos hemos dado cuenta de la naturaleza temerosa del amor. El amor está siempre temblando: o porque teme que la libertad del otro empiece a tomar nuevas direcciones y caminos, o porque teme que ésta se empeñe en avasallar la suya, reduciéndola a un estado de vergonzoso cautiverio.

Los antiguos sabían que comprometerse era, de alguna manera, empeñar la libertad. Pero hoy, cuando la libertad lo es todo, el habitante de las rutilantes megalópolis globales no está seguro de si el amor, en tales condiciones, sea, después de todo, tan importante. De esta manera tenemos que, mientras los crapulosos optan por gozar los placeres del amor sin querer pagar las consecuencias (yendo de un ser a otro, de una relación a otra, de una puerta a la siguiente), los que no lo son han decidido quedarse solos, sumidos en un preocupante y a veces permanente estado de perplejidad. Tal vez nadie haya expresado mejor este dilema que un personaje de El hombre y sus fantasmas, la pieza teatral del olvidado dramaturgo francés H. R. Lenormand (1882-1951), cuando dice: «El cariño consume y nosotros no somos muy fuertes… El sonar de las horas, las llamadas del teléfono, los pequeños deberes… Si a mí me fuera preciso asumir una carga suplementaria de ternura, difícilmente la soportaría. Esto significa que ya no soy joven. Tendré que amar a un loro o aun pez rojo. El cariño de los seres humanos agota».

Las comunidades sólidas (es decir, aquellas donde los otros pueden ejercer su libertad sobre la nuestra) están siendo reemplazadas hoy por comunidades líquidas, es decir, por agrupamientos carentes de todo compromiso y en los que uno puede desaparecer de un día otro: como el cariño de los seres humanos agota, ¿por qué no limitarnos a formar clubes de admiradores, cuadrillas de fans o meras comunidades virtuales? En una palabra, si bien se quiere gozar de los placeres del amor, cada vez se está menos dispuesto a pagar el precio que éste casi siempre exige.

Cuando Christiane Rochefort, novelista francesa, escribió Celine y el matrimonio [Buenos Aires, Losada, 1963], planteó el dilema de los nuevos tiempos democráticos con estas sencillas palabras «¡O la Libertad o el Amor!». O soberanamente libres, pero sin pertenecer a nadie, o permitir que el otro se inmiscuya en nuestra vida, pero amados. ¿Qué elegiremos?

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#4 Tiempos

Fantasmas y oportunidad | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Este domingo San Luis abre el Alfonso Lastras frente a Tijuana, y no es un choque cualquiera, para los potosinos es una prueba de carácter, de identidad, de si realmente están vivos en este torneo o sólo repitiendo errores bajo otro sol. Para Tijuana, la visita es de las incómodas, estos partidos lejos de casa suelen desnudar sus fisuras, y enfrente estará un equipo que ya aprendió a morder cuando tiene que hacerlo.

San Luis llega golpeado por la irregularidad. Ha ganado partidos fuera de casa, pero también ha perdido otros en los que se dejó intimidar por rivales que no parecían tener mucho; juegos en los que el pulso se va, la concentración se diluye y los goles encajados parecen inevitables. Esa vulnerabilidad ha sido la constante, una defensa que tiembla, un mediocampo que se pierde cuando faltan ideas y delanteros que dependen demasiado de la inspiración aislada o del error ajeno.

Tijuana, por su parte, no es un paseo. Ha mostrado destellos de buen fútbol, ha sumado resultados decentes, pero también ha dejado ver que le cuesta imponerse fuera de casa cuando el rival presiona alto o lo obliga a construir desde atrás. Su equilibrio se tambalea si el marcador no le favorece pronto, y su carácter depende mucho de momentos puntuales de inspiración.

El historial entre ambos juega en favor de los fronterizos: más victorias, más empates, pocas derrotas. San Luis ha ganado escasas veces contra Tijuana, tanto de local como visitante, y eso pesa no sólo en la estadística, sino en la mente. Saber que enfrente hay un rival que te ha dominado más veces de las que quisieras recordar añade presión extra, obliga a estar mejor preparado, más concentrado y sin margen para regalar minutos.

La noticia que sacude el ambiente es el regreso de Vitinho al Alfonso Lastras. El brasileño, que dejó huella en San Luis por su desparpajo y verticalidad, vuelve ahora vestido de visitante. Su sola presencia añade una dosis de morbo, la afición potosina lo recuerda como una chispa capaz de encender partidos en segundos, y este domingo podría ser precisamente la amenaza que complique al equipo que alguna vez lo arropó. Su regreso no es un detalle menor, es un recordatorio de lo que San Luis tuvo y dejó ir.

Y la urgencia se siente en la grada, los aficionados ya no apuestan por promesas, quieren resultados. Si San Luis no se aferra a la localía, no sale con intensidad y no demuestra identidad desde el primer minuto, este partido puede volverse otro de esos en los que la ilusión apareció en la previa, pero el gol nunca llegó, o llegó demasiado tarde.

Este domingo no sólo se juega un partido, también se reencuentran viejos fantasmas. Si San Luis logra que la vuelta de Vitinho sea anécdota y no sentencia, tendrá mucho ganado. Pero si se deja arrastrar por la nostalgia y la fragilidad que lo persigue, Tijuana podría salir de nuevo airoso del Lastras. La diferencia entre fiesta y tormenta se definirá en noventa minutos.

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#4 Tiempos

De conformidad con Armani | Columna de Carlos López Medrano

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Mejor dormir

 

Le debo mucho a personas de las que ni siquiera recuerdo el nombre. Hace quince, quizá veinte años, leí un artículo sobre Giorgio Armani en una revista de la que no retengo ni el título ni el autor. Lo único que llevo clavado en el pecho es el párrafo inicial que aún conservo como recorte y que cada tanto acude a mi memoria por dejarme una lección sencilla e invaluable: la de resistir.

El texto decía:

Cuarenta y tantos años y te va… «bien». Ese sentimiento es tan común para muchos hombres. Es una sensación que les da escalofríos en el alma cuando se ven al espejo, porque es el momento en que se dan cuenta de que deben guardar en un cajón sus antiguas ambiciones juveniles. Es la hora de conformarse con lo que se tiene.

Pero Armani decidió que no se conformaría. En julio de 1975…

 

Es lo único que tengo de aquel artículo, y ha sido suficiente. Ahí estaba lo esencial: no renunciar a los ideales. El autor evocaba el carácter de Armani, esa estrella tardía que rozaba los cuarenta mientras seguía a la sombra; trazando para Cerruti, elogiado a medias, con algunos cumplidos y atenciones, aunque bajo el nombre de otro. Condenado al taller ajeno y volver vacío a casa.

Muchos habrían sido felices con lo que Armani tenía por entonces. No estaba nada mal. Una profesión estable, buena paga, un lugar en la industria, sin riesgos, cierta tranquilidad. Sé feliz con tu trabajo. Si se lo proponía, podría llevar una vida manejable, moderadamente satisfactoria.

Pero para los espíritus de primera línea la conformidad es intolerable. Armani sabía que dentro de sí había algo más, y se decidió a buscarlo. Tuvo la fortuna de un fino soporte: su querido Sergio Galeotti. Los primeros pasos de un visionario precisan de alguna confirmación, un guiño que eche para adelante en tiempos de flaqueza. Galeotti representó eso para él.

Al cabo de un tiempo, ese hombre que parecía llegar tarde acabó por adelantarse a todos. Armani se convirtió en el diseñador italiano más famoso de su época, un emblema del estilo europeo. También un magnate y un símbolo. Su apellido se volvió sinónimo de calidad y seducción.

Mucho aprendí de aquel ejemplo. Un volantazo siempre es posible, incluso cuando el calendario insiste en dictar lo contrario, por mucho que las circunstancias se empeñen a adjudicar espacio en un rincón. He vuelto a esas líneas en mis horas de duda para recordarme que no hay límite de edad para dar la batalla, y que nadie la dará por nosotros. Después he encontrado historias semejantes, de hombres y mujeres que, en sus cuarenta, cincuenta, setenta o más allá decidieron no resignarse y se levantaron de la mesa para reclamar lo que aún podían ser, imponiéndose ante un pa norama sin emoción.

De Armani supe más tarde otras cosas. Cada que me adentraba venía mayor fascinación. Trazó para mí un ideal: ir arreglado y rodeado de bellas mujeres. Morir entonces con lentitud, con la gracia de una hoja que cae en una danza admirable. Su apego a la limpieza, heredado de su madre (desde niño tuvo un paño entre las manos para borrar lo que está mal con el mundo); su capacidad de desprenderse de lo que sobra, de lo chillón, de lo que hace ruido. «Hay que descartar todo lo demasiado llamativo», repetía, «y buscar algo más sutil, más silencioso». Así eran sus trajes, bondadosos en su ligereza, como una segunda piel que no aplastaba a quien la vestía. Supo que la comodidad era una expresión de la libertad. Las tres camisas que llevaba en la maleta.

El tono de su piel recordaba a la pulpa de una naranja madura recién abierta, un resplandor cítrico rodeado siempre de gente guapa, como si la belleza tuviera que escoltarlo. Acqua di Giò fue el primer perfume que convirtió en universal lo exclusivo. Alberto Morillas atrapó en un frasco la luz de un mediodía frente al mar, y Armani supo reducirlo en una frase: lo más importante es ser normal.

Él y sus modelos eran un brillo en medio de la decadencia de la civilización, un lujo popular que los pasajeros de un autobús vislumbraban al pasar frente a un anuncio o al mirar una película de Richard Gere. Supo ser el verano en una piscina, un yate cargado de aceitunas y también un rascacielos con pisos de mármol. Como revés a un verso de aquel poema español del siglo XV «Edechas a la muerte de Guillén Peraza», con Armani no se veían pesares, sino placeres.

Los maniquíes sueñan con portar piezas de Armani y ser acomodados por él en un escaparate, con la calma de un pintor impresionista. Diseños que juegan con los ojos, el anhelado capricho de llevar sus telas, que al final él resumía en su atuendo ligero, camiseta, pantalón, chaqueta, el peinado echado para atrás y esa sonrisa simétrica, flecha del estilo que entra por las fosas nasales. Gracias sus propuestas más de uno se animó a ser un yuppie es vez de caer en las sucias garras del jipismo.

En el delirio de mis comparaciones, pensaba en cierto diseñador estadounidense de cara atomizada como una extensión de Burger King, ahí donde Armani era una vuelta al Mediterráneo. Como Giorgio, desprecio a la gente que se aprovecha de la ingenuidad de la gente para alcanzar el éxito o, en última instancia, llegar al poder.

El mundo bien pueda dividirse en conformistas e inconformes. Los primeros se abandonan al asiento torcido de la rutina en cuanto les parece tolerable (y no les va tan mal); los segundos viven con el aguijón de no estar nunca en su sitio, y por eso se levantan y vuelven a intentarlo en su despecho. No siempre logran lo que persiguen, pero su combate en sí mismo ya es una inspiración. Giorgio Armani contaba que el mayor legado de sus padres fue un «sentido de dignidad», junto con la tenacidad y fortaleza mental suficiente para resistir en los momentos difíciles. Ropajes aparte, la historia de aquel hombre que, cumplidos los cuarenta, se lanzó a por todas, constituye un regalo de buen moño para quienes aún creemos que nunca es tarde para empezar de nuevo.

 

Contacto

Correo: yomiss@gmail.com
Twitter: @Bigmaud

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#4 Tiempos

Gustavo López, presentación de su libro He aquí al hombre | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Una introspección reconstruyendo su propia génesis a través de la palabra Gustavo López Hernández escribe He aquí al hombre, su libro de poemas que recorre sus sentimientos forjados a lo largo de su vida artística y cotidiana. Si el designio del cometa es el regreso el designio de Gustavo López es transcurrir. Transcurrir que describe en su libro, si bien personal, de gozo universal, pues su palabra se disfruta y nos hace reflexionar sobre nuestro propio transcurrir. 

Su libro He aquí el hombre, será presentado en la librería Gandhi que se encuentra en el edificio Ipiña en Plaza de Fundadores, el día 12 de septiembre en punto de las seis de la tarde, contando con la participación de la poetiza Fabiola Amaro y un servidor.

Gustavo López es un referente en la música popular mexicana y en especial la denominada folclórica, que tuvo su momento de brillantez en los setenta y ochenta en ese México que se apuraba en formar músicos y cantantes que rescataran nuestras raíces musicales y dieran frescura con nuevas obras a ese arte lirico que mezcla la música y la palabra.

López Hernández participó en la formación de ese tipo de grupos musicales, como el caso del grupo “CADE” que difundía el folklor mexicano y a experimentar con composiciones que mezclan ese folklor con otros elementos musicales. Funda, en compañía de otros jóvenes el Centro para el Estudio del Folklor Latinoamericano (CEFOL). Este Centro fue el crisol en la formación de compositores interpretes y músicos que refrescaron el ambiente musical mexicano. Figuras como Eugenia León, Marcial Alejandro, Guadalupe Pineda, Roberto Morales, entre muchos otros, emergieron de ese Centro.

Gustavo López lleva en la sangre la vena musical de su tierra juchiteca donde nació y de donde fue a la ciudad de México a fincar su formación. Estudiando la preparatoria y posteriormente Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudios que combinaba con los de música, haciendo algunos estudios en la Escuela Superior de Música.

El célebre grupo de música folclórica latinoamericana, Los Folkloristas, lo tuvo como uno de sus miembros desde 1978 y hasta 1982. Desde entonces se le conoce como un compositor cuyas obras han sido estrenadas en los mejores escenarios mexicanos y sus canciones se han convertido en refrentes de la nueva música mexicana.

Como artista, también ha incursionado con éxito en la pintura, donde su obra se ha presentado en exposiciones individuales y colectivas en Oaxaca y Ciudad de México, así como fuera del país como fue su exposición en Puerto Rico.

Su impronta en la cultura de su estado ha quedado, además de su trabajo musical y pictórico, en la ilustración y creación de obra en el libro Oaxaca Recóndita de Wilfrido C. Cruz que editara el Instituto de Educación Pública de Oaxaca.

En agosto de 2024 publica su primer poemario He Aquí al Hombre, bajo el sello de Laberinto Ediciones, el cual ha estado promocionando en diversas sedes del país, y que ahora llega a San Luis Potosí, con la presentación del libro el viernes 12 de septiembre a las 18:00 horas en la librería Gandhi de Plaza de las Fundadores.

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