#4 Tiempos
¿Por qué demonios decidí ver una película de Menudo en 2024? | Columna de Guilla Carregha
CRITICACIONES
Me quise tomar un pequeño descanso de ver la cantidad industrial de anime que me estoy obligando a consumir para ver algo, cualquier cosa, hablado en el idioma español. Claramente podía haber visto una película mexicana disponible en VIX o Prime Video, pero, bueh, no me odio tanto todavía. Denme un par de semanas y caeré en la tentación.
Por alguna razón que aún no logro entender cómo es que me pareció lógica, pensé que estaría divertido ver una película de Menudo. Sí. De Menudo. De esa boy band de Puerto Rico que fue popular a final de los 70 de la que no sabía absolutamente nada además de que cantaban Claridad y que, en algún punto, tuvieron a Ricky Martin entre sus filas. No sé qué me poseyó para tomar la decisión de ver una película de bajo presupuesto estelarizada por un grupo infantil pasado de moda y dirigida a personas de menos de 15 años, pero así está la cosa.
Supongo que me imaginaba que sería una experiencia como la de ver las películas de The Beatles, producciones hechas como en tres días con sólo el equivalente de 50 pesos de presupuesto, en donde podías disfrutar de Ringo Starr pretendiendo que sabe reírse y ver a los otros tres batallando para no voltear a ver a la cámara en una película tremendamente mala con una historia que no va a ningún lado y que solo es una excusa para ver a la banda cantar/tocar canciones nuevas en el cine.
No. Esperen. Eso es exactamente lo que obtuve. Es lo mismo.
Como suele suceder con las películas basadas en actos musicales que tienen que ser estrenadas siete días después de que un empresario random proponga la idea de hacer una película para no perder la relevancia del producto anunciado (la banda), y succionarle todo el dinero posible a (los papás) del público meta, la historia de Una Aventura Llamada Menudo se centra en las loquísimas aventuras que sufren los Menudo en camino a un concierto.
Fascinante.
De entrada, esta película nunca esconde que está hecha única y exclusivamente para fanáticas de la banda. Por principio, en ningún momento hacen el esfuerzo de introducir a los integrantes de Menudo de alguna forma que ponga en contexto a los papás que fueron obligados a acompañar a sus hijas menores de edad a ver esto en el cine. Se presupone que ya conoces sus nombres, sus personalidades y el estereotipo que representan dentro de la banda. Simplemente aparecen en pantalla y ya. Ya los conoces, ya sabes quiénes son, ya tienes tus pósters en tu cuarto, y ya suspiraste al sentir enamoramiento en esta relación parasocial. Ahí muere.
Disfruta.
La primera vez que vemos a los muchachos, están sentados alrededor de una mesa de su disquera, hablando con su supuesta mánager, una chica de trece años que debemos de creer que es lo suficientemente importante como para decidir el futuro de la “agrupación más popular de Puerto Rico” sin tener que preguntarle a ningún adulto responsable. Dentro de esa reunión, el principal tema a tratar es “¿cómo es que Menudo aparecerá en el escenario del primer concierto de su gira?”. Es una decisión difícil, pues ya han llegado al concierto en motocicleta y necesitan algo más impactante para que se sepa que esta es la mejor gira hasta la fecha.
Suspiro.
Y entonces, Ricky, EL ÚNICO MIEMBRO DE MENUDO AL QUE HACEN CONSTANTE REFERENCIA POR NOMBRE Y QUE TIENE UNA PERSONALIDAD MARCADA (pero que no es Ricky Martin, sino otro), dice que se imagina que estaría genial llegar al venue montados en un globo aerostático. Y, ya está. Como se imaginó que deberían ir en globo, mágicamente aparecen en un globo a mitad del cielo. El único problema es que Ricky no sabe manejar el globo aerostático que se acaba de imaginar y al que teletransportó mágicamente a sus compañeros de banda, por lo que aterrizan chocando contra un árbol en una isla. Ahora, Menudo debe correr contra el tiempo y salir de la isla para llegar a su concierto.
That’s it. That’s the story. That’s the movie.
No pasa nada. O sea, digo “nada” como si “un grupo de karatekas al azar intentando tirar adolescentes de motos en una playa” – lo cual, por cierto, sucede en esta película – fuera literalmente nada. Pero es más como implementar absolutamente cada idea loca que los productores (¿o tal vez la misma banda?) tuvieron, sin siquiera cuestionarla. Si se te ocurrió una idea para la película, esa idea VA A estar en la película.
Se podría decir que la película es una pérdida de tiempo, y lo es, pero también se podría decir que es una experiencia aburridísima, y también sería cierto. Las grandes aventuras que los Menudo viven intentando escapar de la isla son “hacerse amigos de unas niñas scout en una fogata”, “obtener techo camas y comida en una mansión de lujo”, “tener fiestas en la playa con carne asada y personas de su edad” y “salir a andar en motocicleta por la isla”. Claramente son situaciones extremadamente peligrosas que le pondrían los pelos de punta a cualquiera y que terminarían con la sanidad mental de quien las viva. Son tremendos castigos que jamás les podría desear ni a mi peor enemigo.
Se supone que hay una villana. La dueña de la mansión misteriosa en la mitad de la isla, aquella que las provee con ropa y comida, es la villana. No hace nada. Se supone que está intentando prevenir que Menudo abandone la isla, pero no hace nada. No los detiene, no los encierra; nada. Los únicos obstáculos en el “viaje” de Menudo son las hormonas de los adolescentes y el hecho de que siempre tienen hambre.
Si alguien decide ver esto en el año de nuestro señor 2024, las únicas dos opciones de streaming son dos usuarios que amablemente subieron la película a YouTube, porque no creo que nadie quiera preservar esta obra magna del cine latino en alguna plataforma de streaming. Se puede, entonces, elegir entre “calidad relativamente buena, pero con colores apagados” o “imagen de calidad terrible, pero con colores brillantes y un filtro oscurecido”. Aunado a lo aburrido de la película, no es como si mis ojos se pudieran entretener mucho con lo que veían. Tampoco es como si me hubiera perdido de mucho. Esto claramente se filmó en 5 días, donde el director de fotografía o estaba ausente o no le importaba lo que estaba haciendo, siempre y cuando se hiciera lo más rápido posible. No puedo culpar al tipo. No es como si fuera a hacer una diferencia el esforzarse en hacerlo bien. La película está compuesta enteramente de una colección de tomas que claramente fueron las primeras porque no había tiempo de retomar para conseguir algo mejor, pegadas hasta constituir algo que legalmente podría considerarse una película.
Tal y como está, esto parece ser nada más que una excusa para grabar más de 10 videos musicales en una semana, gastando el presupuesto de dos almuerzos. Luego, los unieron con el pretexto más endeble de pequeños sketches entre ellos y los lanzaron en cines para obtener ganancias. Ni siquiera son buenos videos musicales… a menos que ver a la banda al borde de la risa cada segundo y tener primeros planos incómodamente largos de niños bailando suban la calidad de un video musical con su mera existencia.
No se les puede echar la culpa a estos chicos de 14 años, pero su actuación es pésima. No ayuda que claramente les dijeron que improvisaran todo, lo que significa que tenemos unos 50 minutos sólidos de “adolescentes molestándose entre sí, riendo falsamente, gritando cosas al azar pensando que eso es un chiste y, por alguna razón, golpeando y empujando a Charlie en cada ocasión posible”. Diría “si te gusta ver adolescentes reírse, mira esta película”, pero esa es una declaración bastante creepy ya de por sí. Especialmente porque están sin camisa la mayor parte del tiempo.
Todos los demás personajes/actores sufren del mismo problema. Pueden intentar actuar y, ya sabes, hacer su trabajo, pero literalmente no tienen con qué trabajar. Aunque lo intentaran, aquí no hay nada. No pasa nada. Nada importa. Nada. Un verdadero y genuino vacío.
Me gustaría quejarme y decir que quiero de vuelta mis 90 minutos, pero yo soy el único culpable aquí. ¿Por qué fui y decidí ver esto? ¿POR QUÉ PENSÉ QUE SERÍA DIVERTIDO VER ESTO?
Y, por cierto, el plot twist, ¿la razón por la que la señora no les permite salir de la isla? ¡Es que es fan de Menudo! ¡Y quiere convivir con ellos todo el tiempo posible!
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#4 Tiempos
La decadencia de la risa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS mínúsculas
Ya a finales del siglo XIX, Eça de Querioz (1845-1900), el famoso novelista portugués, se quejaba de lo poco que nos reímos los modernos, lamentándose de que lo que él llamó «la risa antigua» estuviera en vías de franca desaparición. «Nosotros –escribió en un ensayo muy poco conocido-, hijos de este siglo serio, perdimos el don divino de la risa. ¡Ya nadie ríe! Casi ya nadie sonríe siquiera, porque lo que queda de la antigua sonrisa, fina y viva, tan celebrada por los poetas del siglo XVIII, o de la sonrisa lánguida y húmeda que encantó al romanticismo, apenas es un entreabrir lento y helado de los labios que, por el esfuerzo con que se contraen, parecen muertos o de hierro».
Sí, cada vez reímos menos, y, como dije en otra ocasión, si en algo aventajamos a los hombres y mujeres de otras épocas es en nuestra seriedad, que no es meditativa ni religiosa, sino triste, culpable y mortecina: una seriedad, para decirlo ya, muy parecida a la de los cadáveres.
Sigue diciendo el novelista: «Nunca más he vuelto a oír esa carcajada magnífica de mi infancia. Lo que hoy se escucha es a veces una sonrisa cascada, seca, dura, áspera, corta, que sale a través de una resistencia, como arrancada por unas cosquillas, y que bruscamente muere, dejando los rostros mudos y fríos. ¡He aquí la risotada de nuestro siglo!».
La alegría, hoy, ha acabado convirtiéndose en un lujo; y, si no me cree usted, si mi afirmación le parece exagerada, pregunte a sus vecinos si son felices para que obtenga un centenar de respuestas como ésta: «¿Feliz yo? ¡Cómo se le ocurre, estimado señor!». Y se pondrán a hablarle del trabajo –tan mal pagado-, del cambio climático, de la delincuencia organizada o del estrés. ¡Y conste que hoy tenemos casi todo aquello de los que nuestros antepasados carecieron! Las cajas de música de mi infancia tocaban sólo una canción, y, para colmo, había que darles cuerda; las cajas de música de los muchachos de hoy tocan –o al menos pueden hacerlo- hasta 20 o 30 000 canciones, pero no por eso el corazón de estos muchachos se ha vuelto más alegre, más musical. ¡Qué rostro más avejentado pasean por las autopistas de la vida! ¿Sonreír? No, gracias. La verdad es que ni siquiera se les ocurre.
«Nadie ríe –continúa Eça de Queiroz-, y nadie quiere reír. Tenemos todos el indefinible sentimiento de que la risa estridente y clara desentona con la atmósfera moral de nuestro tiempo». Y se pregunta: «¿De dónde proviene esta desoladora decadencia de la risa? Habría que componer un estudio sobre la Psicología de la taciturnidad contemporánea».
Algún día, si no cambio de parecer, escribiré esa psicología de la tristeza que invita a hacer a sus lectores el autor de La ciudad y las sirenas. Dicho tratado deberá responder a las siguientes preguntas: 1. «¿Por qué estamos hoy tan endiabladamente tristes?»; 2. «¿Quién nos ha robado el mes de abril?»; 3. «¿Por qué razón nos hemos vuelto tan huraños y tan antipáticos?», etcétera.
Que esto es así –es decir, que hoy estamos los hombres más tristes que nunca- lo dicen incuso autores bastante enterados de los problemas de nuestra época. He aquí, por ejemplo, lo que escribió el doctor Luis Rojas Marcos en un libro que apareció en las librerías casi cien años después de que lo hiciera ese ensayo de Eça de Quieroz que hemos venido citando; el libro en cuestión se titula La pareja rota y dice así en una de sus páginas:
«Desde finales de los años sesenta ha brillado la generación del yo, el culto al individuo, a sus libertades y a su cuerpo, y la devoción al éxito personal. La dolencia cultural que padecemos desde entonces es el narcisismo, aunque según dan a entender estudios recientes, la comunidad de Occidente está siendo invadida ahora por un nuevo mal colectivo: la depresión. La prevalencia del síndrome depresivo está aumentando en los países industrializados, y las nuevas generaciones son las más vulnerables a esta aflicción. Así, la probabilidad de que una persona nacida después de 1955 sufra en algún momento de su vida de profundos sentimientos de tristeza, apatía, desesperanza, impotencia o autodesprecio, es el doble que la de sus padres y el triple que la de sus abuelos. En Estados Unidos y en ciertos países europeos, concretamente, sólo un 1 por 100 de las personas nacidas antes de 1905 sufrían de depresión grave antes de los setenta y cinco años de edad, mientras que entre los nacidos después de 1955 hay un 6 por 100 que padece de esta afección».
¡Dios mío, lo doble de tristes que nuestros padres y lo tripe de ansiosos que nuestros abuelos! ¡Pero si tenemos todo lo que ellos no tuvieron!…
¿Cuáles son las causas de tanta tristeza? Eça de Queiroz aventura la siguiente respuesta: «Yo pienso que la risa acabó porque la humanidad se entristeció. Y se entristeció a causa de su inmensa civilización…, pues cuanto más culta es una sociedad, más triste es su faz. Hemos perdido la simplicidad y, con ella, la risa». Y termina diciendo al lector: «¿Quieres un humilde consejo? Abandona tu laberinto, entra de nuevo en la naturaleza, no te compliques con tantas máquinas, no te sutilices con tantos análisis; vive una buena vida de padre próvido que trabaja la tierra, y reconquistarás, con la salud y con la libertad, el don augusto de reír».
Así termina el famoso novelista. Pero no, no nos convence el consejo, ni creo que se consiga mucho abandonando el laberinto (y, por lo demás, ¿quién podría hacerlo?). Según yo, lo que nos ha quitado «el don augusto de reír» no es el exceso de civilización, sino nuestra falta de religión. ¡Ah, si de veras creyéramos en un Dios que nos protege y nos cuida, cómo nos reiríamos de nuestros pequeños problemas! Es decir, reiríamos. Veríamos entonces las cosas desde esa lejanía sin la cual la risa es imposible. ¿No se ha dicho muchas veces que la risa nace del distanciamiento, de ver las cosas desde cierta altura? Pues bien, si esto es así, sólo Dios y los que creen en Él pueden reír de veras con esa explosión de regocijo que conoció Eça de Quieroz cuando era niño, es decir, cuando los hombres aún tenían fe…
También lee: Apología del silencio | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
#4 Tiempos
El tormentoso futuro y sus pronósticos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Se llega al inicio del torneo y como siempre, la ilusión, el deseo y un poco de esperanza regresan a los campamentos del fútbol mexicano.
Ya con algunas semanas de partidos amistosos, preparación de pretemporada y contrataciones interesantes, arrancamos con la idea de pronosticar el futuro de San Luis en la liga.
La mecánica es simple, ir jornada tras jornada sumando (cuando lo amerite) los puntos que puede obtener el equipo, para al final hacer una suma e intentar predecir si es suficiente como para pelear por un lugar en la liguilla o no, así que comencemos.
Jornada 1: León (Derrota) 0 puntos
Jornada 2: Monterrey (Derrota) 0 puntos
Jornada 3: Chivas (Derrota) 0 puntos
Jornada 4: Cruz Azul (Derrota) 0 puntos
Jornada 5: Puebla (Empate) 1 punto
Jornada 6: Querétaro (Victoria) 4 puntos
Jornada 7: Toluca (Empate) 5 puntos
Jornada 8: Tijuana (Victoria) 8 puntos
Jornada 9: Santos (Victoria) 11 puntos
Jornada 10: América (Empate) 12 puntos
Jornada 11: Pachuca (Empate) 13 puntos
Jornada 12: Mazatlán (Victoria) 15 puntos
Jornada 13: Atlas (Victoria) 18 puntos
Jornada 14: Pumas (Derrota) 18 puntos
Jornada 15: Necaxa (Victoria) 21 puntos
Jornada 16: Juárez (Victoria) 24 puntos
Jornada 17: Tigres (Derrota) 24 puntos
24 puntos representan una real posibilidad de jugar play in y con ello pensar en llegar a la liguilla. Sin embargo, el pronóstico habla de un arranque muy complicado llegando a sumar alguna unidad hasta la jornada 5, lo cual preocupa para la estabilidad del equipo y su nuevo cuerpo técnico. Un torneo que luce complicado y de adaptación para el director técnico y una base muy consolidada de jugadores que conocen muy bien la liga.
Por el bien del fútbol en San Luis, esperemos que la bola ruede a su favor, que renazca el buen toque de balón y se demuestre que con poco se puede competir, no queda más que esperar y en unos meses hacemos el recuento de lo logrado contra este complicado pronóstico, que comience la fiesta del fútbol mexicano, una vez más.
También lee: El sabor uruguayo del futbol potosino | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
#4 Tiempos
Personas como espejos | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Los pasos dados en una mañana cualquiera conducen a uno de esos espejos piadosos en los que uno aparece más guapo de lo habitual, más limpio, más esbelto, casi heroico. La imagen llega como ráfaga: ese instante fugaz en que parecemos la mejor versión de nosotros mismos. Al siguiente paso, otro espejo devuelve ya el reflejo habitual: el rostro cansado, la camisa con esa arruga que antes no estaba, el pelo que ya no da. Así son los espejos: unos nos bendicen con la gracia de un tenista que acaba de salvar un set y lanza un guiño a la muchacha de la tercera fila; otros nos exhiben hasta el patetismo, y no hay ángulo que salve esas ojeras de un sueño perdido o la mancha que jurábamos no llevar puesta.
Entre uno y otro reflejo, se instala la duda: saber si somos el mal reflejo o la estampa bella de aquel aparador, si somos lo que vimos primero o lo que vemos ahora. Si somos el destello o la derrota.
En las relaciones humanas ocurre un duelo parecido. Hay personas que funcionan como espejos benévolos y nos devuelven lo mejor de nosotros mismos, iluminando lo que tenemos de amable, de inteligente, de vivo. Con ellas todo fluye: la conversación, el silencio, el juego de miradas. Traen de vuelta nuestro humor. Su sola presencia aligera la carga del día y perdonamos así el paso de las moscas.
En el ámbito de las relaciones es preciso rodearse de personas que son como los espejos en los que uno se ve bien y que nada complican. Gente que con su paciencia y simpatía ponen en bandeja las sonrisas y alumbran los más elevados sentimientos.
Pero también hay espejos rotos con forma de persona. Espejos manchados que te reducen y desaniman, cual les marca su hebra cochambrosa y su afán por ensuciar lo que les rodea. Sujetos cuya sola cercanía oscurece, reduce. Imanes del infortunio, empeñados en arrastrar a los demás a su fango personal. Su forma inmunda de consuelo.
Famosa es la frase en la que John Keats contaba que la poesía ha de acontecer con la misma naturaleza y espontaneidad con la que una hoja cae del árbol, y no forzada ni sostenida por andamios y tornillos. Las relaciones humanas de mayor calado fluyen sin tener que desgañitarse. No se gritan, no se empujan: florecen. Como esas novelas que uno lee sin darse cuenta, y al mirar la página ya vamos por la mitad. Tenemos libros que se arrastran (uno nomás no ve la luz al final del túnel) y otros que vuelan.
Vuelvo a mi maestro Jardiel Poncela: aquellas mujeres que no se acomodan a nosotros valen menos que un lavafrutas, aunque sea la resurrección de Friné envuelta en perfume de Le Galion.
Hay personas que te jalan consigo a su piscina de indecencia; y están otras, las que valen su peso en azafrán, que elevan y de la mano te guían a lo que has anhelado para ti en ratos de dulce vanidad. Son los rayos de sol que se cuelan entre las hojas en la última hora de la tarde.
Los buenos modales siguen siendo la pauta a la hora de definir a la gente de la que me quiero rodear. Aquellos que te alientan, saben escuchar y con los que aún puedes platicar de viejos álbumes.
Recordar, por ejemplo, aquella canción de The Velvet Underground cantada por Nico:
Seré tu espejo
Reflejaré lo que eres, por si acaso no lo sabes.
Déjame estar de pie para mostrarte que estás ciego.
Por favor, baja las manos,
Porque yo te veo.
Me cuesta creer que no sepas
La belleza que eres.
Pero si no lo sabes, déjame ser tus ojos,
Una mano en tu oscuridad para que no tengas miedo…
Contacto
Correo: [email protected]
Twitter: @Bigmaud
También lee: La Habana que vive en Mérida (yo sé que volverás) | Columna de Carlos López Medrano
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