diciembre 3, 2025

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#4 Tiempos

No volverás a ser joven (y qué bueno) | Columna de Carlos López Medrano

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MEJOR DORMIR

 

Es normal, supongo, que con el pasar de los años uno quiera reivindicar la vejez. No es curarse en salud, sino ya directamente una forma de protegerse en medio del fragor de los achaques. Esta punzada en la espalda es un lujo, señoría, y qué privilegio es parecer un abuelo sin haber tenido hijos. No cualquiera. La decadencia aviva las llamas de la creatividad; así, uno puede romantizar lo que convenga. Lo que a ojos de otros es una clara muestra del declive, se ha de erigir como un toque de distinción.

Excusas que uno se inventa, quizá. Pero cada vez rompo más lanzas a favor de lo viejo. No soy un oportunista que a buena hora se sube al tren del hombre mayor. Quienes me conocen saben que desde niño he tenido esa aura otoñal que anda por el vecindario como alguien que no corresponde con su edad. Inclinado al talante flemático, he tenido de larga data un carácter añejo. Estoy chapado a la antigua. Tras cada interacción social, me acerco más y más al perfil del anciano cascarrabias a quien he terminado no solo por comprender, sino admirar.

Es sabida la valoración que hay hacia las personas mayores en diversas culturas, como ocurre en oriente (Japón, Corea, la China tradicional), la antigua Roma y Grecia, en las que se veneraba el conocimiento adquirido a través de la longevidad. Pocos llegaban a soplarse noventa tacos, así que había secretos y sabiduría que aprender de los que lo conseguían. Consejeros en la toma de decisiones. Faros a los que dirigirse.

El respeto a las canas se ha perdido en la posmodernidad y en contextos materialistas en los que se desplaza a los mayores en favor del imberbe. Un orden social que premia lo productivo, incluso si lo producido es basura.

El panorama es catastrófico. El hombre formado en el campo, o el que ha se ha molido la espalda en la fábrica, tiene que aguantar que una adolescente invalide su opinión por ser un «onvre» o ser ninguneado con un «ok, boomer». Y una mujer que nunca ha hecho daño a nadie y tira una posta ancestral es desestimada por un mocoso que juega al Fortnite al ritmo de un «ya siéntese, señora» con risa simiesca. La misma ufanía de quien se hace el superado con un «ᵃ».

Tras cada manifestación de arrogancia y del ensimismamiento de una generación sin mayor legado que una rutina de baile ante una cámara para subir a una aplicación extranjera, está la oportunidad perdida de aprender de quienes guardan sabiduría en cicatrices y arrugas, seres que tal vez tengan un pozo del cual aprender (del mismo modo en que los mayores pueden nutrirse del manantial creativo de los jóvenes en este carretera de doble sentido). Todavía valoro más una condecoración ganada en batalla que los likes conseguidos por comer una sopa extrapicante en TikTok.

La insolencia del niñato, además, lo relega al papel de un meme importado ―cómo no― de Estados Unidos. Si usted quiere saber cómo se comportará el progresista promedio en Hispanoamérica, no tiene más que observar lo que se cocía en los medios estadounidenses y en las universidades de Nueva York y California el verano pasado. Ya lo verá pronto aquí, bajo la etiqueta de libre pensador.

Una obviedad olvidada por los que pasan por verde lechuga: todos envejecen, incluido el recién llegado que ahora se burla de lo que considera senil. Cada minuto es un paso hacia una etapa inevitable de la existencia. Renegarla carece de sentido; por lo contrario, es una bendición llegar a la senectud antes que al apagón prematuro, el de aquellos que se van jóvenes, y a los que si bien se les recuerda eternamente impolutos (James Dean, Edie Sedgwick, Sharon Tate, Sal Mineo), también llevan consigo la cruz de la hazaña incompleta.

Lo mucho que la madurez habría dotado al rostro de las estrellas condenadas a muerte temprana. Los embates físicos pasarían a segundo plano con tal de tenerlos aquí en la vida, esta bella desdicha. Con el acabado de Anna Magnani, pidiéndole a un hombre que no corrigiera su rostro en el proceso de edición: «Por favor, no retoques mis arrugas. Me costó mucho tiempo ganarlas». 

En tanto nos dirigimos todos a la tercera edad, sería prudente echarle porras a lo arcaico y brindar a los ancianos los beneficios que deberíamos esperar algún día para nosotros. Hablo de cuestiones ajenas a pensiones y descuentos en farmacias, más bien una manera de incorporarlos al enjambre e incentivar la convivencia intergeneracional en esta abominable jungla derivada del puritanismo calvinista. A todo cerdo le llega su San Martín.

Es innegable que la sucesión de primaveras implica serias desventajas. Los sentidos se desgastan, la fuerza mengua, uno se amarga. Procuremos un envejecimiento sin el aroma de un tapete enmohecido. Sumar años sin caducar.

No idealizaré a los viejos per se: como en todo, los hay bastante necios e idiotas, pero se les ha de juzgar por dichas averías, no por su cualidad de longevos. Estemos al tanto de las nuevas tendencias, sin la obligación de contaminarnos de las que resulten nocivas. Lo clásico, se sabe, es lo que sobrevive al paso del tiempo. Su encanto encandila a la muerte, esquivándola una y otra vez.

Del mismo modo en que la edad implica debilitamientos, también trae consigo otras etiquetas y reformula los aportes que nutren a la sociedad. Comprender esto es importante. La vejez tiene una marcha pausada que habría que rescatar en tiempos donde se avanza y avanza… vete tú a saber hacia dónde. La tradición es el agua que apaga el fuego revolucionario que lo consume todo.

Lo viejo es un cognac XO, un whisky añejado en barricas de roble por 18 años, el destilado de un maestro mezcalero curtido por décadas de trabajo. Elixires en contraposición a la charlatanería de soluciones exprés, el kosaco en botella de plástico, el azulito que acompañan canciones que te degradarán si sigues al dedillo, el trago en lata que anuncia el comediante de moda.

La juventud da tumbos y saltos en el jardín. La madurez es arremangarse y arrancar de cuajo la maleza hasta que el cuerpo no da más de sí. Depurar lo que haga falta para quedar libre de amargor. Una fase de desprendimiento. Perdemos a los amigos, a los viejos amores, las oportunidades, la voluntad. Todo eso ya no está, adquiere otra la forma de un espectro que uno habrá de perdonar en la intimidad si se aspira a la noche sosegada. Las cuentas saldadas mejoran el descanso.

El envejecimiento tiene ritmos misteriosos. Hay años en los que se ganan enteros, en los que el físico adquiere la patina de una escultura a la intemperie, libre de enfermedades mayores que lo ensombrezcan. En cambio, hay meses en los que sobreviene la caída, en los que la faz se erosiona y da a la víctima el aspecto de alguien que ha sido apaleado por los acontecimientos.

Hemos visto personas cuyo aspecto se ve marchitado con suave armonía, como la animación producida por hojas que caen. Una transición más bien: colores y texturas que claudican poco a poco, sin que sus portadores lo perciban. Aquel mariscal de campo que de los veinte a los ochenta años mantiene un mismo semblante, un rictus similar, tan solo mudado entre gamas: del castaño al cabello blanco, de la rectitud al encorvado, de la piel suave a la áspera y a las manchas de sol. La gracia de Clint Eastwood pese a tantos diciembres a cuestas.

Pienso estas cosas al albor de otro cumpleaños. Con cada nueva vela me siento más en sintonía con mi espíritu.

 

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#4 Tiempos

El Piano eléctrico: desarrollo potosino | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

Los diseños de pianos electromecánicos tuvieron su auge en 1929 y en la década de los cincuenta del siglo XX comenzaron a usarse en audiciones públicas. La historia de su desarrollo menciona los nombres de Lloyd Loar, Benjamin Meissner, Rudolph Wurlizer, Harold Rodhes y el piano Neo-Bechstein, entre los principales.

Sin embargo, el nombre de Francisco Javier Estrada no aparece en estos recuentos, a pesar de haber sido el primer reporte de un diseño de piano eléctrico a nivel mundial, como resultado de sus investigaciones en reproducción del sonido por medios eléctricos. El reporte público de Estrada se realizó el 19 de diciembre de 1878 en el periódico El Siglo XIX, donde Estrada daba cuenta de sus experimentos con una cuerda vibratoria y su transducción a señal eléctrica, mediante una membrana de tambor que amplificaba el sonido. Estrada, solo presentó su idea y diseño y la puso al servicio de los interesados a finde que pudieran materializarla y mejorarla, al no poder solventar los gastos necesarios para su construcción y la falta de servicios artesanales especializados. Estrada decidía publicar los principios y la descripción del instrumento citado, temeroso de que algún día, no muy lejano, se presentara del extranjero algún instrumento de música idéntico o semejante, o lo que era peor, alguna petición exótica de privilegio con perjuicio de los artesanos mexicanos.

Ochenta años mediaron entre la publicación del diseño de Estrada y la materialización en el extranjero de un piano eléctrico con funcionamiento electro-mecánico.

Para mayores detalles y más información pueden consultar mi artículo alojado en la dirección:

(PDF) Francisco Javier Estrada el inventor del piano eléctrico. Available from: https://www.researchgate.net/publication/396325293_Francisco_Javier_Estrada_el_inventor_del_piano_electrico.

Francisco Javier Estrada insigne científico potosino que destacó a nivel mundial en el ámbito de la física en el siglo XIX convirtiéndose en el físico más importante de México, tiene una numerosa contribución de aportes, de primicias mundiales, las cuales en su mayoría son desconocidas o adjudicadas a otros personajes.

Hemos estado realizando investigación y difusión sobre la vida y obra de este genial potosino, Francisco Javier Estrada y en esta columna del Cronopio en la Orquesta, hemos tratado algunas de esas trascendentales aportaciones.

Una de las aportaciones técnicas de Francisco Javier Estrada que no aparecen en los registros científicos históricos es la propuesta de reproducción del sonido por medios eléctricos. Su tema central de trabajo que implementó en la década de los setenta decimonónicos fue la reproducción del sonido, colocándose en la frontera del conocimiento en ese tema.

Como hemos apuntado en trabajos anteriores, muchas de sus aportaciones y primicias mundiales han quedado en el olvido y poco a poco se están rescatando para colocar en la palestra mundial el gran genio de Estrada, como el físico mexicano más importante del siglo XIX y uno de los principales a nivel mundial,

cuyas glorias no se proyectaron por la idiosincrasia social del país, aunque su genio de cierta forma era reconocido en el país, aunque no lo suficiente.

Sistemas como el motor eléctrico, nuevos sistemas de telefonía y la comunicación inalámbrica son parte de sus aportaciones trascendentes que cambiaron a nuestras sociedades y cuyas aportaciones aprovechadas por otros científicos dejan de lado la aportación primaria de Estrada en la historia de la ciencia y la tecnología. Como una aplicación de sus investigaciones en electromagnetismo y reproducción del sonido, se encuentra su propuesta de un piano eléctrico, cuyos experimentos base realizó en San Luis Potosí y con los que propuso un diseño para la construcción de un piano eléctrico que transformaba las vibraciones acústicas en eléctricas con el fin de amplificar el sonido.

El piano como tal no pudo construirlo por carecer de recursos suficientes, así como problemas para abastecerse de los materiales necesarios y el apoyo de los constructores artesanos; sin embargo, publicó en medios de comunicación masiva sus propuestas con el fin de registrar su idea, sus experimentos y su diseño para la construcción del piano eléctrico y su extensión a otros instrumentos de cuerda.

Su propuesta era resultado de experimentos anteriores de Estrada con sistemas telefónicos, donde había realizado mejoras a los ya existentes, logrando construir teléfonos cuya reproducción del sonido era más clara y de mayor intensidad. Parte de esas mejoras las utilizaría en su propuesta del piano eléctrico, entre ellas los fundamentos de micrófonos de carbón y de la comunicación inalámbrica.

Los potosinos debemos estar orgullosos de Francisco Estrada y colocar su nombre como debe de ser, en la historia de la civilización.

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#4 Tiempos

Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…

Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».

Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!

Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».

Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…

Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».

Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.

¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída

, el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».

¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».

Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!

Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.

Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».

Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.

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#4 Tiempos

“México, esta niebla que arde” | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Culto Público, si no han leído la novela “Niebla Ardiente” de la muy joven escritora, Laura Baeza, les recomiendo hacerlo como desde ayer

Tuve la oportunidad de conocer a Laura personalmente hará unos cuatro años, ¿Qué les digo? Una de esas circunstancias alineadas que convergieron en el segundo piso de la librería Gandhi del centro, la de los Arcos Ipiña.

Fue en un taller breve de escritura creativa previo a la presentación formal de su libro, el que les recomiendo. Si conocerla fue una circunstancia, convivir con ella e intercambiar casualidades fue de plano como regalo de estrella fugaz.

Fui de los selectos y afortunados que en grupo terminamos sentados con ella en “La Oruga y la Cebada” en el Callejón San Francisco, conversando sobre lo que duele y lo que salva, entre un par de cervezas y una cena sencilla.

Ella me firmó su libro con una frase que ahora, en este 25 de noviembre, regresó a mi atormentada cabeza: “A Jorge, que siempre nos una el deseo por hallar algo más en esta realidad tan rara…con todo cariño, Laura Baeza”. El momento de por sí, ya era una realidad rara.

A la distancia, empiezo a creer que su frase fue más que optimismo, y es más un deber moral, y es que su ficción (vuelta a releer en estos días) se parece demasiado a México.

No es “spoiler” (o como se diga) pero “Niebla Ardiente” detalla el regreso de su protagonista Esther a México pensando en encontrar a su hermana Irene, quien había desaparecido hace años, y a quien creía muerta, cuando de la nada, un primero de enero en un reportaje que vio en la televisión, Esther la reconoce en una marcha y se lanza en su búsqueda.

Pero la novela, la primera de Laura (y creo que premiada) realmente no comienza allí. Comienza donde casi todas las historias de violencia en este país empiezan: en los pasillos de la burocracia, en los que los papeles cuentan más que las personas.

Esther aparece en un México reconocible para cualquiera: expedientes mutilados, archivos “perdidos”, oficinas donde la verdad siempre llega después de que las secretarias coman sus gorditas grasosas y funcionarios que usan el futuro para encubrir lo que nunca harán.

Es en esa atmósfera donde la desaparición deja de ser un crimen y se convierte en un proceso. Como alguien escribió: los países se definen por cómo recuerdan; México, al parecer, se define en cómo olvida.

En medio de esa maquinaria oxidada, Esther descubre a un policía. No es un héroe: es un hombre cansado que simplemente no rompe las reglas pero las dobla para que la realidad duela un poco menos. Ese personaje era como algo que escribió una pensadora feminista de la que en este momento no recuerdo su nombre “la dignidad aparece cuando alguien no mira hacia otro lado”.

En fin, siguiendo con la novela y nuestra realidad, este policía mira. Acompaña. Abre una grieta. Y sin embargo, ni siquiera es lo suficientemente poderoso para luchar contra un país donde las fosas clandestinas actúan como el archivo nacional.

La comparativa y reflexión con la novela va porque hoy es 25 de noviembre y México sigue siendo esa tierra donde la violencia parece que no importa, sino que se repite. Casi 2 feminicidios cada día. 3,284 mujeres asesinadas en 2024. 89% de impunidad. Una agresión física cada siete minutos. Más de 10 millones de mujeres violentadas digitalmente. En San Luis Potosí, 24,000 víctimas por cada 100,000 mujeres.

Uno quisiera creer que estos números son de un país lejano, pero no. Están aquí, sobre las mismas banquetas que caminamos todos los días. Ese es el verdadero crimen de México: haber entrenado a la gente para no sorprenderse.

Sí, no se debe negar que mucho se ha hecho pero poco alivia (hoy casi todos los gobiernos e instituciones hablan de esto, pero mañana la rutina sigue).

Sí, con la llegada de Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de México, llegaron todas…excepto las que no alcanzaron a llegar porque les truncaron la vida.

El nuestro, es un país donde buscar es amor—y protesta.

Igual que como ocurre en la novela de Laura, que no describe un país imaginado sino nuestro México. Uno donde las hermanas encuentran hermanas, donde las madres encuentran hijas, donde las mujeres salvan mujeres. Un país donde todavía hay justicia, pero casi siempre fuera de los edificios públicos.

Y así como Esther enfrenta la niebla, miles enfrentan la opacidad del Estado día tras día: ventanas cerradas, sistemas incompatibles, versiones contradictorias, funcionarios que deletrean la palabra “protocolo” como si lanzaran un hechizo contra la verdad.

México es hogar de una burocracia tan grande que hasta la violencia tiene formularios que completar.

Tras varios años de no recordar la anécdota con la escritora, hoy vuelvo a esa dedicatoria: “encontrar algo más en esta extraña realidad…”

Ese “algo más” no es una esperanza ingenua. Es algo que se parece más a la obligación de nunca acostumbrarse, “la memoria es la única defensa contra la repetición del horror”.

Por esa razón, espero, que por cada mujer desaparecida o mujer luchando por no desaparecer, o lidiando contra cualquier tipo de violencia, recordemos que la niebla espesa arde. Y que si arde, es porque la herida está abierta.

Hasta la próxima. Jorge Saldaña.

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