diciembre 21, 2024

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#4 Tiempos

Mi primer acercamiento al cine de terror | Columna de Guille Carregha

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CRITICACIONES

 

A raíz de la cantidad inhumana de películas horribles del género de terror que consumo cada año como si fueran Sabritones gratuitos en una fiesta universitaria aburrida o parte de mi dosis de medicamentos semanales para mantener con vida a este cuerpo decadente, es hasta un poco irónico recordar cómo es que no fue sino hasta los 16 años que me atreví a ver mi primer película de terror. Previo a ese fatídico día en el que una de las pantallas de Cinépolis me convenció de dedicarle mi existencia a consumir con gusto los bodrios más insoportables del género jamás grabados por la humanidad, pasé al menos una década de mi vida evitando a como diera lugar cualquier película que pudiese caer dentro de esta categoría. Los resultados variaban, pero el intento se hacía.

Quiero decir, no me encontraba viviendo en una simulación de vida en la que simplemente no se presentaran oportunidades de ver a algún asesino sobrenatural matar adolescentes cachondos de uno en uno a través de una pantalla o no conociera a nadie con el interés de creer que los efectos de pantalla verde de mediados de los 80 eran creíbles. Sencillamente estaba yo en una cruzada contra el mundo para activamente hacer como que ese género no existía. Esto incluía, por supuesto, la valiente decisión de evitar el pasillo denominado como “terror” en cualquier video centro al que accedía para evitar espantarme a mí y a mi antipática imaginación.

Y deja tú hablar de películas de terror. Incluso si tenía a mal escuchar alguna historia de terror toda pitera y mal contada a la luz de una fogata por algún niño con problemas de dicción y clara falta de presencia o carisma, terminaba siendo incapaz de dormir durante la subsecuente noche. Tan fácil como decir “y entonces vieron al chupacabras y se murieron”, sin dar nada de contexto o descripción o algo de utilidad, y mi cabeza ya estaba generando una cantidad brutal de pesadillas imaginarias en mi mente que se encargarían de arrebatarme el sueño por uno o dos días.

Ahora, esta aversión al terror en general no apareció de la nada o sin provocación alguna. Se generó a raíz de un evento traumático que me arrebató de la capacidad de escuchar “es una película sobre un monstruo que se esconde en una canasta de mimbre para matar gente” y que las pocas neuronas en mi cerebro se encendieran con la revelación de que es la idea más maravillosa jamás concebida, convirtiendo en “ver esa mierda” en el principal objetivo de mi vida. Todo comenzó en 1992, cuando teniendo yo 4 años aproximadamente, obtuve acceso a un canal de televisión llamado Multivisión.

Aún a pesar de que no recuerdo exactamente la cantidad obscena de los títulos de las caricaturas con las que rellené mi cerebro y personalidad a esa edad, recuerdo especialmente que una de mis series favoritas en ese entonces era la serie animada de Beetlejuice. Ahora, debemos recordar que, una vez más, tenía 4 años en aquel entonces, por lo que la idea de que existiera una película live action con el mismo nombre en la cual se basaba esta serie era completamente ajena a mí. En aquel momento de la vida asumía que lo único que existía en la tele eran las caricaturas y, a veces, los anuncios que las interrumpían. Eso era todo. Cualquier otro elemento me parecía foráneo e inimaginable.

Tampoco sabría decir qué era exactamente lo que me llamaba la atención tanto de esa serie como para ser de las pocas caricaturas de aquella época de las cuales aún guardo pequeños clips en mi memoria. De la mayoría de sus contemporáneas solo queda algún recuerdo del diseño de los personajes principales o, a lo mucho, unos cuantos segundos de la canción del intro enterrados entre alguna de las neuronas que me servían para encontrarle sentido al álgebra hace 20 años. Y, sin embargo, de la serie animada de Beetlejuice

recuerdo con cariño incluso las voces de sus protagonistas, lo raros que me parecían los elementos en 3D que utilizaban de vez en cuando en el opening y los capítulos, y alguno que otro chiste – sobre todo los que pretendía entender para sentirme parte del grupo.

Tal era mi amor por los personajes de la serie que, aproximadamente un año después, en una de las tantas visitas al Video Centro de mi infancia, encontré que estaba a la renta un VHS con el título de Beetlejuice sobre la carátula, misma que presentaba una fotografía de unos individuos que parecía estaban disfrazados de los personajes principales de la serie animada que justo había estado viendo antes de salir de la casa. Sin dudarlo, le pedí a mis padres que, en vez de mis consabidas compilaciones de episodios de [inserte aquí caricatura clásica de principio de los 90’s], me rentaran esa cinta que había encontrado. Por cuestiones de no difamar a nadie, quiero pensar que hubo cierta reticencia de su parte por rentarle esa película a alguien de mi edad, pero pasó hace tantísimo tiempo que he olvidado algunos de estos detalles. Pero digamos que sí lo hicieron. Vamos a decir que fueron lo suficientemente responsables para cuestionarme.

Aún así, regresamos a casa con la cinta en nuestras manos.

Ni bien habíamos llegado a la casa, mi versión de ahora 5 años subió en lo que se dice en chinga hacia el cuarto de la televisión para empezar a ver lo que prometía ser el episodio perdido de mi serie. A decir verdad, no tengo la más mínima idea de cuánta película alcancé a ver antes de sucumbir al terror completo. Solo recuerdo vivamente estar sentado de espaldas a la televisión gritando a todo pulmón mientras mi mamá corría a apagar la televisión.

Han pasado años desde aquel fatídico día, años en los que he podido ver la película de Beetlejuice de principio a fin por lo menos tres veces sin haber despertado mi trauma infantil en algún momento. Sigo sin saber exactamente qué fue lo que rompió mi psique de cinco años, aunque he creído encontrar un par de escenas que pudieron haber sido las culpables de crearme una necesidad imperiosa de evitar cualquier tipo de historia de fantasmas, monstruos, aparecidos o similares por el resto de mi vida. Claramente, aquella necesidad se vio superada eventualmente con el pasar de los años, pero creo que jamás seré capaz de determinar con precisión el momento en que perdí la compostura y me convertí en un amasijo de lágrimas que necesitaba ser salvado por sus padres.

Pero eso sí, a qué no adivinan a partir de qué momento tuvimos PIN parental en la televisión y se me cuestionaba acerca de cualquier tipo de contenido audiovisual que consumía. A ver. A que no adivinan.

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#4 Tiempos

De éxitos y fracasos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

La Copa Intercontinental, también conocida anteriormente como el Mundial de Clubes, es uno de los torneos más prestigiosos del fútbol mundial. Desde su creación en 1960, el torneo ha reunido a los mejores equipos de Europa y Sudamérica para disputar el título de campeón del mundo, mismo que desde hace algunos años ha tenido esa representatividad, ya que se toma en cuenta a todas las confederaciones del globo.

En cuanto a la participación mexicana en este torneo, es importante destacar que los equipos del país han tenido un papel importante en la historia del Mundial de Clubes. Aunque no han logrado conquistar el título, han demostrado ser unos de los equipos más competitivos y respetados del torneo, así como uno de los países con más participaciones en la justa.

En total, son 54 clubes los que alguna vez han jugado este torneo, equipos que provienen de 24 países distintos, siendo Brasil el que más clubes ha enviado a representar, con 11 equipos, seguido de México con 7 y Argentina con 6.

Uno de los momentos más destacados de la participación mexicana en el Mundial de Clubes fue la actuación del Club Necaxa en la edición de 2000. El equipo mexicano logró avanzar hasta la semifinal del torneo, donde se enfrentó al Vasco da Gama. Aunque finalmente perdieron el partido por 2-1, la actuación del Necaxa fue considerada como una de las mejores de un equipo mexicano

en la historia del torneo.

Otro equipo con una notable participación es Tigres, que en el Mundial de Clubes del año 2021, se convirtió en el primer equipo mexicano en llegar a la final del torneo, donde se enfrentó al Bayern de Múnich. Aunque Tigres perdió la final por 1-0, su participación en el Mundial de Clubes fue considerada un éxito, ya que demostró la capacidad del equipo para competir a nivel internacional. Además, Tigres logró vencer a Palmeiras en las semifinales.

Ahora, el Pachuca participó en la edición actual del Mundial de Clubes. Lo que llamó la atención fue que el Pachuca jugó con un equipo muy joven, con varios jugadores que apenas tienen 20 años de edad. A pesar de la juventud del equipo, el Pachuca demostró ser un rival complejo, y su actuación fue destacada.

La participación mexicana en el Mundial de Clubes ha sido destacada a lo largo de la historia. Aunque no han logrado conquistar el título, los equipos mexicanos han demostrado ser unos de los más competitivos y respetados del torneo. La actuación del Pachuca en la edición actual es un ejemplo de que los equipos mexicanos pueden competir a nivel mundial, incluso con equipos jóvenes y sin mucha experiencia.

Es una lástima que el nivel de los clubes no se refleje a nivel selección, que los talentos se pierdan en el negocio de una liga que ha demostrado poder competir en cualquier nivel ante cualquier rival. Ojalá las cosas retomen el rumbo y la selección pueda ir creciendo de la mano de los clubes, en beneficio del fútbol nacional.

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#4 Tiempos

Corrido: En el IMSS un cochinero | Columna de Ana G Silva

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Corredor Humanitario

 

La tarde del jueves 19 de diciembre se montó una manifestación por el despido de Simón Almanza, un ortopedista del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en San Luis Potosí. Mencionó que esta fue porque “alzó la voz” al ser uno de los pocos médicos que denunció la falta de insumos.

Ante medios de comunicación, declaró que el motivo de su despido fue “por pedirle a los pacientes que consiguieran su material, para resolverlo a la brevedad posible”.

Lo que no menciona es que él mismo cobraba por realizar cirugías de ortopedia infantil, además de que pedía a los padres comprar insumos en su negocio.

Esta información llegó por parte de TRES fuentes dentro del IMSS, quienes le detallaron a esta periodista que el doctor Simón tiene cuatro denuncias hechas por derechohabientes por cobrar las cirugías de ortopedia infantil.

Se preguntarán… ¿Cómo nadie lo notó? La verdad es que sí, todos sabían.

Las corruptelas del IMSS se conocen entre sus trabajadores y pocas veces realmente se dan a conocer. La verdadera razón por la que Simón Almanza era intocable es porque era el protegido de la ex delegada María Guadalupe del Rosario Garrido Rojano, involucrada en varios desfalcos dentro del instituto de salud en la entidad.

Garrido Rojano fue jefa de enseñanza del IMSS dónde conoció a Simón como su alumno; lo trae a trabajar a la Delegación en San Luis Potosí como coordinador, donde empezó a consultar pacientes, a pesar de que su puesto lo impedía…

Sí era médico, pero coordinador al fin y al cabo. No podía involucrarse con pacientes, y aún así, el doctor de quirófano que tenían en ese tiempo firmaba como el que operaba, para que no quedara registro de que Simón era el que realizaba los procedimientos.

PD. Por ahí un pajarito me llegó a contar que en su paso por la Clínica 2 del IMSS realizó algunas operaciones que solo le competen a un neurocirujano.

Tan cercano era a Garrido Rojano, que incluso se encargó de operar a Juana Mejia, ex titular de la Jefatura de Servicios de Desarrollo de Personal de la Delegación y otra trabajadora muy cercana amiga de la ex delegada, quien incurrió en el abuso de su puesto y atribuciones para ingresar a cirugía

en mayo de 2023, pues nunca pasó por la lista de pacientes de ortopedia que esperaban su ingreso a una cirugía, y por un padecimiento que no sería considerado de urgencia, mismo que lleva a cualquier otro ciudadano a esperar meses para realizarse.

PD 2. El sujeto también es protegido por Raul Mario Beltran, jefe de Jurídicos que se le ha relacionado con casos de corrupción y acoso sexual, pero con todo y pruebas contundentes es inamoblible.

Aquí no se le cuestiona su calidad como médico, pues también he escuchado trabajos destacados… si no fuera por sus negocios corruptos.

Su manifestación parece indicar que se trata de un intento de derrocar a la delegada actual, Angélica Cristina Rodríguez Nester.

Y no. ¡No! Esta columna no es para respaldarla, pues también es alguien que tiene cola que le pisen.

La falta de insumos y medicinas no es ningún secreto. Mis fuentes dentro del IMSS afirmaron que sí hay desvío de recursos destinados a insumos médicos, para beneficio personal de la querida delegada, como la compra de autos nuevos. Nada que no se haya denunciado en años anteriores.

Rodríguez Nester también prioriza a sus allegados en puestos clave, dejando de lado a personal más capacitado.

Lo que me contaron es que la delegada hace enojar a los trabajadores por cosas “muy burdas”, ejemplo de ello es que no va a dejar salir a los operativos de vacaciones las próximas dos semanas, pero sí a sus amigos.

Por cierto, la delegada cree que nadie se dio cuenta que su secretaria está de vacaciones. Y el resto del personal, bien gracias.

Pero en fin, siempre es lo mismo, el IMSS sigue siendo el mismo cochinero de siempre.

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Aliens, Sexo y Drama; Bienvenidos a la cabaña más incómoda de México | Columna de Guille Carregha

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Criticaciones

 

La Región Salvaje es una mala película envuelta en un vestido de pretensión que da la impresión de que estás viendo algo de verdad bueno. Se plantea a sí misma como una profunda exploración de la importancia que tiene el placer para la humanidad a través de elementos de ciencia ficción, pero termina siendo una mininovela de TV Azteca aderezada con kinks de hentai de tentáculos en live action.

Esta es una película que camina por una delgada línea entre la fascinación y la frustración. Su premisa tiene el potencial de ofrecer una experiencia única. Sin embargo, el resultado final no está a la altura de sus ambiciones, dejándonos con una obra que parece más interesada en impresionar con su estilo que en profundizar en los temas que plantea.

Dando inicio al visionado y notando cómo uno de los puntos clave de la película es la aparición de un extraterrestre que es la encarnación misma del deseo, podría parecer que La Región Salvaje es algo así como la versión mexicana de Under the Skin mezclada con Shivers. Y, la neta, un poco sí. Sin embargo, a diferencia de aquellas películas, esta no tiene tan claro su enfoque. Aún cuando la dirección intenta capturar con precisión quirúrgica las dinámicas tan volátiles y complejas de género, sexualidad y violencia, no puede evitar caer en los clichés más anticuados de las novelas de las 9 de la noche.

Literalmente, a pesar de contar con la existencia de un alien cuya única función es tener sexo violento con quien se le ponga enfrente, la película insiste en enfocarse en las relaciones interpersonales de tres personas. Tenemos a Alejandra, su esposo Ángel, y su hermano Fabián, quienes ya están en medio de una vida caótica y llena de tensiones. Ninguno de ellos conoce al extraterrestre durante los primeros 30 minutos de la película. Lo importante es ver cómo Alejandra y Ángel tiene un matrimonio a medio morir que se mantiene unido solamente por la existencia de sus hijos, y darnos cuenta que tanto a Ángel como a Fabián les pareció una maravillosa idea el tener un amorío homosexual entre ellos a espaldas de Alejandra.

Y el extraterrestre, bien, gracias.

La película empieza a cuajar un poco cuando aparece Verónica en sus vidas. Su presencia no hace más que avivar las inseguridades, la culpa y la desesperación que todos ellos ya cargaban. Y cuando cada uno tiene su “encuentro cercano” con el extraño “compañero extraterrestre” de Verónica, que vive en una cabaña en el bosque, los problemas humanos parecen disiparse… aunque solo sea por un rato. Este alienígena no es cualquier monstruo, es casi la encarnación del deseo sexual más puro y primitivo: no tiene género, no tiene orientación, no tiene moral. Es una fuerza implacable que no discrimina ni razona, solo actúa.

Pero aquí viene el giro oscuro: el sexo no es el único instinto primitivo que la película pone sobre la mesa. Su hermano feo, la violencia, siempre está al acecho. Tanto los humanos como el alienígena tienen la capacidad de hacerse daño brutalmente, y en este constante tira y afloja entre deseo y agresión está el verdadero corazón de la película. Esa dicotomía entre los impulsos básicos del placer y la violencia, y la forma en que los personajes se relacionan con ellos, es lo que define esta historia.

Durante los apenas seis minutos en donde se hace referencia al extraterrestre, la película lo usa como un espejo: una herramienta que refleja las tensiones internas de los personajes y su lucha con el deseo, la represión y la autodestrucción. Es un símbolo que desnuda lo peor y lo más visceral de nuestra naturaleza. Logra incomodar, provocar y hacer preguntas importantes sobre lo que significa ser humano. Porque al final del día, no importa cuánto tratemos de escapar de nuestros impulsos básicos, siempre están ahí, acechándonos, esperando el momento para tomar el control. El alienígena funciona como una metáfora de los deseos humanos en su forma más básica, un ser que no distingue entre géneros ni orientaciones sexuales. Sin embargo, estos impulsos, en lugar de liberar a los personajes, los conducen a la autodestrucción. En ese sentido, la película parece decirnos que los deseos más profundos del ser humano siempre van acompañados de su contraparte más oscura: la violencia.

Por otro lado, los personajes humanos, aunque interpretados de forma competente por el elenco, son más planos que cualquiera de las hojas en donde se imprimió el guión. Asumo que la idea de la dirección era transmitir un aura enigmática o una sensación de desgaste emocional a través de ellos, pero a duras penas parecen ser personas que solamente saben sentir desinterés y aburrimiento

– mismo que transmiten a la perfección con la audiencia. Es casi imposible sentirse identificado con cualquiera de estos seres deleznables que, más que personajes, no llegan a ser más que herramientas narrativas. La película parece más interesada en utilizarlos para ilustrar su tesis que en darles agencia o un desarrollo significativo.

            Como buen producto mexicano audiovisual, La Región Salvaje no puede evitar caer en clichés y estereotipos que socavan su mensaje pero que, seguramente, creyeron eran muy interesantes y le daban otra capa de significado a la película. De entrada, la acción se sitúa en Guanajuato, donde CLARAMENTE estamos intentando hacer la dicotomía de ciudad católica panista persignada con los sucesos sexuales que acaecen a lo largo de la película. Pero en ningún momento se aprovecha eso. Solo se hace especial énfasis en mostrar que estamos en Guanajuato y… ya. La población general de la ciudad nunca se entera de nada, nadie hace mención a cómo toda choca con los valores clásicos de la religión, no hay situaciones de desventaja ante quienes se ven involucrados. Es decir, esto podría pasar en cualquier ciudad de México, real o ficticia, y nunca sería nada más que un fondo de pantalla.

            Y ni hablemos de los efectos especiales. En general, el CGI utilizado aquí, sobre todo para representar los cuatro minutos de extraterrestre que nos entrega la película, está bastante bien logrado. Pero hay una escena, una escena clave a la mitad, en donde se decidió que estaría padrísimo representar una orgía de animales en el bosque y… no. Solo no. La poca tensión que estaba sintiendo hasta ese momento murió en el momento en que irrumpí en una carcajada al ver esa escena. O sea, poner muñequitos de felpa motorizados a representar la escena se hubiera visto menos barato.

En última instancia, La Región Salvaje parece más interesada en la forma que en el fondo. A pesar de sus ambiciones, la película no logra profundizar en los temas que plantea, dejando al espectador con más preguntas que respuestas. Al explorar los impulsos sexuales y la violencia, Amat Escalante intenta hacer una crítica de las relaciones humanas, pero el mensaje se diluye en una narrativa que no logra equilibrar sus elementos temáticos y estilísticos.

Más que una obra cohesionada, La Región Salvaje se siente como un experimento que plantea preguntas interesantes, pero no logra responderlas de manera satisfactoria. Su incapacidad para conectar emocionalmente con el espectador y para ofrecer una reflexión más clara sobre sus temas hace que se quede corta. Al final, lo que podría haber sido una exploración incisiva de la condición humana termina siendo una experiencia tan desconcertante como olvidable.

Y, claramente, nadie supo cómo concluir la película. Al final, cuando las cosas finalmente están escalando y parece que llegaremos a algún lugar, el guión dice “¿y si matamos a todos de una vez y vamos a créditos? ¿No estaría más padre? ¿No nos ahorraríamos tiempo y dinero?”

No.

No estuvo más padre.

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