junio 22, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

Las razones del ateo | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas.

Una necesidad básica que experimentamos los humanos es la de llegar a un acuerdo entre lo que pensamos y lo que hacemos; ahora bien, cuando este acuerdo, por alguna razón, no llega a darse, se produce entonces lo que el sociólogo Leon Festinger (1919-1989) llamó disonancia cognoscitiva. El mismo Festinger explica en qué consiste: «Siempre que una persona recibe una información o una opinión que juzga le impedirá seguir realizando lo que habitualmente realiza, esta información es entonces disonante. Y cuando existe la disonancia, la persona trata de reducirla modificando sus acciones o bien cambiando sus creencias u opiniones. Si no puede modificar la acción, el cambio de opinión sobrevendrá inmediatamente».

¿Qué quiso decir el sociólogo con esta afirmación aparentemente tan complicada? Veámoslo. Supongamos que durante diez años hemos venido realizado una determinada acción –fumar, por ejemplo-, y que de pronto alguien viene y nos dice que fumar hace mucho mal y que hasta es posible que acabemos con cáncer en los pulmones. ¿Qué sucede entonces? En realidad –asegura Festinger-, pueden suceder dos cosas: o que dejemos de fumar (cambiando nuestra opinión respecto al consumo de tabaco), o que nos neguemos a escuchar al atrevido que ha llegado hasta nosotros con tan desagradable novedad. Cuando resulta mucho más difícil hacer lo primero, casi siempre (para reducir la disonancia) recurrimos a lo segundo, como sucedió con aquel hombre de cierta edad que dijo un día a su mujer: «Desde que leí en el periódico que fumar hace tanto mal…, ¡vamos, que he dejado de leer el periódico!».

No podemos vivir en el desequilibrio; así, o dejamos de fumar o dejamos de leer. El bebedor que picando aquí y allá en su control remoto (los estudiosos de comunicación dirían haciendo zapping) va a dar a un canal que se halla transmitiendo un programa muy serio y muy científico acerca de «los daños al hígado que produce el alcohol», o dejará de beber o cambiará de canal, aunque lo más seguro es que se limite sólo a hacer lo segundo porque es lo más sencillo. ¡Nadie acepta de buen grado que alguien venga y le diga que lo que tanto le gusta hacer es a la larga perjudicial!

Mientras leía el artículo en el que Festinger explicaba su teoría de la disonancia cognoscitiva, me pregunté si no podría aplicarse también al fenómeno del ateísmo en lo que tiene éste de puramente humano.

En uno de sus famosos Ensayos, Francis Bacon (1561-1625), el filósofo inglés, hablando del ateísmo, hizo la siguiente afirmación: «Los hombres que se atreven a negar la existencia de Dios son solamente los que en ello tienen interés». ¡Qué frase más lapidaria y contundente! Pero, ¿es de veras así? ¿Es que hay en este mundo seres a quienes no conviene que exista Dios? Sin embargo, va a ser Pascal quien desarrolle más tarde esta idea en uno de sus Pensamientos. En él, el filósofo francés (se trata del número 457, edición de Jacques Chevalier) habla imaginariamente con un ateo y sostiene con él el siguiente diálogo: «Me dices: “Yo hubiera abandonado pronto los placeres si hubiera tenido fe”. Pero yo te digo: “Hubierais poseído pronto la fe si hubierais abandonado los placeres”».

Según Pascal, pues, lo que dificulta el acto de fe no es lo que uno piensa, sino más bien lo que uno hace: el ateísmo es hijo más de la razón práctica que de la razón teórica; más de las malas obras que de una serie de meditaciones llevadas hasta sus últimas consecuencias.

Un hombre que había pervertido a infinidad de jóvenes en sus múltiples incursiones nocturnas por las calles de mi ciudad, me dijo un día: «Dejemos en paz el problema de Dios. Por ahora es un problema que no me interesa». «¿Y crees tú –le pregunté- que algún día te interesará?». «¿Quién lo sabe?, me respondió. Después de todo, es probable, aunque no por ahora. En todo caso, mientras pueda gozar aunque sea un poco de esta vida irrepetible, mientras no cause asco a los demás, yo creo que no». Mientras esté joven y sano, tal parece ser su postura, Dios seguirá siendo para él una palabra inútil; mas cuando las cosas empiecen a complicarse, ya se verá…

A un narcotraficante, por ejemplo, ¿le convendrá mucho que Dios exista? Los dueños de esas casas de mal vivir y peor dormir, ¿desearán con vehemencia que haya un Dios que es –como dice el credo católico- Juez de vivos y muertos?

Esto no significa, por supuesto, que todo ateo sea un inmoral; ¡Dios me libre de decir semejante cosa! Significa, únicamente, que muchos ateísmos no son más que un recurso para reducir la disonancia, una pose para justificar algo: la propia manera de vivir, por ejemplo. Puesto que «si Dios no existe, todo está permitido», éstos, para permitirse todo, deben convencerse a sí mismos de que no existe Dios, y para convencerse a sí mismos gritan su incredulidad al primero que pasa, pues de otra forma tendrían que cambiar de conducta, cosa que, por el momento, no les hace maldita la gracia.

También existe el ateísmo de ciertos intelectuales que por ganar fama y fortuna son capaces de todo. Como Dios hoy ya no es popular y ellos sí que quieren serlo -y con todas sus fuerzas, además- sin ningún tipo de miramiento  mandan a Dios al desván de las cosas viejas, o lo tratan como a un insoportable viejo gruñón que lo mejor que podría hacer en favor de la humanidad sería desparecer cuanto antes del horizonte. ¡Ah, el populismo de los intelectuales! ¿Quién nos pondrá a salvo de él?

Pero terminemos ya. Poco antes de morir, Franz Werfel (1890-1945), el gran escritor austriaco, escribió una especie de testamento o de balance espiritual que después, al mandarlo a las prensas, tituló así: Entre el cielo y la tierra. Pues bien, en este libro imprescindible es posible encontrar el siguiente aforismo: «El origen del ateísmo no es el conocimiento de que Dios no existe, sino el deseo vehemente de que no exista».

¿Será? Por lo menos acerca de esto, a mí no me queda ya ninguna duda.

 

 

 

También lee: Ansias anticipatorias | Columna de Juan Jesús Priego

Continuar leyendo

#4 Tiempos

El primer poeta potosino, Pedro de los Santos | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Publicado hace

el

EL CRONOPIO

Si bien desde los primeros años de la fundación existieron poetas en San Luis y se cultivó este género, como lo hemos tratado en anteriores entregas, estos personajes serían españoles avecindados en la ciudad; el primer poeta nacido en el siglo XVII en estas tierras en la ciudad de San Luis Potosí sería Pedro de los Santos.

Pedro de los Santos. Este personaje es uno de los nacidos en San Luis Potosí, nacería a mediados del siglo XVII; en 1699 era colegial de San Ildefonso y Familiar y Maestresala del virrey don Juan Ortega Montañés.

Emigraría muy joven a la ciudad de México, al parecer estudiaría también en la Real y Pontifica Universidad de México pues en su Romance aparece el título de Bachiller.

Su Romance es el único poema que se le conoce, fue escrito en 1700 y publicado en 1702 conociéndosele con el título de Romance en elogio a San Juan de Dios en las fiestas que hizo México por su canonización. Poema que tendría el segundo lugar en el certamen poético por la canonización de San Juan de la Cruz, que describió el Pbro. Br. Juan Antonio Ramírez Santibañez; donde se apunta: “El segundo lugar, se le dio al que puede tener plaza de Músico suave, pues tira gajes de cantor en el palacio de Apolo y ser Maestresala de las Musas, al Bachiller donde Pedro de los Santos, maestre de la sala del Exmo. Sr. Dr. Don Juan de Ortega Montañés, del Consejo de su majestad, arzobispo de México, segunda vez Virrey, Gobernador, Capitán General de esta Nueva España y Presidente de su Real Audiencia”.

El Padre Peñalosa asegura que en su poema “no faltan, en el romance, algunas características de la poesía barroca, entonces en pleno apogeo, como la hipérbole, las alusiones mitológicas, la bimembración distribuida en dos versos o tal cual detalle de la luz y de color; pero sin el poderío y la plasticidad, sin el ingenio y la audacia de la verdadera y grande poesía barroca”.

Al decir del Padre Peñalosa una copia fotostática de su romance se encuentra en el Archivo Histórico de San Luis Potosí.

En su romance, los últimos versos dicen:

la misma tormenta corre
haciendo que el aire ocupe
mejor sagrada saeta
del Ave de culpa inmune.

Con ella el piélago vence,
con ella el viento confunde
y no admira que con ella
el mismo Puerto salude.

Con ella pone en Granada
columnas que no caduquen
a las injurias del tiempo,
pues su caridad las sube.

Mereciendo mayor palma,
Porque puso en servidumbre
Al mar, no con armas fieras,
Sino con palabras dulces.

También lee: Alcalde Mayor de San Luis, primer editor de Sor Juana Inés de la Cruz | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

#4 Tiempos

La miseria del sexo | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas

Sucede en un cuento de Arthur Schnitzler (1862-1931), el escritor austriaco. Una vez, un joven fue invitado a asistir a un duelo en calidad de padrino de un militar de cierto rango que, al ver ofendido su honor, retó a muerte a un caballero de la alta sociedad vienesa abofeteándolo con su guante. Qué razones había para lavar con sangre esa mancha real o imaginaria, no lo sabemos, pues éstas no quedan muy claras en el relato, aunque todo parece indicar que había unas faldas de por medio, y que estas faldas eran nada menos que las de la esposa del militar.

Como decimos, el padrino nada sabía de los motivos que impulsaron al teniente Loiberger a tomar tan drástica determinación, pero tampoco quiso averiguarlas. ¿Para qué? Como se dice, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato; y, además, ¿para qué negar que en aquellos tiempos remotos la gente se mataba entre ella por los motivos más banales y fútiles? «El hecho –dice el narrador de esta historia, es decir, el padrino- de que en ciertos círculos tuviera que contarse con la posibilidad o incluso con la inevitabilidad de los duelos, ya sólo esto, créame, daba a la vida social una cierta dignidad o, al menos, un cierto estilo. Y a las personas de estos círculos, incluso a las más insignificantes o ridículas, les prestaba la apariencia de una continua disposición a la muerte, aun cuando a usted esta expresión le parezca, utilizada en este contexto, demasiado rimbombante».

Digámoslo ahora con nuestras palabras: en aquellos tiempos, batirse a muerte con adversarios verdadero o ficticios era una moda tan extendida, sobre todo entre las clases superiores, que nuestro joven narrador ni siquiera se extrañó cuando el teniente Loiberger solicitó amablemente su padrinazgo. Además, ¿no era ésta la séptima u octava vez que un caballero ofendido le pedía exactamente la misma cosa? Sin embargo, es necesario abreviar, y lo haremos diciendo cuanto antes que el muerto, allí, fue precisamente el señor Loiberger, que cayó al suelo con cierta elegancia y sin demasiados aspavientos a causa de una bala que vino a incrustársele a la altura del corazón. Se llevó la mano al pecho, lanzó un suspiro hondo, se tendió en la hierba como quien se dispone a permanecer en esa postura un tiempo muy largo y murió en el acto.

Una autoridad municipal dio fe del deceso –también sin demasiados aspavientos- y el día transcurrió como de costumbre, cual si en realidad nada grave hubiese acontecido. Sin embargo, un problema quedaba sin resolver, y era que la viuda, que vivía en la capital, es decir, en Viena, debía enterarse de la muerte de su marido. ¡Claro, era necesario decírselo, y cuanto antes mejor! ¿Y quién iba a encargarse de tan desagradable tarea? El padrino, naturalmente, que para eso estaba. Y allá va nuestro narrador. Frau Agathe, la esposa del señor Loiberger, lo recibe amablemente y lo hace pasar al recibidor. En realidad nunca en su vida había visto ella a este hombre, pero no le parece feo y hasta le invita una copa…

¡Dios mío, qué bella era Frau Agathe! Su rostro resplandecía como una hoguera encendida. Ahora bien, ¿para qué ponerse a hablar ahora, precisamente ahora, de cosas tan tristes como son las que se refieren a la muerte? Ya lo haría después; por el momento era preciso beber otra copa y disfrutar el momento. Frau Agathe se veía incluso feliz. ¿Para qué romper el hechizo? Entonces el visitante se puso a hablar con la joven viuda –ella aún no sabía que lo era- de cosas que nunca sabremos. Y tanto hablaron y hablaron, y tanto se gustaron el uno al otro que pronto, sin que nadie supiera cómo ni cuándo, ya estaban los dos tomados de la mano en la alcoba de ella. ¡Oh, no se habían reunido allí para entregarse a la práctica de ejercicios piadosos! Y pasó el tiempo. Cuando el visitante despertó por fin, pudo recordar como entre sueños que había venido a esta casa a cumplir una misión. ¿Cuál era ésta? Trataba de recordarlo. ¡Ah, sí, decirle a Frau Agathe que su marido había muerto en la vecina ciudad de Ischl, en el transcurso de un duelo, precisamente!… Aún no salía completamente de su modorra cuando oyeron ambos a lo lejos un ruido de pasos. Quien llegaba era el doctor Mülling, amigo de la familia, para preguntar a la señora si ya se había enterado de la triste noticia. Cuando la supo, la mujer se deshizo en llanto y pidió ver cuanto antes el cuerpo de su marido.

«Desde entonces –cuenta el narrador- no me dirigió ni una palabra… Efectivamente, aquella misma tarde partió sola y a la mañana siguiente condujo el cadáver a Viena. Al otro día tuvo lugar el entierro al que, por supuesto, asistí… Muchos años después nos encontramos en una reunión social. Mientras tanto se había casado de nuevo. Nadie que nos hubiera visto hablar habría adivinado que nos unía una profunda vivencia común. Pero, ¿realmente nos unía? Yo mismo habría podido considerar aquella estival y tranquila, misteriosa y, con todo, feliz hora como un sueño que sólo yo había soñado: tan clara, tan sin recuerdos, tan inocentemente profundizó su mirada en la mía».

Y así acaba esta historia, que no ha hecho más que confirmar mis sospechas, a saber: que la relación sexual, por sí sola, no puede unir a dos seres que no se aman. Hoy es común, o casi, afirmar que las relaciones sexuales son como el termómetro del amor, de manera que nada puede esperarse de dos seres que no saben -o no pueden- hacerse gozar el uno al otro. Hay quien dice, además, que para enamorarse de una persona antes hay que haberse acostado con ella. Pero esto es falso, pues las cosas, por lo regular, suceden exactamente al revés. Así como los milagros no producen la fe, sino que es más bien la fe la que produce los milagros, así habría que decir también que las relaciones sexuales no producen el amor, sino que, a lo más, cuando éste ya existe sólo lo alimentan. Los que no se amaban antes de ir juntos a la cama, no se amarán más cuando hayan regresado de ella, y hasta es posible en algunos casos que terminen queriéndose menos. Los cuerpos podrán acoplarse todo lo que quieran, pero, si las almas están lejos, entonces no hay nada que hacer.

Me decía hace poco un joven hablándome de su novia, con la que tenía ya estas relaciones y con quien acababa de romper: «Quizá deje más material para el recuerdo una tarde viendo juntos el crepúsculo que una relación sexual». Claro, claro. ¿Podría decirse mejor? He aquí la miseria del sexo.

También lee: El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Verano futbolero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Publicado hace

el

TESTEANDO

 

Apesar de los pesares, el verano futbolero arranca este fin de semana.

Tanto el mundial de clubes, como la Copa Oro, se jugarán en el territorio de los Estados Unidos, algo que bajo otro panorama sería lo ideal, un país multicultural, con una infraestructura increíble y fortaleza económica como para poder generar ingresos sobrevalorados, todo estaría bien, si no hubiera problemas sociopolíticos en Norteamérica.

Las recientes políticas han comprometido las entradas a los estadios y con esto un posible golpe comercial a las proyecciones de FIFA. Pero pasando al punto netamente deportivo, que al fin es lo que importa para esta sección, las cosas suenan muy interesantes.

Por un lado tenemos el nuevo experimento mundial, juntar a algunos de los clubes más importantes del mundo, en un torneo que buscará enfrentarlos con sus mejores jugadores en búsqueda de un gran premio económico, todos los equipos presentarán lo mejor que tienen y es probable que conforme avancen en el torneo su nivel tenga que aumentar, cuando los equipos que solo van a participar queden fuera, y se cierre contra los verdaderos rivales. Un torneo que levanta expectativas y que promete buenos juegos, sobre todo cuando clubes europeos salten a las canchas con sus figuras mundiales.

A la par de este torneo, se jugará el evento principal de CONCACAF. Si bien la región es tal vez la más olvidada del planeta, y sus selecciones fuertes no pasan por un buen momento, es notable voltear a ver a la zona y su torneo insignia a un año antes del mundial. Administrativamente, vamos a poder ver algunos estadios que serán sede de la Copa del Mundo 2026,

así como los preparativos para ciertas ciudades que recibirán afición y participantes. Por lo futbolístico, vale la pena resaltar el mal momento que vive la selección de los Estados Unidos, un equipo que llega con 4 partidos sin ganar y que busca levantar cabeza con Mauricio Pochettino, quien de hacer un mal torneo seguramente se despedirá por ahora de sus posibilidades de dirigir un mundial. Del lado de México, el Vasco Aguirre tiene que demostrar que su equipo puede levantar la cara a un año de la copa. La obligación de campeonar en la Copa Oro sigue siendo imperante, así como desplegar un buen fútbol ante rivales que parecen a modo.

El resto de las selecciones piensan más en su posible clasificación al mundial y tomarán la participación como partidos de preparación ante lo que viene para el cierre del 2025.

Dos torneos interesantes, un mes lleno de futbol y equipos que disputarán en una de las próximas sedes mundialistas. Atentos con el país del norte, y que la política y lo social no sean impedimento para por lo menos distraer un poco de lo verdaderamente importante, sin perder por completo la atención. Que arranque ya el verano futbolero.

También lee: De una semifinal al viernes botanero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Av Cuauhtémoc 643 B
Col. Las Aguilas CP 78260
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 811 71 65

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Christian Barrientos Santos

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados