octubre 12, 2025

Conecta con nosotros

#4 Tiempos

La irritación del buen samaritano | Columna de Juan Jesús Priego

Publicado hace

el

LETRAS minúsculas.

 

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó». Con estas palabras comienza uno de los relatos más bellos contado por Jesús: la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25).

Si se tiene en cuenta que Jerusalén y Jericó estaban situados a una altura sobre el nivel del mar de 900 y 100  metros respectivamente, se comprende que el verbo bajar sea el más adecuado para describir ese trayecto de 27 kilómetros que aquel hombre tuvo que hacer para desplazarse de la primera ciudad a la segunda. Ahora bien, en un punto del camino –como se sabe- fue atacado por unos ladrones «que lo dejaron medio muerto».

Pero hay otra cosa que conviene aclarar aún, y es que bajar, aquí, tiene un sentido simbólico además de físico. Si podemos decirlo así, se trata también de un descenso de tipo religioso o incluso moral. No hay que olvidar que Jerusalén era (y lo es todavía) la Ciudad Santa, mientras que Jericó era una ciudad industrial –por decirlo así- en la que de día y de noche tenían lugar todo tipo de transacciones comerciales y donde la honradez no se hallaba precisamente en su elemento. Lo diremos en pocas palabras: mientras que Jerusalén era la ciudad de los piadosos, Jericó era la ciudad de los negociantes.

En realidad, el sueño de todo judío piadoso era residir en Jerusalén, es decir, en las cercanías del Templo, y cuando esto no era posible se conformaban con pisar sus atrios por lo menos una vez al año. «¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: Vamos a la Casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (Salmo 121, 1-2). Así cantaban los peregrinos que se encaminaban danzando de júbilo hacia la ciudad y la casa del Todopoderoso; o bien de esta otra manera: «¡Qué deseables son tus moradas, Señor Dios de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo» (Salmo 83, 1-2).

Sin embargo, el hombre de la parábola no subía a Jerusalén, sino que bajaba, alejándose así del lugar donde moraba el Todopoderoso.

Como Jericó, según queda dicho, era una ciudad comercial, los que a ella se dirigían llevaban casi siempre consigo buenas sumas de dinero: tal es el motivo por el que el trayecto estuviera infestado de ladrones y salteadores. Ahora bien, por lo que sabemos, nuestro viajero fue víctima de ellos, quienes lo golpearon dejándolo medio muerto.

Cuando pasa por allí un sacerdote (seguramente en dirección opuesta, es decir, subiendo), lo ve y sigue de largo; un levita hace lo mismo poco después. El único que se detiene para socorrer al herido es un samaritano, o sea, un hereje del que podía esperarse muy poca piedad. Es este hombre quien levanta al herido, lo trepa a su cabalgadura, lo lleva un mesón y dice al encargado: «Ten estos dos denarios para que lo cuides, y, si te falta dinero, a mi regreso te lo pagaré».

¿Por qué no se detuvieron el sacerdote y el levita, si a estos hombres, piadosos por oficio, obligaba más que a nadie la compasión? Una teoría demasiado simplista afirma que tenían mucha prisa, y que por ir a ver a Dios se olvidaron del hombre. Parece muy poco probable que en realidad hubiese sido así. Lo más seguro es que hubieran creído que aquel hombre ya estaba muerto y no quisieron contaminarse; después de todo, en el libro del Levítico

(21,1) hay una mandamiento que dice: «El sacerdote no se contaminará con el cadáver de un pariente, a no ser de pariente próximo: madre, padre, hijo, hija, hermano. Quedaría profanado».

No es pues por maldad por lo que estos hombres se apartaron de aquel prójimo en peligro, sino por exceso de celo en el cumplimiento de la Ley. ¡Ley que, por lo demás, agrupaba otros 612 preceptos más! Y cuando hay tantas cosas que cumplir, ¿cómo no correr el riesgo de olvidar lo principal, es decir, la compasión y la misericordia?

Ahora bien, si en tiempos de Jesús era el exceso de leyes lo que hacía difícil la caridad, hoy en día lo que la dificulta es el exceso de ruido, como se verá a continuación.

En 1975 los psicólogos Kenneth Matthews y Lance Canon realizaron un interesante experimento que los llevó a la siguiente conclusión: «En medio de un alto nivel de ruido la gente se vuelve menos amable y menos dispuesta a ayudarse recíprocamente». El experimento consistió en lo siguiente: «Cuando un estudiante dejaba caer libros en la calle durante un momento de ruido normal (cerca de 50 decibeles), 20 por ciento de los transeúntes que pasaban se detuvieron a ayudar. Cuando el ruido llegaba a 87 decibeles, sólo el 10 por ciento se portaba como buen samaritano».

¿Qué quiere decir esto? Es muy sencillo: que el ruido vuelve a la gente huraña y poco caritativa, y que allí donde el ruido es ensordecedor, la caridad se hace todavía menos efectiva. Tal vez sea por eso que las grandes ciudades nos parecen demasiado hostiles, mientras que el campo nos atrae como un paraíso perdido. ¿No es verdad que aquí la gente aún se sonríe, se saluda y se ayuda?

Ahora bien, ¿significa esto que, ya que el 75 por ciento de la población mundial se ha ido a vivir a las ciudades, la caridad se halla como en vías de extinción? Al parecer, sí.

Aunque siempre habrá, por fortuna, alguien que a pesar del ruido circundante aminore su marcha y haga suya la desgracia del otro. De diez, uno, según el experimento de estos científicos sociales.

¿Pero no fue ese mismo el porcentaje de leprosos que, según el Evangelio, regresaron una vez con Jesús para agradecerle el milagro que les hizo?

Uno de diez. Así fue en tiempos de Jesús, y así sigue siéndolo en nuestros ruidosos tiempos…

También lee: Reyes por un día | Columna de Juan Jesús Priego

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta

Publicado hace

el

Apuntes

Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.

Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.

Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.

Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.

En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.

Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir

. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.

No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.

Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.

Punto.

Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.

Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.

Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.

Yo soy Jorge Saldaña.

También lee: Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Publicado hace

el

EL CRONOPIO

 

En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.

Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.

Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.

El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.

Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.

Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México.

Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.

Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.

Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.

Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.

También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

Continuar leyendo

#4 Tiempos

Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?

Publicado hace

el

APUNTES

 

Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?

La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?

Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.

Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.

¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.

Deme una salida, presidente…

— Ok.

Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú

… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.

—Ganamos.

Hasta la próxima.

Yo soy Jorge Saldaña

También lee: Gobierno y UASLP: sus enemigos se saborean los bigotes | Apuntes de Jorge Saldaña

Continuar leyendo

Opinión

Pautas y Redes de México S.A. de C.V.
Miguel de Cervantes Saavedra 140
Col. Polanco CP 78220
San Luis Potosí, S.L.P.
Teléfono 444 2440971

EL EQUIPO:

Director General
Jorge Francisco Saldaña Hernández

Director Administrativo
Luis Antonio Martínez Rivera

Directora Editorial
Ana G. Silva

Periodistas
Bernardo Vera

Sergio Aurelio Diaz Reyna

Diseño
Karlo Sayd Sauceda Ahumada

Productor
Fermin Saldaña Ocampo

 

 

 

Copyright ©, La Orquesta de Comunicaciones S.A. de C.V. Todos los Derechos Reservados