#4 Tiempos
Hay de 2 sopas | Columna de Jorge Saldaña
Tercera llamada
Hay de dos sopas: de fideos o de jodeos. El viernes próximo quedará cerrado el periodo de consulta tanto del Programa Municipal de Ordenamiento Urbano y Territorial, como del Programa de Desarrollo Urbano del Centro de Población, que se deriva del primero. Si el fin del mundo no llega antes, o morimos todos de un contagio masivo de Coronavirus antes del día 7, el futuro de la ciudad estará echado. Alea iacta est.
Los 16 años de espera para tener un plan estratégico de crecimiento urbano, desarrollo inmobiliario, ordenamiento territorial y en resumen la configuración física, habitacional y de servicios del San Luis de las próximas generaciones habrán sido un vano.
Los administradores temporales de la capital decidieron imponer una visión de ciudad puesta de manifiesto en dos documentos que simularon socializar a través de una consulta mañosamente corta, pedantemente compleja y con muy poco o nulo margen de participación real de la ciudadanía. Vamos, fue difícil ser parte hasta para los más duchos e interesados en el tema.
En pocas palabras, nos invitaron a una fiesta con ganas de que nadie fuera. Se destacó lo técnico y enredado, se implementó una campaña mediática incomprensible y se activaron mecanismos de participación tan absurdos y difíciles como lo sería para un niño de 5 años explicar en 10 renglones la formación cuántica del universo.
No se preocuparon por comunicar con franqueza sus planes de desarrollo y densificación de la ciudad con sus respectivas consecuencias (se fomenta, por ejemplo, la construcción de vivienda vertical, sin considerar las capacidades de infraestructura hidráulica y sanitaria que dichos desarrollos conllevan).
Además, los constructores tendrán que buscar terrenos dentro de la mancha urbana, es decir, terrenos “salpicados” que estén por ahí y que tengan la vocación (dictada por la alcaldía) para desarrollar vivienda.
“Se estimulará la construcción al interior de las áreas urbanizables que ya existen”, dice el documento que impondrá el gobierno municipal en los próximos 25 días, y advierte que de acuerdo a sus cuentas existen unas 970 hectáreas disponibles con esas características.
Lo que no dicen, es que de esas 970 hectáreas, 470 se encuentran juntas y pertenecen a un solo dueño-desarrollador que es Grupo México, el cual ya presentó su “Plan San Luis” que contempla la construcción de 7 mil 500 viviendas en un complejo a construirse en los terrenos que ocupó la planta de Zinc y Cobre en el norponiente de la ciudad.
De las 500 hectáreas restantes “disponibles” según el municipio, serán 200 aproximadamente las que ocupe el desarrollo denominado San José de Buenavista, colindante a las colonias Villa Magna, Horizontes y Escalerillas.
Entonces, de las 970 que tenía, nada más me quedan 300 a “encontrar” en la mancha urbana. ¿Cuánto cree que costarán esos hallazgos de terrenos en el de por sí muy sobrevaluado mercado inmobiliario? ¿En cuánto se lo venderán a usted?
Si ya es exagerado el valor del terreno potosino comparado con Querétaro o Aguascalientes, imagine lo que ocurrirá en los próximos años en los que será más difícil encontrar un terreno con factibilidad para construir, que una aguja en un pajar.
Sobre el crecimiento hacia el sur-oriente, específicamente hacia la Sierra de San Miguelito, la imposición municipal desecha de entrada esta posibilidad, escondidos en las pantanosas aguas de los dictámenes estatales y federales sobre la protección de áreas naturales.
Es decir que se purifican en la protección ambiental al mismo tiempo que abren un frente de pronóstico reservado con la comunidad de San Juan de Guadalupe, y es que por el camino en que van, el proyecto de desarrollo en la Cañada del Lobo, de interés para los comuneros, entraría en un impasse jurídico-agrario tan largo que San José de Buena Vista y Plan San Luis bien aprovecharían para “comerse” al mercado mientras son peras o manzanas.
Cabe mencionar, como ya lo expliqué en una entrega anterior, que el Proyecto Cañadas no necesita de la bendición del alcalde Nava para realizarse (ni Nava a Cañadas para hacer realidad sus ambiciones, queda claro) sin embargo. el “timing” dejaría en clara desventaja al jugador de los ojos azules, socio de la comunidad.
¿Dónde quedó entonces la equidad, la inclusión, la participación plural, democrática y la transparencia?
Finalmente y sobre la vía alterna hay dos opciones en la mesa del plan municipal: conectar a la ciudad con la Zona Industrial a través de la prolongación de la Avenida Juárez (Calzada de Guadalupe, para mis conservadores) o usar la Avenida Salk.
Cualquiera de las opciones cuesta entre mil y mil 200 millones de pesos, la diferencia radica en que, para la vía de Juárez ya existe folio en la Secretaría de Hacienda, lo que significa que está muy cerca de tener recursos federales asignados, pero además en su trazo se encontraría con terrenos privados, lo que es una ventaja porque la mayoría son propiedad de conocidos desarrolladores que estarían más que dispuestos en ceder o donar el terreno necesario para el paso de la vía (ganan plusvalía automáticamente sus tierras). Sin embargo, desde el documento todavía en “supuesta” consulta, se desestima veladamente su viabilidad.
Por el otro lado, y a decir de los propios desarrolladores, el alcalde está empecinado en que la vía alterna se ejecute por la Avenida Salk, aunque implique mayor costo, la construcción de dos puentes extra, y el siempre complejo procedimiento de comprar terreno social, pues el trazo cruza por al menos 5 ejidos diferentes.
¿Y si detrás de tanto problema que anticipa el Plan municipal con las opciones A y B de la vía alterna existiera oculta y en secreto una opción C?
Pues existe, querido y Culto Público, y dicha vía casualmente correría desde el punto de convergencia entre los terrenos de Grupo México y San José de Buenavista, hasta el eje 140 de la Zona Industrial.
La vía, de cuota y concesionada por décadas, la desarrollaría Grupo Valorán, que en automático podría ganar también la concesión para construir la vía rápida (y también de cuota) del eje 140 a Querétaro.
¿Qué tal? Muy conveniente para unos cuantos ¿verdad?
Me gustaría mucho hablar de las implicaciones políticas, las conexiones, los amarres, los compromisos y hasta de los escenarios posibles en las próximas elecciones vinculados al desarrollo inmobiliario potosino diseñado a modo, sin embargo, por el momento me abstendré.
Solamente le dejo un par de datos: El proyecto de San José de Buenavista pertenece a Don José Zendejas Hernández, padre del actual secretario particular del alcalde, Xavier Nava Palacios.
El Plan San Luis pertenece a Grupo México, que cuenta entre sus asesores al exgobernador, Horacio Sánchez Unzueta.
Ambos proyectos, si no viene el fin del mundo antes del viernes, tienen luz verde prácticamente garantizada por parte del municipio.
Al proyecto Cañadas, de López Medina y sus socios, se le están poniendo piedras desde la autoridad.
Hay de dos sopas.
BEMOLES
INSPIRADOR
¿Ya recibió el recado Sebastián Pérez? Si lo ven díganle por favor que los diputados, inspirados en su deplorable desempeño como secretario general del Ayuntamiento, decidieron que a partir de la próxima administración municipal se tendrá que ser abogado para ocupar ese cargo. Así lo votaron los legisladores la semana pasada y quieren hacer saber por todos los medios que el mensaje está clarito y dirigido para el buen Sebas. #ServidosSeñores
LA TRAE VOLTEADA
Por cierto que a Sebastián Pérez, he sabido que le dicen el “Gachupín de Tequis” pero yo no sé por qué (a ver si me cuentan el chiste) y que existe una apuesta entre los diputados para ver quién es el primero que le contesta el teléfono porque ya ni eso. Los legisladores de dos fracciones en específico están muy cansados de que el funcionario de la administración navista no pueda arreglar un café soluble ni tomar un acuerdo. Sabrá Dios qué les haría para que anden en ese plan. #EnFin
DIVULGUEN LA VERDAD
De no haberlo sabido por la vía y la fuente en que me informé, no hubiera creído jamás la versión de la Fiscalía respecto a la resolución del caso de Aurelio Gancedo. Pensando en que muchos potosinos podrían estar todavía en la misma condición de incredulidad, sería bueno que, dejando fuera los detalles personalísimos y sin manchar el debido proceso, la Fiscalía compartiera con la sociedad en general los videos (con las medidas de protección necesarias) y las pruebas más contundentes que tienen sobre el asunto, sobre todo para ganar credibilidad y confianza con los ciudadanos. No muchas veces tienen la oportunidad de demostrar que sí hacen bien su trabajo. #EsSugerencia
HISTORIAS QUE VIENEN
Se cuenta que desde la Secretaría General se están preparando documentos, expedientes y hasta fotos de la desahogada forma de vida que lleva un hijo del líder tricolor Elías Pecina. De ser cierta la versión, se estaría confirmando la animadversión que existe entre las dos personas a las que el gobernador tiene mayor confianza. ¿Serán celos? De cualquier modo. #QueModosTanFeos
Recomendamos leer también: Sobre el desalmado asesinato de Aurelio Gancedo | Apuntes de Jorge Saldaña
#4 Tiempos
Irantza Goytia, brillante estudiante potosina | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
Irantza Aleixa Goytia Hernández, jovencita de Tamazunchale, acaba de graduarse en Inglaterra en el nivel medio superior, como parte de su carrera de formación que iniciara en Tamazunchale y que siguiera por el camino de la educación extraescolar, aprovechando los espacios de participación educativa y formativos para niños y jóvenes en el campo de la recreación científica.
En Tamazunchale, la Dra. Pilar Suárez impulsó el programa Expociencias que está dirigido a niños y jóvenes donde desarrollan y defienden un proyecto científico en áreas de las ciencias y las humanidades desde el jardín de niños hasta preparatoria. En este programa Irantza participaría cuando estudiaba la primaria obteniendo uno de los primeros lugares lo que le permitiría representar a San Luis Potosí en Expociencias Nacional, donde a su vez logró acreditaciones para representar a México en concursos internacionales que forman parte del Movimiento Internacional para el Recreo Científico y Técnico, el MILSET.
En Tamazunchale, también participaría en el programa Niñas en la Ciencia que coordina la propia Dra. Suárez. Este programa es un programa internacional de niñas y mujeres haciendo ciencia. Estos espacios fueron detonantes para el reconocimiento al talento de niños y jóvenes en el que destacaría Irantza Aleixa. Desde primero de primaria participó en Expociencias, ganando en dos ocasiones veces a nivel nacional e internacional. Ha participado en diferentes concursos locales. Como la niña presidenta de Tamazunchale, al igual que en foros internacionales sobre STEM.
En uno de los eventos internacionales le ofrecieron una beca para estudiar en Reino Unido, cuando estudiaba bachillerato en el CBTIS 187 de Tamazunchale; en Inglaterra volvió a comenzar sus estudios de bachillerato de donde se ha graduado en Gales Reino Unido en el en el UWC (Colegios del Mundo Unido) Atlantic. La ceremonia donde recibió sus estudios de Bachillerato Internacional, fue presidida por el director, Naheed Bardai estando presente el Primer Ministro de Gales, Eluned Morgan. En esa ceremonia también se graduó Sofía Borbón Ortiz, hija de los reyes de España.
El buen éxito en sus estudios en Reino Unido le permite poder acceder a otra beca para realizar sus estudios profesionales en Inglaterra; Irantza tiene planes también de estudiar en Estados Unidos, aunque la situación actual para estudiantes mexicanos en Estados Unidos no es muy prometedora por la política de Donald Trump.
Irantza Aleixa Goytia Hernández, fue estudiante de la escuela primaria pública Rafael Ramírez Castañeda, de Tamazunchale, entonces, desarrolló un proyecto que se llama “Conociendo la naranja”, el cual propone que el aceite de la piel de esta fruta, conocido como limoneno puede ayudar a degradar el unicel, que normalmente tarda cientos de años.
Mostró este trabajo en la Expociencias Tamazunchale, obteniendo su acreditación para participar en la Expociencias San Luis Potosí, después, en Expociencias Nacional efectuada en Morelia, donde su proyecto fue considerado de los 50 más interesantes de su categoría y, por tanto, fue invitada a participar en la Feria de la Ciencia y la Tecnología en Paraguay.
Por esta vía a participado en las Ferias de Chile y Brasil representando al estado y al país; ya tuvo otras participaciones con proyectos en las Expociencias de Paraguay 2019, Perú 2019, Chile 2020, Guatemala 2021, Chile 2022, Brasil 2023. En 2019 le fue otorgado el Premio Estatal de la Juventud. El encauzamiento de formación no formal que permiten este tipo de programas ha sido aliciente para que Irantza pueda tener esa experiencia internacional que ha ayudado a su formación aprovechando el talento que ha exhibido. Los espacios de participación en Tamazunchale han sido fundamentales y siguen apoyando a niños y jóvenes de la Región Huasteca Sur.
También lee: Micrometría y la paz del espíritu en la Ciencia en el Bar | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
La Habana que vive en Mérida (yo sé que volverás) | Columna de Carlos López Medrano
Mejor dormir
Es difícil decirles que no a algunas mujeres. Basta una inflexión en la voz, un destello felino en los ojos, y uno se queda desarmado. Aquella noche, en Mérida, yo estaba cansado no solo de la jornada, sino del mes entero. El calor del día —una asfixia que oscilaba entre los 38 y 40 grados— había cedido al fin un poco: la luna ofrecía una clemencia que el sol había olvidado. Los tejados coloniales invitaban a dar un paseo.
Ante el acumulado laboral y sus desgastes tuve a bien hacer lo mejor que uno puede hacer en algunas circunstancias: olvidarse de todo y rascarle al día los últimos minutos, con dignidad, porque mañana —ya lo sabes— será otro campo de batalla. No visitaba Yucatán desde que era un bebé, así que debía salir y escarbar algún gramo de historia. Me lo debía, me debía la búsqueda de una grieta. Una ciudad como Mérida no puede reducirse al trabajo. Tenía que salir.
Una breve investigación me reveló la existencia de una cantina: La negrita, la más antigua de Mérida. Buen nombre. Estaba a pocas cuadras del hotel en el que me hospedaba y eso bastó. Salí con la intención de tomar lo que fuera, comer algo sencillo, y luego dormir sin (tantos) remordimientos.
Caminé por la calle 62 en el Centro Histórico de Mérida, en horas en las que ya había bajado el bullicio. La gente andaba sin prisa, las vitrinas mostraban guayaberas bordadas, arte y diseño local; mucho objeto enfocado en turistas que no corresponderán tal amor y que solo le verán el lado kitsch. Las calandrias con sus pobres caballos ya no esperaran a nadie.
Iba firme rumbo a La negrita, cuando a una cuadra y media topé con el jardín de una casona: mesas desperdigadas bajo un árbol enorme, luces tenues como de un antiguo parque y el murmullo prometedor de algo que todavía no empieza. Me detuve a mirar. Fue entonces cuando apareció ella. Una joven de acento cubano, sonrisa amplia y esos ojos de quien sabe convencer sin apurar (el tipo de persona que cautiva no porque imponga nada o levante la voz, sino precisamente porque no lo hace). «Buenas noches, pásele», dijo. «Hoy tenemos un trío con boleros en vivo. Comienza a partir de las diez».
Le agradecí, pero seguía firme con mi plan. No quería comprometerme. Sin embargo, aquella muchacha era muy gentil. Y atractiva, con ese brío que alumbra a las mujeres en sus veintes y que al cabo de un tiempo se disipa para no volver jamás. «Ande, venga, se la pasará muy bien. No me diga que no».
Ella era una de esas mujeres a las que es complicado decirles que no. «Vuelvo más tarde», le dije. «Tengo un compromiso con alguien», agregué, sin precisar que me refería a La negrita.
No era un mal plan. Podía beber algo en el otro sitio, tal vez comer algo y regresar después a la casona para los boleros. Al mismo tiempo no estaba del todo convencido. No sería la primera promesa que el viento se llevara consigo. Ya se vería.
La Negrita era distinta a lo que esperaba. Había imaginado una cantina tradicional: uno de esos tugurios perdidos en el tiempo con ventiladores un aspa rota, mesas de madera raspada, y en el que un grupo de ancianos juega dominó y bebe tragos lentos en el afán de arañar alguna memoria. Y no. Aquello era otra cosa. Un sitio grande, con luces neón colgadas como frutas eléctricas, gente de todas las edades moviéndose al ritmo de un grupo en vivo que disparaba ráfagas de cumbia, salsa y alegría.
Me senté en la barra. El calor había vuelto para apretar los labios, así que pedí una cuba servida en una copa de un litro, como si la sed del Caribe tuviera medida. Luego, animado por el ambiente y la seguidilla de temas ofrecidos por el conjunto que alumbraba el escenario, y para no desentonar, me aventuré con una bebida que no acostumbro: un mojito, igual de generoso, que apuré cuando me avisaron que el lugar cerraba a las diez. Lo lamenté, aquel era un lugar magnífico para quedarse encerrado.
Los meseros eran atentos, veloces, con un ritmo que mezclaba profesionalismo y picardía. Uno de ellos me susurró que si quería seguir la fiesta había un sitio con más música, mezcal y mujeres que iría más allá de la medianoche y que todos —él, sus compañeros, varios clientes, quizás hasta los músicos— acabarían allá. Lo descarté. Yo ya venía agotado. Solo quería volver al hotel y envolverme en el aire acondicionado cual si fuera un chapuzón en la alberca.
Aunque ya se sabe, a veces cuando uno se rinde surgen otros planes. Al regresar por la calle 62, antes de doblar hacia el hotel, escuché el eco de un bolero flotando en el aire. Y ahí estaba de nuevo la casona, como si me estuviera esperando para cumplir la promesa que hice a la muchacha cubana que ahí reapareció.
—Estoy de vuelta para tomarme algo con ustedes —le dije—. Creo que llegué a tiempo.
Me sonrió con un gesto sin sorpresa. No soy el primero al que convence.
Entré. Me senté frente al grupo Trío Ensueño que tocaba los boleros. Detrás de mí, dos parejas cuchicheaban sobre sus andanzas de juventud. A mi derecha, un hombre mayor compartía mesa con dos mujeres cubanas que le flanqueaban. Para alguien que mirara de fuera podíamos pasar por nighthawks del Caribe.
La gerente del lugar, una mujer rubia, se acercó a ofrecer la carta. Le pedí un cóctel. Me miró con una mueca de disculpa: el bartender no había venido y ella no sabía preparar bebidas. Tendría que conformarme con una cerveza, a menos que pidiera algo muy simple. Vamos, le dije, creo que usted puede ayudarme. Qué le parece un gin tonic. Solo ponga ginebra en un vaso y complete con agua tónica. Échele un chorrito de limón. Nada más. Está bien, lo intentaré, dijo, como si le propusiera una travesura.
El acento de la mujer rubia también era cubano. Parecía que había aterrizado en una versión paralela de La Habana, esa que vive oculta en el centro de Mérida. Yo encantado. Todo terminó de encajar cuando vi el nombre del lugar en el menú: Bodeguita del Centro.
Al cabo de un rato, llegó el gin tonic. Fresco, bien logrado. La amable gerente me preguntó, con cierta duda en la voz:
—¿Qué tal le pareció?
—Usted tiene una mano con tino. Le dije que lo lograría.
Asintió con la dulzura que caracterizaba a aquel local, una calidez que no estaba en la decoración ni en la carta, sino en las personas. En ella, en la hostess, en otro mesero que me explicó los platillos, en los músicos que me saludaron al llegar como si fuera un viejo cliente. Me sentí en casa, aunque estuviera tan lejos de ella, aunque no la tuviera ya.
Los boleros seguían desfilando sobre el aire tibio del lugar. El Trío Ensueño desgranaba joyas una tras otra: «Usted», «Sin ti», «Bésame mucho», «Noche, no te vayas», «La gloria eres tú». En un impulso íntimo, grabé un fragmento de esta última y lo envié por video a una persona buena, que estaba a cientos de kilómetros, a modo de carta.
Luego vinieron las complacencias. Una para cada mesa, como si cada cliente trajera una herida secreta que necesitara una canción para sobrellevar en paz. Cuando llegó mi turno, pedí «La barca». Esa melodía que, como siempre, me llevó al sentimiento de añoranza que caracteriza a este tema.
Dicen que la distancia es el olvido
Pero yo no concibo esa razón
Porque yo seguiré siendo el cautivo
De los caprichos de tu corazón
[…]
Hoy mi playa se viste de amargura
Porque tu barca tiene que partir
A cruzar otros mares de locura
Cuida que no naufrague en tu vivir…
Terminé conmovido por la música, por el momento. De tanto en tanto intercambiaba miradas cómplices con el hombre de la mesa de al lado y sus acompañantes, quienes también conocían a fondo esas melodías. Seguí pidiendo de beber.
En una ida al baño noté que era tarde y que al día siguiente tendría que madrugar. El lugar, además, empezaba a cerrar. Hay sitios de los que uno no quiere irse, pero de los que es mejor marcharse a prisa, antes de que lleguen los guardias y apaguen las luces o cualquier imprevisto arruine el recuerdo.
Antes de irme, el hombre de la mesa de al lado se acercó.
—Noté que le gustan las canciones Luis Miguel —me dijo.
—Mucho —respondí, sin saber a dónde iba.
—Déjeme presentarme. Soy escritor. Yo escribí la letra de una canción que quizá usted ha escuchado alguna vez.
—¿Sí? ¿Cuál?
—«Yo sé que volverás», de Luis Miguel. Me llamo Luis Pérez Sabido. Mucho gusto.
Me costaba creerlo. Había escuchado esa letra docenas de veces (musicalizada por Armando Manzanero) sin imaginar que un día coincidiría con su autor en un rincón de Mérida, del que pude haberme perdido de haber cedido a la abulia.
—Es un honor —le dije—. Me encantaría mantener contacto con usted, pero me he quedado sin tarjetas.
—No importa. Vuelve aquí. Suelo venir los jueves de boleros.
—Está bien, volveré.
Al salir, saludé a los músicos que ya charlaban con una cerveza en las mesas del jardín delantero. Agradecí tambaleante a la dueña por el gin tonic improbable y, sobre todo, a la hostess, que aquella noche me había abierto la puerta no solo a un gran lugar, sino de algo más profundo: la historia que había salido a buscar.
—Yo estaba perdido antes de verte —le dije—. Y esta noche me has hecho feliz.
Ella sonrió comprensiva ante mi ridículo.
Volví caminando al hotel con el espíritu renovado, recordando una antigua verdad que había olvidado entre correos electrónicos y obligaciones. Lo importante de la vida está allá afuera, escondido en guaridas donde aún suena la música, donde alguien se sienta a conversar sin mirar la hora, donde una desconocida te cambia la ruta con un guiño.
También está en las viejas costumbres: leer, escribir, dejarse tocar por una canción. Me prometí volver a aquella Bodeguita del Centro… y también a eso que más me gusta de la vida. Que nada destruya nuestros amores. Ni los que ya fueron ni los que están por venir.
Contacto
Correo: [email protected]
Twitter: @Bigmaud
También lee: Un café tomado en Viena | Columna de Carlos López Medrano
#4 Tiempos
Consideraciones sobre la amabilidad | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Tenía Víctor Hugo, el gran escritor francés, veintisiete años de edad cuando publicó, en 1829, El último día de un condenado, novela o largo relato en el que se pone a describir los pensamientos íntimos, las agitaciones interiores y los estados de ánimo que se apoderan de un hombre que pronto -muy pronto- va a tener que morir. La justicia ha señalado ya el día y la hora en que deberá tener lugar la ejecución; todo, pues, está listo…
Pero, no: ¡no todo está listo! Puede que lo esté el cadalso, puede que lo esté el verdugo, pero este hombre todavía no está listo. ¡Aún no sabe por qué debe morir! «Soy joven, estoy sano y fuerte –gime en el calabozo-. La sangre circula libremente por mis venas; todos mis miembros obedecen a todos mis caprichos; estoy robusto de cuerpo y de mente, preparado para una larga vida. Sí, todo esto es verdad; y, sin embargo, padezco una enfermedad, una enfermedad mortal, provocada por la mano del hombre».
Afuera, en la calle, todos ríen y se gozan: el calor del sol es bueno, la vida es bella. ¡Ah, tienen razón al mostrarse tan alegres! Para ellos hay futuro. ¿Cómo no sonreír cuando a la noche sigue el día, cuando se espera vivir muchas noches y muchos días? En cambio él… ¡Quizá no haya para él ni otra noche ni otro día!
Llama la atención, sin embargo, cómo es que este hombre se da cuenta de que no le queda mucho tiempo: ¡por la amabilidad del personal penitenciario! ¿De cuándo acá se mostraban tan amables estos monstruos de indiferencia? ¿De cuando acá? «El camarero de guardia acaba de entrar en mi calabozo, se quita el gorro, me saluda, pide perdón por molestarme y me pregunta, suavizando en lo posible su voz ruda, lo que deseo para el desayuno. Me entran escalofríos. ¿Será hoy?».
Es decir, ¿será hoy cuando tenga que ser ejecutado? Tanto refinamiento, tanta delicadeza le parecen francamente sospechosos. Hasta hace poco todos le hablaban a gritos, brutalmente, pero hoy se descubren la cabeza para saludarlo y hasta ejecutan ante él respetuosas reverencias. Sí, es posible que sea hoy. El condenado, entonces, se pone a temblar. Es que no era normal, no era normal en absoluto que…
Pero las cosas se complican todavía más cuando, de pronto, la reja del calabozo se abre y aparece en el marco de la puerta una figura pequeña, de largos bigotes negros, y amable hasta la falsedad. «Sí, es hoy –piensa el condenado al ver a este individuo ejecutando todas las ceremonias de la cortesía-. El mismo director de la prisión ha venido a visitarme. Me pregunta lo que me gustaría o podría serme de utilidad; incluso hasta expresó el deseo de que no tuviera quejas de él o de sus subordinados; se interesó por mi salud y por cómo había pasado la noche. ¡Al salir me llamó señor! ¡Sí, es hoy!».
Y admírese usted: los pensamientos del condenado resultaron ser ciertos; su intuición no lo engañó. Era hoy, precisamente cuando debía morir. No se equivocaba.
¿Por qué los humanos dejamos la amabilidad y la cortesía para el último momento? Al parecer, sólo los muertos –o los que están a punto de serlo- logran conmovernos. «¡Cómo admiramos a los maestros que ya no hablan y que tienen la boca llena de tierra! –exclama el personaje único de La caída , el famoso monólogo de Albert Camus (1913-1960)-. El homenaje se les ofrece entonces con toda naturalidad, ese homenaje que, tal vez, ellos habían estado esperando que les rindiésemos durante toda su vida… Observe usted a mis vecinos, si por casualidad sobreviene un deceso en el edificio en el que usted vive. Los inquilinos dormían su vida insignificante y, de pronto, por ejemplo, muere el portero. Inmediatamente se despiertan, se agitan, se informan, se apiadan».
¡Los hombres sólo somos corteses con los muertos! He aquí lo que el Nóbel francés quiso decir. Pero no sólo lo dice él. He aquí, por ejemplo, lo que Máximo Gorki (1868-1936), el escritor ruso, escribió en su autobiografía: «¡Las misas de difuntos son las más bellas de toda la liturgia! ¡Hay en ellas ternura y piedad para los hombres! ¡Nuestros semejantes no compadecen sino a los muertos!».
Está bien, está bien, así es. Y, sin embargo –me digo-, he aquí un método para cultivar la cortesía: ver en el otro, ese que ahora está junto a mí, un condenado a muerte -¡que lo es, sólo que él no lo sabe, o lo ignora, o no quiere pensar en ello!- y tratarlo como si mañana ya no fuera a estar aquí; tratarlo, en una palabra, con las mismas atenciones que el carcelero dispensó al condenado a muerte en el relato de Víctor Hugo. ¡Ah, si nos viéramos como somos, es decir, como mortales, qué dulces seríamos en nuestras relaciones, y qué corteses!
Dice Aliosha a Lisa en Los hermanos Karamazov, la novela de Fiodor Dostoyevski (1821-1881): «Hay que tratar muy a menudo a las personas como si fueran niños, y a veces como si fueran enfermos». No está mal, no está del todo mal. ¿Con qué delicadeza no trataríamos a una persona si supiéramos que quizá hoy mismo va a morirse? ¿Y cómo estar seguros que no será hoy el día en que morirá? Por eso, más vale ser amables con él.
Otra cita más; ahora la he tomado de Sobre héroes y tumbas, la novela de Ernesto Sábato (1911-2011), el escritor argentino: «¿Sería uno tan duro con los seres humanos si se supiese la verdad que algún día se han de morir y que nada de lo que se les dijo se podrá ya rectificar?».
Todos los hombres son mortales, Juan es hombre, luego Juan es mortal. El silogismo nos sale bien; en el fondo, los hombres no somos tan ilógicos como parecemos a primera vista. Sólo que no siempre sacamos de nuestros razonamientos todas las consecuencias pertinentes al caso.
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