abril 18, 2024

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#Entrevista | Un viaje a todas Las Habanas con Dainerys Machado

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Dainerys Machado

La escritora cubana platicó con La Orquesta sobre su nuevo libro, su relación con México y el atardecer que nunca llega a Miami

Por: Luis Moreno Flores

Dainerys Machado Vento nació en La Habana, Cuba, en 1986. Eso la convierte en una niña que vivió al centro del Periodo Especial, como se le conoce a la crisis que sumergió a su país tras la caída de la Unión Soviética. Ese es el telón de fondo que sirve a muchas de las historias de su más reciente libro Las noventa Habanas (Katakana Editores): 

«El número noventa se refiere a que existen muchas Habanas y también es un juego para hablar del periodo en el que varios de los cuentos tienen lugar y que es una época que marcó a la ciudad. Dos años después de la caída del muro de Berlín, se desplomó la Unión Soviética y Cuba, que desde el año 71 había entrado al consejo de la ayuda mutua económica, se quedó sin nadie que le comprara el azúcar, la caña. Éramos un país mono exportador. Eso causó que la economía se cayera de un día para otro. Los mercados se quedaron sin comida, los equipos electrodomésticos desaparecieron de las tiendas, los periódicos tuvieron que cerrar porque no tenían luz eléctrica para trabajar debido a los apagones cíclicos que había en la ciudad. Un país relativamente próspero de repente se volvió un desastre. Hay gente que dice que esto todavía no se ha terminado, porque Cuba sigue en crisis, pero los años más fuertes fueron hasta el 95 o 96».

Cuando recién estaba por comenzar a leer el libro, Dainerys Machado, que siempre peca de humildad, me advirtió que no sabía si me gustaría, pues quizá las historias no me harían tanto sentido como a un cubano. La realidad es que los cuento de Las noventa Habanas tienen poco que ver con una cuestión política, económica, geográfica o ideológica y están mucho más relacionados con aquellos que nos hermana como humanos: crecer, la soledad, el sexo, el amor, la migración. Situaciones universales que nos recuerdan que somos los mismos.

Encontré en este libros tres grandes bloques. En el primero, Machado Vento ofrece historias iniciáticas. Viñetas de primera veces: conocer la discoteca, descubrirse enamorado de quien se supone que no se debe, ver el destino en la atracción por un pariente, envidiar lo que no se tiene… El segundo habla de uno de los grandes temas latinoamericanos: la migración y el exilio: encontrar un salvoconducto de regreso a la casa en el sexo con un compatriota; la nostalgia y la imaginación como medicina a las afrentas del día a día en el extranjero; la resignación ante una vida que no es como se esperaba. Todas las narraciones están bañadas en una luz de deseos frustrados o cumplidos. La última parte son historias de personajes adultos que viven en la Habana, cuya cotidianidad le sirve a Dainerys para forjar anécdotas insólitas sobre el amor, la muerte, la pasión y la aniquilación del manto infantil con el que en ocasiones insistimos en cubrirnos. Sin embargo, la autora explicó que esa no es la división que pretendió:

«Es interesante esta clasificación, no había pensando en ella. Me gusta la forma en que la gente ha dividido estas historias, me gusta más lo que piensan otras personas de lo que yo contemplé originalmente con el libro. Lo que hice fue crear diferentes voces narrativas que van madurando. Los primeros cuentos son niñas y niños, adolescentes, después pasa a una etapa de personajes juveniles. Lo que veía era cómo esas voces crecen hasta el último cuento en el que es el barrio el que lo está contando». 

La Orquesta:¿Por qué decidiste regresar a La Habana mediante estos cuentos?

Dainerys Machado Vento: Me atraen mucho los libros de cuentos que son proyectos enteros, más allá de aquellos en donde hay historias dispersas reunidas en un volumen. Los escritores que más admiro son aquellos que crearon universos en sus obras, ya sean ficticios como García Márquez o Elena Garro. O reales como Virgilio Piñera. Regresar a La Habana fue una reflexión conciente de decir: bueno qué universo mejor que ese que a mí me ofrece todas esas atracciones. 

–0–

Dainerys Machado actualmente estudia el doctorado en Lengua Moderna y Literatura en la Universidad de Miami. Su historia tiene algo de ironía, pues aunque sus motivos para estar en Miami son completamente distintos a los de la mayoría de sus compatriotas, al final está en el mismo lugar que otras 700 mil personas nacidas en Cuba:

«Los primeros meses era muy difícil explicarle a la gente cómo llegué, porque tengo una visa de estudiante que se llama F1, pero la mayoría de los cubanos están con un papel que se llama parole y que se relaciona con el asilo político. En los bancos me preguntaba por él y yo trataba de decirles por qué no lo tengo, pero me insistían en que soy cubana y debo tener parole. No me abrieron cuenta en el banco, no me aceptaban los documentos en muchos lugares porque no entendían que una cubana estuviera acá con algo que no fuera un parole

».

Posiblemente ese prejuicio hacia lo que debe hacer una cubana en Miami sea la raíz del cuento Quédate, en el que una empresaria nacida en La Habana, residente de la Ciudad de México, visita Miami para cerrar un trato. Durante esa estadía todos los cubanos con los que encuentra la insisten en quedarse, pues consideran que es el único sitio en el que alguien de su país puede hacer una vida digna, aunque las suyas no lo son tanto:

«Había venido a Miami en el 2012 y fue abrumador lo que me decían las personas para que me quedara. Me prometí nunca decirle a un cubano que se quedara. Yo fui muy feliz en México, probablemente más plenamente de lo que he sido en Miami, a pesar de que aquí tengo más tiempo de lo que estuve en México. Creo que son cosas que no todo el mundo entiende. Ese cuento me lo encargaron para una antología de narradores latinoamericanos que se publicó en México, yo estaba en un momento terrible de la migración, hasta lo bueno me parecía totalmente malo. La historia es esa perspectiva que tenía de la ciudad: habla de toda la falsedad que veía».

A pesar de la ciudad plástica que en su momento encontró, Dainerys apuntó que el Miami que hoy vive dista mucho del postureo en el muchos que no lo hemos visitado cometemos el error de colocarlo: «Igual que La Habana, hay muchos Miamis. En el que yo vivo es un Miami humilde que se concentra de la casa a la escuela. También es un Miami muy cultural, donde puedo disfrutar de expresiones artísticas cubanas y latinoamericanas importantes. Todavía no he terminado el doctorado, así que pienso en la ciudad y todo son libros y escuela. Hay una metáfora que se usa mucho y es que Miami es una ciudad de catálogos turísticos, no obstante, desde que vivo aquí, creo que he ido cuatro o cinco veces a Miami Beach, me encanta la playa, me encanta Miami Beach, pero no forma parte de mi paisaje. Uno encuentra sus espacios, sobre todo en un sitio tan grande».

«La costa sur de la Florida es un lugar muy raro. Regala los atardeceres anaranjados más hermosos del mundo, pero como está atravesada en el Atlántico, no se dibuja en ella la silueta del sol para tocar el horizonte. Quizás por eso aquí los migrantes cubanos nunca se curan de sus fantasmas de Cuba. Porque a la copia de su país en la que han convertido la ciudad, le sigue faltando la figura del sol estoico que se funde cada tarde en el mar». Estas líneas pertenecen al cuento Quédate, me parecieron unas de las más bellas que contiene Las noventa Habanas. Como cierre a nuestra conversación pregunté a Machado Vento si son una metáfora que sintetiza las nostalgia que nunca acaba por abandonar al migrante latinoamericano: 

«Es bonito pensarlo así. Tú qué piensas. Si lo ponemos en términos económicos y políticos, el capitalismo en Estados Unidos es muy deshumanizado, mientras que lo que tienen todos los países latinoamericanos, más allá de cualquier sistema, sin importar si son socialistas o neoliberales, es el calor humano, la tradición, las familias, las relaciones humanas. La falta de eso se hace un poco más tolerable en la nostalgia. Esto lo entiendo porque siempre falta algo en Miami. El sol nunca está en el horizonte».

 

Las Noventa Habanas. 

Autor: Dainerys Machado Vento. 

Katakana Editores, Nagari.

EUA, 2019.

 

Este libro está disponible en el siguiente enlace: https://amzn.to/2I3DfI2 

Para mayor información: https://www.nagarimagazine.com

 

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#4 Tiempos

¿Existe la ciencia neoliberal? | Columna de León García Lam

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VOLUTA

 

Una polarización creciente se ha cernido sobre el mundo y ha generado una guerra de trincheras por todas partes, que si la derecha, que si los conservadores, que si los musulmanes, que si metemos a la cárcel a los que le caen gordos a la tía Tatis, etcétera. Las multitudes se abalanzan a opinar. Usted no, por supuesto, estimada y culta lectora de La Orquesta. Usted y yo no caemos en esa trampa de la opinión sin ton ni son que nos polariza. Sin embargo, quisiera ofrecerle el humilde punto de vista de un antropólogo acerca de la polémica sobre ciencia e ideología. El nuevo CONACYT con H (CONAHCYT) ha acusado a sus antecesores de practicar una ciencia neoliberal y muchos científicos afirman que tal cosa no puede existir, pues la ciencia no tiene ideología.

Una de las grandes fortalezas de la ciencia —virtud que nunca se le ha visto a un diputado— es que es capaz de reconocer sus errores. La ciencia constantemente se inmola a sí misma sobre sus antecedentes. Es capaz de decirse y desdecirse. Esta virtud se basa en un principio de objetividad. La ciencia es capaz de desapasionarse. Es decir, puede reconocer un resultado, aunque este no sea el esperado o resulte adverso a las emociones, afectos o creencias de sus investigadores. Aquí se puede recordar al gran Lineo, quien empeñado en demostrar que en la naturaleza había un orden establecido por Dios, diseñó una clasificación de plantas que terminó por sentar las bases de la teoría evolutiva.

Por eso, la ciencia es capaz de observar objetivamente toda clase de fenómenos y por eso se dice con toda razón que los intereses científicos son ajenos a cualquier ideología.

Sin embargo, la ciencia no solo observa objetivamente átomos, moléculas, células, planetas o microbios. También observa seres humanos, lo cual significa dejar de lado el microscopio y usar el espejo para vernos a nosotros mismos. Las ciencias sociales observan no solo a otros seres humanos, sino a seres humanos que observan a otros seres humanos y esto genera una reflexión muy compleja.

Los colegas físicos, químicos o astrónomos están acostumbrados a una observación directa de los fenómenos que estudian. Los científicos sociales estamos habituados a considerarnos a nosotros mismos en la observación. Esto produce dos visiones científicas de la misma ciencia. Una que supone a la ciencia como una tarea objetiva, neutra y desinteresada y otra que cobra conciencia de cómo los intereses humanos guían a la investigación científica. Entonces para responder a la pregunta ¿existe la ciencia neoliberal? La respuesta llana es sí, sí existe. Hay intereses neoliberales fortaleciendo intencionalmente a ciertos temas científicos. Aun más: hay científicos con intenciones neoliberales practicando ciencia objetiva. Disculpe culta lectora de La Orquesta que dejé abandonado el tema de qué significa ser neoliberal para otra Voluta.

A pesar de la eficacia del método científico y su asombrosa capacidad para darnos conocimientos objetivos, hay suficiente evidencia de que las ideologías de los estados nacionales, las religiones y los intereses económicos juegan un papel fundamental en la llamada ciencia de frontera. La película de Oppenheimer visualiza cómo es que los políticos (y las situaciones históricas por las que atraviesan) manipulan y controlan los avances científicos. Se puede afirmar que el interés científico por la física cuántica no proviene de un interés neutral, sino absolutamente político. No puede existir tal interés inocente o neutro por la ciencia, pues los intereses científicos son dirigidos por intenciones económicas y militares. Una vez reconocida la injerencia de otros aspectos no científicos en la ciencia, habrá que decir que no sólo se trata de acusar al capitalismo o al neoliberalismo como manipuladores del interés científico, sino que también el comunismo, el BRICS y el alter mundo dirige a sus científicos con los mismos intereses económicos y militares.

Las universidades, los centros de investigación, los laboratorios y hasta las bibliotecas responden a los intereses ideológicos de los estados. Abundan los ejemplos: la relación entre las agencias espaciales y los consejos de seguridad, los avances biomédicos, la inteligencia artificial, etcétera.

En otras palabras, la trinchera de discusión que en México se ha abierto intenta responder la pregunta, la ciencia mexicana ¿a quién debe responder? ¿A la sociedad? ¿Al Estado? ¿A sí misma? Si es el Estado quién financia las becas y las estancias de investigación ¿no debe ser entonces quien regule y quien determine los intereses a investigar? Si la ciencia es útil, ¿no debiera dirigirse sus investigaciones al servicio de la sociedad? Pero ¿en verdad la ciencia debe ser útil o debe promoverse la libertad de investigación con independencia de su utilidad? No lo sé.

Por un lado, está la ingenuidad, creer o querer creer que es posible una ciencia desinteresada y desvinculada de los intereses nacionales o globales; por otro, está el terrible pragmatismo que pone a la ciencia como una sirviente del Estado y peor, la constricción a todo espíritu creativo que desee investigar algo y que no responda a los parámetros de la caprichosa sociedad que la mantiene.

En mi opinión, de antropólogo, pero que no necesariamente coincide con mis colegas de profesión y formando parte del fenómeno del que me quejaba al principio, montando el caballo loco de la opinomanía, pienso que la solución es que nuestro sistema mexicano de investigación científica debiera ser lo suficientemente abierto para que coexistamos tanto aquellos investigadores que colaboran entusiastamente en los intereses que atañen al estado mexicano (y que logren por fin la vacuna Patria y los respiradores Écahtl), pero también aquellos que trabajan para intereses corporativos o empresariales y quienes hacemos ciencia artesanal (la cual explicaré en otra ocasión).

Estoy convencido de que, en la tolerancia a la diversidad de posturas y en que, en nuestro país TODAS tengan una posible expresión y posibilidad pública, está la clave ¿y usted qué opina?

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#4 Tiempos

Xantolo 2023, viejos dilemas a nuevas tradiciones | Columna de León García Lam

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Hace un año me llamaron para una entrevista por MG Radio. Jesús Aguilar me preguntó acerca de la importancia cultural del Xantolo, sin embargo sus preguntas poco me permitieron responder lo que con sinceridad pienso. Por ello, un año más tarde, escribo esta columna, para preguntarme y responderme lo que considero que debe ser preguntado y respondido acerca del famoso Xantolo.

 

Pregunta número 1: ¿Qué es el Xantolo y por qué se le considera tradición de San Luis Potosí?

No existe una tradición de día de muertos que se llame Xantolo, al parecer el término proviene del latín sanctorum (Sancta Sanctorum) y el término refiere a los objetos más sagrados de los templos judíos, vaya a usted a saber qué enredos ocurrieron para que se confundiera al sanctorum con xantolo. Lo que sí, es que en las cabeceras municipales (que no son indígenas) se impuso este nombre para llamarle al festival que organiza el municipio cada año: concurso de altar de muertos, concurso de comparsas, etcétera. Puedo asegurar, estimada y culta lectora de La Orquesta, que la fiesta de las cabeceras municipales, poco tiene de semejanza con lo que ocurre en las comunidades indígenas.

 

Pregunta número 2 ¿Entonces el Xantolo es una falsa tradición? ¿Cómo podemos conocer la verdadera tradición del día de muertos?

Tampoco existen las tradiciones falsas, sino más bien existen las tradiciones inventadas. Es muy común que todo aquello que se presenta como “tradicional” sirve como discurso para legitimar al poder en turno. Los gobiernos parten de crear mitos fundacionales tales como “respetar las raíces” o “preservar las tradiciones” y de ahí a la creación de rituales públicos, como desfiles, procesiones, actos solemnes, etcétera. Todos esas festividades son rituales sin religión, generalmente huecas y vacías, pero efectivas. ¿No le parece raro que esos mismos jóvenes que rechazan todo legado cultural estén encantados en celebrar -según ellos- la tradición del xantolo?

 

Pregunta número 3: ¿Cómo se vive el día de muertos en las comunidades indígenas?

Primero, se vive en comunidad. Segundo, la idea principal es compartir con los difuntos tamales, dulces, chocolate o atole.

Las comparsas representan a los ancestros que vienen del otro mundo y llegan a la comunidad.

 

Ahora, le comparto la carta de una ciudadana que me escribió lo siguiente:

Estimado antrop. León García Lam

Quiero contarle lo que ocurre en mi colonia y saber qué opina usted: Mi vecina de junto pone un altar a la Santa Muerte y el día 2 de noviembre saca al esqueleto para organizarle mitote y jolgorio; lo mismo hace con San Juditas, baile con caguamas, mujeres borrachas y pleito. Yo pienso que todo esto está muy mal, porque esta señora confunde la devoción católica con algo parecido a la brujería o el satanismo. 

Yo pongo altar de muertos, tradicional, como se ponía en el rancho de mi abuelita. En una mesa pongo los retratos de los que ya se fueron, con velas, agua y ofrendas para que los difuntos coman y beban, pues tienen sed. Esa es mi creencia católica y pienso que es la que está bien porque es la más tradicional.

El problema es que frente a los domicilios de nosotras, vive una señora, muy seria y recatada que es hermana protestante y dice de nosotras dos, que adoramos al diablo y a la muerte. Yo por más que le explico que lo que yo hago es muy diferente de lo que mi vecina de al lado hace, ella dice que somos igualmente adoradoras de satanás.

¿Usted qué opina Antrop. Lam? ¿Cuál es la verdadera tradición?

 

Mi respuesta es que, de ahora en adelante, hay que llamarle a todo esto “Xantolo”.

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#4 Tiempos

El paisaje | Columna de León García Lam

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¿Qué es un paisaje? La definición que me gusta afirma que es la “impronta visual de cualquier lugar”. Usted se sube a la azotea de su casa y aquello que perciba como un flashazo (la impronta) es el paisaje de su barrio o colonia.

Hace unos días que regresé al terruño (osease la heroica ciudad de San Luis Potosí), debí esperar 40 minutos en una colonia popular y como vi un restaurante con terraza propuse a mi acompañante irnos ahí.  Pedimos cervezas para medir la velocidad del tiempo. Ya sabe: el calorcito, la terraza, la compañía y el paisaje.

  • ¿Cuál paisaje? —preguntó mi interlocutora.
  • Ése, todo lo que ves. —Respondí, señalando con el dedo un montón de fachadas y azoteas grises con tinacos negros y cables enredados.
  • ¿A eso le llamas paisaje?
  • Efectivamente, es un paisaje urbano popular. Quizá tú pienses que un paisaje debe ser agradable o bonito, pero he aquí uno que no necesariamente lo es. Aunque, a pesar de todo, a mí me gusta, pues siento cierta atracción por la belleza oculta en la decadencia. Todas esas casas fueron pintadas de amarillo, pero afortunadamente ya se deslavaron y ahora son grises otra vez y esperan ser pintadas de verde o del color favorito del poder en turno.

Luego, horas más tarde, veíamos el paisaje de la sierra de San Miguelito desde la azotea de mi domicilio. Muy parecido al anterior, solo que en esta ocasión el paisaje estaba saturado de viviendas blancas que no son precisamente populares. Temo que el paisaje de aquellos tiempos en que gozamos de la ciudad rodeada de cerros de cantera rosa, que enverdecía en estos días de lluvias se perdió irremediablemente.

—Me da tristeza ver este paisaje. —Dije para mis adentros

  • ¿Por qué? —Me pregunté
  • Porque ha cambiado mi paisaje, lo que vi prácticamente todos los días de mi vida, cuando fui niño, luego joven y ahora adulto, ya no existe. Quizá eso sintieron los ancestros, cuando se fundó una ciudad en medio de la nopalera y por ello la famosa bruja se rebeló. Quizá es lo que sienten los ejidatarios o comuneros cuando un fraccionamiento recién autorizado llega a cambiar la fisonomía de su entorno.
  • Pero ¿por qué dices que es tu paisaje? —Me dije enfatizando el “tu”
  • Primero, porque es lo que siento desde un yo muy interior que no puedo controlar, sino solo aceptar y acaso manifestar, aunque esté equivocado, pero también porque hay un yo plural. Estoy seguro de que miles de personas sienten algo parecido: los ejidatarios de la Garita, los comuneros de San Juan de Guadalupe y hasta los colonos de todo el sur de la ciudad debemos sentir que nos destruyeron el paisaje.

Todo eso me dije. Cuando un oleaje de contradicciones me invadió.

Efectivamente, todos esos proyectos inmobiliarios deben basarse en el derecho para afectar el entorno, el paisaje y hasta los recursos esenciales como el agua. No hay intención humana que no lo haga. Así se construyeron las grandes ciudades, el progreso y la civilización humana. Piense usted en cómo la Esfinge y las Pirámides de Egipto modificaron el entorno, no sólo por sus monumentos sino por el control de las anchas aguas del Nilo; de la misma manera, las pirámides de Bonampak, el Partenón, el Empire State y la Muralla China, todo ello ¿no ha modificado el paisaje de manera irreversible? Pues sí. Entonces, los empresarios inmobiliarios de San Luis Potosí tienen el mismo derecho de intervención que los egipcios.

Sin embargo, los 6 mil años (más o menos) que la humanidad lleva modificando el entorno ha llegado a su fin. Los recursos se agotaron y hoy somos cada vez más conscientes de que el desarrollo y el progreso no nos llevan a buen puerto. El reto del mundo actual es lograr poblaciones que no solo sean sostenibles y amigables con el medio ambiente, sino que sean regenerativas del paisaje.

¿Qué significa regenerar el paisaje? Significa volver a colocar las condiciones que mantenían un lugar como era, por lo menos antes de las ínfulas del progreso. Dicho de otra manera, es exactamente lo opuesto a lo que los intereses inmobiliarios y nuestros gobiernos estatal y municipales actuales están ejecutando por todas partes.

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