#4 Tiempos
El innecesario wikipediazo de cinco horas llamado “El Show” | Columna de Guille Carregha
CRITICACIONES
Hace tiempo, en uno de los tantos grupos de shitpost que frecuento en Facebook (¿hay algo más que hacer en esa plataforma?), preguntaron en dónde estábamos el día que mataron a Paco Stanley. Honestamente, a pesar de contar ya con 10 años en aquel 7 de junio de 1999, no tengo ni idea de siquiera haber registrado que mataron a Paco Stanley. De hecho, creo que, hasta esa fecha, lo más probable es que no supiera quién era ese tal Paco. A lo mucho, me enteré del suceso al día siguiente en clase cuando algunos de mis compañeros decidieron empezar a hablar del tema, sin llegar a nada más que un “no manches, qué impactante” a manera de conclusión. Cosa completamente esperable, porque tampoco les vamos a andar pidiendo tanto poder cognitivo a niños de esa edad.
Lo único que recuerdo de aquella época fue que, poco más de un mes después del asesinato, a una tía de CDMX le pareció súper adecuado llevarme a mí y a mi familia a comer al restaurante donde lo mataron. Ni siquiera me acuerdo si disfruté la comida, porque me la pasé viendo a mi alrededor espantado todo el tiempo al pensar que ese era un lugar donde llegaban a matarte de la nada en Ciudad de México. Pero, bueno, en 1999, ¿qué lugar del DF no podía ser un lugar donde llegaran a matarte de la nada?
Ahora, en 2024, después de recibir un correo de mi proveedor de internet anunciándome que parte de su servicio es regalarme un acceso a VIX, dije “¿por qué no?” y le di una oportunidad al magno documental de CINCO horas sobre el asesinato del señor al que solo conocía por su estelar como “cadáver baleado en el asiento de una camioneta” y “el señor al lado del otro señor al que se le cae una bolsa de cocaína cuando baila”. Total, mi conocimiento tanto de sus programas o su muerte se limitaban a “pues, pasaron, wey”, así que pensé sería interesante enterarme de qué demonios podía haber pasado en aquella época.
En defensa del bodrio que tuve que aventarme por pura decisión propia, como producto audiovisual se ve bastante decente. Tampoco es como si fuera lo más complicado del mundo hacer que un montón de entrevistas en un foro de televisión se vean culeras pero, por lo menos, parece que tenían una idea clara de cómo querían que se vieran todos los entrevistados y las vibras que querían transmitir. No se fueron por el clásico “iluminación y encuadre de documental de Netflix hecho al aventón”, pero a lo más que llegaron fue a un “que parezca que los está interrogando un policía de Hollywood en un cuarto oscuro”. Y, pues, está OK. Las imágenes de archivo están muy variadas, siempre en la mejor calidad posible, y rara vez repiten cosas. O sea, para verse, no está mal.
El problema recae en que el documental está más hueco que el currículum que implementó la facultad de ciencias de la comunicación hace 3 años. Bueno. Tal vez menos hueco. Pero ahí se dan un tiro.
De entrada, muy a pesar de que el subtítulo sea “Crónica de un Asesinato” en plan mamalón (porque El Show, como título es tan vacío que nadie te entiende que viste esta cosa si dices “Acabo de ver El Show”), no explica nada. Pero nada. Es más, ni siquiera es una crónica del asesinato, la cual era la razón por la que decidí ver esta miniserie toda tocha. Es más una crónica de “lo mucho que sufrió TV Azteca al pelearse con el gobierno de la ciudad a raíz de este asunto, y de cómo TV Azteca se encargó de que Cárdenas no ganara la presidencia. *Suena El Gallinazo para que se sienta relevante todo*.
Teniendo en sus manos todo el acervo de notas periodísticas, programas, crestomatías, parodias y hasta videos musicales de Pedrito Fernández because reasons, además de acceso a TODOS los involucrados en el asesinato que aún siguen con vida, el documental se puede resumir en:
“Pues, un día mataron a Paco, le gente lloró, culparon a estos weyes, los metieron a la cárcel, y al final salieron. FIN”
Peor aún, la serie está construida precisamente para que la vea gente que ya sabe qué pasó. Asumen que conoces ya toda la información presentada, por lo que “se ahorran tiempo” evitando presentar detalles que son parte de la cultura popular. Por ejemplo, de la nada, sin antes haberla presentado ni mucho menos mencionado, alguien dice “Y ese fue el día que apresaron a Paola Durante” – corte a Paola Durante hablando de lo mucho que sufrió cuando la arraigaron.
Una vez más, como alguien que no está al tanto del evento, mi pregunta inmediata fue “¿quién chingados es Paola Durante?” a lo que el documental procede a contestarme, MEDIA HORA DESPUÉS, que era una edecán del programa. ¿Y por qué la ligaron al proceso? “Ah, es que un sujeto dijo que el asesinato se planeó con una güera y, pues, ella era la única güera de México en ese momento, así que…”. Digo, no es como si acabáramos de tener EPISODIO Y MEDIO hablando de porque se creía que había sido planeado por Mario Bezares, o qué momentos del programa en vivo sustentaban esa teoría. Tampoco es como si, después, nos tomáramos la molestia de describir A DETALLE la vida y obra del sujeto apodado El Cholo a quien acusaron de ser quien disparó el arma que mató a Paco.
No, ya, innecesario. “Alguien dijo ‘güera’, ella es güera, y ya, con eso. ¿Para qué perder el tiempo?”
Pero, eso sí, entrevistan a Chumel Torres y a Sofía Niño de Rivera para que cada uno diga UN ENUNCIADO TODO ESTÚPIDO y no vuelvan a salir en cámara otra vez. O sea, es más importante tener la validación de dos deleznables del mundo de la comedia que explicar, no sé, EL TEMA QUE ESCOGISTE PARA HACER TU DOCUMENTAL.
Este documental está tan plano y desenfocado en sí mismo que la parte más interesante es cuando, durante una de las entrevistas a Mario Bezares, él pide permiso para ir al baño y, en tiempo real, mientras su silla está vacía, se toman la molestia de editar a un montón de personas hablando mal de Mario, de cómo es sospechoso, de cómo no confían en su inocencia; vaya, de todos sus errores como humano, actor y persona del entretenimiento. Pero ahí se queda eso. No sacan el tema con Mario, no expanden la situación, ni lo ligan con nada más. Solo es un chusco momento de “en la farándula todos hablan de ti a tus espaldas” que no lleva a nada más.
Y, todo esto, ¿para qué?
¯\_(ツ)_/¯
No hablan de ninguna de las teorías populares o de las vertientes de las que me tuve que enterar después de ver esto. A duras penas se menciona el asunto de que, quizás, tal vez, se dice, por ahí se expresa, que Paco le vendía coca a medio Televisa y qué el asesinato pudo haber sido eso. Se menciona, como por encimita, que Paco recibía dinero de narcotraficantes para lavar dinero en producciones audiovisuales, pero POR SUPUESTO que eso no tuvo nada que ver con el asesinato. Nada de infidelidades, nada de problemas con televisoras, ni políticos.
Nada.
Es como si hubiera sido un documental financiado por Mario Bezares para limpiar su nombre de la manera más aburrida posible. Y ni eso logra correctamente, porque todo está editado para que dudes siempre de su veracidad. O sea, ni eso.
A lo mucho, la idea general desemboca en un “por supuesto que lo mando matar Mario Bezares, porque eso pasó en un episodio de los Simpson, y ahí, el patiño manda matar a su jefe, Y LOS SIMPSON NUNCA SE EQUIVOCAN.”
La barra no estaba alta, pero tampoco era como para que la bajaran tanto.
Y, después de cinco horas, así termina el documental. Sin conclusión. Relatando los hechos, cual si lectura de IA de una página de Wikipedia se tratara. No llegamos a nada ni aprendemos nada. Cosa completamente esperable, porque tampoco les vamos a andar pidiendo tanto poder cognitivo a los realizadores de este “show”.
También lee: Mentiras, engaños y sonrisas digitales: la farsa de “What Jennifer Did” | Columna de Guille Carregha
#4 Tiempos
La seriedad y la risa | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
LETRAS minúsculas
Un amigo mío, ejecutivo de cierta importancia, tan pronto como llega a su oficina arquea las cejas, se compone la corbata y adopta una pose tan autoritaria que a uno le dan ganas de obedecerle en todo. ¡Dios mío, qué transmutación de un minuto a otro y de una puerta a la siguiente! ¡Pero si apenas hace cinco minutos venía en su auto contando chistes rojos! Cuando se apeó del automóvil aún sonreía, pero apenas entró en el edificio adoptó un tono tan cadavérico y malhumorado que ya sólo verlo daba miedo. ¿Estoy ante uno de esos que los psicólogos llaman ciclotímicos?, me preguntaba yo lleno de asombro, pues no me explicaba cómo se podía pasar de un estado de ánimo a su contrario de manera tan radical y, sobre todo, en tan corto tiempo.
-Señorita –dijo mi amigo apretando un botón y levantando una bocina-, ayer por la tarde le pedí que revisara el expediente X. ¿Lo hizo usted?
La señorita tartamudeaba en la lejanía, presa de un pánico feroz.
-Sí, sí, lo he hecho. ¿Quiere usted revisarlo, licenciado?
Yo miraba a mi amigo como preguntándole: «¿Eres tú? ¿De veras eres tú?». Pero él hizo como que no entendió mi pregunta, y en eso la secretaria anunció la llegada del famoso y temido expediente X.
Entonces recordé lo que, según dicen, aconsejó una vez Anaximandro el filósofo a Pericles el político: «Acuérdate de lo que te digo: para seguir en el poder hay que ser serios». Y sonreí con cierta malicia, como entendiendo por fin de qué iba la cosa. Pero, ¿había leído mi amigo a los filósofos griegos?
Lo dudo. Ya el Memín Pinguín hubiera sido demasiado para él. Y esto lo digo no en plan de mofa, sino ateniéndome a lo que él mismo me dijo un día, a saber: que el único libro que había leído en su vida, y de eso hacía ya muchos años, era el instructivo de una cámara Nikon que acababa de comprar en aquel entonces; pero, de ahí en fuera, nada más…
–Es apasionante leer los instructivos y a la vez muy divertido –me dijo aquella vez-. Pero, ¿quién lee ya estas obras maestras de la concisión? ¡Es la literatura más olvidada de todas! No miento si te digo que mi modesta biblioteca personal, si puedo llamarla así, está formada sólo por esos instructivos o manuales de uso que la gente desecha con desconsiderada facilidad. ¡Tengo más de cien! Algún día leeré los noventa y nueve que me faltan.
¿Bromeaba mi amigo diciéndome estas cosas? Pero no, no bromeaba: recordemos que estaba en su oficina y que él, allí, no se habría permitido ni la sonrisa más discreta.
Pero ahora hablemos de una mujer a la que conozco. En su juventud fue algo hermosa, según pude verlo en viejas fotografías conservadas con devoción por ella misma en un álbum que, de tan pesado, nadie aceptaría cargar durante cinco minutos seguidos. Sí, digamos que fue bella. Pero cometió en su juventud el error de hacer caso a una amiga suya del colegio que le dijo un día:
-No permitas que tu hermosura se estropee. Evita, sobre todo, las patas de gallo.
-¿Y cómo las he de evitar? –preguntó ella, pues realmente le quitaban el sueño todas estas cosas.
-No rías. Y, si puedes, evita también las sonrisas. ¡Estropean el rostro como no tienes una idea! Lo arrugan, lo ajan, lo deforman.
¡Lo mismo pensaba aquel monje amargado de El nombre de la rosa!: «La risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara y hace que el hombre parezca un mono».
Desde entonces aquella mujer ya nunca rió, conformándose, para manifestar su alegría, con estirar la boca y hacer una mueca, cual si estuviera ante un espejo comprobando que no se le ha quedado nada entre los dientes después de haber comido. ¿Sonreír de veras? No, gracias. Debo cuidarme de las patas de gallo.
Y así podría contra infinidad de historias más; baste por el momento con decir que, si bien la sonrisa tiene enemigos, yo preferiría mil veces que nadie me obedeciera y todo se me arrugara, a andar por la vida mostrando una horripilante cara de tabla.
Escribió el padre Auguste Valensin en su diario (anotación del 10 de mayo de 1937): «No sentir miedo de Jesús, no sentir miedo de mi Padre. Me imagino a Jesús con sus apóstoles. Llega a la orilla del lago donde los niños juegan. Y, al verlo, huyen los niños. Una madre le trae a su niñito de seis años y el pequeñín, aterrorizado, se agarra a las faldas de su madre, grita, quiere escaparse de allí. ¡Lo contrario de lo que sabemos que ocurría! Y me pregunto: ¿qué sentimientos hubiera experimentado Jesús? ¡Es tan doloroso darse cuenta de que se infunde miedo! Y todavía el miedo de un niño no puede realmente entristecernos porque es irrazonado, pero Jesús, que vino por amar a los hombres y fue todo amor para ellos, si hubiera visto a los que se acercaban a Él y a quienes ofrecía su afecto retirarse muertos de miedo; si hubiera visto a sus apóstoles tratarle como un maestro severo, mientras que Él se mostraba para con ellos indulgente y suave; si hubiera visto que los pecadores evitaban incluso por respeto su presencia, ¡qué pena hubiera experimentado!».
Jesús debió sonreír, y muy a menudo; debió ser incluso un maestro en el arte de la sonrisa, pues de no haber sido así, ¿por qué iban los niños a correr a abrazarlo espontáneamente, como sabemos que lo hacían? Somos más bien nosotros, sus discípulos, quienes hemos caído a veces en la tentación de la seriedad. ¡Como si por parecer serios nuestros enemigos fueran a respetarnos más! Quizá sea demasiado injusto al decir esto, pero un cristiano que infunde miedo –sea cual fuere su trabajo en la viña del Señor-, aún no ha podido ser cristiano más que a medias.
¿O me equivoco, estimado lector?
También lee: Variaciones sobre el mismo tema | Columna de Juan Jesús Priego Rivera
#4 Tiempos
¿Ascenso otra vez? | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
TESTEANDO
Hace unas horas se ha publicado información por parte de Ignacio Suárez, “El Fantasma”, una supuesta resolución por parte del TAS, para regresar el ascenso en el fútbol mexicano, para la temporada 25/26, de no cumplirse esto, la liga, federación y empresas que la conforman se verán sujetas a sanciones internacionales.
Con esto, parece ser que se da fin a una de las épocas más obscuras del fútbol mexicano, ¿o no?
Tratemos de entender cómo funciona esto. En el año 2020, los equipos de la Liga MX suspendieron el ascenso y descenso de la primera división, argumentando la falta de garantías económicas y deportivas de parte de la mayoría de los equipos de la segunda división, sustentando esto en los problemas económicos derivados de la pandemia de covid-19, dicha propuesta prometía que esta medida era solo provicional y no definitiva, dando un plazo máximo de seis años para regularizar la decisión de forma definitiva. Esto se votó al interior de la liga y fue aceptada por la mayoría de sus miembros, a pesar de las protestas de los dueños de los equipos de la segunda división.
El plazo se ha cumplido, seis años se cumplen al término de la siguiente temporada, y ante la insistencia y reclamos de los equipos de la segunda división (hoy llamada Liga de Expansión), el debate se ha vuelto a abrir.
Equipos, jugadores y aficiones de los equipos de Expansión sueñan con la posibilidad de abrir una oportunidad para buscar el ascenso el próximo año. De la misma forma, equipos en la tercera, cuarta y hasta quinta división (llamadas Serie A, Serie B y Liga TDP) donde inexplicablemente, también se han negado dichos ascensos.
Pero vayamos por partes, la situación de los equipos de las divisiones inferiores en México no ha cambiado mucho, equipos sin finanzas sanas, con muchas dudas sobre la transparencia de sus recursos, con poca infraestructura tanto en canchas de entrenamiento como en estadios, poco interés en formar jugadores y nulo o casi nulo intento por generar equipos femeniles, ponen en entredicho la posibilidad no solo de ascender, sino de una sana permanencia en primera división. Para ser más exactos, hoy solo cinco equipos de la Liga de Expansión tienen su carpeta de cargos completa para poder pensar en un ascenso (U de G, Yucatán, Correcaminos, Atlante y Morelia). Dicho esto, cualquier otro equipo que quisiera pelear por su lugar en la MX tendría primero que remediar su situación.
Ahora bien, se habla del ascenso, pero no de un posible descenso. Mucho se ha manejado la intención de aumentar la liga a 20 equipos, incluso hay propuestas para llegar a 24 o más equipos, emulando un poco la situación de la MLS, y hoy parece que la idea puede llegar a cobrar fuerza.
Y es que pensémoslo bien, la idea de aumentar la liga de 18 a 20 parece no solo posible, sino también interesante, los equipos recién ascendidos tendrían la posibilidad de establecerse económicamente en la Liga MX, sin el riesgo de un eventual descenso en tan solo una temporada, podrían pensar en estabilizarse deportivamente y buscar ingresos importantes en por lo menos dos años.
En fin, según “El Fantasma” la decisión está tomada, la Liga MX tendrá nuevos invitados, aunque me resisto a aceptarlo, creo que los dueños del balón encontrarán la forma de saltarse la regla en beneficio de su bolsillo y (nuevamente) en detrimento del deporte y su desarrollo, en fin.
También lee: Algo raro | Columna de Arturo Mena “Nefrox”
#4 Tiempos
Final Destination: cuando el concepto es mejor que la película | Columna de Guille Carregha
Criticaciones
Hay películas que uno ve por pura curiosidad, otras porque están en el canon del cine, y luego están las que ves solo porque va a salir una secuela y quieres tener contexto para entender las posibles referencias que desate el internet si es que se vuelve un producto exitoso. Final Destination cae en esta última categoría.
*inserte GIF de la escena del camión de troncos de la secuela *
Vi Final Destination por primera vez esta semana. Nunca la había visto, ni de casualidad en la tele, ni en maratones de miedo de octubre, ni siquiera de fondo en casa de alguien. Cero. Lo curioso es que he visto memes, referencias, clips, gifs, listas de muertes más absurdas del cine… básicamente todo lo que la cultura de internet ha hecho con esta franquicia, sin haber visto la película original. Así que, aprovechando que está por estrenarse la sexta entrega (porque, por alguna razón, el mundo pareció exclamar que tiene una necesidad por retacarse mentalmente de más muertes innecesariamente complejas en formato cinematográfico), decidí ponerme al día.
Mira, esta película depende completamente de qué tan bien logren desarrollar su premisa de alto concepto. Y, seamos honestos, no es que se hayan matado haciéndolo. No tiene historia, no tiene un estudio de personajes, y ni siquiera intenta ser algo más que una anécdota estirada al límite. Una anécdota que, por cierto, en algún momento alguien debió haber contado en una junta de productores tipo: “¿Y si la muerte fuera como un asesino invisible, pero con mala leche y gusto por las trampas complicadas?” Y, nada, que le producción empezó al día siguiente, antes siquiera de poder terminar el guión.
La premisa, en frío, suena potente. Un grupo de adolescentes está por abordar un avión rumbo a París cuando uno de ellos, Alex (Devon Sawa, con cara de ídolo pop de comienzos de los 2000), tiene una visión hiperrealista del avión explotando. Se desespera, arma un escándalo, lo bajan junto con un puñado de personas más… y sí, el avión realmente explota. Final feliz, ¿no? Se salvaron.
Pues no. Aquí es donde entra el “concepto fuerte”: la Muerte tiene un plan maestro que no acepta modificaciones, y ahora quiere cobrar lo que le deben. Y lo hace de forma metódica, uno por uno, con accidentes ridículamente orquestados que te hacen preguntarte si la Parca se graduó en ingeniería industrial con especialización en sadismo.
¿Por qué lo hace? ¿Qué pasa si la gente que la muerte quería matar no se muere?
Ni idea.
Solo pasa. Y ya.
Y sí, entiendo por qué causó sensación en su momento. También entiendo por qué mucha gente la recuerda con cariño. Pero tengo que ser sincero: es una película que está bien… solo bien. Funciona, entretiene, cumple lo que promete. Pero hasta ahí. Nada más. Es como cuando, en vez de comer algo bien, bajas al OXXO y te compras dos burritos de microondas. O sea, no está mal, te llena… pero como que no llena ninguna de las nulas expectativas que tenías.
Lo más curioso es que, en los primeros minutos, parece que vamos a ver otra cosa. Un dramón adolescente con todos los clichés escolares: el rebelde, la chica rara, el maestro duro, el bully… Toda esa introducción me hizo pensar que la historia iba a ir por un camino tipo Scream con avioncito. Algo con conflicto juvenil, dinámicas de grupo, tensión sexual no resuelta, ya sabes. Nada nuevo, pero al menos con estructura.
Y sinceramente, esa película habría sido más interesante que la que realmente nos dieron. Sí, habría sido genérica hasta decir basta, tipo Eurotrip o The Lizzie McGuire Movie, pero bueno, al menos hubiera tenido una historia, ¿no?
Pero no. Lo que tenemos es una idea central que se convierte en todo el andamiaje. Todo recae en la premisa. Si logran convencerte de que acabas de ver una película completa, aunque en realidad solo viste a un grupo de personajes marcados por un reloj que anuncia cuándo les toca morir, entonces misión cumplida. Pero eso no es exactamente un logro. Es más bien un truco bien ejecutado.
No me malinterpreten, la disfruté. Claramente me entretuvo. Pero esperaba algo más. Tal vez porque ya conocía el fenómeno que generó esta saga como meme, antes de haber visto un solo minuto de la original. De hecho, lo único que sabía de Final Destination eran las muertes absurdas y la paranoia colectiva que generó sobre los viajes de avión, subirse a montañas rusas o pararse frente a un camión con troncos.
Y sí, las muertes son entretenidas. Coreografiadas con precisión quirúrgica, como si la Muerte tuviera un pizarrón con diagramas y post-its que dicen “¡ahora con fuego!” o “necesitamos más vidrios rotos”. Pero más allá de eso, no hay mucho.
Los personajes… bueno, existen. Tienen nombre, pero podrían llamarse “El que se va a morir pronto”, “La que va a sobrevivir”, “El escéptico que cae primero” y nadie notaría la diferencia. Son arquetipos ambulantes. Las relaciones entre ellos son mínimas, sus decisiones son más instintivas que lógicas, y rara vez hay algo que parezca desarrollo emocional o crecimiento. Una vez que entendiste el patrón, solo estás esperando la próxima escena de muerte. Ya ni siquiera por el suspenso, sino por el diseño de producción.
Lo curioso es que, pese a todo esto, la película sí se ve bien. Técnicamente está bien hecha. Se ve como una película, suena como una película, y en general tiene ritmo. La dirección es competente, los efectos (en su mayoría) funcionan, y los actores hacen lo mejor que pueden con lo poco que les dieron.
Y hay que reconocer que, por sobre todas las cosas, alguien decidió otorgarle a Sean William Scott un papel cinematográfico que no fuera un mero Stiffler 2.0. No está lejísimos de ese arquetipo suyo, pero al menos este personaje tiene un dejo de personalidad propia, aunque sea tenue. De hecho, la mayoría del elenco principal es más o menos simpático. No entrañable, pero aguantable. O sea, no amas a nadie… pero tampoco estás deseando que ya se mueran para salvarte de su existencia.
Salvo la chica que es atropellada por el camión. JOOODER. Qué manera de ser insoportable. Me dio gusto que se la llevara el transporte público, y encima me hizo reír, así que doble mérito. Por eso, y muchas cosas más, esa escena se merece un *chef’s Kiss*.
El resto del cast… bien. Nadie da cringe, nadie se roba la película. Están ahí. Funcionan. Y, como era de esperarse, la mayoría se vuelve olvidable después de que les toca su respectiva cita con la guadaña. Ya para el final, si no tienes Wikipedia abierta, es difícil recordar cómo se llamaban. Con una excepción: Clear.
Pasé media película preguntándome si decían “Clear” o “Clair”. Y, sí, según los créditos se llama Clear. Clear Rivers. Así en plan juego de palabras chiquito. ¿Por qué? Ni idea. Pero ahí está y, de alguna forma, se convierte en un personaje central.
Entonces, ves la película, ves cómo se mueren. Ya te lo había prometido todo el material de marketing. Aquí se viene a ver a gente muriendo por el simple gusto de ser morboso. Pero entonces, queda la duda. ¿Literalmente se va a acabar con todos muriéndose? ¿CRÉDITOS?
No. Quisieron ponerle una conclusión.
Dios santo. Ese final. Una joya… pero de lo mal hecho que está. En menos de cuatro minutos casi arruina todo lo anterior. Literalmente parece una escena que escribieron y grabaron con urgencia porque alguien del estudio dijo: “Oye, no podemos terminar así, la gente va a salir bajoneada. Inventa algo con fuegos artificiales, o una explosión, o qué sé yo”.
Y lo hicieron. Vaya que lo hicieron. Se nota que fue una decisión tardía, una intervención de último minuto para cambiar el tono y asegurar mejores reacciones en las pruebas de audiencia. Pero se siente completamente fuera de lugar. Incoherente. Forzado. No cuadra con lo que venía pasando, ni con la lógica interna de los personajes. Es como si todos se hubieran olvidado de lo que vivieron en los últimos 80 minutos.
Y no es que antes la película fuera perfecta, pero venía manteniendo cierta coherencia dentro de su propio juego. Ese final, en cambio, parece arrancado de otra versión del guion. O de un mal episodio de Goosebumps.
¿Me entretuvo? Sí. ¿Me aportó algo? No realmente.
Pero ahora entiendo de dónde salió toda la fama de Final Destination. No por ser una gran película, sino por ser una gran idea de marketing. Un concepto tan sencillo y adaptable que puedes estirarlo en mil direcciones. Y al parecer, eso hicieron. La franquicia sobrevivió no por lo que es, sino por lo que puede ser: una excusa para inventar muertes creativas como si fueran sketches de terror.
Final Destination es, en esencia, una gran idea disfrazada de película promedio. No está mal. Está OK.
Y a veces, eso basta.
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