#4 Tiempos
El derecho a migrar | Columna de Víctor Meade C.
SIGAMOS DERECHO.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos define a la migración como el “desplazamiento desde un territorio de un Estado hacia el otro de un Estado o dentro del mismo”. La Corte precisa que se trata de “migración forzada o migración voluntaria, de migración permanente o temporal”. En esos términos, es preciso señalar dos cosas. Primero, que es indudable que México vive una crisis migratoria de una complejidad dramática en distintas aristas. Segundo, que en ningún momento se distingue sobre la legalidad o ilegalidad de migrar.
Sobre lo primero, poquísimas objeciones se pueden invocar. La migración de nuestros connacionales a los Estados Unidos, sea para buscar mejores oportunidades para desarrollar su proyecto de vida o por motivaciones forzadas, se ha arraigado en nuestra época moderna y transformado nuestra cultura a una de perpetua nostalgia por quienes partieron, y especialmente por aquellas personas migrantes que no lograron llegar a su destino. Paralela a esa crisis, nuestro país enfrenta un fenómeno brutal de desplazamiento forzado interno, esto es, cuando personas o grupos de personas se ven obligadas a abandonar su lugar habitual de residencia por situaciones de violencia generalizada y ubicarse en alguna otra localidad del país.
Según información presentada por la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública, más de 300 mil personas del estado de Chihuahua se vieron obligadas a cambiar su residencia para huir de la violencia, en el periodo comprendido de 2011 a 2017. Para precisar, el fenómeno de desplazamiento forzado interno no sucede de manera generalizada en el país, sino que se focaliza dramática y principalmente en estados de la República con altos índices de violencia e impunidad.
Lo segundo es, para muchos, muy discutible. No cabe duda de que cada país tiene libertar para configurar y estructurar sus políticas internas, requisitos y posturas para la recepción de personas inmigrantes, sea por motivos voluntarios o por motivos forzados por la violencia, desigualdad, persecución política u otras razones. Sin embargo, ante esta libertad de configuración que tienen los países, no podemos ignorar los compromisos internacionales que los Estados deben cumplir para que se garantice un piso mínimo de respeto a la integridad y derechos humanos de las personas migrantes. Entre muchos otros, destacan el derecho a solicitar asilo, el derecho a solicitar el reconocimiento de la condición de refugiado, el derecho a la dignidad humana, a la no discriminación, a no ser incomunicado y a un alojamiento digno.
Aun si se quisieren ignorar las obligaciones jurídicas para el respeto a los derechos de las personas migrantes, considero que la objeción de conciencia —es decir, nuestros principios, no jurídicos sino éticos, morales, filosóficos o de otra índole—debería de hacernos llegar a las mismas conclusiones. En ese sentido, México ha adoptado históricamente una costumbre de apertura a recibir exiliados
y a perseguidos políticos. Fruto de esta costumbre, particularmente nuestra cultura y academia se ha enriquecido de manera muy importante. Basta con mencionar a Luis Buñuel, Remedios Varo y otras. A su vez, instituciones de excelencia académica como el Colegio de México y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) fueron producto de la apuesta de personas exiliadas de España y Chile, cuyos aportes hoy son invaluables para nuestro estudio de las ciencias sociales.
En congruencia con esta loable costumbre del Estado mexicano, la Cancillería fue ágil y eficiente para asegurar la llegada de mujeres, periodistas, niños y niñas que huyen de la insostenible situación de Afganistán. Sin embargo, en directo contraste, lo que sucede en la frontera sur es inaceptable por donde se le quiera ver.
Ciertamente, la situación de violaciones graves a los derechos humanos de las personas migrantes que ingresan al país por la frontera sur no es cosa que haya iniciado en esta administración. De manera particular, la situación de violencia generalizada y de uso excesivo de la fuerza en la frontera sur se acrecentó exponencialmente a raíz de la firma de la Iniciativa Mérida, acuerdo de cooperación bilateral entre Estados Unidos y México firmado en 2007 para combatir al crimen organizado. Contrario a la disuasión del crimen organizado, las detenciones de migrantes centroamericanos aumentaron en un 71% entre 2014 y 2015; el (ab)uso excesivo de la fuerza por parte de las autoridades migratorias se enraizó; e incentivaron a las personas migrantes a tomar rutas alternas que les dejan en una situación de mayor vulnerabilidad.
Ahora, el control de la frontera sur pertenece a la Guardia Nacional y, como resultado de la absurda, injustificada y generalizada militarización de las funciones civiles, la brutalidad con que se pretende atender el fenómeno migratorio es inaceptable. Es el propio Estado mexicano el que implementa una mal llamada “política de contención”, que en realidad se traduce en replicar las prácticas que tanto criticamos de Estados Unidos, que consisten en emboscadas, uso excesivo de la fuerza, separación de familias y hacinamiento dirigido a las personas migrantes provenientes de Centroamérica y el Caribe. Tonatiuh Guillén, ex comisionado del Instituto Nacional de Migración, ha sido claro al señalar que este es uno de los costos de militarizar al país.
Desafortunadamente, México se posiciona como un país antimigrantes, que, ante la incapacidad de enfrentar la crisis con inteligencia y políticas públicas de largo aliento, recurre a los instintos más primitivos de bestialidad y pisoteo de la dignidad y derechos humanos de las personas migrantes. En lo que respecta a las personas víctimas de desplazamiento forzado interno, el Estado mexicano se ha visto igualmente rebasado en su capacidad de recuperar las condiciones de gobernabilidad y de asegurar medidas de reparación y no repetición para las personas desplazadas.
Sumado a todo lo anterior, el cambio en la dirección de la Secretaría de Gobernación —que, en conjunto con la Secretaría de Relaciones Exteriores, dirige la política migratoria del país— recayó en un perfil de amplia cercanía política con el presidente, pero sin experiencia ni credenciales en materia de protección a los derechos humanos. Difícilmente entenderán que nadie es ilegal, y que cerrarle las puertas a la migración es un despropósito.
Lee también: Justicia (transicional) | Columna de Víctor Meade C.
#4 Tiempos
Las dos mujeres de Truman. Palabras con cicuta
Apuntes
Hay autores que escriben un solo amor con distintos nombres. Truman Capote lo hizo con los de Nancy Clutter y Holly Golightly: la muchacha asesinada y la mujer que huye. Dos rostros de la misma herida.
Nancy era todo lo que el mundo aprueba: pureza, promesa, familia. Una adolescente que hacía listas, organizaba fiestas y creía que el bien era una costumbre diaria. Holly, en cambio, era todo lo que el mundo juzga: libre, contradictoria, caprichosa, superviviente. Todo sinónimo de “libre y espontánea”.
Ambas están solas frente a una sociedad que las define, una desde la muerte y otra desde el deseo.
Yo creo que Capote estuvo enamorado de una mujer que fue las dos. Una que lo deslumbró por su bondad y lo desarmó por su caos. En Nancy encontró la integridad que él nunca tuvo; en Holly, la libertad que siempre le fue negada. Una mujer que cocinaba con delantal los domingos, pero que podía desaparecer una semana sin explicar por qué. La amaba por lo que lo salvaba y por lo que lo destruía.
En A sangre fría, Capote mira a Nancy como si aún pudiera rescatarla. La describe con ternura casi maternal, pero también con una envidia melancólica: ella no sabía lo que era la vergüenza ni el exceso. En Desayuno en Tiffany’s, en cambio, elige no salvar a Holly. La deja ir. Le permite el privilegio que Nancy nunca tuvo: seguir viva aunque nadie la entienda.
Quizá esa fue la forma en que Truman se reconcilió con su propia culpa. Escribir a la que murió como víctima y a la que se fue como promesa. Una purificada por la muerte, la otra condenada a vivir
. Entre ambas, Capote puso su propia alma: la de un niño que soñaba con el orden de Nancy y despertaba con el desorden de Holly.No se puede amar a dos mujeres tan distintas sin romperse un poco. Pero Capote lo hizo. Amó la pureza que se deja matar y la libertad que se mata sola.
Y quizá, como tantos de nosotros, entendió demasiado tarde que una y otra eran la misma. Que la vida te puede matar por ser buena o por querer ser libre. Y que entre esas dos muertes —la literal y la simbólica— se esconde el precio de vivir como uno quiere.
Punto.
Y aquí estoy yo, leyendo a Truman y sintiendo que me contó la historia antes de que ocurriera. Porque yo también quise que Holly fuera Nancy: que se quedara, que colgara su vestido brillante y se sentara a esperar el desayuno. Pero ella eligió la noche, otro hombre, otra ciudad.
Yo sigo aquí, recogiendo los platos, preguntándome si alguna vez alguien puede amar a una mujer así sin terminar escribiendo sobre su ausencia.
Quizá eso somos los que escribimos: los que convertimos el abandono en literatura.
Los que seguimos hablando con las Holly que quisimos que fueran Nancy, aun sabiendo que la vida —como en Capote— siempre acaba a sangre fría.
Yo soy Jorge Saldaña.
También lee: Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
#4 Tiempos
Antonio Castro Leal, su papel por la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
EL CRONOPIO
En los movimientos y propuestas por la autonomía universitaria en el país, son varios los potosinos que figuran como pioneros, algunos no muy mencionados en este proceso. Entre estas figuras encontramos a Valentín Gama y Cruz, Rafael Nieto Compeán, Manuel Nava Martínez y Antonio Castro Leal quien estaría involucrado en los dos más importantes movimientos por la autonomía universitaria, el caso potosino y el de la universidad nacional.
Antonio Castro leal, abogado de formación y literato por vocación nació en San Luis Potosí en la última década del siglo XIX, el 2 de abril de 1896 y como varios potosinos iría a la Ciudad de México a continuar sus estudios a principios del siglo XX, donde fincaría su formación intelectual en la Escuela Nacional Preparatoria adquiriendo una formación humanística que guiaría su vida profesional. Fue uno de los fundadores del proyecto conocido como Ateneo de la Juventud y la fundación de la Preparatoria Libre.
Ingresa a la Escuela Nacional de Jurisprudencia y cofundaría la Sociedad de Conferencias y Conciertos en 1916, a cuyos siete fundadores se les llamaría “los siete sabios”, junto a Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Baca, Alfonso Caso y Alberto Vázquez del Mercado. “Los siete sabios”, nombre que nació mas en tono de burla que de reconocimiento, se caracterizaban por ser un grupo lleno de inquietudes culturales y políticas, aficionados a la música, la literatura y cultura en general; jóvenes precoces de 19 y 20 años de edad que ya eran profesores universitarios.
El papel pionero de Valentín Gama, por la autonomía universitaria cuando asumió el rectorado de la entonces Universidad Nacional de México, ya lo hemos tratado en esta columna, pero por aquella época revolucionaria Antonio Castro Leal, figuraría entre los primeros mexicanos que impulsarían los proyectos de autonomía universitaria.
Su interés político se manifestaría en 1917, cuando con sus compañeros universitarios que integraban “los siete sabios” extendieron al Congreso de la Unión la primera solicitud de autonomía universitaria, como protesta ante la Constitución de ese año, que suprimía a la Secretaría de Educación Pública creando a cambio un Departamento Universitario que el Senado integró a la Secretaría de Gobernación; determinación que molestó a estudiantes y profesores y como parte de la protesta, Castro Leal y sus amigos de los siete sabios enviaban la solicitud de autonomía universitaria al Congreso de la Unión, de la cual nunca hubo respuesta.
Años después, Antonio Castro Leal, sería rector de la Universidad Nacional de México, siendo el segundo potosino en ocupar ese puesto y durante su rectorado se conseguiría como un gran triunfo histórico la autonomía universitaria transformándose la Universidad Nacional en Universidad Nacional Autónoma de México. Por ese entonces la autonomía de la universidad potosina, que se considera la primera a nivel nacional en haber obtenido ese carácter con la iniciativa de Rafael Nieto, le había sido retirada y la recuperaría en parcialmente en 1935 siendo gobernador Idelfonso Turrubiartes. La completa autonomía y formación estructural académica de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, la lograría el Dr. Manuel Nava con el apoyo del gobernador Ismael Salas en la década de los cincuenta del siglo XX, como apuntamos en la entrega anterior de esta columna. En este movimiento académico en San Luis, estaría participando de manera indirecta también Antonio Castro Leal como miembro de la Academia Potosina de Ciencias y Artes que impulsó el movimiento renovador de alta cultura que incidió en la moderna formación de la UASLP.
Antonio Castro Leal obtuvo los grados de licenciado y doctor en derecho por la UNAM y doctor en filosofía por la Universidad Georgetown en Washington, Estados Unidos. Durante algún tiempo se dedicó a la docencia como actividad principal dictando cátedra de literatura en la Escuela de Altos Estudios, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, también impartió la cátedra de derecho internacional en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Su papel en las instituciones educativas y culturales mexicanas fue muy importante teniendo un destacado papel protagónico, entre ellas la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes, entre muchas otras.
Su actividad literaria, otra de sus pasiones, la inicia en 1914 distinguiéndose como escritor, ensayista y crítico de las letras mexicanas. Escribió poesía usando el pseudónimo de “Miguel Potosí”. Castro Leal es uno de los muchos potosinos que escribieron su historia en el mundo de las letras y que figura como un protagonista por la autonomía universitaria en el país.
Antonio Castro Leal murió en la Ciudad de México el 7 de enero de 1981.
También lee: Manuel Nava, médico, humanista impulsor de la autonomía universitaria | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash
#4 Tiempos
Siempre Autónoma… ¿o hasta la victoria siempre?
APUNTES
Así “sin querer queriendo” me encontré una película que para mí es fabulosa: “13 días”. John Efe, era encantador… Fidel, un hombre que jamás se hincó ante el “imperio” mmmm… ¿De qué lado están ustedes? ¿“Team Fidel, que no se rinde pero tampoco se alinea”, o “Team John”?
La UASLP es como la Cuba de Fidel: No, ¿cómo cree presidente? Nosotros no tenemos nada en su contra, pero pues la hermana República de Rusia nos regaló unos misiles… ¿Qué haría usted?
Presidente… nuestra patria es autónoma, libre, independiente… no se meta, pero queremos el mismo derecho que usted a meternos en lo que nos dé la gana y golpearlo a contentillo… métase cuando a nosotros nos convenga… es nuestro derecho y hasta deber.
Presidente: vamos a lanzar nuestros misiles, pero no queremos hacerles daño… solo que usted nos hace daño y nos comportamos IGUAL que usted.
¿Autonomía? Claro. Que hermosa palabra. Caperucita pudo ser la más puta con el lobo, pero… fue decisión de ella (muy autónoma) señalar a quien ella consideró culpable… y mataron al lobo.
Deme una salida, presidente…
— Ok.
Eres a partir de hoy, autónomo. Pero bloqueado. Aceptas lo que te diga, pero dirás que no aceptaste. Hablo yo. No tú
… y te tienes que agachar, aunque tú tengas los misiles.
—Ganamos.
Hasta la próxima.
Yo soy Jorge Saldaña
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