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Deportaciones de migrantes desde SLP se redujeron un 22.7%
A pesar de la tendencia a la baja, la entidad es una de las 10 que más repatría personas
Por: El Saxofón
Las deportaciones de migrantes centroamericanos desde San Luis Potosí, se redujeron en un 22.75 por ciento, durante el 2020, en comparación con el 2019. En el periodo enero-noviembre del 2019, 2 mil 790 migrantes fueron retornados a sus países de origen, mientras que en el mismo lapso del 2020, la cifra de personas devueltas bajó a 2 mil 155.
En 2019 San Luis Potosí se ubicó entre las diez entidades federativas que más deportan migrantes. El primer lugar lo ocupó Chiapas que durante el 2019 devolvió a 58 mil 179 personas; le sigue Veracruz (31 mil 526); Tabasco (14 mil 318); Coahuila (6 mil 104) y Oaxaca (5 mil 846). En sexto lugar se ubicó Nuevo León con 5 mil 222 migrantes deportados, seguido de Tamaulipas con 4 mil 935; Ciudad de México 4 mil 584; Sonora con 3 mil 679, y San Luis Potosí, con 2 mil 863.
Sin embargo, este panorama cambió drásticamente durante el 2020. Afectada por la pandemia de Covid-19, la movilidad de migrantes se vio reducida drásticamente. En el periodo de enero a noviembre, Chiapas solo deportó 20 mil 324 migrantes; Veracruz bajó de más de 31 mil, a solo 2 mil 940 deportaciones, y Tabasco de 14 mil a solo 4 mil 490.
En total las deportaciones de migrantes sin documentos que acreditaran su estancia legal en México, cayeron drásticamente en 2020 en comparación con el 2019.
Ese año, las autoridades migratorias mexicanas retornaron a sus países de origen a 149 mil 812 personas, cantidad que se redujo a solo 50 mil 470 en el pasado 2020.
En el caso particular de San Luis Potosí, en 2020, desde esta entidad, fueron deportados 2 mil 142 centroamericanos: 130 de El Salvador, 224 de Guatemala y 1 mil 779 de Honduras.
Además, fueron devueltos una persona de Argentina, una de Colombia y 10 estadounidenses.
MENORES MIGRANTES DEPORTADOS DESDE SLP
Las cifras de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación, revelan que durante el 2020, en San Luis Potosí fueron presentados ante la autoridad migratoria 222 menores. La mayoría de ellos (126) eran menores de cero hasta 11 años, 5 de los cuales viajaban solos.
En tanto, 96 eran adolescentes de 12 hasta 17 años, en cuyo caso, la mayor parte (61) viajaban en solitario.
La cifra de menores deportados desde tierras potosinas experimentó una caída sin precedentes. A lo largo de 2019 fueron presentados ante la autoridad migratoria 819 menores, cifra que refleja un alto contraste con los 222 menores repatriados en el periodo enero-noviembre de 2020.
De los menores presentados en 2020, 23 eran de El Salvador, 45 de Guatemala, y 146 de Honduras.
VUELVEN LAS CARAVANAS MIGRANTES
Tras casi un año conviviendo con la pandemia, y con la esperanza que genera el cambio de administración en Estados Unidos, cuya presidencia asume el demócrata Joe Biden, las caravanas migrantes se reanudaron. El viernes 15 de enero, unos seis mil hondureños salieron de San Pedro Sula, con el objetivo de llegar a Guatemala, y de ahí, cruzar a México para tomar alguna de las diversas rutas hacia el sueño americano.
El domingo, la caravana ya había logrado llegar a Guatemala, pese a los intentos de las fuerzas armadas y de seguridad de aquel país para contenerlas.
En la frontera sur mexicana, los esperan cientos de efectivos del Ejército y de la Guardia Nacional, que buscarán frenar su paso, o en la medida de lo posible tratar de que sometan a los protocolos sanitarios de la Secretaría de Salud, para verificar que probables contagios de coronavirus.
Con el comienzo de la nueva administración de Joe Biden en Estados Unidos, el fenómeno migratorio retomará su cauce. La primera caravana pondrá a prueba la visión del nuevo inquilino de la Casa Blanca, quien deberá marcar una diferencia con las políticas xenófobas instauradas por el defenestrado Donald Trump. Por otra parte, también podría verse un punto de inflexión en la relación bilateral México-Estados Unidos en este rubro. No hay que olvidar que bajo la amenaza arancelaria de Trump, México instauró un “muro” militar en la frontera sur, que previo a la pandemia, logró contener el flujo de migrantes centroamericanos hacia los Estados Unidos.
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Ciudad
Saldo blanco en Villa de Pozos en festejos de 12 de diciembre
La coordinación entre Guardia Civil Municipal y Protección Civil garantizó actividades y celebraciones religiosas en orden
Como parte de la vigilancia implementada durante las celebraciones del 12 de diciembre, el Gobierno Municipal de Villa de Pozos, a través de la Guardia Civil Municipal y la Dirección de Protección Civil, reportó saldo blanco gracias a los operativos preventivos y de supervisión desplegados en diversas zonas de la localidad, con el objetivo de salvaguardar la integridad de la ciudadanía.
La Dirección de Policía Vial de la Guardia Civil Municipal informó que, durante los recorridos de vigilancia, únicamente se desactivaron dos bailes callejeros, uno ubicado en las calles Ciriaco Cruz y Benito Juárez y otro en la calle 32 en la colonia Prados de San Vicente Segunda Sección, acciones que se llevaron a cabo de manera ordenada y sin incidentes.
Por su parte, la Dirección de Protección Civil destacó que, gracias a la presencia permanente de los elementos en templos y zonas de alta afluencia, así como a la pronta capacidad de respuesta, las celebraciones religiosas se desarrollaron con normalidad, en un ambiente de orden y sin riesgos para las y los asistentes.
El Gobierno Municipal de Villa de Pozos resaltó que la coordinación interinstitucional fue fundamental para garantizar la seguridad durante esta fecha de gran relevancia, al permitir que habitantes y visitantes celebraran el 12 de diciembre de manera tranquila y segura, siempre comprometidos con la prevención y el bienestar de la población.
Ayuntamiento de SLP
Demanada contra el Ayuntamiento asciende a 300 mdp por caso RICH
Galindo señaló que tras el accidente, el municipio actuó de inmediato sancionando al responsable del evento e inhabilitó a los organizadores
Por: Redacción
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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña
APUNTES
Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.
Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.
En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)
La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.
Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.
Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:
“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”
(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).
Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.
Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.
Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…
Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.
Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.
No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.
Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.
Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.
Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.
Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.
Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.
Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.
Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.
Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.
Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.
Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.
Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.
A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.
Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.
Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.
El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:
—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.
Flor del Campo. Claro.
No era un nombre. Era una respuesta.
Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.
Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.
Jorge Saldaña.
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