junio 14, 2025

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#4 Tiempos

Carta de Raymond Fosca a los mortales | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas

 

Aunque los episodios más significativos de mi vida fueron ya contados por Simone de Beauvoir (1908-1986) en Todos los hombres son mortales, creo que no está de más que me presente mostrando mis cartas credenciales. Mi nombre es Raymond Fosca, y nací en Carmona, una pequeña ciudad italiana hoy desaparecida, el 17 de mayo de 1279.

En aquel entonces, Carmona se hallaba bajo el poder de una familia cuyos miembros se disputaban entre sí el gobierno de la ciudad. Uno a uno los oligarcas fueron muriendo a manos de sus propios parientes hasta que un día, cansado de la miseria a la que nos hallábamos sometidos a causa de los altos impuestos que el déspota de turno nos exigía, encabecé una revuelta y me erigí yo mismo en señor aquellas tierras. No es que buscara el poder, no: buscaba, más bien, ser útil a mi pueblo y dar por terminadas aquellas luchas que parecían no tener fin.

Mis enemigos eran muchos; mi vida se hallaba continuamente en peligro, de modo que tenía que usar de noche y de día una resistente cota de mallas –equivalente al chaleco antibalas de hoy-, que, por lo demás, no me protegía del todo. Así fue como una vez… Pero, ¿cómo explicarlo?

Un día un viejo mendigo se acercó a mí y a cambio de su vida –pues estaba yo por enviarlo al patíbulo- me ofreció una botella que contenía el elixir de la inmortalidad. El mendigo se llamaba Bartholoméo.

«-Fosca –me dijo suplicante mientras mis guardias lo conducían al calabozo-, no me obligues a morir. Conozco el remedio. Déjame hablar contigo».

¿Era verdad que ese hombre harapiento poseía lo que los alquimistas buscaron en vano durante siglos y siglos? Y si de veras tenía ese hombre en su poder el elixir de la inmortalidad, ¿por qué entonces le daba tanto miedo morir?

«-Porque yo no lo he bebido, Fosca –me explicó-. Mira la botella: está llena. Juro sobre los Santos Evangelios que no miento. El padre de mi padre la trajo de Egipto. Mi padre fue un hombre sabio. Ocultó la botella en su buhardilla y se olvidó de ella. En el momento de morir me confió su secreto, pero me aconsejó que lo olvidara a mi vez. Yo tenía veinte años y me obsequiaban con una juventud eterna; ¿de qué iba a preocuparme? Vendí la tienda de mi padre, dilapidé su fortuna. Todos los días me decía: mañana beberé. Pero no la bebí nunca… Tengo miedo de morir, Fosca, ¡pero qué larga es una eternidad!».

Observé la botella que Bartholoméo me tendía: una botella polvorienta llena de un líquido verde. Y bebí. Y era verdad. Y desde entonces nada pudo abatirme: ni las cuchilladas que caían sobre mí en las noches sin luna, ni las corrientes de agua, ni los venenos que mis contrarios mezclaban con prodigalidad en mis comidas. ¡Nada, nada! Era, pues, inmortal.

Al principio los hombres me veían con admiración y respeto, aunque pronto empezaron a verme también con rencor. Cuando libraba con ellos las batallas más arriesgadas, me miraban con desdén: ¿qué ponía en peligro yo? Ellos, en cambio, lo daban todo, entregaban la vida. Las mujeres, que al principio se peleaban entre ellas para hacerse amar por mí, se fueron alejando de una en una: acababa por no gustarles la idea de morirse y dejar que su hombre se quedara aquí, conociendo a otras mujeres y gozando la vida, pero ahora sin ellas. Recuerdo las palabras que Marianne, poco antes de morir y ya en la cama, me dijo al oído:

«-Me entregué a ti sin reservas. Creí que tú también te dabas para la vida, para la muerte, y sólo te prestabas por unos años. Una mujer entre millones de mujeres. Llegará un día en que ni siquiera recordarás mi nombre. Y seguirás siendo tú, nada más que tú. Te odio».

Era verdad: Marianne era sólo una mujer entre los miles de mujeres que conocería a lo largo de mi vida inmortal. Y me odiaba porque no podía morir con ella, ni por ella. Desde el momento de conocerla supe que la vería morir, y que después conocería otra más, a quien también vería morir, y que después… Y así por toda la eternidad.

Y cuando regalaba a alguien unas horas de mi vida, o incluso días enteros, ¿qué es lo que le daba en realidad?, ¿qué significaba mi regalo? Nada. Daba de lo que tenía en abundancia, algo que jamás se me acabaría.

Por eso os escribo hoy, mortales: porque os envidio. Cuando escucháis a un amigo y os pasáis con él una tarde entera, estáis regalando algo que tenéis contado, algo que pronto o tarde se os acabará: como si un mendigo regalara una perla a otro mendigo. Y cuando amáis a un ser y le ofrecéis vuestra vida, ¿no le estáis dando lo único, la única vida que poseéis? Incluso tomar el teléfono y hacer una llamada a un compañero lejano tiene sentido cuando el tiempo es para vosotros tan escaso. Todo lo que realizáis está cargado de significación, de heroísmo, de grandeza. En cambio yo, ¿qué puedo dar que no me sobre? Incluso vuestra voz es envidiable. Como me dijo Béatrice –una mujer medieval a la que amé y que ya no existe- cuando, a la orilla de un río, le hablaba de mi amor: «Escucha a esa mujer que canta. ¿Su canto sería tan conmovedor si no tuviera que morir?». «Lo único digno de ser amado en el hombre es que es transición y crepúsculo», dijo una vez Friedrich Nietzsche, el filósofo alemán. Tenía razón.

Sí, es porque vais a morir por lo que cada uno de vuestros movimientos, cada uno de vuestros gestos y cada una de vuestras palabras valen lo que podría valer la piel del último ejemplar de una especie en peligro de extinción. En vuestra pobreza sois demasiado ricos, mientras que yo, en mi riqueza, soy un miserable. Os envidio.

Y si alguna vez un mendigo, aprovechándose de vuestro miedo a la muerte, os ofreciera el elixir de la inmortalidad, no lo aceptéis: romped la botella y, sin mirar hacia atrás, seguid caminado. Será mejor así…

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#4 Tiempos

Verano futbolero | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Apesar de los pesares, el verano futbolero arranca este fin de semana.

Tanto el mundial de clubes, como la Copa Oro, se jugarán en el territorio de los Estados Unidos, algo que bajo otro panorama sería lo ideal, un país multicultural, con una infraestructura increíble y fortaleza económica como para poder generar ingresos sobrevalorados, todo estaría bien, si no hubiera problemas sociopolíticos en Norteamérica.

Las recientes políticas han comprometido las entradas a los estadios y con esto un posible golpe comercial a las proyecciones de FIFA. Pero pasando al punto netamente deportivo, que al fin es lo que importa para esta sección, las cosas suenan muy interesantes.

Por un lado tenemos el nuevo experimento mundial, juntar a algunos de los clubes más importantes del mundo, en un torneo que buscará enfrentarlos con sus mejores jugadores en búsqueda de un gran premio económico, todos los equipos presentarán lo mejor que tienen y es probable que conforme avancen en el torneo su nivel tenga que aumentar, cuando los equipos que solo van a participar queden fuera, y se cierre contra los verdaderos rivales. Un torneo que levanta expectativas y que promete buenos juegos, sobre todo cuando clubes europeos salten a las canchas con sus figuras mundiales.

A la par de este torneo, se jugará el evento principal de CONCACAF. Si bien la región es tal vez la más olvidada del planeta, y sus selecciones fuertes no pasan por un buen momento, es notable voltear a ver a la zona y su torneo insignia a un año antes del mundial. Administrativamente, vamos a poder ver algunos estadios que serán sede de la Copa del Mundo 2026,

así como los preparativos para ciertas ciudades que recibirán afición y participantes. Por lo futbolístico, vale la pena resaltar el mal momento que vive la selección de los Estados Unidos, un equipo que llega con 4 partidos sin ganar y que busca levantar cabeza con Mauricio Pochettino, quien de hacer un mal torneo seguramente se despedirá por ahora de sus posibilidades de dirigir un mundial. Del lado de México, el Vasco Aguirre tiene que demostrar que su equipo puede levantar la cara a un año de la copa. La obligación de campeonar en la Copa Oro sigue siendo imperante, así como desplegar un buen fútbol ante rivales que parecen a modo.

El resto de las selecciones piensan más en su posible clasificación al mundial y tomarán la participación como partidos de preparación ante lo que viene para el cierre del 2025.

Dos torneos interesantes, un mes lleno de futbol y equipos que disputarán en una de las próximas sedes mundialistas. Atentos con el país del norte, y que la política y lo social no sean impedimento para por lo menos distraer un poco de lo verdaderamente importante, sin perder por completo la atención. Que arranque ya el verano futbolero.

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#4 Tiempos

Alcalde Mayor de San Luis, primer editor de Sor Juana Inés de la Cruz | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

Antes que nada, felicito a los compañeros reporteros de La Orquesta que se hicieron merecedores del Premio Estatal de Periodismo 2025, Bernardo Vera, Ana G. Silva, Fermín Saldaña y Sayd Sauceda, reflejo de su profesionalismo y compromiso comunicacional.

Juan Camacho Gayna que naciera en 1653 en el Puerto de Santa María en Andalucía España, y viniera a Nueva España con el séquito del Marqués de la Laguna que vino como Virrey a Nueva España, ocupó el cargo de Alcalde Mayor de San Luis Potosí, se considera el primer editor de Sor Juana Inés de la Cruz.

Español avecindado en San Luis, fue gobernador en el Puerto de Santa María de 1689 a 1692 a su partida de tierras potosinas.

Ostentando el título de Capitán y Caballero de la Orden de Santiago, en 1680, llegó en el sequito de Tomás Antonio de la Cerda y Aragón marqués de La Laguna y Conde de Paredes, quien le confiaría la encomienda de ser su mayordomo, caballerizo y capitán de guardias.

Cuatro meses después de su llegada, el 20 de septiembre de 1680 tendría el título de Alcalde Mayor de San Luis Potosí y teniente de capitán general de esta ciudad y fronteras chichimecas, nombrado por el rey Carlos II. El 20 de diciembre de 1680 se llevaría a cabo la que sería primera reunión de un ayuntamiento con su cabildo; Camacho Gayna ocuparía ese puesto al menos durante cinco años. Lo sustituiría en 1685 Juan Bautista Ansaldo de Peralta como Alcalde Mayor de San Luis Potosí, yendo a la Ciudad de México donde radicó hasta 1687 antes de regresar a España.

La Inundación Castálida se la dedica Sor Juana a la Virreina Condesa de Paredes que se volvió eje de la vida sentimental de Sor Juana.

La Inundación Castálida apareció en Madrid en 1689 con el título:

“Inundación Castálida de la única poetisa, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el Monasterio de San Jerónimo de la Imperial Ciudad de México. Que en varios metros, idiomas y estilos fertiliza varios asuntos con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos; para enseñanza, recreo y admiración. Dedicados a la Excelma. Señora, D. María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna, y los saca a la luz D. Juan Camacho Gayna, Caballero de la Orden de Santiago, Mayordomo y Caballerizo que fue de su Excelencia. Gobernador actual de la Ciudad de Puerto de Santa María. Con privilegio. En Madrid por Juan García Infanzón, año de 1689”.

Se reeditó al siguiente año “corregida y mejorada por la autora” con el título Poemas de la única poetisa americana, musa décima…. Sacados a la luz por Juan Camacho Gayna, que constituyó el tomo primero de los tres que forman las ‘obras’ de Sor Juana. Este tomo fue impreso en Madrid en 1690 y reimpreso en Barcelona en 1691, Zaragoza y Sevilla en 1692.

El papel de editor consiste en el trabajo intelectual para preparar los originales del libro, así como el que pone el dinero necesario para la publicación. Una de las evidencias para asegurar que Gayna es el editor, pues Octavio Paz lo pone en duda, es la “Suma del privilegio” que aparece en las páginas preliminares de la obra que dice: “Tiene privilegio D. Juan Camacho Gayna, Caballero de la orden de Santiago, para poder imprimir un libro intitulado ’Varios poemas castellanos de Soror Juana Inés de la Cruz’, por un tiempo de diez años, como más largamente consta de su original, despachado en el Oficio de Manuel Mojica, Escribano de Cámara del Consejo Real. Dado en Madrid en 18 de Septiembre de 1689”.

Camacho Gayna debió ser hombre de cierta cultura. Dados los diversos cargos que desempeñó en España y en Nueva España bajo tres virreyes, sus cartas están escritas con soltura y propiedad.

Durante cinco años fue Alcalde de San Luis, conoció y trató a Sor Juana. El nombre del Alcalde Mayor de San Luis Potosí, quedó vinculado para siempre al de la Fénix de México y Décima Musa, máxima poetisa de nuestra lengua o fácilmente del orbe como lo asegura Peñalosa y lo ratifica Francisco de la Maza, potosino estudioso de la obra de Sor Juana, y del historiador Dr. Alfonso Martínez.

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#4 Tiempos

El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).

Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:

«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».

El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:

«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:

»-¿Cuánto debes a mi patrón?».

La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.

«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.

»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».

Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?

El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrón?

»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.

»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.

¡Qué hombre más inteligente!

Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».

Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.

Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.

Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:

-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.

Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.

Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.

Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.

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