diciembre 12, 2025

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#4 Tiempos

Ansias anticipatorias | Columna de Juan Jesús Priego

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LETRAS minúsculas.

«Por más que me represente los detalles de lo que debe suceder, mi representación es siempre pobre, abstracta y esquemática en comparación con aquello que al final sucede». Así escribía Henri Bergson (1859-1941), el gran filósofo francés, en uno de sus libros. En efecto, la vida, que ama la novedad, bastante mal se adapta a nuestras pobres previsiones. ¿Imaginamos que nos   sucederá esto o lo otro? Pues bien, es posible que no nos suceda nunca. ¿Presentimos que nos ocurrirá aquello o lo de más allá? Puede ser que nos ocurra, pero no es seguro; y, si llegara a ocurrir, será de una manera totalmente diversa a como nos lo habíamos imaginado.

Una de las angustias más terribles es la angustia de la anticipación, el vivir como si ya estuviera pasando lo que no es seguro que suceda nunca. «¿Y si me da cáncer?», se pregunta el hombre aquejado de tales aprensiones; y, acto seguido, se sume en una tristeza mucho más honda que si de hecho lo tuviera. «¿Cómo reaccionaré si me dicen que?… ¡Oh, no quiero ni pensarlo!». Los pies le tiemblan, las manos le sudan, la cabeza le da vueltas y todo su cuerpo amenaza con venirse abajo. Quiere enfrentarse al futuro con las armas del presente y pierde la batalla de antemano. Personalmente, he visto a muchos enfermos de cáncer sonreír ante la adversidad; a los que no he visto nunca sonreír es a los que vivían con el temor de padecerlo.

 

Para tener celos basta

sólo el temor de tenerlos;

que ya está sintiendo el daño

quien está sintiendo el riesgo.

 

Estos versos son de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), la décima musa, como la llamamos en México, y valen tanto para el amor como para todo lo demás…

Pero se equivocaría el lector si pensara que con lo que acabo de decir esté afirmando que no ocurren nunca calamidades a los hombres. No soy tan ingenuo como para afirmar una cosa semejante. Lo que he querido decir, únicamente, es que no siempre pasan las que tanto temíamos. ¡La vida es tan imprevisible, tan misteriosa! Cuenta Graham Greene (1904-1991) en una de sus novelas –En busca de un personaje– que 114 catorce personas pidieron una vez a cierto médico que las infectara con el bacilo de la lepra. ¿Se trataba, tal vez, de hombres tan asqueados de la vida que lo único que querían era abandonarla cuanto antes? Tal vez sí; Graham Greene, en todo caso, no nos lo dice. La cosa es que el médico obró según los deseos de aquella gente sin ningún resultado. ¡Ni uno solo fue capaz de desarrollar la terrible enfermedad! Sin embargo –continúa Greene-, existen los caprichos del contagio: «Dos soldados tejanos de la misma compañía repentinamente contrajeron la lepra sin siquiera haber tenido contacto con leprosos. Ambos habían sido tatuados por el mismo hombre en Hawai, quien previamente había usado su aguja con un leproso». ¡Como para morirse! Y, en efecto, aquellos dos pobres soldados se murieron.

Qué vida más extraña, ¿no es así? Pues sí que lo es. Por eso, la mejor manera de vivirla es la sana despreocupación. La despreocupación de aquel que sigue haciendo lo que tiene que hacer y deja lo demás al Dios que no duerme ni reposa. «¿Qué me pasará?». Me pasará sólo lo que Dios permita, no lo que yo crea, imagine o incluso patológicamente desee.

Albert Camus cuenta en La peste la siguiente historia: «Hace cien años una epidemia mató a todos los habitantes de una ciudad de Persia excepto, precisamente, al que lavaba a los muertos, que no había dejado de ejercer su profesión». Claro que este hombre pudo haber dicho: «¡Que los lave su abuela; yo de ningún modo voy a exponerme!». Pero él se limitó a cumplir con su tarea y así la muerte le perdonó la vida. ¿Qué le vamos a hacer? Las cosas son casi siempre así.

«La mayoría de las cosas que la vida nos ofrece –escribió la doctora Elisabeth Kübler-Ross en su bellísimo libro Lecciones de vida– llegan siempre sin el preludio del miedo o de la preocupación. Nuestros miedos no detienen a la muerte, sino a la vida… ¿Cuántos sucesos que tememos nos ocurren en realidad? Lo cierto es que no existe una gran correlación entre lo que tememos que nos suceda y lo que realmente nos ocurre». Así es. Exactamente así. Nuca sucederá lo que tememos; sucederá, en cambio, lo que no temíamos, lo que ni siquiera nos pasaba por la cabeza

Para prevenir a su amigo Lucilio contra la aprensión del futuro, Séneca (4 a.C.–65), el filósofo estoico, le escribió un día las siguientes palabras: «Es verosímil que hayan de venirnos muchos males, pero no es seguro. ¡Cuántos que no esperábamos vinieron! ¡Cuántos que esperábamos nunca comparecieron! Pero aunque hayan de venir, ¿de qué sirve salir doloridos a su encuentro? Bastante han de dolerte cuando vengan; por lo pronto, prométete cosas mejores. ¿Qué ganarás? Tiempo. El incendio permitió huir; un derrumbamiento dejó caer a algunos en el suelo blandamente; alguna vez la espada se apartó del mismo cuello, alguien sobrevivió a su verdugo. Porque la mala fortuna también tiene sus veleidades. Quizá sea, quizá no sea; pero mientras tanto no es. Dedícate a hacer cosas mejores».

¿Qué cosas? Las que tengas que hacer. Recuerda la historia del sepulturero: las desgracias sólo nos respetan cuando hemos aprendido a no temerlas, es decir, cuando nos dedicamos a cumplir con nuestro deber sin dejarnos importunar por ellas. ¿Cómo es posible que en aquella ciudad de la que nos habla Camus todos se hubieran contagiado, menos el que tocaba a los muertos? Es que era el único que no temía el contagio; de haberlo temido, tal vez habría sido el primero en colgar los tenis.

Pues bien, sí: así de extraña es esta  vida. Pero, ¿qué le vamos a hacer?

 

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#4 Tiempos

Enrique Mesta Zuñiga, el filósofo autodidacta | Columna de J.R. Martínez/Dr. Flash

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EL CRONOPIO

 

La revista Letras Potosinas es la continuación de la revista Bohemia. Continuación en el sentido que en 1947 Bohemia cambiaba de nombre a Letras Potosinas, lo que sucedió en el número de edición 51, mostrando la numeración consecutiva. Esta revista, vocero de cultura de la patria chica, como referían sus editores, y conducía su mensaje cordial a los estados hermanos y al extranjero. Esa nueva época, mantenía su cuerpo de colaboradores y a aumentaba sus filas con positivos valores en el arte y en las letras del solar potosino.

Entre los colaboradores, estaría presente en sus páginas Enrique Mesta Zuñiga, un periodista que contribuiría con artículos de corte filosófico, enriqueciendo la labor humanista y difusión artística de Letras Potosinas.

Con la participación de Mesta, la revista potosina contribuía a la divulgación de la filosofía siendo así una de las pioneras en el siglo XX en abrir espacios a esta actividad de filosofía, que no era común en el país.

Don Enrique Mesta Zúñiga, nació en la ciudad de Cuencamé, Durango, el día 28 de julio de 1905. Sus estudios de primaria los realizó, en su natal Cuencamé y después, se dedicó a estudiar por su cuenta, especialmente libros de filosofía, que eran la pasión de su vida. Allí tenemos a otro autodidacta que llegó a lograr las alturas en la filosofía.

Su actividad profesional sería el periodismo, fundando revistas culturales en la región lagunera, como la revista Cauce, formando parte del grupo cultural que floreció y dio auge a las letras y al arte en todas sus manifestaciones. Toda su vida la dedicó a trabajar en diversos periódicos como luego veremos, así como a escribir serios artículos filosóficos y de comentarios literarios.

Esta labor cultural lo acercaría a los editores de Letras Potosinas y sus artículos se hicieron presente en la revista, aportando a los lectores potosinos en temas de filosofía. Dentro de las áreas de reflexión de la filosofía, se enfocó en cuestiones de ciencia, filosofía de la ciencia, sobre lo que publicaría varios libros.

La relación entre ciencia y humanismo fue uno de sus temas de reflexión filosófica. Entre los temas que abordara se encuentra el de la necesidad de la búsqueda o creación de un nuevo humanismo que contemplara los nuevos adelantos de la física cuántica y su repercusión en la percepción del universo y del papel del hombre. 

Con el progreso técnico derivado de la nueva física se incrementa la infelicidad del género humano de múltiples maneras.

Esta carrera contra el tiempo, para proteger a la humanidad contra sus propios desmanes y sus propias tragedias, es un tema predilecto de Toynbee, aquí en México nos lo aconsejó, subraya Mesta: “hay que ganar tiempo, el tiempo indispensable para que las diferentes civilizaciones de nuestro mundo puedan adaptarse la una a la otra”.

Empero, asegura Mesta, para acelerar una función simbiótica de las civilizaciones, la humanidad necesita darse completa cuenta de que la física cuántica al desindividualizar las partículas elementales desindividualizó asimismo a los hombres y al hacer ininteligible el determinismo acabó con la gloriosa interpretación lineal del progreso.

Corresponde a los humanistas trasladar sus instrumentos de las praderas de la metafísica y del arte a los inquietos laboratorios donde las ciencias están formando un nuevo mundo para que los hombres aprendan juntos a sobrellevar una vida humana y más justa.

Hay que hacer que, como ya lo intentaron Planck, Einstein, Freud y Schrödinger, persistan en potenciar y en ampliar su específica labor teniendo más presentes los cambios que su ciencia provoca en los ideales y en los quehaceres inacabables de los hombres.

Tal como lo apunta Mesta, los métodos en ciencias y humanidades que oscilan entre el polo metonímico y el polo metafórico, si bien son diferentes, se vinculan con la necesidad de una representación del mundo que en el fondo lleva el conocer el papel del hombre en el cosmos para lo cual transitan metodológicamente entre ambos polos.

Enrique Mesta, ese filósofo autodidacta, murió el 23 de agosto de 1984, en Torreón Coahuila, debido a un paro cardiaco de Etiología desconocida. Contribuyó a la divulgación de la filosofía y colaboró en el desarrollo cultural de San Luis Potosí.

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#4 Tiempos

El administrador astuto | Columna de Juan Jesús Priego Rivera

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LETRAS minúsculas

 

«Un hombre rico tenía un administrador y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión porque quedas despedido”» (Lucas 16, 1-15).

Cuando Jesús contó esta parábola nada dijo de cómo recibió el administrador tan mala noticia. ¿Retrocedió espantado?, ¿sintió que el piso se movía bajo sus pies como un tapete?, ¿intentó defenderse o ya por lo menos justificarse? Nada de esto sabemos; lo que sí sabemos, en cambio, es que más bien se puso a hacer cálculos en su interior, diciendo:

«-¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, haya quien me reciba en su casa!».

El foco, como se dice, se le había prendido. Pero, ¿qué era eso? Quiero decir, ¿qué fue se le ocurrió para que ahora que estaba desempleado no le faltara por lo menos un mendrugo de pan y un vaso de agua fresca? En realidad, algo muy ingenioso y sutil: como aún no había rendido el informe que le exigía su amo, todavía era tiempo de alterar ciertos papeles… Y esto es lo que hizo:

«Fue llamando uno por uno a los deudores de su amo y preguntó al primero:

»-¿Cuánto debes a mi patrón?».

La pregunta, por supuesto, era retórica, pues los documentos los tenía él en su mano y a la vista, y bien escrito estaba en ellos el monto de la deuda; lo que quería, más bien, era causar en su interlocutor un cierto impacto difícil de olvidar.

«-Cien barriles de aceite –respondió el deudor, que aún no sabía muy bien de qué iba la cosa.

»-Aquí está tu recibo; date prisa, siéntate y escribe: cincuenta».

Ya podemos imaginar el gozo con el que éste hizo lo que el administrador le pedía. ¡Le estaba perdonando nada menos que la mitad de la deuda! Es como si yo debiera al banco 100.000 pesos y de pronto el gerente me mandara llamar para decirme, guiñándome el ojo, que a partir de ahora no debo más que 50.000. ¿No era esto como para ponerse a gritar de alegría e invitarle un café en el restaurante más elegante de la ciudad?

El administrador mandó llamar al segundo deudor y le hizo la misma pregunta que al primero:

«-¿Cuánto debes a mi patrón?

»-Cien costales de trigo –dijo éste a su vez.

»-Aquí está tu recibo: escribe ochenta».

Y así hizo con todos los otros. Si de cualquier manera lo iban a despedir; mejor dicho, si ya estaba despedido, ¿qué perdía haciendo lo que hizo? ¡No perdía nada! Todo lo contrario: se jugó la última carta y había ganado, porque estos deudores iban a quedar eternamente agradecidos con él. ¡Su vejez estaba asegurada, pues un día lo invitaría uno a su casa a comer, y otro día otro! Ya no tendría que mendigar ni que andar por las calles del pueblo extendiendo la mano en busca de un pedazo de pan… Se retiraba, por decir así, con la cabeza levantada y pisando fuerte.

¡Qué hombre más inteligente!

Jesús mismo no pudo menos de alabar su ingenio. ¡Cómo, antes de ser despedido, supo hacerse amigos que después ya no lo dejarían solo! «Por eso les digo yo –concluyó el Maestro-: con el dinero, tan lleno de injusticia, gánense amigos para que, cando esto se acabe, los reciban en las moradas eternas».

Con esta sencilla historia, Jesús ha querido responder a estas dos preguntas que, si no fueran eternas, creeríamos que son banales «¿Para qué sirve el dinero?, ¿para qué sirve el poder?». Y su respuesta es: para que te hagas todos los amigos que puedas: sólo para eso. ¿Eres rico? Hazte amigos. ¿Eres poderoso, ocupas un cargo de cierta importancia? Hazte amigos igualmente.

Hay quienes, al tomar posesión de un cargo, empiezan a ver a los demás mortales como a hormigas (¡tan encumbrados se sienten ocupando su flamante escritorio de caoba!). Bien, que se anden con cuidado, porque no siempre estarán ahí, porque la rueda de la fortuna gira y gira y no es nada seguro que los que están arriba permanezcan en la cumbre eternamente. Sí, la fortuna es una rueda que no deja de girar: los que hace poco estaban abajo, resulta que ahora están arriba, y si no los trataste bien cuando tenías la sartén por el mango, como se dice, ellos lo recordarán una y otra vez, y ahora será la suya.

Hay quienes piensan que el poder es necesario para enriquecerse, y que el enriquecimiento es ya en sí mismo una forma de poder; en una palabra, que la riqueza y el poder se bastan a sí mismos. Si así es como piensas tú, déjame decirte, lector, que te equivocas. ¡Rompe el círculo! Hoy que la vida te ha favorecido, favorece a los que puedas, porque nada sabes del futuro. Haz como el hombre de la parábola: gánatelos a todos, porque no siempre serás administrador y quizá un día el patrón de turno te mande llamar para decirte:

-Dame cuenta de tu gestión porque estás despedido.

Si esto te dijeran sin que te hubieras hecho amigo de nadie, entonces sí que estarás perdido.

Toda la sabiduría de la vida está en esta sencilla parábola. Hazte amigos ahora que puedes; porque, si no lo haces ahora, quién sabe si lo podrás hacer mañana. «Conoce la ocasión o la oportunidad»: según Pítaco, el filosofo griego, no había conocimiento en el mundo más útil que éste.

Sí, aprovecha la oportunidad, porque mañana, sin que te des cuenta, quizá sea ya demasiado tarde.

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#4 Tiempos

Una carrera interesante | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

Hablar de Javier Hernández es repasar una de las trayectorias más influyentes en la historia del fútbol mexicano. Durante más de una década, su nombre fue sinónimo de gol, entrega y ambición. Desde aquel salto meteórico con Chivas y su inesperada irrupción en el Manchester United, su carrera parecía escrita con tinta dorada, la sonrisa eterna, los goles decisivos, la capacidad de transformar oportunidades mínimas en celebraciones memorables.

Fue un delantero que supo abrir puertas donde antes había muros, ese killer del área de los goles inverosímiles, ese que se autoasistía y remataba de forma poco ortodoxa. Marcó en Champions, conquistó Inglaterra, dejó huella en Alemania, se reinventó en Estados Unidos y llevó la camiseta de la selección mexicana con una voracidad que lo convirtió en el máximo goleador nacional. Por años, “Chicharito” representó la imagen internacional del fútbol mexicano, un jugador valiente, de carácter humilde pero competitivo, respetado en los mejores estadios del mundo.

Sin embargo, el final de su recorrido no ha tenido el brillo que merecía. Lo que alguna vez fue una historia ascendente hoy se siente atravesada por decisiones discutibles, lesiones inoportunas y un desgaste emocional evidente. Su último tramo estuvo marcado por conflictos internos, mensajes crípticos, ausencias prolongadas y un regreso al fútbol mexicano que lejos de ser un homenaje terminó convirtiéndose en un episodio incómodo.

El fútbol (caprichoso como es) rara vez permite despedidas perfectas. Pero en el caso de Hernández, la caída se volvió más abrupta porque contrastó con la grandeza de su pasado. El delantero que antes definía clásicos europeos comenzó a perder protagonismo, a caer en dinámicas polémicas y a mostrarse d esconectado del nivel competitivo que lo acompañó tantos años.

El problema no es que el tiempo pase, eso es inevitable, sino que su final se alejó del tono que él mismo construyó, profesional, disciplinado, alegre y comprometido.

En lugar de un cierre elegante, lo que quedó fue un recorrido lleno de dudas, con más conversaciones sobre su comportamiento que sobre su fútbol. Y eso, para una figura de su magnitud, duele más que cualquier descenso de rendimiento.

Aun así, su legado permanece intacto. Javier Hernández abrió puertas para generaciones completas. Demostró que un jugador mexicano puede competir, destacar y ser determinante en las ligas más exigentes del planeta. Su historia inspira no por su final, sino por su cima; no por su último capítulo, sino por todos los que escribió antes con una pasión que marcó época.

El cierre no fue el ideal, es cierto. Pero incluso en medio de su declive, hay una verdad que nadie puede borrar: México no ha tenido (ni tendrá pronto) un delantero con su impacto internacional. Su carrera merece leerse como lo que fue, un ejemplo de cómo la disciplina puede convertir sueños improbables en realidades extraordinarias, aunque el final no haya estado a la altura de su legado.

A veces, las grandes historias no terminan como quisiéramos… pero siguen siendo grandes, y por lo menos, interesantes.

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Opinión

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