diciembre 12, 2025

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Opinión

Aniversarios de cine I | Columna de Mario Candia

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APUNTES DE UN CINEÓFITO.

Este año se conmemoran aniversarios importantes para el mundo del cine: Si aún viviera cumpliría cien años el maestro Pier Paolo Pasolini (1922-1975), un intenso cineasta disruptivo, subversivo y provocador. Escritor y poeta cuyo pensamiento político lo desmarcó de los demás cineastas de su tiempo. Él se autodefinía como ateo, comunista, marxista, libertino y amoral, el más provocador de sus trabajos Saló (Pasolini, 1975) se estrenó tres semanas después de que encontraran su cuerpo en un baldío, víctima de una brutalidad  que pareciera emanada de su póstuma película. Cumple cien años la primera película sobre Drácula, Nosferatu (Murnau, 1922) del cineasta alemán Friedrich Wilhelm Murnau, obra maestra del expresionismo Alemán y de las pocas películas mudas que han trascendido por su destreza visual, la cinta está basada, pero no autorizada, en el libro de Bram Stoker.

Ochenta años cumple Casablanca (Curtiz, 1942) mítica película con unas memorables interpretaciones, un guión brillante, una música que ha sido referencia de muchos filmes y una realización cuidada e impecable. Ingrid Bergman nunca estuvo tan fascinante como cuando tararea la canción a Sam; y Bogart se alejó de su típico rol de gánster y con el personaje de Rick se convierte en el prototipo de héroe perdedor, de antihéroe solitario y romántico. Y como olvidar que Dooley Wilson (Sam) canta acompañado por su piano la canción más recordada de la historia del cine, As Time Goes By. Setenta años cumple Singin´ In The Rain (Donen, 1952) extraordinario musical considerado como una de las obras maestras indiscutibles del género. Cantando bajo la lluvia es una oda a la felicidad, al séptimo arte y a los profundos cambios que el cine experimentó cuando pasó de ser mudo a ser sonoro, una carta de amor a la música y al baile.

De las que festejarán sesenta años solo mencionaré a cuatro que considero son las que me han aportado más a mi gusto por el cine. Lawrence de Arabia (Lean, 1962) basada en la mítica figura de Thomas Edward Lawrence un joven oficial del Imperio Británico que lideró la lucha de las tribus árabes contra los turcos, en la primera guerra mundial. La cinta es dirigida por el maestro David Lean un director metódico y experto en contar historias intimas y en dotar a sus personajes de una enorme riqueza interior, logró que la  caracterización de O’Toole sea insuperable. El Ángel Exterminador (Buñuel, 1962)

una genial historia surrealista, el propio Luis Buñuel la resumió así “(…) un grupo de personas que, una noche, al término de una función teatral, van a cenar a casa de una de ellas. Después de la cena, pasan al salón y, por una razón inexplicada, no pueden salir de él”. “Si el film que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones.

También ese año vio la luz Lolita (Kubrick, 1962), en su mejor momento creativo Kubrick adapta la polémica novela de Vladimir Nobokov, el valor de la cinta radica, en lo personal, en el contexto, la censura y en la genialidad de Stanley Kubrick.

El poeta finisecular del cine Andréi Tarkovsky estrenó en 1962 La infancia de Iván (Tarkovsky, 1962) verla es un inolvidable puñetazo en el estómago, un viaje por la locura y el horror de la guerra, aunque los combates estén en fuera de campo en la cinta. Un poderoso film que se erige en toda una demostración de talento, vigor y sensibilidad cinematográfica. Iván es un monstruo destrozado por la guerra, un niño cuya infancia ha quedado irremediablemente perdida, devastada. Una película tan vigente como extraordinaria.

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Una carta con crayolas para el alma | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Hace poco menos de veinte años, cuando la vida todavía tenía forma de casa compartida y de futuro en plural, aprendí una de esas lecciones que no se anuncian, no se presumen y casi nunca se cuentan. Me la dejó quien fue mi compañera excepcional —la persona que me acompañaba en la vida— junto con una década de recuerdos, una despedida sin rencores y una enseñanza que hoy, por primera vez, me atrevo a escribir.

Nunca he hablado de esto. No por falsa modestia, sino por una creencia muy firme: ayudar en silencio es la única forma honesta de ayudar. No quiero que esto suene a presunción ni a chantaje emocional. Es una crónica pero también un cuento verdadero, una anécdota que se quedó años esperando turno y que hoy les comparto a Ustedes mi Culto Público.

En los primeros años de nuestro matrimonio, una Navidad, el DIF Estatal la llamó —o ella llamó, no lo recuerdo bien— para preguntarle si quería hacerse cargo de una “cartita navideña” de un niño o niña de alguno de los albergues de San Luis Potosí. Dijo que sí. Me involucró de inmediato. Yo también dije que sí (Así funcionan las cosas cuando uno comparte la vida con alguien que tiene brújula moral)

La dinámica era sencilla: los niños escriben su carta; tú compras los regalos; alguien más se encarga de entregarlos.

Durante años fuimos el Santa Claus de infancias invisibles. Nadie lo sabía, nadie lo contaba. Los regalos solicitados eran modestos: muñecas, colores, carritos, tenis, peluches. A veces —con otra letra, más adulta— aparecían tallas de ropa o números de calzado. Las maestras metían mano, porque los niños no piden sudaderas o zapatos… pero las necesitan.

Y entonces llegó esa carta: Una hoja doblada a la mitad con un dibujo torcido que pretendía ser un arbolito de Navidad, y una frase que aún hoy me hace un nudo en la garganta:

“Me llamo Ana (no es su nombre)… tengo cinco años y en esta navidad quiero una bolsa de papitas…para mí sola.”

(Lo juro: cada vez que lo escribo, algo se me rompe un poco por dentro).

Aquí no hay sorpresa solamente.Hay culpa.Hay coraje.Hay rabia contra todos pero sobre todo contra uno mismo.Hay tristeza. Hay un espejo que desnuda.

Porque ante una niña que no ha podido tener en toda su vida una bolsa de frituras para ella sola, cualquier cosa es despilfarro.

Pensar en cualquier cuenta de restaurante, todos los excesos a los que luego uno se da el gusto. cualquier viaje innecesario o cualquier fanfarronería, pensar en todo lo que se tiene y andar ocupado como si eso fuera símbolo de éxito, mientras hay alguien que deposita su esperanza navideña en algo tan sencillo…

Ninguno de esos años conocimos a los niños. La institución se encargaba de entregar los regalos. Nos explicaron por qué: evitar vínculos. Muchos de esos niños cargan una herida de abandono. (Creo que esa herida es el requisito número uno para estar en un albergue…) Por lo tanto, conocer a alguien externo, generoso, tierno, y luego volver a perderlo, puede ser delicado, es decir el que llega… también se va.

Han pasado los años.Los agostos después de los julios. Los diciembres antes de los eneros.

No tuve crisis de cuarentón sin hijos (guiño, guiño), pero sí una crisis conmigo mismo: preguntas, silencios largos, rompecabezas sin imagen en la tapa. Los caminos de aquella mujer excepcional y los míos se separaron sin estruendo, sin terceros, sin odio. Un adiós que luego trajo muchas bienvenidas, unas largas, otras no tanto.

Pero la tradición siguió. Estoy seguro de que también del otro lado.

Solo, entre comillas, invité a otras familias: la de sangre y la otra, la del trabajo que con el tiempo se vuelve casa. Desde entonces nunca ha sobrado una cartita. Siempre hay más manos que papel.

Recuerdo que hubo una excepción triste: La de un amigo, de esos del chat de toda la vida, que estalló cuando le llevé la carta:
—Jorge, no tengo tiempo ni para mis hijos. No voy a ir a comprar una sudadera de “Lady Bug” para una niña que ni conozco. Diles que vengan a una de mis tiendas y que agarren lo que quieran.

Pensé, con tristeza: qué pobre es mi amigo.

Con todo lo que tiene, no le alcanza para regalar treinta minutos a una niña que no tiene nada… salvo un deseo dibujado con crayola. El que verdaderamente no tiene nada es él y de verdad me conduelo hasta la fecha.

Pero este año algo cambió: Por primera vez nos avisaron que nosotros (los “cartahabientes”) llevaríamos los regalos en persona . Pregunté por el tema de los vínculos. Me explicaron que las nuevas terapias permiten visitas cuidadas. Los niños no se apegan por un regalo.
—A diferencia de muchos adultos —pensé— que sí se venden por uno.

Llegamos y había 19 niñas y niños sentados en hilera sobre un escalón, esperando turno para romper la piñata.Tan pequeños.Tan vivos. Tuvimos todos que desempolvar de la garganta el “dale, dale, dale, no pierdas el tino”.

Antes, casi al entrar y verlos lo entendí de golpe: Mientras escuchaba el jalón de mocos o la voz entre cortada de alguno de mis compañeros, me di cuenta que los de la hilera en el escalón no estaban tristes…simplemente porque no saben que deberían estarlo.

Ellos no cargan su historia.La historia la cargamos nosotros, los de enfrente. Los extranjeros llenos de culpas.

Los que esperan turno por romper un jarrón que promete dulces, son las 19 almas más puras y energéticas de toda la colonia, quizá de toda la ciudad.

Y entonces nos incorporamos. Vi a Toño arrullar a un bebé dormido. A Charlie jugar a darle de comer a una muñeca. A Fermín repartir paletas y prender un pingüino bailarín.A Ana abrir un celular de juguete. A Adriana contar cuentos.

A mí me tocó jugar a las princesas… con una princesa. Una niña de cara luminosa que tenía la boca pintada de azul por una paleta enorme de esas mucho más grandes que sus pequeños dientes. Le pregunté su nombre varias veces. Nunca le entendí.

Entre otras cosas, me tocó llevar un cuento. Llevé tres de Oliver Jeffers: Cómo encontrar una estrella, Perdido y encontrado y De vuelta a casa. Historias simples que dicen lo que a los adultos nos cuesta décadas entender: que a veces nada está perdido; que volver a casa no siempre es regresar y que las estrellas no se esconden, solo que uno deja de mirar.

Mientras leía, entendí algo brutalmente sencillo: las respuestas que mis noches oscuras no me dieron durante años, estaban ahí, sentadas en un albergue.

El sentido de la vida no era una señal divina. Era un niño que vuelve a casa. Era levantar la vista. Era salir de casa, o de la cárcel interna, para dar un vistazo a los demás. En eso estábamos cuando una adulta nos interrumpió:

—¿Ya te dijo cómo se llama? —preguntó una maestra.
—Sí, pero no le entendí.
Se inclinó y me susurró:
—Se llama Flor… pero ella dice que se llama Flor del Campo.

Flor del Campo. Claro.

No era un nombre. Era una respuesta.

Los perdidos no están ahí. Estamos afuera. Las estrellas no están escondidas.
Y los que tenemos que volver a casa… somos nosotros. Entonces caí en cuenta que este año tuve la mejor cosecha: una Flor del Campo que me sanó el alma.

Gracias, Bárbara.
Gracias, Ximena.
Gracias a todos.

Jorge Saldaña.

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#4 Tiempos

Cinco finales, cinco retratos | Columna de Arturo Mena “Nefrox”

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TESTEANDO

 

El fútbol mexicano vive instalado en un vaivén que mezcla memoria corta, intensidad desbordada y una elasticidad competitiva que rara vez se ve en otros torneos. Y no hay mejor espejo de esa naturaleza cambiante que las últimas cinco finales de la Liga MX. Cada una reveló una cara distinta del campeonato, a veces impredecible, a veces cuidadosamente edificado, pero siempre dispuesto a romper pronósticos.

La más reciente, la del Clausura 2025, entregó un desenlace que pocos anticipaban. Toluca superó a América y recuperó un lugar que parecía extraviado en la élite. Esa serie tuvo un aire de reivindicación para los escarlatas, que encontraron una mezcla perfecta entre orden, temple y puntería. América, por su parte, llegó con la etiqueta inevitable de favorito, pero terminó cediendo ante un rival que administró mejor la presión. En ese desenlace se confirmó que en México los ciclos pueden renacer más rápido de lo que tardan en extinguirse.

Un semestre antes, en el Apertura 2024, las Águilas habían impuesto su jerarquía ante Monterrey. Fue una final marcada por el contraste entre un equipo construido para dominar y otro diseñado para golpear en ráfagas. América resolvió porque entendió cuándo acelerar y cuándo enfriar; Rayados quedó atrapado en la tentación del vértigo y pagó caro su falta de pausa. La serie se volvió una lección de que, en liguillas, el músculo emocional pesa tanto como el táctico.

El Clausura 2024 repitió campeón, América doblegó a Cruz Azul en un duelo donde la narrativa histórica parecía empujar a los celestes, pero terminó imponiéndose la estructura más estable. No fue una final espectacular, pero sí una muestra de oficio. América manejó los tiempos como si los hubiera ensayado toda la vida y Cruz Azul, que había encontrado ritmo durante la fase final, se quedó sin margen en el momento en que la exigencia aumentó.

En el Apertura 2023, el mismo América se cruzó con Tigres en una final que resumió la última década del fútbol mexicano, dos potencias creando tensión desde su experiencia y su peso institucional. Fue una confrontación áspera, tensa, en la que el primer error podía decidirlo todo. América fue más certero y Tigres, pese a su capacidad para competir siempre, no encontró esa chispa que tantas veces lo salvó en finales previas.

Y antes de que América dominara este tramo de la historia reciente, el Clausura 2023 había dejado un capítulo distinto, Tigres había vencido a Guadalajara en una final que mezcló dramatismo y resistencia.

Chivas llegó con un impulso sentimental fuerte, respaldado por un cierre de torneo que había reavivado ilusiones; Tigres, en cambio, se aferró a la experiencia y convirtió la serie en un duelo donde la paciencia terminó valiendo oro.

Cinco finales, cinco historias desiguales, pero todas con un hilo común, la liga mx vive entre la tradición y la renovación constante. América ha sido el protagonista dominante, sí, pero no en un territorio exclusivo; Toluca reapareció con fuerza, Tigres mantiene su lugar entre los gigantes modernos y Cruz Azul y Monterrey continúan orbitando entre la aspiración y la frustración.

Lo fascinante es que cada una de estas series dibuja una tendencia distinta. A veces gana el que mejor juega; otras, el que comete menos errores; y en más de una ocasión, el que simplemente logra sobrevivir a su propio caos. La Liga MX no premia únicamente la excelencia: premia la capacidad de adaptarse a un torneo donde cada semestre puede contar una historia completamente diferente.

Eso explica por qué sus finales, aunque repetidas entre ciertos protagonistas, nunca se sienten iguales. Cada una deja marcas nuevas, dudas nuevas y certezas que duran apenas unos meses. Y quizá ahí radica la esencia de este futbol, un territorio donde la estabilidad es un lujo, el dramatismo una obligación y el título, el botín que confirma que, al menos por un instante, todo salió bien en medio de un ecosistema que siempre está cambiando. Hoy Toluca puede volver a levantar el título o Tigres recuperar lo perdido hace unos torneos, pero sea cual sea el resultado, no queda duda que esta liga es un reflejo de lo extraño y competido que resulta nuestro casero futbol nacional.

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Unicornio trasquilado | Apuntes de Jorge Saldaña

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APUNTES

Culto Público: los animales mitológicos tienen algo en común: todos fueron creados para explicar un castigo. El dragón que arrasa pueblos por orgullo, la sirena que encanta para hundir barcos, el unicornio que se pierde por no saber dónde pisa

La UASLP, ese unicornio institucional que se cree intocable, y creyó invencible, acaba de descubrir que la política no cree en seres fantásticos. El Congreso, en lugar de domarlo y admirarlo con sabiduría, decidió arrancarle el rin colorido a tijeretazos.

Porque la UASLP cruzó por todo en este año: una crisis interna por una violación en una facultad, edificios tomados, manos externas metiendo ruido, paros, la ciudad paralizada y, por si algo faltaba, un adeudo estatal que se prolongó lo suficiente como para poner en terapia intensiva su estabilidad financiera.

Aun así, el unicornio resistió. Lo que no resistió —o no quiso resistir— fue la tentación de la soberbia.

La institución respondió al conflicto de los 206 millones adeudados con entereza (iba a poner con “gallardía” pero podría confundirse el apellido con el sustantivo) y ganó la batalla a costa del relato.

En todo el camino, no sumó aliados, sino enemigos: altivez frente al Congreso y constantes insinuaciones de pureza moral frente a la corrupción ajena, y un aislamiento que yo he descrito —con toda intención poética y política— como la isla de Cuba académica: orgullosa, autosuficiente en el discurso, y convencida de que todo aquel que no viva dentro de sus fronteras es un tonto, un corrupto o un vendido.

Hasta que llegó hoy la votación del Presupuesto 2026.

El Ejecutivo había propuesto 506 millones para la Máxima Casa de Estudios, con lo que podría comprometerse a firmar, la primera semana del año que viene, el convenio federal–estatal que permite a la Universidad respirar sin sobresaltos, sin embargo,  la Comisión de Hacienda decidió otra cosa: ¿Cuáles 506 millones? 320 millones y un casi, casi “y di que te fue bien”.

Hace unas horas el Pleno del Congreso lo aprobó junto a todo el paquete económico enviado por el ejecutivo sin oposición (una abstención aislada no pinta).

En el caso UASLP, el recorte de 186 millones de pesos representa una estocada política que no requiere demasiada hermenéutica.

El unicornio sintió el golpe aunque se resistan a aceptarlo (nunca lo harán, acudirán al rol de víctimas del imperio…y puede que tengan razón). 

Pero ojo, no es que nuestra Máxima Casa de Estudios no tenga argumentos —la autonomía universitaria merece respeto y la ciencia pública debería ser una prioridad del Estado— pero ¿Quién defendió a la Uni ante el tijeretazo presupuestal?

Hay que recordar que después de plantones cruzados, mensajes altaneros y una narrativa de “nosotros sí sabemos, ustedes solo firman”, la Universidad descubrió que las instituciones también pagan facturas… y que los diputados cobran sin contemplaciones los agravios.

Pero aquí es donde el análisis debe elevarse por encima del enojo y de los egos heridos: los diputados pueden sentirse agraviados, y con razón; pero legislar desde la víscera siempre dejará daños colaterales.

Y esos daños no los paga ni el rector, ni los legisladores, ni los pleitos entre poderes: los paga la comunidad estudiantil, docentes, investigadores, trabajadores… 30 mil personas que no tienen culpa de la coreografía de soberbias entre Rectoría y Congreso.

Lo del recorte oficializado a 25 votos a favor, no debería celebrarse por nadie. Ni por quienes sienten que “ya pusieron en su lugar” al unicornio. Ni por quienes creen que el recorte les permitirá instalar una narrativa de victimización heroica.

Porque a estas alturas, lo único claro es que todos se equivocaron.

La Universidad se equivocó al suponer que la autonomía es un blindaje moral absoluto, cuando en realidad es una responsabilidad que exige diálogo, transparencia y mesura política.

El Congreso se equivocó al responder con tijera en mano a un conflicto personal (ah esa bella y caprichosa condición humana) que debió resolverse con inteligencia institucional, diplomacia, dialogo y apertura, no con revancha presupuestal.

Y el Gobierno del Estado —quizá sin querer— empieza a asomarse a un precipicio propio: el de tropezar con la misma piedra del año pasado. Porque hoy tiene aprobados 320 millones, pero en enero la Federación enviará —como es regla— un convenio para firmar por más de 506 millones.

Si gobierno lo firma, vuelve a quedar descuadrado su propio presupuesto. Si no lo firma, abre un frente innecesario con la presidenta Claudia Sheinbaum, justo en un 2026 donde Morena y el Verde necesitan parecer aliados… aunque localmente anden del chongo.

Decirle que no a la presidenta, lo mismo en un convenio que en una reunión (como a la que convocó éste día al gobernador Gallardo) no es un tema simple.

Total que entre unos y otros olvidaron lo esencial: La educación pública es un asunto de Estado, no un concurso de a ver quién parpadea más rápido.

Y aquí es donde conviene recordar y aplicar esa cartulina que apareció en la Facultad de Medicina durante el intento de tumbar al rector, pero adecuada al legislativo “Los diputados pueden ser pendejos… pero son nuestros pendejos (y los únicos que tenemos)”. Tienen la facultad y la usaron.

La frase, además de brutal, encierra una pedagogía política: uno puede criticar con severidad a sus instituciones, pero defenderlas cuando están bajo ataque, y los diputados pues… también se defendieron.

Entre tanto, el gobernador podrá decir, con razón y facultades, que él envió la propuesta para la UASLP por los 506 millones necesarios.

Los diputados podrán decir, con razón y facultades, que al no recibir  información financiera suficiente (y haberse sentido “ninguneados”-esa es la verdad-) los 320 millones son la cantidad correcta para la institución.

La Universidad podrá decir, con razón y facultades, que el convenio con la Federación requiere otra cifra y que los 320 millones significa cometer un mismo error dos veces. (Les dirá tontos e irresponsables nuevamente).

Y sin embargo, al menos para quien esto escribe, todas esas razones juntas no construyen un camino, sino un pantano.

Porque si este año la crisis por 206 millones puso a la UASLP al borde del colapso, ¿qué ocurrirá con un déficit similar el próximo año, cuando ya no haya un adeudo por corregir? ¿Quién pondrá la diferencia? ¿El Estado? ¿El Congreso? ¿La Federación? ¿Santa Clausula de las emergencias?

¿O la comunidad universitaria tendrá que aprender a vivir al filo del impago como si fuera parte del plan de estudios?

El unicornio, siendo mitológico, se está desdibujando por la realidad: la autonomía no sirve de nada si no hay presupuesto para pagar, otra vez, la nómina de tarde o temprano.

Para deshacer el nudo se necesita menos soberbia y más alianzas lo mismo que menos revancha y más perspectiva histórica.

El Gobierno por su parte necesita mirar dos veces el camino, no vaya a ser que tropiece con la misma piedra… y esta vez las implicaciones alcancen otras pistas.

Ni modo, por el momento no hay marcha atrás. El presupuesto está aprobado y no hay milagro navideño que pueda modificarlo.  

La UASLP sobrevivirá. No hay duda. La pregunta es ¿Cómo? ¿Alcanzará la magia del Unicornio para que la federación ponga la diferencia localmente recortada?

Para rematar, Culto Público, en este pleito de instituciones agraviadas, realidades humanas y tableros confusos, el único que no ha dicho palabra es también el único que importa: el estudiante que solo quiere estudiar y no entender por qué la política mueve el piso bajo sus pies cada diciembre. 

Pero no crean que por no hablar, no entienden, y por experiencia sabemos que cuando ellos hablan…hablan fuerte.

Hasta la próxima. Yo soy Jorge Saldaña.

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